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Ligando con el as de picas

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Con el paso de los años, ya no me sorprenden las ocurrencias de mi mujer a la hora de buscar pretextos para ligar por ahí, de manera que, ese sábado en la noche, cuando salió del baño luciendo un sugerente baby doll negro, muy transparente, fue inevitable ver que tenía tatuado en sus pantorrillas, arriba de los tobillos, el famoso as de picas que utilizan los hotwives. En principio no dije nada y traté de hacerme el desentendido del tema.

Pero, recostados los dos en nuestra cama, viendo la televisión, fue inevitable hacer referencia a ello, pues los movimientos de su cuerpo, acomodándose en una u otra posición, exponían a cada instante, los famosos tatuajes, hasta que, pasados unos minutos, no tuve remedio y pregunté, ¿Oye, y eso qué? Te gustan, respondió ella. Pues sí, llaman la atención. ¿Son permanentes? No, replicó ella. Están pintados con Jenna y se desvanecen naturalmente. Pero también se pueden quitar, si uno lo desea. Supuestamente pueden durar hasta tres días.

Bueno. ¿Y para qué te los pintaste? Ya sabes, dijo ella, que este símbolo significa que quien lo porta es una mujer casada, con permiso para ligar con otros hombres con el consentimiento del marido. Si, eso lo sé. ¿Y? Pues que me causa curiosidad ver cómo reaccionan los hombres conmigo si me ven ese tatuaje. Ya, entendí. Tu lo que quieres es revolcarte con alguien el día de hoy. No seas tan agresivo. Hace días que no salimos y se me ocurrió que esto pudiera ser algo diferente para conocer a alguien y propiciar un encuentro.

Puestas las cartas sobre la mesa, las intenciones eran claras. Entonces, dije, qué propones. Lo de siempre, respondió. Vamos a algún sitio, nos tomamos algo y esperamos a ver si alguien se acerca. Me parece, dije yo, sin embargo, que con la poca luz que hay en esos sitios, difícilmente se va a notar esos tatuajes. Más aun si estas vestida. Ya lo había pensado dijo ella, así que pienso no usar medias, ir con las piernas desnudas, al natural, para lucir los tatuajes y ver qué pasa. Entonces, todo planeado, respondí. Veamos qué pasa dijo ella.

De acuerdo en la propuesta, ella procedió a alistarse para la ocasión. Se vistió de negro, por lo cual su piel blanca resaltaba a la vista y, claro, era inevitable fijarse en los tatuajes. ¿Será que quienes estén por ahí saben de qué se trata y se prestan para algún tipo de intercambio? Eso era lo que ella, en medio de su calentura, quería comprobar. De todos modos, funcionara o no, ya sabía yo que iba terminar teniendo sexo con alguien de su gusto.

Se me ocurrió, entonces, siendo sábado, ir a un hotel frecuentado por visitantes extranjeros, muy elegante, con la excusa de tomarnos algo antes de ir a los sitios donde sabíamos con certeza que íbamos a ligar. Pero surgió en mi imaginación, la imagen de algún hombre acercándose a mi mujer con la curiosidad de saber de qué se trataban aquellos tatuajes.

Como es habitual en aquellos lugares, el área de la recepción está bastante iluminada, así que procuré acomodarnos cerca a la entrada de la discoteca, esperando que fuera un poco más tarde y aprovechar el momento para ver qué tipo de personas ingresaban allí. La noche aún era joven, así que podíamos esperar un rato y, si las cosas no iban como esperábamos, pues arrancábamos para los antros de siempre, con la certeza de que algo se presentaría.

Pedimos unos cocteles y nos pusimos a hablar de muchas cosas. Por esos días andábamos estudiando psicología, así que el tema de las sensaciones, las percepciones, los juicios y los comportamientos caían como anillo al dedo para la situación. Varias parejas habían ingresado a la discoteca del hotel y unos pocos hombres, de diferentes pintas, habían desfilado delante de nosotros.

Pasado el tiempo, uno de los meseros que atendía en la discoteca se acercó a nosotros para preguntarnos si teníamos intenciones de ingresar a la discoteca. Bueno, la verdad, contesté, no lo hemos decidido aún. ¿Por qué lo pregunta? Hay algunos huéspedes que han preguntado si ustedes están alojados aquí. Y, para tener una respuesta, quise preguntarles. Entiendo, dije yo. Bueno, entramos aquí para conocer el hotel, es nuestra primera vez, y no conocemos a nadie, así que, si nos animamos, de pronto nos damos una vuelta en un rato. Claro que sí, dijo el muchacho, los esperamos.

Entre charla y charla, nos habíamos tomado unos cuatro cocteles, cuando, de un momento a otro, se acercó a nuestra mesa un señor, diría yo que no tan joven, madurito más bien, que muy educadamente entabló conversación. Hola, buenas noches, nos saludó. Hola, ¿nos conocemos? Dije yo. Creo que no, respondió. Es solo que ando de paso por esta ciudad y quisiera compartir conversación con alguien para no estar solo. Y como los he visto aquí hace ya bastante tiempo, me tomé el atrevimiento de venir. ¿Por qué no?

Pierda cuidado, no hay problema. Quisimos conocer este hotel y, para pasar el rato, decidimos tomarnos algo y conversar aprovechando este ambiente. Nos pareció agradable. Me llamo Enrique y ella es mi esposa Laura. Encantado, respondió dirigiéndose a ella muy amablemente. Me llamo Ramón y vengo de Asunción en el Paraguay. Soy ingeniero químico y trabajo para FAPASA, la empresa farmacéutica líder en mi país. Y asistí a un congreso que se llevó a cabo hasta ayer. Mañana estaré de regreso y, digámoslo así, esta noche estoy un poco desprogramado.

Tranquilo, contesté. Podemos hacernos compañía y pasar un rato juntos, comenté. Sin embargo, mirando de reojo a mi esposa. La noté un poco desencantada con la situación, pues ella tenía en mente otros planes. De todos modos, pensé para mis adentros, que bien podíamos charlar con aquel un rato y que, no habiendo opciones diferentes, pronto diríamos que teníamos algo que hacer y nos despediríamos en busca de la aventura que mi mujer tenía en mente. nos parece agradable.

Empezamos a conversar con Ramón sobre los temas habituales y preguntarle cómo le fue en su evento, cómo lo han atendido, es su primera vez en nuestro país, ya había estado antes en esta ciudad, qué aficiones tiene y demás datos propios de ese tipo de vínculos. Dijo no ser casado y, al expresarlo, vi un rostro de complacencia en mi esposa, lo que me dio a entender que el tipo, que se expresaba muy bien y educadamente, de alguna manera, le gustaba.

A la par de eso, era evidente que Ramón, educado, discreto y muy cortés, no dejaba de observar a mi mujer, tratando de no ser imprudente, pero sus ojos bajaban con frecuencia para detallar sus piernas y, de seguro, los tatuajes que había en ellas. Mi mujer, curiosa, como siempre, le pregunto si entre sus aficiones estaba la música y el baile, a lo cual él respondió afirmativamente. Manifestó que le encantaban los ritmos del caribe, el merengue y la salsa y que, cuando se daba la oportunidad, cedía a la tentación de moverse un rato al vaivén de esa música.

Fue ella, entonces, que, dando muestras de cortesía y atención, le propuso que, si gustaba, podían bailar un rato y aprovechar la música que en ese momento se escuchaba procedente de la discoteca. El, claro, encantado, aceptó la propuesta, mirándome en busca de obtener mi aprobación, que, sin decirnos nada, solo con los gestos que nos prodigamos, entendió que la tenía. Así que nos levantamos y nos dirigimos a la discoteca.

Cuando ingresamos allí le pedí al mesero que nos había interrogado que nos acomodara en un buen lugar, que, curiosamente, era la esquina más apartada y oscura. Oiga, me dirigí al mesero y le pregunté ¿de casualidad este señor era el que preguntaba por nosotros? Si señor, así es. ¿Manifestó algún interés especial? Continué. Bueno, parece que estaba fascinado con la dama y quería conocerla. ¿De verdad? ¿Dijo algo acaso? Le pareció guapa, fue lo que mencionó. Pero nada especial. Estaba como desprogramado.

Nos acomodamos en la mesa y como se había prometido, mi esposa no dudó en llevar a Ramón a la pista de baile. Y, por lo visto desde la mesa, como pareja de baile pasaba la prueba. Se le veía divertidos y entregados a la actividad, haciendo piruetas, vueltas y pases de todo tipo. Ramón de seguro tenía experiencia en eso y lo estaba haciendo bien. De modo que, entrados en las faenas del baile, se olvidaron que yo existía.

Al rato, pasadas varias tandas, regresaron a mi lado. Yo ya me iba a ir, comenté sarcástico. Que pena, se apresuró a comentar él, no era mi intención. Baila muy bien, dijo mi esposa, y la hemos pasado rico. No nos hemos dado cuenta y es que cuando algo gusta y se disfruta, el tiempo pasa volando y uno ni cuenta se da. Así es, ciertamente, comentó Ramón. La verdad es que Laura baila muy rico y se siente uno a gusto en su compañía. Les agradezco que me hayan acogido.

Nos tomaos algo mientras reposaban de su faena bailable y, en algún momento le comenté a Laura, bueno, dame chance de bailar contigo un rato, porque después de lo que vi, imagino que ya no hay que buscar a nadie esta noche. No está mal, me dijo, pero nada, solo bailamos y la pasamos rico. Si, dije, pero en ese pasarla rico ya le habrás calibrado el tamaño y dureza de su verga y, si se mueve bien, ya te lo imaginarás montado encima de ti. ¿O me equivoco? No digas eso. El tipo tiene lo suyo, pero nada se ha dicho del tema. Pero ¿te gustaría? Pudiera ser, ¿por qué no? Pero es todo un caballero. Y muy educado. ¿Y es que acaso, los caballeros educados no culean? Ella solo sonrió.

Salimos a bailar, entonces, para no pasar yo la noche en blanco. Ella, a mi parecer, ya tenía su prospecto de aventura, así que tenía que aprovechar esos momentos de esparcimiento, porque después solo iba a ser espectador de lo que suponía yo vendría a continuación. Ramón, sin embargo, se mostraba en extremo prudente y tal vez medía con cautela su forma de proceder. Así que, después de haber bailado un rato con Laura, volvimos a la mesa y entablamos una conversación un poco más atrevida.

Ya entrado en confianza, dije, bueno Ramón, díganos la verdad, que motivó que se acercara a conversar con nosotros. Aquí había más gente, así que por qué nos escogió. La verdad, dijo, me pareció una pareja especial, no sé por qué, y simplemente me atreví a acercármeles y conversar con ustedes. ¿Algún interés especial? Pregunté. Bueno, dijo sonriendo, que les puedo decir, Laura es una señora atractiva, destaca y llama la atención, no puedo negarlo. Así que tuve la curiosidad de acercármeles. Eso es todo.

Laura, interrumpiendo, dijo, bueno Ramón, ya no más conversación y vamos a bailar. ¿Le parece? Si, respondió, por mi encantado. No sé si le molesté, dijo dirigiéndose a mí. Para nada, contesté. La pista es toda suya. Así que aproveche y disfrute que la noche aun es joven. Y así, presurosos, se dirigieron a la pista y empezaron a bailar. Las tandas de música fueron transcurriendo y, al ver cómo se acoplaban y juntaban sus cuerpos, ya sabía yo donde iba a terminar aquello.

Sin embargo, Ramón parecía no querer tomar la iniciativa. Tal vez no quería echar a perder la velada. Llegados a la mesa, entonces, pregunté, bueno Ramón, quiere hacer algo más, ya se está haciendo tarde. Pues, la verdad, el sitio está agradable y no conozco, de modo que estoy en sus manos. Bueno, si quieres, damos una vuelta por acá cerca y conoces algo del ambiente nocturno por este sector. Sí, dijo él, me parece bien. Entonces, siguiendo las intenciones de mi esposa, pagamos la cuenta y salimos de allí en dirección a otro lugar, a juicio de ella, me diría después, menso expuesto y más reservado.

Nos dirigimos a los sitios de siempre, ya conocidos por nosotros, con un ambiente bastante sugerente para que las parejas de amantes desfoguen su energía y hagan derroche de sus más anheladas pasiones. Andamos por ahí, caminado por varias calles, deslumbrando a Ramón con las luces de neón que caracterizan estos lugares y despertando su curiosidad sobre el qué pasará ahora. Y, entonces, entramos a uno de los lugares frecuentados, oscurito, reservado y con fácil acceso a las habitaciones.

Laura, no más entrar, tomó de la mano a Ramón y lo llevó a la pista de baile, por demás oscura como el resto del lugar, dejándome a mí la responsabilidad de acomodarnos y disponer lo que fuera conveniente. Y sabiendo lo que se venía, Sali del lugar para reservar habitación en un lugar conocido, ubicado a unos metros de allí. Y, con todo dispuesto, incluidos los condones para el caballero, por si acaso, regresé al lugar.

No me extrañó, para nada, que una vez nos reuniéramos en la mesa que había conseguido, Laura apareciera algo despelucada y desacomodadas sus ropas, por lo que intuí que aquellos ya se habían dado una buena sesión de masaje corporal mientras bailaban y que ya conocían su intimidad. Ya nada era secreto. Faltaba el punto final. Laura, como siempre, diligente, mencionó que ya era tarde y que era había que apresurarnos, sin decir específicamente, apresurarnos para qué. Dijo que se iba a arreglar un poco y nos dejó solos mientras tanto.

Bueno, pregunté a Ramon, tratando de mantener la conversación mientras ella estaba ausente. ¿Cómo le fue? Bien, respondió. La he pasado muy bien en su compañía. Y ¿falta algo para terminar la velada? Se quedó mirándome, como buscando las palabras adecuadas para dirigirse a mí y, algo dudoso e inseguro, me dijo, me gustaría hacer el amor con Laura. Fingí sorpresa y respondí preguntando, ¿de verdad? Sí. Vi los tatuajes en sus piernas y supongo, si no me equivoco, que es una mujer libre para tener relaciones sexuales consentidas con otros hombres, si ella así lo quiere. ¿Y ella así lo quiere? Continué importunándolo. No lo sé, no lo hemos hablado, pero por el rato que hemos compartido juntos bailando, pensaría que ella lo desea tanto como yo la deseo a ella, si usted está de acuerdo, claro está.

Llegada Laura nuevamente, acicalada y dispuesta. Alenté a Ramón a que le manifestara a ella su deseo, si es que antes ya no lo había hecho. Me juró que no, así que yo tome la iniciativa. Oye, me dirigí a mi esposa, le pregunté a nuestro invitado si faltaba algo para que su velada fuera completa. Y ella, dirigiéndose a él, preguntó, ¿acaso falta algo? Sí dijo él, quisiera que me dieras la oportunidad de hacer el amor contigo. Si te parece. Ella, con una sonrisa cómplice y coqueta, solo dijo, por qué no y, extendiéndole la mano, lo invitó a bailar nuevamente. Mientras se iban, le susurré a ella, ya todo está listo, el lugar de siempre, habitación 202. Allá los espero.

Yo pagué la cuenta y me dirigí para revisar la habitación y verificar que estuviera dispuesta. Casi media hora después de haberos dejado aparecieron. No más entrar, Ramón abrazó a mi mujer para besarla con mucha intensidad y pasión. Era la continuación de lo que habían iniciado en la pista de baile, así que ya venían encendidos. Ella, mientras él la acariciaba, iba soltando discretamente el cinturón de su pantalón para, con delicadeza, introducir su mano y palpar el miembro erecto de aquel que, para ese momento, ya debería estar más que dispuesto.

Ramón no se puso con más preámbulos y, siguiendo a mi mujer en su iniciativa de acariciarle, se dispuso a desnudarla de inmediato, alternado el retiro de prendas. La blusa de ella, la camisa de él, el sostén de ella, la camiseta interior de él, pausada por las correspondientes caricias para palpar y sentir cada uno la textura de la piel del otro. Que decir que Ramón se deleitó acariciando con especial dedicación los senos de mi mujer, lo cual alternaban besándose una y otra vez.

Luego, otra vez con el ceremonial; primero despojándose él de su pantalón antes de despojar a mi esposa de su falda, luego retirándose su pantaloncillo antes de retirar los pantis de ella. No sé, pero mi esposa tiene suerte para dar con pollas grandes, y en este caso, gordas, que disfruta plenamente, porque la llenan hasta el fondo de sus entrañas hasta decir no más.

No fue más sino ver ese tremendo miembro que, de inmediato, sintió la necesidad de tenerlo dentro de su boca y chuparlo, como no. Así que, colocándose en cuclillas, frente a él, procedió a saborear con muchas ganas ese reluciente y erecto miembro. Algo estaba haciendo bien ella, porque Ramón hacia gestos de satisfacción y gemía, conteniendo quizás su prematuro orgasmo. Ella lamió y lamió, y masajeó esa verga por todas partes, mientras aquel retorcía y retorcía su cuerpo, poniendo sus ojos en blanco cada vez que ella movía sus labios sobre su pene.

Ramón estaba al borde del éxtasis y no esperó más. Le pidió a ella que interrumpiera sus caricias, la llevó a la cama, acostándola de espaldas, pero, antes, le pasé el condón, por si acaso. Se lo puso veloz, como una flecha, y se abalanzó sobre ella, penetrándola sin demora. Laura debía estar ansiosa de ese momento porque, no más sentirse penetrada, empezó a gemir de lo lindo y a contorsionar su cuerpo, seña de que está excitadísima y muy caliente. El bombeaba con intensidad y cubría con su cuerpo el cuerpo de mi esposa, besándola con mucha pasión. Los dos, al parecer, estaban gozando de lo lindo ese momento.

Mi mujer, por lo visto, disfrutaba de ese macho a plenitud. No se había equivocado en la elección. Y Ramón, como no, para nada desperdiciaba la oportunidad que se le había dado y taladraba a mi esposa sin parar, tanto, que, en un momento dado, contorsionó sobre ella hasta quedarse inmóvil. Había llegado por fin y, para disimularlo, continuó besándola sin parar, masajeando sus nalgas una y otra vez. Luego, poco a poco, se fue retirando, acostándose a su lado sin dejar de tocar su cuerpo. Todavía quería más.

Laura es una mujer que disfruta sus encuentros, sea como sea. Agradece las oportunidades que se le presentan y no encuentra reproche en lo que le ofrecen sus circunstanciales amantes. Y Ramón no era la excepción. Ya bastante se habrían disfrutado mientras bailaban y creo, sin duda, que ya sabían que esperar el uno del otro al llegar al contacto sexual ansiado durante toda la noche. Estoy seguro que él, desde que nos vio, sentados a la entrada de la discoteca del hotel, ya se imaginaba montándola como lo estaba haciendo ahora.

Poco a poco volvió a coger ánimos. Mi esposa ayudo en el proceso, pues no dejó de masajear delicadamente su pene para que estuviera duro y en condiciones de ser disfrutado otra vez. Y al rato, ya, de nuevo vigoroso, a Ramón se le ocurrió penetrarla en posición de perrito. Y ella, obediente se dispuso a recibirlo, tal como él lo sugería. Mi sorpresa es que, en la base de su espalda, también se había tatuado un as de picas, así que aquel, al ver ese símbolo, se envalentonó para penetrarla con mucha intensidad y darle toda la verga de la que fuera capaza para satisfacerla.

Ella estaba complacida. Gemía con cada embestida de él y le correspondía en sus movimientos, tratando de disfrutar de ese miembro en todos los rincones de su vagina. El empujaba y ella hacia lo mismo de vuelta. Hasta que, cada uno por su lado alcanzó el orgasmo. Estaba chiflada con su amante ocasional, y eso que al principio pareció no gustarle. Pero así es la vida y así son estas cosas. Sin planear mucho las situaciones se dieron y, ciertamente, el as de picas capturó la atención de -Ramon para el disfrute de mi hembra en celo.

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