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La violación de Jess

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Como cada mañana Jess quemaba calorías en el gimnasio. Con su espíritu exhibicionista gozaba siendo el centro de atención de aquella sala de musculación. Embutida en unas ajustadas mallas azules, sus duras nalgas se mostraban en todo su esplendor mientras hacía sentadillas. Su top negro difícilmente cubría sus generosas tetas. Grandes y turgentes desafiaban a la gravedad. Provocadoras, lucían pezón marcado bajo la prenda de lycra.

Jess no lo podía evitar, disfrutaba siendo el objetivo de las miradas. Lascivas las de ellos y envidiosas las de ellas. Todos mucho más jóvenes que ella. A sus 45 años, el ejercicio diario y una excelente genética, le permitían un cuerpo espectacular. Con actitud altiva paseaba por la sala hasta la máquina expendedora donde sacaba una botella de agua.

Se le dibujaba una sonrisa en sus carnosos labios cuando veía que algunos chicos murmuraban a su paso. Sabía que era considerada una MILF entre el género masculino. Entre el femenino la cosa era diferente, Jess sabía que era apodada de manera insultante pero a ella no le afectaba lo más mínimo. Al contrario, eso le hacía ser más altiva y exhibicionista.

Le gustaba beber directamente de la botella junto a la máquina expendedora. Echando su cabeza hacia atrás su melena, recogida en una cola, caía por su espalda. Su busto se hacía más prominente mostrando sus tetas de manera exagera. Sentía sus pezones luchando por rasgar la prenda. Un hilillo de agua se derramó por la comisura de sus labios descendiendo por su esbelto cuello hasta perderse por el valle de su escote.

A menudo, alguno de aquellos jóvenes se le acercaba e iniciaba una pequeña conversación con ella. Les costaba mantener la vista en su cara, guapa, sensual, morbosa y los ojos siempre se iban a sus tetas. Luego, disimulando, se veían obligados a hacer algún comentario sobre su precioso cuerpo. En su abdomen, plano y bien definido, lucía un piercing en el ombligo.

Al terminar su sesión de ejercicios volvía. Prefería ducharse en su casa y tomar su tiempo para prepararse antes de salir hacia su oficina. Después de secarse llegaba totalmente desnuda a su dormitorio, ante el armario elegía a conciencia la ropa. En esta ocasión optó por un minivestido rojo de escote infinito que no aceptaba ropa interior. No pudo evitar recordar a los dos hombres del edificio donde trabajaba. Aquellos tipos no paraban de mirarla cuando aparecía por la oficina con su vestuario tan provocativo.

Su coño reaccionó a su recuerdo y comenzó a producir abundante flujo caliente. No pudo evitar llevar los dedos a sus rasurados labios para comprobar su excitación. Se estremeció cuando las yemas de sus dedos rozaron su clítoris. Decidió masajear todo su cuerpo con crema hidratante. Desde sus pechos hasta sus piernas. Pasó las manos por sus glúteos separándolos para hidratar su ano. Cuando terminó cogió de un cajón una caja de terciopelo rojo. La colocó sobre la cama y extrajo una pieza metálica con una piedra del mismo color en uno de sus extremos. Era un plug anal de unos 10 centímetros.

Se colocó a 4 patas sobre la cama y llevó la pieza hasta su culo. Poco a poco se fue introduciendo aquel instrumento con forma de picas en su culo dejando solamente a la vista el extremo con la piedra roja. Se incorporó sobre sus rodillas y moviendo sus glúteos se lo acomodó. Luego se miró al espejo y comprobó que era visible levemente.

Después se enfundó el minivestido rojo que había elegido. La prenda delimitaba perfectamente su figura. Sus tetas apenas cabían en las dos tiras de tela que cubrían exclusivamente lo esencial. Las aureolas y poco más. Debajo de su pecho, el vestido, se pegaba a su abdomen para abrirse en una corta falda con algo de vuelo. Sus piernas lucían torneadas sobre unos tacones a juego. Jess se veía espléndida cuando salió de casa en dirección a su oficina.

Como cada mañana, entró en el edificio con paso firme y seguro. El sonido de sus tacones anunciaba la presencia de una mujer segura de sí misma. Con la cabeza alta y cubierta tras unas gafas de sol D&G, que se sujetó en el pelo nada más comenzar a subir la escalera, contestó casi en susurro y sin mirar al chico de seguridad. Un tipo de unos 25 años, alto y fuerte que siempre le daba los buenos días. Esta actitud altiva era, hasta cierto punto, prepotente y provocativa. Ella sabía que aquel chaval la miraba con intenciones lascivas y ella le respondía con indiferencia.

Junto al "segurata" siempre estaba el hombre de mantenimiento. Muy amigo del primero era de aspecto muy diferente. Rondaba la cincuentena, de estatura media, posiblemente casado, mantenía un bigote canoso totalmente en desuso. Una incipiente calva y una indisimulable barriguita cervecera. Jess no sabía explicar el por qué, pero ese tipo le producía morbo. Del mismo modo que el joven tenía un físico imponente y atractivo que derretiría a cualquier mujer, el de mantenimiento, pese a que podía resultar repulsivo, a ella le excitaba de manera incomprensible.

Tanto era así que de vez en cuando se paseaba por los pasillos de oficinas con cualquier excusa para dejarse ver ante él. O solicitaba su presencia para arreglar cualquier cosa sin importancia. Le ordenaba de manera déspota para luego ni siquiera agradecérselo. La mujer sabía que iría junto a su amigo para criticarla y posiblemente insultarla de manera humillante. Jess no podía dejar de mojarse imaginando a aquellos dos hombres hablando de ella en una connotación sexual… "menuda perra la Jess esta. Siempre tan prepotente. Si yo fuera su marido le partiría el culo cada noche…". Jess suspiraba fantaseando con aquellos comentarios que solo sonaban en su cabeza.

Esa mañana no fue diferente. Jess, una mujer tremendamente sexual, llegó desprendiendo sensualidad. El plug anal se le incrustaba en su ano de manera dolorosamente excitante cada vez que se movía sobre su silla de escritorio. Ella, consultora autónoma, trabajaba sola en una oficina pequeña pero decorada con estilo en aquel edificio. Al mediodía decidió darse un paseo hasta la portería para solicitar los servicios del hombre de mantenimiento. Pasó sin llamar interrumpiendo una conversación privada entre los dos empleados. El de seguridad sonreía de manera lasciva cuando el de mantenimiento guardaba su móvil. Sin duda visionaban algún vídeo de contenido erótico. O quién sabe si la habrían grabado a ella misma. Sus mini vestidos se prestaban a mostrar mucho más de lo que la imaginación pudiera suponer:

-Necesito que subas y arregles un grifo de mi baño. -Dijo Jess de manera áspera.

Los hombres se le quedaron mirando descaradamente las tetas. Impresionantes, apenas estaban cubierta poco más del ancho de la aureola.

-No tengo todo el día. -Les llamó la atención la mujer.

Los hombres murmuraron cuando se pusieron de pie. El de seguridad llegaba al metro noventa, cuerpo trabajado y rasgos marcados. La miró con cara de pocos amigos cuando pasó junto a ella. El de mantenimiento protestaba entre dientes y se dirigió a coger su caja de herramientas. Jess se apresuró a alcanzar la escalera antes que el tipo obligándolo a seguirla. La mujer se propuso darle un espectáculo exhibiendo su falta de ropa interior. A cada paso que daba hacia arriba notaba como la parte baja de sus nalgas asomaban más de la cuenta. Ella suponía al hombre intentando adivinar qué era aquello que se le intuía entre las nalgas. Y es que el plug anal con aquel brillante quedaba encajado entre sus glúteos sin llegar a esconderse del todo.

Al llegar a su oficina Jess abrió la puerta y se dirigió hacia el baño. El de mantenimiento esperó a que le indicase. De manera descuidada, la mujer se inclinó para señalar al hombre cuál era el problema bajo el lavabo. La imagen de Jess era de calendario erótico. Su melena rizada caída hacia delante, su vestido incapaz de tapar sus nalgas que quedaron al aire casi en su totalidad. El peso de sus tetas hizo que se salieran de su vestido. Cuando se incorporó trató de mostrar rubor y se apresuró a volver a meterlas dentro de su escote. Por el espejo pudo ver la sonrisa depravada del hombre.

Ella salió de aquel habitáculo y dejó al tipo arreglando la fuga de agua. Al cabo de 20 minutos, cuando el hombre apretaba las últimas juntas tumbado en el suelo, Jess se aproximó para meterle prisa:

-Llevas ahí toda la mañana. A ver si termina que necesito usar el baño. -Exageró la mujer de manera impertinente.

El hombre giró la cabeza para comprobar lo que ya suponía, que bajo aquel trozo de tela con el que se vestía la mujer no llevaba nada. Se deleitó observando el coño al aire de Jess que, haciéndose la despistada, se miraba en el espejo:

-Bueno, pues esto ya está señora. -Dijo el hombre después de recrearse en la entrepierna de ella.

-Menos mal, por dios…

Otra vez sin agradecer nada, cerró la puerta en cuanto el operario salió. Sonrió triunfante y se metió en el baño. Se quitó el mini vestido y se acarició frente al espejo. Se tocó la rajita para comprobar cómo manaba su ardiente flujo. Y es que no podía evitar, ni quería, ser exhibicionista. Era algo tan natural como necesario en ella, en su personalidad. Desde siempre se había sentido como "un bicho raro" pero llegó a comprender y aceptarse tal como era. No había nada de malo en sentir placer exhibiendo su cuerpo. Era cierto que según los cánones cívicos mucha gente se podía escandalizar pero a fin de cuentas, a quien le molestase que no mirase.

Seguía acariciando su bello cuerpo desnudo frente al espejo. Sus tetas grandes, con aureolas marrón oscuro y pezón muy gordo. Su cintura estrecha. Su abdomen plano y adornado por un piercing. Su coño rasurado, solamente con una fina tira de vello púbico como ante sala de unos labios vaginales gruesos…

A lo largo del día el edificio fue un hervidero. Trabajadores de otras oficinas, clientes que visitaban bufetes. Pero poco a poco, a medida que avanzaba la tarde las plantas superiores se fueron vaciando quedando solamente ocupada la oficina de Jess. A las 10 de la noche dio por concluida su jornada laboral. Se asomó por la cristalera para comprobar que el supermercado del centro comercial de la planta baja también había echado el cierre. Salió al pasillo de la cuarta planta donde estaba su oficina y no había nadie. Solamente silencio y oscuridad. Se dirigió hacia la escalera ante su pavor a los ascensores, el sonido de sus tacones resonaban en aquel desierto. Por un momento sintió algo a su espalda que la hizo sobresaltarse. Se giró para comprobar que no era nada.

Miró por el hueco de la escalera. Era la única persona que quedaba en el edificio. En ese momento pensó que si alguien la asaltase nadie oiría nada. Ni siquiera el segurata que permanecería dentro de la portería a estas horas. Sintió algo de miedo y aceleró su paso escaleras abajo. Al pasar, los sensores de movimiento encendían un par de luces de seguridad pero el resto de pasillos permanecían oscuros. Por fin alcanzó el vestíbulo del edificio y este si estaba perfectamente iluminado. Jess se sosegó antes de tomar la puerta del garaje.

Una mano le tapó la boca y otra la levantó en vilo. No supo de dónde había salido aquel animal con fuerza desproporcionada:

-Ahora te vas a enterar, hija de puta.

Jess reconoció la voz del joven de seguridad. En menos de 2 segundos la metió en el almacén de mantenimiento. Allí esperaba el otro tipo:

-Tráela, verás como le quito yo las tonterías a esta zorra.

El joven puso a Jess en el suelo. En ese momento el de mantenimiento se acercó y le cruzó la cara con dos bofetadas:

-Esto para que aprendas a ser agradecida.

Inmediatamente después agarró el vestido por el escote y se lo rompió en dos. Ante aquellos dos delincuentes, Jess quedó expuesta y desnuda. Sus tetas grandes desafiaban a los hombres. La mujer no pudo evitar que sus pezones se retorcieran sobre sí mismos endureciéndose. El de mantenimiento la cogió por la melena y tiró de ella haciendo que su cabeza se fuera hacia atrás. Le mordió la boca. La mujer sintió el roce del bigote del hombre. Olía a tabaco. Sintió como, con dos dedos, le pellizcaba uno de los pezones hasta el límite del dolor:

-Ay, cabrón. Me haces daño.

-Cállate zorra o te doy otra ostia.

El de mantenimiento se veía un hombre agresivo. Además de pegarle en la cara le había pellizcado un pezón:

-Mírale el culo verás que sorpresa.

El chico de seguridad se arrodilló tras Jess. Amasó sus glúteos antes de separarlos y descubrir la brillante piedra roja:

-Joder guarra pero ¿qué tienes aquí? -el chico tiró extrayendo la pieza metálica del ano de la mujer. Ésta no pudo evitar suspirar al sentir el vacío que dejaba en su interior aquel plug -vaya, mira lo que tenía clavado en el ojete.

-Sabía que era una buena zorrita. Desde que llegó esta mañana lo tiene metido por el culo. A esta tía le gusta que le den por culo.

El más joven azotó las nalgas de Jess con todas su fuerzas. Ella gritó de dolor y loa dedos de aquel niñato quedaron marcados en el culo de ella. El tipo la inclinó sobre una mesa, se colocó tras ella y la inmovilizó tumbándose sobre su espalda. La mujer sentía sus tetas presionadas contra la superficie. Le dolían. El de mantenimiento llegó con un trozo de cuerda y consiguieron atarle las manos a la espalda:

-Ahora me vas a comer la polla, perra.

El de mantenimiento se bajó el pantalón y liberó una polla de grosor considerable de olor agrio que a Jess le causó repulsión. Justo detrás, el joven apoyó el capullo de su polla en la entrada de la vagina. La mujer no supo lo que se le venía encima hasta que no la penetró. El grito le salió de muy adentro. El tipo tenía una polla desproporcionada. El puntazo se le clavó en el fondo de su vagina. El viejo aprovechó para agarrarle la cabeza y metérsela por la boca.

La mujer se encontraba a merced de aquellos dos hombres. Desnuda, maniatada y tumbada sobre una mesa dentro de un almacén, un joven con una polla enorme se la metía por el coño mientras un tipo cercano a la cincuentena, gordo, feo y depravado la sometía follándole la boca. El pollón del segurata la estaba destrozando. Ella estaba acostumbrada a pollas grandes. Su marido la tenía grande pero lo de este niñato era bestial. La del viejo no era tan grande pero si gorda lo que la obligaba a abrir la boca demasiado. Durante 10 minutos el tipo la estuvo obligando a mamar. Tenía la mandíbula dolorida cuando se la sacó y comenzó a pajearse frente a su cara. Con un grito el hombre de mantenimiento se corrió en su cara. Chorros de lefa caliente y grumosa quedaron pegados a los pómulos, labios y mentón.

Jess seguía sufriendo con la follada del chico de seguridad. De repente se la sacó y le dio la vuelta colocándola boca arriba sobre la mesa. El tener las manos atadas a la espalda hacía que la posición no fuera nada cómoda pero eso no parecía importarle a aquellos dos. El viejo de mantenimiento se acercó a ella y le agarró las tetas:

-Qué dos melones tiene la zorra.

La manoseó sin delicadeza. Podía notar la palma áspera y callosa sobre la suave piel de sus pechos. Luego se inclinó para besar, morder y babear aquellas dos grandes mamas:

-Baboso, cabrón. Déjame en paz. -Jess le insultaba.-Aaay. -Gritó al sentir loa dientes trillar uno de sus pezones.

-Cállate puta. -Contestó el de mantenimiento antes de darle una sonora bofetada.

-A ver puta zorra -llamó su atención el más joven -ahora vas a pagar tu prepotencia.

-Sois unos cerdos... cabrones…

El joven de seguridad la agarró por las piernas y se las levantó. Después hundió su cabeza en la entrepierna y comenzó a comerle el coño provocando que la mujer se excitase pese a la violenta situación que estaba viviendo. Pasaba la lengua por la raja separando los labios vaginales y bebiendo el abundante flujo caliente que manaba de los pliegues de sexo de Jess. Ella se dejó llevar y comenzó a gemir de gusto sintiendo cómo le llegaba un orgasmo con la lengua de aquel joven violador. Intentaba cerrar las piernas en torno a la cabeza de él que se las separaba con sus poderosos brazos. La mujer dio un grito de placer cuando el orgasmo la hizo convulsionar y correrse en la boca del segurata:

-Qué guarra es la puta. Cómo se ha corrido. -El de mantenimiento disfrutaba humillando a la mujer.

Sin darle tregua, el joven se puso de pie y, cogiéndose la polla, le golpeó el coño con ella. Jess miró para comprobar con sus propios ojos las dimensiones de aquel monstruo. La mujer quedó impresionada, el grosor era el de una lata de refresco y sobrepasaba con creces los 20 centímetros. Mirándolo a los ojos sintió como el tipo profanaba su coño con aquella estaca. No pudo evitar un grito de dolor cuando, tras un fuerte golpe de cadera, el joven se la incrustó en lo más profundo:

-Vas a aprender a ser educada… -Dicho esto comenzó un mete saca frenético.

Jess se retorcía sobre la mesa con las piernas levantadas sobre los hombres de su agresor y sujeta por este. El de mantenimiento tuvo que sujetarla, agarrándole las tetas. Incluso tomó el plug anal y se lo introdujo em la boca para evitar que siguiera gritando. Después de 10 minutos el hombre tensó su musculatura, echó su cabeza hacia atrás y con un grito se corrió abundantemente en el coño de Jess. A estas alturas ella era un juguete en manos de aquellos dos animales. El tipo aún siguió clavándosela un par de veces más provocando escalofríos en la mujer.

Al retirarla, la raja de la vagina palpitaba escupiendo la leche del segurata. Jess intentaba juntar sus piernas. De su interior salía el líquido viscoso y bajaba hasta sus glúteos. El hombre de mantenimiento la miraba a la cara:

-Ya no eres tan altiva ¿eh putita?

Luego la levantó de la mesa y la puso de pie contra la pared. Se pegó a ella, acercó su boca a su oído:

-Ahora si que te va a gustar lo que voy a meter por el culo. -Jess negaba con la cabeza con el plug aun en la boca. El hombre se lo quitó por fin.

El hombre de mantenimiento le acarició la cara y descendió por su cuello hasta cogerle las tetas y pellizcarle los pezones. Mientras se las amasaba, la mujer sintió como el grueso miembro de aquel cincuentón crecía entre ellos. Después notó como los dedos del hombre hurgaban en su dilatándose. Comenzó a pajearse contra el culo de ella:

-Qué ganas tenía de partirte el culo perra.

La agarró de la melena, colocó la cabeza de su polla en la entrada de su ano y con un golpe de cadera le calzó hasta la mitad. Jess gritó cuando su ano se abrió de manera dolorosa. Sintió como si le ardiese. Aún no se había recuperado cuando le volvió a meter otro puntazo. Ahora se la clavó entera:

-Aayyy, cabrón mi culo...

-Grita zorra, grita. Cuanto más te duela más me gusta.

El hombre comenzó a sodomizarla de manera violenta. Se excitaba con cada grito que la mujer daba cuando su polla se clavaba en su esfínter. Finalmente la agarró por el abdomen y con cada golpe de cadera el cuerpo de Jess se levantaba del suelo. La estaba destrozando:

-Jódete puta. Te voy a reventar.

La mujer no paraba de gritar. Un dolor agudo recorría su intestino desde su ano. La polla de aquel hombre le estaba provocando un desgarro anal de consecuencias importantes. Por fin anunció que se iba a correr. Cuando ella sentía que no tendría más aguante el hombre comenzó a correrse dentro de su culo. Ahora le tiraba de la melena y azotaba con fuerza sus nalgas mientras su polla terminaba de soltar toda la leche que quedaban en sus reservas.

Jess se mantenía en pie por el empuje del tipo, sus piernas le temblaban y le fallaban. Nunca había vivido nada igual. Había estado en prácticas sexuales extremas. Con su marido había asistido a orgías y hecho tríos pero nada similar a esta violación. El joven le había metido una follada con un pollón de impresión y el viejo le había reventado el culo como nunca antes nadie.

La mujer cayó rendida a los pies de sus agresores que reían satisfechos. De sus agujeros (coño y culo) salían chorros de semen manchando el suelo de aquel almacén. Fue levantada y sacada de allí a la fuerza. Totalmente desnuda y ultrajada fue expulsada y dirigida al garaje. Solamente con su bolso fue en busca de su coche. En su cara restos de semen resecos se mezclaban con las lágrimas que arrastraban su rímel. Al sentarse en el coche sintió que su culo estaba muy dolorido.

Arrancó su coche y salió rápido. Las ruedas chirriaron en el suelo del garaje solitario. Al llegar a la salida se abrió la barrera y se incorporó a la circulación. Pese a la hora, más de las 12 de la noche, había muchos coches. Al parar en los semáforos los conductores se le quedaban mirando. Y es que no era normal ver a una conductora desnuda al volante. A Jess no le preocupaba lo más mínimo el que la vieran desnuda sino explicar que había sido violada por los empleados del edificio donde trabajaba.

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