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Leyendo a Bataille y pensando en batir atole

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Esta es una historia, en voz de Stella, sobre su experiencia en el gusto de los hombres por el atole, experiencia tratada por otros autores del foro. 

Pues después de tanta insistencia de mi amigo Cornelio porque intimara con Estella, su exesposa para que hiciéramos un trío, accedí. Pero le pedí que antes de hacer algo juntos, me permitiera intentar restaurar nuestra amistad, la cual se distanció con la separación de ellos.

¡En verdad que Estella es una mujer con vocación puteril!, como dice despechadamente José Vasconcelos de Consuelo Suncín, quien después fue la esposa de Antoine de Saint Exúpery. Después de unos minutos de hablar por teléfono ella me propuso tomar un café para platicar y después seguirla con farra o “lo que saliera”. Desde luego que accedí. Resultó muy platicadora y me contó lo que apenas había ocurrido entre Cornelio y ella y un amante, que no es el mismo al que se refirió Cornelio en «echar leche después del amante«, y que pueden leer en este foro. Va tal como Estella me lo contó.

A mis hijos les tocaba estar este fin de semana con su padre quien los recogió el viernes en la noche y regresaría a dejarlos la noche del domingo. Por mi parte, estaba dispuesta a pasarla en cama ese fin de semana, pero no sola… Ya había preparado el avituallamiento que requería para no necesitar salir de casa, sólo faltaba mi hombre y sabía que llegaría de un momento a otro. Únicamente traía puesta la bata de baño con la que me cubrí al terminar de ducharme en la tarde. Ya me había secado y cepillado el pelo.

Continué con la lectura de un libro de Bataille que había iniciado hacía unos días y tuve claro por qué veía las estrellas cuando me poseía mi amante: al inicio sólo teníamos mimos y cariños tiernos el uno para el otro, pero en el momento culminante del coito cambiábamos las caricias por rasguños y fuertes presiones que nos dejaban laceraciones y moretones, que empezaban a doler hasta que nuestras respiraciones se normalizaban y el sudor terminaba por evaporarse. Recordé su presencia más reciente y los orgasmos que sentí mientras él eyaculaba; mi vagina inició una serie de pequeñas contracciones y claramente volví a apreciar el calor de los borbotones de semen dentro de mi ser…

El libro se cayó de mis manos y una de éstas, sin que yo advirtiera cómo pasó, acariciaba mi monte con movimientos circulares resistiéndose el índice y el anular a despegarse de mi clítoris… El timbre sonaba insistente y caí en cuenta que mi hombre tenía rato que había llegado. Suspendí mis caricias, me amarré el cinto de la bata y fui a abrir.

Abrí la puerta, aún no terminaba de saludarme y lo jalé al interior, cerré el acceso y le di un gran beso. Mi lengua navegó dentro de su boca y mi mano me daba cuenta exacta qué tanto crecía su miembro. Él me cargó sosteniéndome únicamente de las nalgas y me llevó directamente a la recámara. Me acostó desnuda sobre la cama. Yo estaba mojadísima y muy caliente. Simplemente me abrió las piernas, me besó los labios, los abrió con su lengua y probó mi flujo. Metió la lengua y se puso a chupar desmedidamente mientras me agarraba las nalgas con una mano y el pecho con la otra. Yo empecé a tener un orgasmo tras otro, lo tomé de la cabeza para presionarlo contra mi vulva, restregué mi pubis en su cara y veía como ésta se le iba mojando con mi flujo dejándole una gruesa pátina húmeda y viscosa.

–¿Qué hacías, golfa, que no me abrías? ¡Estás mojadísima! ¿Te masturbabas o tratabas de limpiarte la cogida que te dio tu ex cuando vino por tus hijos? –decía exaltado de pasión y de celos sin detener sus mamadas y yo lo gozaba intensamente.

–¿A qué te sabe, sólo a mí o la mezcla que ya has probado con deleite? –le pregunté para enardecerlo más; aunque sí, mi exmarido me cogió un buen rato la noche anterior, pero ya me había aseado.

–¿De verdad te acaban de coger, mi mujer? –preguntó, más extrañado porque no había atole ni verijas escurridas, ni pelos pegados con semen seco –Sabes rico, pero no hay rastros de semen, si acaso un olor a amor consumado hace muchas horas –precisó presumiendo su gran olfato y su sentido del gusto.

–Me pajeé recordándote, pero me interrumpió el timbre, los niños se fueron desde anoche y… ya me bañé –le dije y él arqueó las cejas olfateándome con mayor detenimiento.

–Sí, hueles a jabón, te hubieras esperado un poco para… bañarnos juntos.

–Lo haremos antes de acostarnos.

–Sí, así le tocará mi recompensa por las veces que tomo el atole aderezado con el amor que él siente aún por ti –me dijo fingiendo disgusto y celos.

–Seguramente te lo agradecerá pues también a él le gusta tu aderezo, desde antes que nos separáramos, así como a ti te gusta el suyo desde entonces –le dije para ubicarlo en esa relación gastronómica sexual que compartían.

–La verdad es que al cogerte te vienes mucho y es rico beber tus jugos, pero si además te dieron mucha carga, se fermenta muy rico, eso es lo que nos gusta –precisó, dando en el gusto exacto que compartían.

A mí me fascina verlos prendidos con sus labios a mi vagina haciendo que su lengua navegue dentro de ella, abrevando mis venidas revueltas con las suyas, propias o del otro. Lo que poco a poco le fui tomando gusto fue a los besos con sabor a orinal de cantina que era como olía mi vagina en las mañanas después de un día de sexo y sin asear, ahora entiendo que el semen es el fermento para producir ese olor y sabor con mis jugos, que les gusta más después de varias horas. Pensar que, en mi entonces marido, ese gusto nació una noche que llegué después de un día completo de sexo con mi amante. Al llegar, para no tener discusiones al ver su rostro con gesto agrio, lo seduje con besos y caricias nuevas que él aceptó de inmediato. Me penetró chacualeando con mucha enjundia en mi panocha inundada, pero, antes de que se viniera, lo tumbé en la alfombra y mamándole la verga llena de atole lo obligué a hacer el 69 que él y yo nunca habíamos hecho juntos y probamos el amor consumado entre mi amante y yo.

Pensé que lo estaba humillando, pero él no dejaba de chuparme aun sabiendo de dónde venía y qué había hecho. Con mi amante fue similar: un lunes en la mañana que amanecí ensartada, además de haber estado así todo el domingo, después de dejar a los niños en la escuela, llegué a su casa donde me recibió en piyama y quise comprobar mi suposición. Me encueré, le bajé el pantalón y me fui al 69 que aprendí con él. La reacción fue idéntica, ¡quedó fascinado lamiéndome los pelos, las verijas y el ano, además de querer acabarse mis flujos que seguían manando! Sí, a los hombres les gustan las mujeres muy cogidas. Así que me atreví a proponerle que pagara con la misma moneda a su benefactor del placer culinario:

–Pues tenemos toda la noche, además de la mañana y la tarde del domingo, para hacer un rico atolito de amor para mi ex. Yo me encargo de servírselo y quizá lo convenza de que amanezca aquí para desayunar rico… Te esperaré, sin asearme, el lunes en la noche para decirte qué le pareció, mientras tú degustas algo similar.

–¡Eres una golfa…! Dijo y me penetró dándome la primera prueba líquida de su amor de ese día.

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