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Los cuernos ajenos, a veces, también duelen

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A mis 34 años yo, Darío, no me puedo quejar, estoy casado con una hermosa mujer desde hace un lustro después de noviar veinticuatro meses.

Lo único que ensombrece algo nuestra felicidad es la relación con mis suegros, Horacio y Raquel. No los culpo de pretender, para su hija, algo mejor. Encontrar un candidato superior a un doctor en filosofía, socio de un restaurant y practicante de kempo no es algo complicado o difícil en el ambiente frecuentado por esa familia.

Cuando vieron que se avecinaba un vínculo serio la oposición se intensificó pero la sangre no llegó al río. Todo hace parecer que optaron por el mal menor. Tolerarme era más fácil que aguantar el empecinamiento de Nuria, acompañado de una importante dosis de ira. Por simple inercia seguimos manteniendo la relación respetuosa pero lejana, autenticidad que debo agradecer pues nunca simularon un afecto inexistente.

Poco antes del casamiento mi futuro suegro compró una casa en el barrio privado donde vivía y la puso a nombre de su hija bajo la figura de donación, algo totalmente lógico en una época en que los matrimonios duran lo que un pedo en una canasta. Con toda suerte mi señora, una joven de veintinueve años, trabajaba medio día en una de las empresas del padre y con muy buena remuneración. De lo contrario mis ingresos apenas hubieran cubierto los gastos que ocasiona el nivel de vida habitual en los moradores de esas urbanizaciones.

Cuando, ya casados, ocupamos la nueva vivienda, el modesto departamento mío lo puse en alquiler a turistas que por corto tiempo visitaran la ciudad. Aunque significaba más trabajo, me ahorraba lidiar con actualizaciones de precio, morosidad o desalojos.

En ese barrio conocimos dos matrimonios, amigos de mis suegros, ambos algo mayores que nosotros. Los esposos tenían una compañía financiera que les permitía un muy buen pasar.

Uno de ellos, Eduardo, era inclinado a ostentar su poder económico y parece que yo cumplía el perfil indicado para que él diera satisfacción a su ego. Así, la primera vez que nos invitó a su casa, la recorrimos íntegra, deteniéndose en todas aquellas cosas que agregaban valor, que si los muebles de estilo, algún cuadro, el jacuzzi en un espacio exclusivo al lado de la pileta exterior, la panoplia con la cabeza de un ciervo que había cazado, y el detallado sistema de cámaras de vigilancia que abarcaba toda la casa a excepción del dormitorio, sistema que era manejado desde su escritorio. Julio y Delia eran de un perfil más bajo.

En una oportunidad mi suegra organizó una cena, estando invitados los dos matrimonios amigos y nosotros. Durante la reunión pude ver la cercana relación que existía entre los padres de mi mujer y los invitados, enterándome que, además de pasar abundantes ratos juntos, también los unía un trato comercial. La anfitriona hacía gala de una gran confianza mientras Horacio mantenía su habitual parquedad. Promediando la velada, al salir del baño y llegando a la cocina, las voces de Eduardo y Raquel llamaron mi atención pues me citaban.

- “Tu yerno es bastante pelotudo no?”

- “Seguro, pero no sé a qué viene el comentario”.

- “Hace un rato estábamos charlando y pasa a nuestro lado Nuria, caminando acompasadamente con ese pantalón blanco; es verdad que se me escapó la alabanza a las nalgas de tu hija, pero no esperaba una respuesta cortante y con cara de pocos amigos”.

- “Es normal cuando algo no le gusta”.

- “Pero eso no es nada, pues al decirle que lo tomara como broma su respuesta fue <si no lo hubiera tomado así los próximos cuatro meses los pasarías, comiendo con un sorbete y reparándote la cara mediante cirugías estéticas>”.

- “Menos mal que solo lo dijo y no te lo hizo”.

- “Lo crees capaz?”

- “Te cuento una sola cosa. Tiempo atrás salimos a cenar Nuria con él y yo con mi marido. Al término íbamos caminando a buscar el auto cuando se acercaron dos jóvenes, uno, con un chuchillo en la mano, que nos amenazó <Si nos dan las carteras y las billeteras nada les va a pasar>. Darío la hizo retroceder a mi hija para quedar junto a nosotros y respondió <Lo mejor que podés hacer es guardar el cuchillo y regresar a tu casa>. El ladrón se abalanzó <Lo voy a guardar pero dentro tuyo>. Mi yerno lo esquivó dándole un golpe en la nuca y mientras iba cayendo le acertó una patada en la cabeza dejándolo inerte en el piso. El conflicto duró no más de diez segundos. Por supuesto que al otro le faltaron piernas para correr”.

- “Lo desmayó?”

- “Eso pensamos nosotros hasta que vimos la cabeza dislocada, con la nuca a noventa grados de la espalda. Por supuesto que tuvo que dar numerosas explicaciones a la policía logrando que lo calificaran homicidio culposo en legítima defensa. Por si acaso cuídate”.

- “Se me fue la lengua porque que tengo la impresión de que la hija es tan deliciosa como la madre”.

Eso sí fue una sorpresa mayúscula. Reflexionando sobre la asombrosa revelación llegué a dos conclusiones, debía prestar atención a la conducta de ambos y vigilar posibles avances de este galán sobre mi señora.

La frecuentación periódica de estas parejas hizo que mi esposa trabara amistad con las mujeres, compartiendo con ellas algunas tardes que tenía libres. Mi relación era más esporádica por simples razones de trabajo de ambas partes, que en mi caso implicaba terminar en las primeras horas de la madrugada cuando me tocaba controlar la casa de comidas que tenía en sociedad con mi hermano.

Cosa de seis meses atrás dejamos de cuidarnos ante un posible embarazo, dejando que se produjera en el tiempo dispuesto por la naturaleza. Hasta entonces ella tomaba pastillas durante un período y, cuando era conveniente el descanso, yo usaba preservativo.

Una tarde de pileta en casa de Eduardo, alguien comentó de unos esposos vecinos, recientemente separados porque ella lo había encontrado con otra. Siguiendo con el tema el dueño de casa pidió mi parecer.

- “Qué opinás del sexo fuera de la pareja?”

- “Si no implica costo debe ser bueno?”

- “No me refiero a contratar una puta”.

- “Yo tampoco. Ese sería un costo monetario, o sea el más liviano. Yo hablo de aquellos que implican dolor, pérdida, daño, y que además pueden ser de larguísima duración”.

- “A ver, aclará un poco más”.

- “Creo que ninguna infidelidad pasa sin dejar una huella negativa. Las más graves podrían ser cuando perdés matrimonio, hijos y, por si fuera poco, quedás en la calle y solo; no es algo raro esa repentina soledad pues las amistades, que en principio son de cada individuo, con el tiempo pasan a ser de los esposos”.

- “O sea que no probarías”.

- “Probar por probar no, si lo hiciera no sería una prueba, sino un cambio de pareja sin retorno”.

Si bien no era una evidencia concluyente, con los antecedentes del interrogador, el diálogo me supo a sondeo. Lo que fue una tarde distendida se prolongó en picada abundante, regada con variados tragos. En ese tramo de la reunión percibí que Nuria y el amante de su madre, habiendo coincidido en ir a la cocina se demoraban algunos minutos en regresar. Nada llamativo para quien no estuviera advertido y vigilante, pero la abundancia de roces, zambullidas y juegos de contacto en la pileta me habían llamado la atención.

Promediando la sobremesa Julio sugirió disfrutar del jacuzzi de su socio a ver si era tan bueno como su dueño presumía. La invitación fue aceptada de inmediato. Tras una breve vacilación, estimé que era la oportunidad de despejar cualquier duda sobre la conducta de mi mujer, por lo cual me excusé alegando tener los síntomas del síndrome vertiginoso y prefiriendo quedarme cómodo en un buen sillón hasta que me hiciera efecto la pastilla y quizá echando un corto sueño. Partieron hacia esa edificación pegada a la pileta mientras yo simulaba tomar el remedio y me tiraba a lo largo en el cómodo sofá. Pasados unos minutos fui hasta el escritorio donde estaba la consola de control de las cámaras que cubrían la casa. Encendido el sistema me alegró ver que, entre los espacios cubiertos, estaba esa placentera instalación donde ahora se encontraban los cinco.

Un poco apretados, porque la capacidad cómoda es para cuatro, a mi esposa la ubicaron entre los dos hombres. Mientras esperaba algo significativo de ese voluntario sándwich me puse a curiosear lo que estaba cerca, viendo un estante ocupado por discos compactos. Mientras los observados se servían bebidas saqué algunos estuches constatando que estaban etiquetados con nombres y ordenados alfabéticamente. Las primeras imágenes del que había insertado me dieron idea del contenido de los otros, así que paré la reproducción, lo volví a su lugar y me dediqué a buscar alguno que tuviera en el rótulo los nombres de mi mujer o mi suegra. Encontré ambos y ahí me di cuenta que, concentrado en esa búsqueda, había perdido de vista la pantalla. La imagen mostraba a mi esposa trenzada en un beso con uno mientras el otro estaba dedicado a chupar un pezón hurgando con la mano entre medio de las dos rodillas que se exhibían abiertas.

No necesitaba ver más. Apagué todo volviendo cada cosa a su lugar, frotando con un pañuelo lo que había tocado. Después de guardar entre mi ropa los testimonios del engaño, fui al lugar de retozo colectivo. Previsores, habían cerrado la puerta con pestillo, lo que me obligó a golpear. Julio abrió invitándome a pasar y alegrándose que me hubiera compuesto, aunque mi cara dejaba algunas dudas. Los cuatro ocupantes se mostraban distendidos, separados y brindando, aunque Nuria evidenciaba cierto nerviosismo.

- “Querida, estoy mucho mejor pero no me conviene dilatar el descanso, vamos”.

- “Pero estoy entretenida, voy más tarde”.

- “Me parece que no has escuchado, te dije vamos; caminás sola o te hago caminar yo? Amigos, gracias por las atenciones, nos vemos en otro momento”.

Al día siguiente, que no dictaba clases y mi esposa estaba en su trabajo, me senté a ver con detenimiento el contenido de los discos sustraídos.

La curiosidad me llevó a ver primero el de mi suegra. Llamativo su físico, apto para alimentar sueños morbosos y soberanas pajas, algo que su amante no necesitaba pues podía gozarla a su antojo. También era palpable su capacidad para dar y recibir placer. Tremenda erección me causó verla en acción, dominando a la perfección los tiempos para llevar al macho a clamar, desesperadamente, que lo dejara correrse. Su boca recorriendo el miembro, las manos acariciando los testículos, mientras le pedía en tono lastimero que saciara su sed. Manteniendo el glande a dos o tres dedos de distancia, el espectáculo de los chisguetazos entrando a la boca fue algo digno de ver.

No menos impactante era la imagen de Eduardo, de pie, con las rodillas levemente dobladas, los músculos marcados por la tensión y los ojos cerrados, lentamente cayendo hasta quedar sentado en el piso, bajo la mirada sonriente de la hembra, plenamente satisfecha viendo rendido al macho.

Mirando luego el otro encontré la explicación a la complicidad sin participación de Claudia y Delia en el jacuzzi. Un fragmento de la grabación mostraba a tres parejas en acción, mi mujer con Eduardo, Claudia con Julio y Delia con un desconocido.

Me llamó la atención ésta última, pues la actitud de ambos difería de los otros cuatro que estaban enzarzados, con movimiento frenéticos, los rostros desencajados por el deseo, embistiendo o aferrándose con cierta violencia al otro. En esta pareja los besos, caricias, largos abrazos acunándola él a ella, las facciones mostrando satisfacción por el simple contacto, me llevaron a pensar que el caballero Julio era cornudo carnal y afectivamente.

La otra parte que requirió especial atención tenía como escenario nuestra cama de dos plazas, donde los amantes se sacaban las ganas, lamentando tener disponibles solo las mañanas en que yo tenía clases.

Decidido a dar por terminada la relación matrimonial y no dilatar el momento de dejar la casa, de manera disimulada fui llevando mis cosas al departamento. Quería que mi salida, luego de arreglar cuentas, fuera para no volver.

El viernes Claudia organizó una cena para los tres matrimonios, y allí fuimos.

- “Querida, no me molesta estar al lado de Claudia, pero no sé a qué se debe el cambio”.

- “Ella me lo pidió porque dice que su marido la aburre, en cambio con vos está entretenida”.

- “Y a vos, te entretiene bien Eduardo?”

La cara de mi esposa, hasta entonces distendida, viró a expresión de fastidio.

- “Qué me querés decir?”

- “Lo que has escuchado, aunque podés darle el significado que se te antoje”.

- “Pues sí, él me entretiene delicioso”.

La cena fue excelente, en comida y bebida. Participé y seguí las conversaciones sin interrumpir la vigilancia de la parejita infiel, pues estaba decidido a darle fin a esa situación, venganza incluida. El progreso de acercamiento de ambos fue lento pero sin pausa. La mano de uno sobre el brazo del otro en leve caricia, el acercamiento de las sillas para ver la pantalla de un celular, el brazo de uno cruzando hacia la falda del otro con duraciones de más en más crecientes y las miradas cargadas de deseo.

También resultaban llamativas las actitudes de Julio y su esposa, quienes, si bien participaban de la charla, estaban atentos a lo que hacían Eduardo y Nuria. Claudia hacía lo mismo, hablaba conmigo pero su mirada estaba más tiempo enfocada en la pareja protagónica. Evidentemente era un grupo poco común; dos, movidos por el deseo se manejaban al margen del resto, tres espectadores conocedores de lo planeado y uno destinado a sufrir la vergüenza de ser engañado en público.

El cuadro siguiente fue particularmente llamativo como para incrementar la atención. Ambos con la cabeza baja; el macho concentrado en el celular mientras su brazo izquierdo, en diagonal hacia el costado, hacía un leve movimiento vertical de ida y vuelta; la hembra, como quien mira el plato, pero con ojos cerrados y puños blancos de tan apretados, hasta que un súbito espasmo la dejó laxa. Estimando que era el momento esperado me levanté alegando necesidad de ir al baño, aunque dudo que me escucharan.

Por supuesto que no fui ahí, sino a apostarme detrás de la puerta espaldas de los amantes, la cual apenas entreabierta me permitía ver cómo seguía la acción. No tuve que esperar mucho para que el varón, enceguecido de deseo, girara un poco mostrando la bragueta desprendida con el miembro afuera y babeando. No hubo necesidad de invitación para que la mujer empuñara y moviera la pija ofrecida. Unas cuantas subidas y bajadas fueron suficientes para que el masturbado cerrara los ojos y echara la cabeza hacia atrás. Cuando abrió la boca supe que era mi momento. En tres zancadas estaba a su espalda tomándolo del cuello mientras sobrevenía el orgasmo.

- “Querida, qué ordinario este galán que elegiste para que te entretenga; mirá, salpicando con semen mantel, servilletas y su ropa en medio de una cena con amigos. Eduardo, si vos o alguno de los presentes se mueve, primero te asfixio y luego quiebro el cuello, entendiste?”

- “Sí”.

- “Bien, esto que te pasa no es porque le hayas metido a mi mujer dos kilómetros de verga en la vagina, tampoco es porque, entrando por el ano, hayas sacado el glande por su boca, y tampoco es porque le hayas hecho beber veinte litros de semen. Eso es responsabilidad de ella. Me has entendido?”

- “Sí”.

- “Bien, sigamos. Esto te sucede porque todo lo que ella te permitió parece que fue poco. Seguramente tu ego te pedía además insultarme, basurearme, burlarte de mí. Por eso quisiste usar la cama matrimonial, especialmente del lado en que yo duermo; y además que después pusiera mi cabeza sobre la funda de almohada que habías usado para limpiarte el pene”.

- “Me estás siguiendo?”

- “Sí”.

- “Por supuesto que mis cuernos me dolieron y en este momento me siguen doliendo pero, si acerté con el procedimiento, falta poco para que eso finalice. Pienso que con cada golpe las astas van a ir decreciendo y te iré transfiriendo mi dolor”.

Ahora tocaba poner en práctica lo dicho, y lo hice explicando cada paso y el efecto buscado.

- “Primer puñetazo al hígado para impedir cualquier reacción, segundo en la cara para romper tabique nasal y sacar algún diente, tercero de costado al maxilar inferior para inutilizarlo y que no puedas lamentarte, cuarto dos patadas que quiebren alguna costilla y por último un buen puntapié en los testículos que tanto descargaron en orificio ajeno”.

Por supuesto que, durante la paliza, por el rabillo del ojo mantenía la vigilancia de los cuatro involuntarios espectadores. La única que habló fue Claudia pidiendo que no le pegara más a su esposo. No creo que la golpiza haya durado más de cuarenta segundos y me asombró que tan corto lapso me diera un alivio instantáneo al enorme dolor que venía soportando. Ahora solo quedaba partir.

- “Lamento haberles arruinado el programa previsto, disfruten el postre y que sigan bien. Perdón, me estaba olvidando, del vino que traje, no probé una gota a pesar de ser mi preferido pues no me gusta la bebida mezclada con veneno”.

Desde luego que no había tal veneno. No eran tan importantes como para justificar cárcel por el resto de mi vida. De todos modos casi seguro iban a tener una hora de sufrimiento si los antropólogos tienen razón. Dicen estos estudiosos que “sufrir es dolerse por anticipado”, queriendo significar que el hombre con su temor e imaginación hace presente algo que puede ser, pero que todavía no es.

Al salir llamé a mi suegra, que es quien tiene la voz cantante.

- “Buenas noches suegra, les podré robar unos minutos, quisiera hablar con su esposo y con usted?”

- “Desde luego que sí, te esperamos”.

- “En quince minutos estoy ahí”.

Ya en casa junté las pocas cosas que faltaban llevar, cargué mi auto, después de cerrar tiré la llave por la ventana que había dejado abierta y me fui a donde me esperaban. Sentados en el living la cara de ellos denotaba la incógnita que despertaba mi presencia sin su hija. Como no había razón para disimular o aliviar la noticia fui directo.

- “Quería decirles que el lunes voy a iniciar los trámites de divorcio, y deseaba que se enteren por mí. Además debo reconocer que ambos tenían razón al oponerse a nuestro casamiento. Seguro yo me hubiera evitado un gran dolor”.

- “Querrás decir que ambos se hubieran evitado el dolor”.

- “No estoy tan seguro señora, mi mujer más que dolor parece sentir mucho placer”.

- “No te entiendo”.

- “Ahora se los muestro”.

Abrí la portátil que había llevado preparada y activé el video de Nuria. En la filmación mi esposa era penetrada analmente por Eduardo mientras ambos en alta voz expresaban el placer de sodomizar y ser sodomizada. Y eso acompañado por las expresiones alegres de Claudia, Julio y su esposa, festejando la inauguración de ese culo tan hermoso.

El paso de las imágenes, que insumía cerca de cinco minutos, no llegó al número dos cuando escuché a mi suegro.

- “Y vos sos tan perverso para grabar eso?”

- “No lo grabé yo, simplemente lo saqué del archivo de su amigo Eduardo. Tiene muchas horas de registro de cosas parecidas”.

- “Decime, Nuria sabe que estás aquí?

- “No creo, todavía debe estar en la cena con sus amigos”.

Ahí intervino su mujer.

- “Por Dios, sacá esa porquería”.

- “Todavía no suegra, aún falta lo mejor; por cierto no sabía que usted era tan fotogénica”.

La cara del matrimonio seguía reflejando sorpresa al momento de comenzar la reproducción del siguiente video. Este mostraba a Raquel cabalgando a Eduardo sentado en una silla, a Julio diciendo que ya era su turno, mientras mi suegra alabada la dureza del miembro que la penetraba, a diferencia del que tenía en casa. Por supuesto que apenas vio su papel en la filmación se fue rápidamente. Horacio, visiblemente abatido me dice.

- “Qué pensas hacer con eso?”.

- “Entregarle a usted la única copia que tengo. Ignoro si habrá algo más en los archivos de ese tipo. No se levante, conozco la salida”

Después supe que el papá de Nuria había reaccionado contra quienes habían sometido a hija y esposa, registrando con minuciosidad dichos eventos. Poco tiempo después ambos matrimonios fiesteros abandonaron el barrio privado y las relaciones comerciales con las empresas de mi ex suegro cesaron por completo. Ignoro, pero no es de descartar, otros daños provocados por la influencia de ese padre enfurecido, que además compartía mi desgracia.

Tres semanas pasaron desde que dejé la vivienda matrimonial cuando recibí una llamada de Horacio.

- “Darío, necesitaría hablar con vos, podrás venir a casa?

- “Deme una hora y estaré allá”.

En el plazo pactado llegué. Me recibió solo mi ex suegro. Por su mujer ni pregunté.

- “Lo escucho”.

- “Hoy nos entregaron los resultados que confirman el embarazo de Nuria. Pensamos que debías saber de tu próxima paternidad”.

- “Siete años hace que nos conocemos y en ese tiempo nunca les mentí; tampoco lo haré ahora. Hará unos tres meses, al ver que se demoraba el embarazo, y no queriendo asumir la postura habitual de adjudicar a la mujer la causa de ello, me hice yo los estudios. El resultado, en concreto, es que tengo una malformación que me impide fecundar y solucionable con una pequeña cirugía. Nada dije pues me daba cierta vergüenza. Desde luego dejo abierta la posibilidad de que la naturaleza sola arregló el problema y pude embarazarla. Eso sí, la decisión queda para después del nacimiento y previa comparación de los respectivos ADN”.

Desde luego no era yo el padre, siendo lo único que me importaba. Qué paso después no lo sé ni me interesa. Ya estoy legalmente separado y disfruto la compañía de una dama a la que le llevo doce años. No pienso reincidir en otra atadura legal siguiendo el viejo dicho: “el que se quema con leche, ve una vaca y llora”.

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