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Los preliminares de un polvo inolvidable

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Sebastián iba en un autobús rumbo a San Salvador, cerró los ojos y pensó en el Camino de las Flores. Recordaba el mercado de Nahuizalco, la ceiba, el árbol sagrado de Salcoatitán, un árbol con más de cinco siglos de historia, La iglesia del Cristo Negro de Juayua y sus festivales gastronómicos, los Chorros de la Calera. La iglesia de Apaneca, Concepción de Ataco y el cafetal Beneficio El Carmen. Los murales. La casa Degraciela, el hotel boutique donde había dormido... Volvía a El Salvador cómo turista, la vez anterior lo hiciera cómo cámara de una televisión española. El autobús se detuvo. Le llegó una agradable aroma. Abrió los ojos y la vio, era una mujer que llevaba puesto un vestido gris, y que calzaba unos zapatos marrones. Tendría unos treinta años y mediría un metro sesenta de estatura, era de piel clara, cabello castaño, gordita... Estaba muy buena. Se sentó a su lado, y le dijo:

-Buenas tardes.

-Buenas tardes, señorita.

-Señora.

-Usted perdone, es que no parece tener edad para estar casada -le tendió la mano-. Me llamo Juan Sebastián El Cano.

La mujer, ignorando el cumplido y su mano, le dijo:

-Elizabeth, reina de Inglaterra.

-A ver, a ver, a mi me llaman El Cano porque tengo el pelo cano. ¿A usted por que la apodan la reina de Inglaterra? Si no es mucho preguntar, claro.

-Es mucho preguntar.

-Pos vale.

Sebastián se echó hacia atrás en el asiento y cerró los ojos. La mujer sacó el maquillaje del bolso, se puso a maquillar, y haciéndolo, le dijo:

-Isabel.

Sebastián volvió a abrir los ojos y le preguntó:

-¿Qué?

-Que me llamo Isabel. ¿Puedo hacerle una pregunta?

-Claro, pregunte.

-¿Qué perfume lleva? Es muy agradable.

-Loewe. ¿Y usted?

-Colonia.

-Me encontré un perfume de mujer en un asiento del aeropuerto. ¿Lo quiere?

A la gordibuena no le gustó lo que oyó. Le preguntó:

-¿Es qué le molesta mi olor?!

-Para nada, olvide lo que le he dicho.

-Si no le molesta mi olor. ¿Por qué me quería regalar el perfume?

-Prefiero no responder a esa pregunta.

-¡¿No estará intentando seducirme, señor?!

-Pues sí. Estando el autobús casi vacío, al sentarse a mi lado pensé que había visto algo que le gustara.

La mujer se mosqueó.

-¡Prepotente! La idea era conversar con alguien para hacer más llevadero el viaje.

-Pues conversemos.

-¡Ya me quitó las ganas!

Sebastián abrió su bolsa de mano y sacó un frasco de Chanel Nº 5.

-¿Lo quiere o no?

Isabel levantó la cabeza y la giró en señal de desdén.

-No le digo por donde se lo puede meter por qué...

No la dejó acabar de hablar.

-¿Quiere que me lo meta por aquel sitio?

-Sí, por ahí mismo.

Sebastián era perro viejo y las malas contestaciones le resbalaban.

-Mi esposa me dice lo contrario cuando le regalo un perfume. Se echa unas gotitas y me dice que le coma el culo, yo aprovecho y también le como la almeja.

Isabel visiblemente nerviosa, le dijo:

-¡Vos, vos... ¡Cabrón!

-Sí, lo sé, está en mi naturaleza. Sabes, en el avión me funcionó.

-No quiero saber que te funcionó.

-Me funcionó lo del Chanel. Me follé a una azafata en el lavabo. ¡Cómo estaba la chavala!

-Te dije que no lo quería saber.

Sebastián, de repente, le cambió de tema.

-¿Y en que trabajas, Isabel? -le miró para los labios- Si no es mucho preguntar.

-Es mucho preguntar.

-Yo soy cámara de televisión -le miró para las tetas- y estoy de vacaciones.

-Se nota, se nota que eres cámara.

-¿En qué se nota?

-¿En que eres muy observador?

Aquella puya no hizo que se callara. No se fuera para otro asiento y eso le dio alas.

-Y muy curioso. ¿Llevas muchos años casada?

-¡Y a ti qué le importa!

-Lo decía porque yo llevo muchos. Y después de los dos primeros años...

-¿Qué?

-Que se empieza uno a cansar y al ver a otras mujeres se pone tierno.

Lo miró con cara de pocos amigos, y le dijo:

-¡Qué cabrón!

-¿Es que tú no tienes fantasías con otros hombres?

Isabel parecía ofendida.

-¡¿Fantasías yo?!

-Sí, cómo que te encuentras con un extraño en algún sitio y acabas haciendo el amor con él, por ejemplo.

Isabel sacó de nuevo su genio.

-¡¿Pero qué clase de mujer te piensas que soy para tener esta clase de conversación conmigo?!

-Una mujer que me gusta.

-¡Enfermo! Soy una mujer casada y fiel a mi marido. ¿Te pensaste que me podías comprar con un perfume?

-No creo que una mujer cómo tú se vendiera por mil botes de perfume.

-Crees bien no me vendería por mil botes de perfume ni por nada. Una mujer debe ser honrada, y si es casada, más.

-Lo de estar casada y ser honrada es muy subjetivo, y nada tiene que ver con que despiertes pasiones.

No sé qué tiene el halago que a todos nos gusta. El tono de voz de Isabel se hizo amable.

-¿Despertar pasiones yo? No digas tonterías.

-¿Acaso no notas cómo te miran los hombres?

Le sonrió por primera vez, y respondió:

-Bueno, a veces sí.

-¿No intercambiaste miradas con otro hombre estando en un bar con tus amigas, o estado sola, o incluso estando con tu marido?

Giró la cabeza hacia el otro lado del pasillo del autobús donde se sentaba una joven de unos veinte años, con una larga melena rubia, de ojos color avellana... Era muy guapa y parecía estar pendiente de lo que se decían.

-No voy responder a esa pregunta.

La respuesta era que sí. Sebastián ya fue a saco.

-¿Te tocaste pensando en alguno de esos hombres?

Se cabreó bien cabreada.

-¡Hasta aquí hemos llegado! O te callas o me cambio de asiento.

-Habías dicho que querías hablar. No dirás que no tengo temas de conversación.

-No, pero hablas de cosas que no debías hablar y mientes.

-¿En qué crees que te he mentido?

-A ver, si le distes el Chanel a la azafata. ¿Cómo es qué aún lo tienes? Eh, eh.

-Por que compré otro en el aeropuerto.

Sacó el Chanel de la bolsa de mano y se lo dejó sobre el regazo.

-Por las molestias causadas.

Isabel lo miró con extrañeza.

-¿Y no quieres nada más?

-Nada más, a veces se gana y a veces se pierde.

Isabel se echó unas gotitas en el pulso, lo olió y guardó el perfume.

Faltaba más de tres horas para llegar a San Salvador... Al poco comenzó a anochecer. Sebastián estaba con los ojos cerrados. Se sintió observado. Abrió los ojos en la penumbra y vio a Isabel con los ojos cerrados. Se quedó mirándola y cuando ella abrió los ojos para mirarlo los cerró él. Así estuvieron, abre y cierra, abre y cierra, hasta que llegó un momento en que se quedaron mirando con las cabezas de lado en los respaldos de los asientos. Sebastián, que era un cincuentón, de ojos claros, pelo cano, alto y agraciado, lentamente, acercó sus labios a los de Isabel, ella cerró los ojos y se fundieron en un beso largo, muy largo, tan largo que Isabel acabó sacando la mano derecha de Sebastián de dentro de sus bragas.

Al soltársela, Sebastián chupó los dedos mojados con los jugos de su coño y volvió a cerrar los ojos, con ellos cerrados le cogió una mano a Isabel y se la puso sobre la polla. Isabel estaba tan cachonda que se iba a desmadrar. Giró la cabeza, vio la espalda del conductor y que no había pasajeros hasta cuatro filas más adelante y tres más atrás, la única que estaba cerca era la chica e iba durmiendo. Le abrió la cremallera del pantalón y le sacó la polla, una polla gorda, tirando a grande y la meneó.

Algo después miró para la chica del asiento de al lado y la vio con las piernas abiertas y con la cremallera de sus jeans bajada, con una mano dentro de las bragas y la otra magreando sus tetas. Se estaba haciendo un dedo mirando para la polla y viendo cómo la mano de Isabel subía y bajaba...

Al rato, de la polla comenzó a salir leche. En cascada bajó por ella y pringó su puño... Isabel se limpió con un pañuelo que quitó del bolso y siguió mirando cómo la chica se seguía masturbando. Cuando sintió la mano de Sebastián cerca de sus bragas, se echó hacia atrás, abrió las piernas y dejó que la masturbara. Dos dedos entraron dentro de su coño mojado y haciéndole el "ven aquí", la masturbó.

La chica del asiento de al lado e Isabel se miraban y se mordían los labios, cómo diciendo: "Si te pillo te devoro el coño". Poco después, la chica del asiento de al lado se encogió y se corrió en silencio. Isabel cogió a Sebastián por la nuca, le metió la lengua en la boca y en ella ahogó los gemidos de su larga corrida.

Dos horas más tarde, Isabel y Sebastián entraban en la habitación de un hotel. Nada más cerrar la puerta, Sebastián, rodeó con sus brazos la cintura de Isabel, la besó en el cuello, le mordió el lóbulo de la oreja, y le susurró al oído:

-Antes de meterme en cama necesito beber algo caliente.

Isabel giró la cabeza, lo besó y le dijo:

-¿Cómo qué?

-Cómo el néctar de tu panocha.

Le abrió la cremallera del vestido, se lo quitó, le sacó el sostén, los zapatos, los pantis, las bragas, le dio la vuelta y la miró. Tenía un polvazo. La arrimó a la pared. Se comieron las bocas. Luego cogió las tetas con las dos manos y apretándolas, lamió los pezones y se las mamó. Después se puso en cuclillas. Isabel abrió las piernas. Sebastián pasó la punta de la lengua por su raja de abajo a arriba, una, dos, cuatro, ocho, veinte veces...

El coño se fuera abriendo poquito a poco y poquito a poco la lengua había entrado más adentro. Con el coño a medio abrir pasó la lengua por los labios, primero uno y después el otro, y así siguió hasta que se abrió cómo una flor, en la que en la parte superior lucía un pétalo en forma de glande de un gordo clítoris. Le metió y sacó la lengua dentro de la vagina varias veces al tiempo que le cogía las nalgas, después, apretando la lengua contra el coño lamió de abajo a arriba. Apretó aún más la lengua sobre el glande del clítoris. Lo lamió varias veces, e Isabel, le dijo:

-¡Me vengo!

Estremeciéndose, se corrió en su boca. Sebastián tomó los jugos calentitos de la corrida de Isabel.

Luego, besando a Sebastián, le quitó la chaqueta, la camisa, los zapatos, los pantalones, el bóxer, se agachó, echó saliva en la mano cogió la polla empalmada por la base, la lamió para humedecerla bien y después, lo masturbó acelerando y desacelerando, le lamió y chupó los huevos. Metió la polla en la boca, le mamó el glande, después la mamó casi entera, lamió de abajo a arriba, y cuando vio que se iba a correr, se levantó, lo besó con lengua, lo besó en el cuello, le mordió el lóbulo de una oreja, y le susurró al oído:

-A mi me gusta sentir algo caliente dentro de mi cuerpo después de estar en cama.

Sebastián le dio un pico, y le preguntó:

-¿Cómo qué?

-Como tu leche dentro de mi panocha.

Sebastián apartó la colcha, se echó boca arriba sobre la cama, y le dijo:

-Ven, bombón.

Isabel se metió en cama, lo montó, cogió la polla, la metió en el coño y lo folló, ahora lento, ahora rápido, ahora le daba las tetas a mamar, ahora lo besaba... Lo estaba follando cómo si lo conociera de toda la vida, como si fueran su pareja, lo follaba con ternura, Isabel, en el fondo, era una romántica. Sebastián, era un golfo, le dio la vuelta y con los brazos estirados y sus manos apoyadas en la cama la folló cada vez más aprisa. El culo subía y bajaba cómo un ascensor con el mal de San Víctor, en nada, Isabel, se corrió cómo una loba. No le dio tiempo ni a decir "ay".

Le vino con tanta fuerza que quedó muda. Sebastián no disminuyó la velocidad de las clavadas mientras Isabel se corría y a esa corrida siguió otra, y una tercera. En menos de dos minutos se había corrido tres veces. Sebastián le dio su leche caliente. El coño le quedó a rebosar. Al acabar de correrse se metió entre sus piernas y se lo comió encharcado de jugos y semen. Isabel levantaba la cabeza y miraba cómo le comía el coño...

Poco después ya estaba otra vez cachonda. Comenzó a gemir de manera casi inaudible, casi, ya que Sebastián la oyó. Hizo que se pusiera a cuatro patas y le comió el culo mientras masturbaba la polla para ponerla dura. Isabel aún se puso más perra de lo que ya estaba, Cuando le frotó el glande en el ojete, coño y ojete se abrieron y se cerraron al mismo compás. Sebastián le metió el glande despacito. Entró sin dificultad. Despacito y acariciando sus nalgas se la clavó hasta el fondo. Después fue acelerando el mete y saca y con él subió el tono de los gemidos de Isabel.

Sebastián sabía que la tenía. La agarró por la cintura y aceleró el mete y saca... Sus huevos rebotaban en el coño cuando las piernas de Isabel comenzaron a temblar y: "Zis, zis, zis...". Del coño de Isabel comenzaron a salir chorros de orina. Salían a presión, cómo salen en una fuente luminosa. A eses chorros siguió una corrida brutal, criminal, bestial, una corridaza tan grande que casi se muere de gusto. Sebastián se corrió dentro de su culo.

Al acabar hablaron un rato, luego, Isabel, se vistió y se fue. Había sido un gran polvo, un polvo inolvidable, pero que no se iba a volver a repetir.

Quique.

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