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Lluvia Dorada. Una buena manera de reutilizar el agua

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A los veintidós años tuve una novia ecologista comprometida con el medioambiente;

quiso infundirme con charlas sus ideas para concienciarme y cambiar mi mente.

Todo lo usado lo quería reciclar ante la sequía que ya amenazaba por aquellas fechas;

con sus aguas menores obligaba a ducharme y a beber en abundancia de sus cosechas.

 

Se llamaba Casandra y era una chica fitness que bebía tres litros de agua al día;

cuando los evacuaba obligaba a tumbarme en la bañera y recibirlos como correspondía.

Ella iba dirigiendo los chorros de orina por mi cabello, rostro y resto del cuerpo;

Casandra se reía al verme abrir la boca como quien bebe de un botijo. ¡Soy muy puerco!

 

En cualquier lugar donde le entraran ganas me exigía el colocarme bajo su pelvis;

en parques y jardines me bañaba con sus caldos rosados, quedándome un tupé a lo Elvis.

El perfume a orina de hembra en celo no pasaba desapercibido entre la gente;

sobre todo a partir del tercer día, la peña se volvía a mi paso, era un olor persistente.

 

Intentó inculcarme también la idea de alimentarme con sus aguas mayores;

pero como agricultor preferí que fuera la tierra quien le diera usos mejores.

Otra cosa era hacer de váter humano con sus vomitonas bulímicas frecuentes;

el sabor era más aceptable y como mascarilla facial era una pasta bastante decente.

 

Cuando mea sobre mi cara no necesita usar un Kleenex para secarse el chocho;

yo se lo chupeteo y lamo hasta dejárselo limpio y más seco que un bizcocho.

En alguna ocasión tuvo un microorgasmo mientras me orinaba estando de pie;

es la postura que más le pone, conmigo bajo palio. La sujeto para que no tambalée.

 

A veces se colocaba en cuclillas sobre mi pecho apuntando los chorros hacia mi boca;

yo iba deglutiendo sin perder comba, para que no se desperdiciara ninguna gota.

Para incentivar el morbo, Casandra, había días en los que bebía menos;

así conseguía una orina concentrada con un olor más fuerte y un sabor a truenos.

 

Casandra era una gran experta combinando bebidas y alimentos;

para que los caldos de su cosecha fueran variando en acidez, mejorando mi sustento.

En una tinaja suele vaciar su vejiga y sus cansados pies sumergir;

el fetichismo de pies me puede y se los chupo, disfrutando del elixir.

 

Con el tiempo me cambió por un maromo dispuesto de sus aguas mayores nutrirse;

Casandra estaba tan buenorra y el moscardón subió tanto la apuesta, que ella decidió irse.

Siempre habrá competencia tirando por la borda lo mucho conseguido;

meses después me reconoció que con nadie más que conmigo, su coño estuvo mejor servido.

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