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La vida secreta de la chica buena de clase

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-¡Mirad, el clavito de Pablito, ¡qué chiquitito! ¡Jajaja!

Esas risas tuvieron un cruel eco en el instituto público. Aunque los chavales de Segundo de Bachillerato, con dieciocho años cumplidos, ya deberían estar por encima de aquellas burlas infantiles, la mayoría de ellos se rieron del pobre alumno al que iba dirigida la broma, en parte por la popularidad de quien se la había gastado y en parte porque era una víctima fácil, marginada, que no se iba a defender. Unos pocos mantuvieron una impostada cara de seriedad, y otros (otras, sobre todo) trataron de ocultar su sonrisita, pero no había duda: la chanza había caído en gracia.

El afectado, el pobre Pablo Soto, se subió los pantalones y los calzoncillos, tapando velozmente el diminuto pene que su compañero de clase había dejado al descubierto tras bajarle los calzones. Esa cosita pequeña, insignificante tanto en longitud como en grosor, había sido objeto de burlas desde que los más cafres de la clase la habían visto en los vestuarios de Educación Física. Como los pavos reales comparando sus plumas con las de otros pavos para seducir a sus hembras, los matones de la clase habían corrido a humillarlo, a hacerse grandes en comparación con su patético compañero. Y, a juzgar por los pibones con los que solían andar, funcionaba.

El pobre Pablo, además, era un blanco fácil. No destacaba en los deportes (su raquítico y pequeño físico se lo habría impedido), ni en los estudios (su cerebro frito por las redes sociales y el porno no daba para más), ni en las relaciones sociales, ni en las artes, ni en nada. Era feo, era soso, era un cobarde, era un llorón de mierda de una familia pobre. Y ahora se ocultaba en un rincón durante el recreo, tapando las lágrimas de sus ojos con el brazo.

Y ahí estaba esa risa, esa odiosa risa. Max, el tío que más le había humillado en toda su vida, hacía comentarios malsonantes mientras se dirigía a cambiarse tras la clase de gimnasia. Contempló su melena con odio, mientras se alejaba con sus colegas Javi y Jorge, y con las tías de su pandilla. Pablo se mordió los labios. ¿Cómo podía un tío como ese ser tan popular? ¿Un tipo tan sádico, tan imbécil, tan despreciable? Apretó los puños, imaginando ese paraíso soñado en mil películas donde el chico majo acababa saliendo con la chica guapa al final, donde sus talentos eran reconocidos, donde todo acababa saliendo bien y un providencial "The End" aparecía en pantalla.

Cuando vio a la chica a la que deseaba, sin embargo, quiso que la tierra se lo tragara para que no lo viera llorar. Pero, pese a todo, ver la figura de Cristina en el recreo hizo que una sonrisa tenue se dibujara en su cara.

-Eh, Pablo, ¿qué tal? ¿Quieres hablar?

Negó con la cabeza, limitándose a abrazarla. Reprimió un gemido al sentir sus tetas pequeñas pero firmes a través de su jersey verde. Su pene se irguió hasta alcanzar su máximo de nueve centímetros, algo que le avergonzó enormemente. Pero ella no se dio cuenta.

-No, gra... gracias.

-Venga, ven conmigo, no te preocupes.

Cristina era prácticamente la única que le trataba bien. Una de las mujeres más brillantes de la clase y que, con ese cerebro privilegiado y esa belleza pálida y elegante, podría llegar a donde ella quisiera. Ese cuello de cisne, que desembocaba en su rostro angelical, a su vez rodeado de su lindo cabello marrón con flequillo, había ocupado durante años un lugar prominente en sus sueños más dulces y húmedos. Hasta los flecos de su camisa bajo el jersey le parecían indeciblemente sexys.

-No lo entiendo-se quejó Pablo, oculto bajo un árbol, mientras ella le abrazaba-. No entiendo cómo ese imbécil puede ser tan popular con... con sus amigos y con las mujeres. No sé, a veces pienso que no merece la pena ser bueno...

Cristina le acarició la cara.

-No digas eso, guapo. Tú eres mejor que él, mejor que todos esos imbéciles. Y, bueno, puede que a él se le den mejor los deportes o los estudios, pero el mundo sería mejor con más personas como tú en él. Yo me lo paso muy bien contigo.

Se le iluminó la cara al oír "guapo" de esa boca, pese a que era consciente de que no era mejor que Max y sus amigos. Todos ellos habían tenido novia ya, y más de una, y él todavía seguía matándose a pajas de cinco minutos en el baño de su casa. Pero, gracias a Dios, existía gente como Cristina en el universo.

-Oye, Cristina, deberías irte con tus amigas. No te vendría bien que te vieran conmigo. Sobre todo, después de...

Le mostró a Cristina sus muñecas, donde todavía estaban las marcas de la navaja que le había mantenido fuera de clase durante un mes. Se había intentado cortar las venas unos días después de que Max pasara por el grupo de clase el vídeo en el que se follaba a una chica de otro instituto. Las odiosas comparaciones, los gemidos que nunca oiría, la certeza de que nadie le amaría jamás... le habían llevado a cometer esa locura. Pero ahora estaba bien, o eso quería pensar.

-Pablo, lo que te pasó no fue culpa tuya. Quien no lo entienda, quien te vea como el raro... es el que verdaderamente está mal. Si necesitas mi ayuda, dímelo. Y, oye, algún día tendremos que tomarnos ese batido que me dijiste.

-¿Qué tal te viene esta tarde?

Ver cómo chasqueaba la lengua hizo que, de nuevo, se le cayera el mundo encima.

-¿Y eso?

-Tengo que estudiar, Pablo, ya lo sabes. Se acercan los exámenes y tengo que tener una buena media si quiero estudiar Medicina.

Pablo asintió, tragando sus lágrimas.

-Claro. Ya verás, lo vas a petar.

Clara sonrió y le dio un beso en la mejilla. Se alejó, con su perfume de jazmín y sus andares de hada del bosque, con esa gracia y esa bondad admirada por alumnos y profesores, con esa reputación impermeable a cualquier contacto que pudiera tener con un marginado como él.

Sin que nadie lo supiera, se apoyó en una pared para mirar el móvil. Y, al ver lo que había, se mordió el labio.

"Ya tengo lo que me pediste, zorra. Nos vemos esta tarde en mi habitación".

Tecleó con rapidez:

"Ahí estaré, papi".

...

Cristina le hizo el Bizum a su profesora particular de violín para que no le dijera a sus padres que no había ido a sus lecciones. Después, consultó los mensajes de su móvil, respondiendo dulcemente a los memes de sus amigas y al grupo de WhatsApp de la familia. Al revisar sus últimos mensajes, vio un largo soliloquio de Pablo, quejándose de su soledad. Suspiró: pobre chico. Seguramente fuera una forma de decirle sutilmente que le gustaba, sin tener que arriesgarse. Pero, aunque sentía lástima por él, ahora sus problemas eran lo ultimo que le interesaba.

"Tranquilo, Pablo. Seguro que encontrarás a alguien"-mintió. Quizás con eso tuviera para pajearse durante toda la tarde.

Una vez resueltos todos sus compromisos, se alisó el pelo y llegó de nuevo a la casa. A la fatídica y gloriosa casa donde perdía su dignidad todos los jueves y a la que, sin embargo, se pasaba toda la semana queriendo volver. Miró a ambos lados de la calle: aunque era la hora de la siesta, quería asegurarse de que nadie le viera. Nerviosa, con las piernas trémulas y el corazón acelerado, llamó al timbre. Se llevó el dedo índice a la boca, esperando la respuesta. Y, cuando oyó la voz de Max, el pecho le dio un vuelco.

-Sube, zorra.

Torció el gesto y volvió a mirar a su alrededor tras abrir la puerta. Le había dicho al muy cabrón que no le dijera esas cosas cuando los pudieran oír... pero, en fin, era lo que tocaba. Mientras subía las escaleras y su falda corta dejaba al descubierto sus níveas piernas, sorbía aire por la nariz, ansiosa por probar lo que esos hijos de puta le habían prometido.

Al llegar a la puerta, llamó al timbre, tan tímida como la primera vez. La voz de Javi le respondió:

-¡¿Quién es!?

Apretó los puños. Odiaba ese ritual, pero sabía por qué lo hacía. Pensó en la cocaína, y eso le dio fuerzas para susurrar:

-Vuestra puta sumisa.

-¡No lo oigo! ¡Más fuerte!

-¡Vuestra puta sumisa!-gritó, furiosa, y se tapó la boca casi al instante. Mierda, si alguien la había oído, si venían a ver qué sucedía...

Por suerte, la puerta se abrió al instante. Ellos también debían de estar ansiosos por follársela. Corrió hacia dentro, solo para encontrarse con la figura musculosa de Jorge, que le puso la mano en una nalga.

-Mira, está deseando tragarse nuestras pollas.

Javi, más gordo, le dio un beso en la boca que ella aceptó sumisamente, disimulando su asco. Sin prolegómenos, sin preliminares ni hostias. Sus amos eran así.

-Pues, venga, vamos a llevarla al comedor. Que no veas lo impaciente que se ha puesto Max...

Cristina echó un vistazo a ese piso alquilado. Evidentemente, un pisazo como ese no podía explicarse únicamente por la riqueza de sus padres, sino también por la pasta que esos chicos ganaban trapicheando. Todos los chicos y, sobre todo, las chicas sabían eso. Todos sabían lo que algunas muchachas hacían para conseguir su dosis de coca gratis, y todos sabían que la mayoría volvía por allí para probar sus pollas de nuevo. Pero nadie sabía que una muchacha tan modélica como ella formaba parte de su harén de drogadictas. Y, aunque eso le avergonzara, no podía evitar excitarse por su doble vida.

Javi se quitó el cinturón, confiando en que su grasa mantendría el pantalón en su sitio. Con su respiración pesada y fétida, colocó la cinta alrededor del cuello excepcional de Cristina. Esta tragó saliva mientras ese cerdo se reía, llevándola a través de su casa como si fuera una perra mientras su amigo Jorge le masajeaba el culo. Atravesaron las bolsas de Doritos, las latas de cerveza, los paquetes de chicles... hasta llegar al salón.

Allí se encontraba Max, ya desnudo, con esa delgadez fibrosa que le hizo babear, y con su polla erecta de dieciocho centímetros lista para recibirla. Ese día no se habían andado con tonterías.

-Vaya, no... ¿no quieres saber cómo me ha ido el día?-bromeó, intentando ganar algo de poder en esa conversación, pero no podía quitar la mirada de ese miembro endurecido.

-No. Ya sé que te has dedicado a lamerle las heridas a ese maricón. Ahora solo me interesa que me lamas otra cosa.

-Jolines, no hables así de Pablo...-se quejó débilmente. Max era el que más le puteaba, y el que lo hacía de las formas más insidiosas y sádicas. Y el que más le ponía.

-Bueno, si tanto quieres defender al subnormal de tu amigo, vete de aquí. Si quieres tu dosis, ponte de rodillas y chúpale la polla al tío que más odia.

Miró la bolsita de coca sobre la mesilla, promesa de grandes placeres, de la sensación más eufórica que jamás hubiera experimentado. Como una condenada a la horca, sin capacidad de decidir sobre su propio destino, caminó hacia ese desgraciado y, cuando estuvo a dos pasos de él, se puso de rodillas.

-Si pudiera ver a su zorrita ahora...

Cristina iba a decir algo, pero en la mirada de Max había una amenaza latente: ponte a chupar ahora, estúpida, o lo lamentarás. Y ella, acordándose de la bolsa, se metió la punta de su nabo en la boca. Una vez más, había caído.

Tenía el mismo sabor salado de siempre. Y, como siempre, Max la agarró del pelo, obligándola a meterse su miembro cada vez más.

-Venga, hoy vas a llegar hasta el fondo...

Sus dos matones se acercaron a ellos, y se sacaron sus pollas. La de Jorge, más pequeña de lo normal pero no tanto como la del pobre Pablo. Y la de Javi, algo más corta que la de Max, pero muy gruesa. Se situaron a ambos lados de su líder, mirándola con deseo.

-Venga, puta, traga...

Cristina se ruborizó mientras su garganta se resentía. Le faltaba el aire, se le ponía la piel de gallina, pero tenía que demostrárselo. Tenía que demostrarle que no era una niña tonta de papá, que ella era mejor que cualquiera de esas chonis con las que se juntaba. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, reprimiendo el vómito, introdujo toda esa carne en su garganta por unos segundos y retiró la boca. Tosió, con el líquido preseminal manchando sus labios.

-Esperad un momento, que me quite el jersey...

-¡Venga, rápido, hostias!-le apremió Jorge, que sacó su móvil. Cristina palideció.

-Oye, oye, guardad los móviles-pidió, en un tono artificialmente agresivo, todavía con el sabor de su polla en la boca.

-Pues a obedecer. ¡Venga!

Se quitó el jersey y, botón a botón, su camisa de manga corta. Esos tres cerdos babearon al observar su tronco desnudo, su perfecta piel, esos dos montículos que tenía por tetas.

-Mira, hoy se ha quitado el sujetador como dijiste...-se burló Javi. Rozó con su grueso nabo la mejilla de la chica, que sintió un escalofrío. Miró hacia arriba, como un ratoncito ante una camada de gatos. El gordo le abrió la mandíbula a la fuerza, follándole la boca como si estuvieran en una peli porno. Las náuseas no se hicieron esperar, pero quiso disimularlas. Un poco más, se dijo. Un poco más y tendré mi premio...

Max golpeó a Jorge en el hombro, que la apuntó con su móvil. Cristina se retiró, asustada, tapándose las tetas con los brazos, solo para encontrarse con sus crueles risas.

-Oye, oye, yo no he accedido a que me graben.

-Mira, este es un vídeo solo para nosotros-le explicó Max-. Para hacernos pajas cuando nos falte una putita a la que penetrar. Y, si quieres tu dosis, harás lo que te digamos.

-Mira, yo no soy una de tus puti...

Javi la empujó, haciéndole caer al suelo, y le puso el pie en el cuello. Frío y fuerte, le cortaba la respiración. Su pulso se aceleró por el miedo.

-A callar y a chupar.

Se puso de rodillas de nuevo, obedeciendo sumisamente. El móvil grabó cómo volvía a meterse el pene de Javi en la boca, ante las risas de sus compañeros.

-Venga, que vas a dejar a mis compañeros sin mamada...

Se retiró otra vez, mirando las tres pollas erectas que tenía delante, aún preocupada por la cámara. Solo de pensar en que la podían ver sus padres, sus profesores, sus amigas... no, habría preferido que se la tragara la tierra. Así que tendría que mantenerlos contentos.

Fue chupando sus pollas de una en una, rozando con su lengua el líquido preseminal que empezaba a salir de sus capullos. Se olvidó de la cámara mientras demostraba las dotes que había ido adquiriendo desde que esos bestias la habían desvirgado hacía seis meses. Se metió la polla de Jorge entera en la boca, exagerando su arcada, y luego intentó hacer lo propio con la de Max, quedándose a cuatro centímetros de su meta. Javi le empujó la cabeza, provocándole espasmos dolorosos y una sensación acuciante de asfixia. Pero se sentía orgullosa de lo lejos que había llegado.

-Joder, chavales, esta mojigata ha ido aprendiendo. Ya casi la chupa mejor que la lumi a la que nos petamos ayer.

Ese cumplido valía más para ella que los de todos sus profesores juntos. Se imaginó a su estricto padre contemplándola en esa situación, y no pudo evitar que una sensación de calentura recorriera su tronco desnudo. Continuó trabajando en esas tres pollas, masajeando dos de ellas mientras chupaba otra, perdida en ese trabajo mecánico y degradante. Le encantaba, joder. Le encantaba.

-Así me gusta, zorra...

Max fue el primero en terminar, aunque ya sabía que tendría más corridas listas para ella. La agarró del pelo con fuerza, destrozando su cuidadoso peinado, y explotó dentro de ella. El torrente de semen inundó su laringe, y él la retuvo durante tanto tiempo que no pudo ni siquiera respirar. Soltó las pollas de sus dos compañeros y, cuando finalmente la liberó, tosió chorros de blanco salado y delicioso.

-Zo... zorra-musitó Javi. Su gruesa polla se apoyó en su frente antes de eyacular. Ella sintió una repugnancia extrema al notar cómo su espeso semen descendía por su rostro, rozando sus labios hasta detenerse en sus pezones. Jorge, probablemente el menos sociópata de los tres, le permitió tomar aire antes de meterle de nuevo el miembro en la boca. Se la folló con lentitud, cediendo el móvil a Max, que captó magistralmente ese momento mágico en que el hombre se rinde a sus instintos reproductores y deja de fingir que puede durar seis horas con una mujer. Una sacudida mostró que se corría, retirándose elegantemente y dejando solo unas gotitas de semen en la boca.

-Menudo cuadro hemos dejado-se burló Max, agarrándola del pelo. Su pene, semiflácido, la apuntaba acusador-. Di la verdad, perra. Has disfrutado, ¿verdad?

Vejada, cubierta de la semilla rancia de esos tres macarras, solo podía pensar en la coca que le habían prometido. Aun así, respondió:

-He disfrutado como una perra.

-Venga, sé sincera. ¿El maricón de Pablo podría hacerte disfrutar así?

-Pues... no, no lo creo.

-¿Y eso?

Chasqueó la lengua, algo molesta.

-Porque tiene el pene muy pequeño y una actitud algo... femenina. No es mala gente, pero lo prefiero como amigo.

Esos tres macacos rieron y dejaron de grabar. Le indicaron con gestos que se sentara en el sofá.

-La verdad es que no entiendo como una piba tan rica como tú se junta con un pichafloja como él.

Lejos del éxtasis irreflexivo de la felación, se sintió mal por su amigo.

-Oye, no está bien que os metáis con él. Es un buen chico, de verdad, solo que un poco...

-¿Feo?

-¿Subnormal?

-¿Patético?

Se le escapó una risita que no le pasó desapercibida a esos tres matones.

-Va, hay que reconocer que es un imbécil-insistió Max-. Es de esa gente que sobra en el mundo. Ni siquiera para suicidarse sirve.

Eso no le gustó a Cristina, que no dudó en mostrar su descontento.

-Oye, dejad al chico en paz. No entiendo por qué le hacéis eso.

Max la agarró del pelo con fuerza, haciéndole daño, y ella tragó saliva.

-Lo hacemos porque podemos, y punto. Y mira qué otras cosas podemos hacer...

La invitó a sentarse junto a él en el sofá y le mostró el móvil.

-Ahora vas a ver que no eres la única-le indicó Javi, sobándole las tetas. Cabizbaja, la muchacha fijó la mirada en el teléfono.

Lo primero que vio fue el vídeo de una chica tímida de su clase, Alicia, atragantándose con los penes de los tres, y vomitando en consecuencia. Más adelante, otro vídeo en el que Javi penetraba con dureza a Leticia, la choni de la clase, que chillaba como una puerca y le pedía más. Después, una grabación en la que los chavales se turnaban para abusar de una prostituta de aspecto miserable. Luego, otro vídeo en el que una muchacha bajita de su mismo curso pero de otra aula brincaba en la polla de Max y dejaba que él le tirara de las coletas.

-Mira, salta como una pulga...-se burló Jorge.

-Sí, colega. Luego os la dejo catar, que a las putillas hay que quebrarlas pronto para que luego no te salgan tan mojigatas como esta.

Pellizcó los pezones de Cristina, haciéndole saltar del dolor y provocando la risa de sus amigotes. Ella se sintió cada vez más cohibida, en parte por ese festival de los horrores que le acababan de enseñar.

-Oye, ¿no... no le habréis enseñado el vídeo que me tomasteis a nadie? Es que tengo una reputación que proteger, ¿sabéis? Ya sé que os da igual, pero...

Javi puso los ojos en blanco.

-Joder, qué pesada. ¡Que no, hostia! Max, dale ya la coca, a ver si deja de joder y empieza a joder de otra forma.

Su colega esbozó una sonrisa ladina e hizo caso a su sugerencia. Cuando movió la bolsita delante de ella, como la campanilla de un perro, consiguió que su actitud ligeramente rebelde se calmara. Un hilo de saliva cayó de la boca de la chica.

Max le mostró su miembro, ya duro de nuevo, y dejó que ella lo acariciara. Se roció la polla con esos polvos y le indicó con la mano que la tomara.

-Venga, que aquí he juntado tus dos cosas favoritas.

Mientras sus colegas volvían a grabar, ella esnifó de su pene, convertida en esa chica que sus padres nunca habían pensado que sería. Esperó, paciente, a que surtiera efecto. Y, entonces, todas las humillaciones le parecieron pocas. Se habría humillado mil veces más, un millón de veces más, para sentir ese éxtasis inigualable. Se levantó, aún desnuda, bailando delante de esos cabestros con la certeza de que jamás podría volver a entusiasmarse con igual intensidad sin esos polvos blancos. Max se acercó a ella y la agarró de las nalgas. Su coño, especialmente receptivo en esas situaciones, le correspondió con una humedad que no le pasó desapercibida. Rezumaba alegría.

-Eres la más puta de todas las que han pasado por aquí...-susurró, y la agarró de la vagina con fiereza. Masajeó su clítoris con los dedos, haciendo que ella gimiera. El ruido de su placer hizo que los otros dos orangutanes rieran.

-Oye, dime la verdad-le dijo Javi, con la polla flácida todavía pero deseoso de humillar a alguien más patético que él-. Tu amiguito Pablo no podría tocarte así, ¿a que no? No podría hacerte gozar tanto como nosotros.

Ella se mordió los labios, olvidándose de todo atisbo de decencia, de todo lo que le habían enseñado en misa y la escuela. En ese momento, solo existía el placer.

-No, él... no creo que nunca llegue a estar con una mujer. No creo que nunca llegue a ser tan bueno con los dedos ni con ninguna parte de...-gruñó como un animal en celo-... de su cuerpo.

Max soltó una carcajada y la situó contra la pared, con el culo en pompa, lista para ser penetrada. Se fue poniendo el condón, que apenas le cabía en esa tranca. Ella movió las caderas, pidiendo que se la metieran.

-Venga, por favor, fóllame.

-¿Cómo? No te he oído bien.

Cristina suspiró.

-¡Que me folles, joder!

-Bueno, bueno. Como desee usted.

Sin más preámbulos, se la clavó. Al principio despacio, para que sus paredes vaginales se fueran acostumbrando de nuevo al tamaño de su miembro. Pero, enseguida, deprisa. Y luego llegaron los azotes, los esputos, las embestidas feroces. Max la golpeó con tanta saña que sus nalgas se tornaron rojas casi al instante, pero ella se limitó a gemir mientras él seguía follándosela de pie. Ojalá todo pudiera ser así, pensó. Ojalá no tener más preocupaciones que el placer sin límites, que mover las caderas mientras ese cabrón la taladraba desde detrás.

La cópula continuó durante varios minutos durante los que ella gozó como nunca, durante los que se esforzó en parecer digna pero tuvo que rendirse ante el animal que llevaba dentro. Sus aullidos debieron de oírse en todo el edificio, pero le importaba tan poco como la dignidad de su amigo.

-Va, contéstame a lo que te voy a preguntar-le ordenó Max en un susurro, mordiéndole la oreja-. ¿Vale, gatita?

-Miau...

-Contéstame. El Pablo este... en verdad es muy patético, ¿verdad?

-Sí...

La azotó con tanta fuerza que parecía que le hubieran dado un latigazo. Siguió follándosela, notando la humedad de su coñito prieto. Este derramaba gotas sobre el suelo, para el regocijo de sus dos colegas.

-Dilo más fuerte...

-¡Sí!-gritó, entre el dolor y el orgasmo, con la mirada perdida entre el universo que parecía expandirse en esa pared-. ¡Joder, Pablo es patético! ¡Tú eres mucho mejor, machote! ¡Fóllame, joder, soy tuya! ¡Soy tuya!

Él continuó penetrándola con un salvajismo atroz, hasta que la agarró de las caderas con una fuerza sobrehumana. Aulló mientras el semen se le escapaba de nuevo, le dio dos azotes que sonaron como tambores. Ella gimió, sumisa, con un chillido que se fue apagando paulatinamente.

Y, luego, Max se la sacó.

-Zorra...-susurró, quitándose el condón. La agarró del cuello y le hizo darse la vuelta. Sostuvo el preservativo y le apuntó a la boca. Cristina sacó la lengua como una perrita buena mientras un hilo de semen iba cayendo. Glup, glup. Salado, denigrante. Delicioso.

Con las piernas temblorosas, aguardó el turno de Jorge: Javi no podría correrse más de una vez, pero sí su colega. Empezaba a tambalearse, pero tenía que aguantar. Sobre todo, si quería que la volvieran a llamar la semana siguiente, si quería volver a sentir el universo eclosionado en su nariz.

Mientras Jorge se la follaba y ella seguía gimiendo, Max revisó los vídeos con su colega. Le dedicó un guiño que la muchacha, presa del éxtasis, no pudo ver. El sexo continuó durante diez minutos más, momento en el que Jorge rellenó su condón de la leche que Cristina le había sacado.

Al acabar, Cristina se duchó y vistió rápidamente, confiando en que sus padres no sospecharan nada. Abandonó la habitación sin despedirse, con la vergüenza de siempre. Cuando estuvo lejos, sin embargo, se permitió una sonrisa pícara. Qué ganas de que volviera a ser jueves de nuevo.

...

A Pablo le llegaron varios mensajes, que él confiaba en que fueran de Cristina. Desde su cama, acudió raudo a las vibraciones de su escritorio. Sin embargo, al ver al remitente, soltó un gemido triste. Max, cómo no. Había intentado bloquearlo hacía poco, pero él le había dado tal paliza por ello que no había tenido más remedio que aceptar sus vídeos. Esos vídeos en los que aparecía follando con mujeres que él nunca podría tener, a veces con mensajes hirientes que le recordaban su patético lugar en el mundo.

Ese día, sin embargo, iba a ser peor.

El vídeo empezaba como todos, sí, pero tuvo que reprimir un gemido ahogado al ver a su protagonista. Las lágrimas afloraron, quemándole la cara como ácido, cuando reconoció las risas que rodeaban a la mujer con la que soñaba todos los días.

-No...-susurró, fuera de sí, agarrándose de los pelos-. No, no, por favor... tú también, no...

Pero sí. Y lo vio todo. Vio cómo chupaba, cómo recibía las embestidas, cómo se tragaba la corrida del hombre que le hacía la vida imposible. Y, lo peor de todo, oyó lo que decía. Oyó la confirmación de sus peores miedos, oyó cómo su único consuelo le insultaba de esa forma tan cruel. Y lloró, lloró como un niño, lloró con mocos y pucheros, de forma patética. Junto al vídeo, un mensaje:

"¿Ves? Hasta la puta de tu amiga está de acuerdo. Eres patético, y nunca vas a tener a nadie junto a ti. Vas a morir solo, subnormal. Más vale que te vayas haciendo a la idea".

Tiró el móvil al suelo, furioso. Se miró la polla, pequeña pero dura ante esos humillantes vídeos. Pensó en lo que disfrutaban los hombres como él, en lo bien que lo pasaban, en cómo estaban siempre rodeados de mujeres. Pensó en toda una vida de humillaciones, en toda una vida sufriendo las odiosas comparaciones con el resto de habitantes del planeta Tierra.

Saltar por la ventana fue fácil. Lo difícil vino después. Estuvo agonizando una hora, arrepintiéndose de su decisión, de su cobardía, maldiciendo a su suerte. Luego, la muerte decidió concederle la única clemencia de su vida: el final.

Se investigó a gran parte de los alumnos de la clase por incitación al suicidio, pero la causa se archivó por falta de pruebas. Al principio, la gente fingió que le importaba la vida de ese imbécil. Hicieron un acto de despedida y varias charlas contra el acoso escolar, solo para que todos se olvidaran de él en unos meses y las tías siguieran follando con los que lo habían matado. Hasta su familia, al principio destrozada, acabó comprendiendo que vivían mejor sin ese llorica.

Después, tras la graduación, Max mandó una foto al grupo de clase. Era la foto de una lápida donde podía leerse el nombre de Pablo, y una foto también de su enorme polla y de un culo cubierto de semen delante de ella. Un culo pálido, elegante, un culo que algunos creyeron reconocer. No se veía bien a la mujer que aparecía con Max en la foto, pero algunos comentaron entre susurros que se trataba de Cristina. Por supuesto, tal cosa era absurda. Una chica decente como ella nunca haría eso.

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