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Las experiencias de P.

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Mi nombre es Pa, en ese momento tenía 35 años. Soy madre. Había estado casada durante varios años, pero como siempre, problemas de pareja y de la vida llevaron a que se terminara. Fue una experiencia dolorosa y traumática. Incluso después de la separación, pensaba que podría volver con mi esposo. Pero algo sucedió que cambió todo: poco después de irse de casa, él se fue a acostar con otra persona, aunque no sé quién ni dónde. Mi mundo se vino abajo al mismo tiempo que nacía un sentimiento de despecho que aún no estaba claro para mí.

Mi ex había sido el único hombre en mi vida, él fue con quien tuve relaciones sexuales por primera vez y con quien hice el amor, no solo "cogí". Probamos algunas cosas, pero tal vez nada fuera de lo común. Sin embargo, eso no impedía que lo disfrutara y que me gustara hacerlo. No puedo darle una calificación, ya que al final, cada encuentro, cada vez que se tiene intimidad con alguien, las sensaciones, el deseo y el cuerpo son distintos, la experiencia es nueva y el placer llega de diferentes formas.

Con el dolor y la esperanza de una reconciliación lejana, y la soledad de mi nueva soltería buscada, decidí hablar con alguien, compartir, charlar y distraerme para dejar de pensar en lo malo. Así que decidí entrar a un chat, donde empecé a conocer hombres de todo tipo. Algunos eran muy agresivos y directos, solo querían sexo y nada más, sin charla ni conocimiento mutuo. También conocí a otros que no eran así, que querían conversar.

Entre las conversaciones, uno de ellos me decía que quería invitarme a su casa, que quería pasar un buen rato conmigo. Yo era inocente y no veía sus intenciones, no sabía a qué se refería. No acepté ir a su casa, pero sí salir. Salimos a caminar y hablar; todo fue tranquilo, no hizo ninguna insinuación y nos despedimos. Pero después de eso, cambió. Ya no había dudas acerca de lo que él quería. Me escribió y me dijo que se había quedado con ganas de darme un beso, de sentir mi piel y de pasar sus manos por todo mi cuerpo.

Quedé sorprendida, aunque no completamente. A pesar de mi inocencia, en el fondo yo sentía ganas de probar algo nuevo, quizás por despecho, pero también porque el cuerpo es débil y el sexo me gusta, aunque nunca haya sido lo más importante en mi vida. Leer sus mensajes me erizó la piel y me hizo sentir deseada. Me imaginé el momento y eso me excitó, pero tenía miedo de admitirlo. El sentimiento de culpa se apoderó de mí, así como la vergüenza, ya que solo había estado con una persona en mi vida y solo una persona me había desnudado, tocado mi piel, mi trasero y mi vagina.

Pero él era menor que yo, y pensaba en lo que diría la gente, que era algo incorrecto. Luchaba con mis deseos y me resistía. Volvimos a salir, y esta vez él fue directo a lo que quería. Me llevó a un alojamiento y, en ese momento, no reaccioné, solo lo seguí. Una vez dentro de la habitación, me besó y no puedo negar que me gustó. Él quería más, pero no lo permití. Al final, nos quedamos hablando.

El deseo aumentó, ese beso en la habitación me dejó con ganas de más. La culpa seguía, pero habían pasado meses sin tener relaciones sexuales y la masturbación nunca había sido lo mismo. Sentir sus labios me excitó. Él no se rindió y volvimos a salir. Esta vez, ya no pude resistirme a pesar de sentirme culpable. Esta vez, quería sentirlo dentro de mí, quería experimentar con un cuerpo nuevo.

Fuimos directo a la habitación y no hubo mucha charla. Los besos comenzaron y ya no había resistencia, solo deseo, que aumentaba a medida que los besos se volvían más intensos. La ropa empezó a caer y estaba a punto de estar con otra persona. La vergüenza de la desnudez se perdió por la excitación. Mi vagina estaba cada vez más mojada, sentía su pene erecto, duro, chocando con mi cuerpo, y estaba excitada. Solo dejé que me poseyera y cerré los ojos para sentir placer y entregarme por completo, aunque también con culpa. Él me decía que le encantaba mi trasero, mi cuerpo, y que quería tener relaciones sexuales conmigo. Lamió mi cuerpo, mis pechos y mis pezones, que estaban muy duros. Llegó a mi vagina, que estaba empapada. Ya quería sentir su pene dentro de mí y así fue. Ahí entendí que el sexo era para disfrutar, para entregarse al placer sin remordimientos ni cuestiones morales. Fui suya, pero ahora el sexo era parte de mí. Lo hice mío, empecé a disfrutar y conocer mi cuerpo, a experimentar, y también desarrollé un gusto por los hombres más jóvenes que yo...

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