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Luces rojas de Ámsterdam

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Cuando a una persona le gusta viajar, siempre buscará el modo o los medios para realizar sus sueños. Pero si hay algo que han aprendido los viajeros frecuentes, además de economía básica, es a ser muy tolerantes con las costumbres y hábitos de los lugares que visitan. Ciertamente Ámsterdam es uno de esos peculiares destinos turísticos; donde ir con una mente abierta es lo más recomendable.

Era un viaje de alrededor de cuatro horas en tren, la primavera pasada, desde la terminal de París hasta la ciudad capital de Holanda. El trayecto fue tranquilo, sin contratiempos. Habíamos salido temprano aquel día, como a las siete de la mañana, por lo que esperábamos llegar a nuestro destino antes de mediodía.

Mi novia Liz y yo habíamos planeado este viaje por Europa desde el año anterior. Somos del norte de México, nos conocimos en la universidad y nos hicimos novios antes de graduarnos. Ambos teníamos veinte y tres años en ese momento y nos gustaba viajar. Razón por la que no nos habíamos apresurado en hacer planes para una boda. Solíamos decir a nuestros amigos en tono de broma, que estábamos ensayando para nuestra Luna de Miel.

Liz es realmente muy hermosa; tiene un bello rostro con piel aperlada y cabello rizado. Una linda silueta natural muy esbelta, magnífico busto redondo y voluptuoso, muy bien proporcionado para su anatomía; y un trasero firme y respingado que te hace desear estar fornicando con ella día y noche; lo que casi siempre era de esa manera.

Pero lo que más me enamoraba de ella, era su actitud temeraria y aventurera. Una mujer a la que pocas cosas la asustan. No podía haber encontrado una mejor compañera de viaje para realizar mis aventuras; ya que para ese entonces llevábamos una buena cantidad de kilómetros acumulados.

Al llegar a nuestro destino en la terminal del ferrocarril pedimos un par de indicaciones en el módulo de información turística y comenzamos a caminar rumbo a nuestro hotel. Afortunadamente éste se encontraba no muy lejos, a una caminata de diez minutos desde la terminal. Esa era una de las razones por la cual nosotros lo habíamos seleccionado para hospedarnos durante nuestra visita; aunque no la única.

Mientras caminábamos rumbo al hotel, tuvimos oportunidad de apreciar un poco de la hermosa y original arquitectura de los edificios tradicionales de la ciudad. Aunque no podían faltar las innumerables tiendas de souvenirs en ambos lados de la calle, restando algo de autenticidad a la histórica ciudad.

Un detalle que llamó nuestra atención fue el grado de impacto que tenía los temas del sexo y las drogas legales en los souvenirs. Y no es que uno sea muy persignado en esos temas; simplemente era algo que saltaba a la vista. Después de todo ésta es una de las principales razones, por la que Ámsterdam se ha convertido en uno de los destinos vacacionales predilectos para los jóvenes del norte de Europa.

Habíamos escuchado de nuestros amigos y conocidos, tantas historias de la desenfrenada vida nocturna en el Red Light District de Ámsterdam, que cuando Liz y yo planeamos nuestro itinerario de viaje por Europa no dudamos en incluir a esta ciudad en nuestra ruta. La proximidad del hotel a la famosa zona roja era la otra razón por la que lo habíamos elegido.

La zona roja o zona de tolerancia de Ámsterdam, está conformada por varias calles que corren a lo largo de algunos canales cercanos a la terminal del tren. Se volvió mundialmente famosa, debido a que aquí la prostitución y drogas recreativas son legales. Y aunque, en el mundo existen otras ciudades iguales o más tolerantes, la característica principal que le dio el impulso a Ámsterdam como destino turístico, fue la manera en que las sexoservidoras captan a sus clientes. Exhibiendo sus cuerpos vestidos con diminutas prendas de lencería a través de las ventanas de sus casas. Obvio no son sus casas verdaderas, serían más bien sus puestos de trabajo.

Después de arrastrar nuestras maletas por las empedradas calles un poco más de lo planeado, a causa de las incontables fotos y mensajes para nuestros familiares y amigos, llegamos hasta nuestro hotel justo frente al Monumento Nacional; un enorme obelisco en medio de la plaza principal.

Por la ubicación del hotel éste era un poco costoso, aunque no tan grande como los modernos resorts, pero sí muy elegante y de buen gusto. La gran mayoría de las parejas que se hospedaban ahí en esos días, eran matrimonios algo mayores. En la recepción del hotel se encontraban un chico y una chica atendiendo a los huéspedes que se registraban. El chico fue el que nos atendió una vez que se desocupó.

Era un joven muy apuesto y de buen porte, rubio y de ojos azules. Muy amable y educado, aunque un poco ‘frío’ de acuerdo con nuestros estándares latinos. En lo que nos registrábamos noté como mi novia no le quitaba los ojos de encima al chico que nos atendía, sonriendo coquetamente a la menor oportunidad en que sus miradas se cruzaban. Él sin embargo, muy respetuosamente, se limitaba a sonreír cortésmente sin traspasar los límites dirigiéndose siempre hacia nosotros con respeto.

En lo que yo me encontraba llenando las formas de registro, Liz aprovechó para platicar con el joven, pidiendo que nos recomendara algún lugar para almorzar y salir a beber unas copas. Casi para finalizar el registro note como el chico, un poco más relajado, le guiñaba el ojo a mi novia para despedirse.

Lejos de molestarme la actitud atrevida de mi novia, me agradó el hecho de que ella fuera capaz de hacer romper la compostura rígida y gélida de aquel apuesto chico. Al terminar el registro nos dirigimos al ascensor para subir a nuestra habitación, oportunidad que aproveché para bromear con Liz.

—No le quitaste el ojo de encima al chico —acusé a mi novia en tono de broma, abrazándola por la cintura para acercarla a mí—. ¿No estarás pensando en ponerme los cuernos con ese hijo de Odín? —pregunté haciendo referencia a los dioses nórdicos del norte de Europa.

—Pues si no encuentro algo mejor, tendré que chuparme esa paleta de hielo —respondió a su vez Liz de buen humor a mi broma, haciendo referencia a la actitud fría inicial del chico.

—¿Hielo? —pregunté en forma retórica—. Creo que lo dejaste bastante caliente —comenté exagerando algo que de hecho tenía poca importancia con el afán de elevar el morbo en nuestra conversación.

Mi relación con Liz siempre ha sido muy buena, no por nada hemos realizado tantos viajes juntos, algunos más austeros que otros; por lo que en más de una ocasión no has tocado hospedarnos en hostales, de esos donde la privacidad no está incluida, viéndonos forzados a tener que compartir una habitación con más de ocho personas.

Obviamente con este tipo de cercanía llegas a conocer a muchos otros viajeros con los que compartes consejos y experiencias relacionadas a los sitios de tu ruta. Un consejo en particular que nos habían dado antes de salir de París es que no nos ofendiéramos si sentíamos a los nórdicos un poco ‘fríos’; ya que es parte de su cultura el ser reservado con los turistas. Razón por la que me impresionaba que mi novia hubiera sido capaz de hacerlo romper el hielo de la formalidad.

—¿No estarás celoso? —preguntó ella divertida con la situación, acercando sus labios a los míos.

Visiblemente excitado y sin poder contenerme un segundo más abracé a Liz para fundirnos en un enorme beso, el cual ella me correspondió entregándose a mis brazos. Un beso que no terminó hasta escuchar el timbre del ascensor indicándonos que ya habíamos llegado hasta nuestro piso.

En cuestión de sexo nuestra relación siempre había sido muy plena y satisfactoria. Desde el inicio habíamos tenido la confianza para hablar francamente, como había sido en la intimidad con nuestras anteriores parejas. Dejando claro lo que nos gustaba y lo que no. Obviamente esto también incluía nuestras fantasías más íntimas.

Siendo una de las fantasías más recurrentes, la de la posibilidad de hacer un trío con un chico o una chica. Fantasía que no llegaba más allá de nuestros jugueteos de alcoba durante el sexo; sin animarnos a establecer un plan para consumarla.

Pero en lo que ambos concordábamos, es que sí alguna vez nos animábamos a realizarla, lo mejor era que ocurriera durante uno de nuestros viajes. Razonando que en caso de que no saliera como esperáramos, sería más fácil terminar una relación con un completo desconocido que con alguien de nuestra propia ciudad de residencia.

Ese hecho, además de saber que mi novia se había sentido atraída físicamente por aquel apuesto chico rubio de la recepción del hotel me habían excitado enormemente; ante la posibilidad de poder ver realizada una de nuestras fantasías justo en esos días. Sólo faltaba una cosa más; saber si Liz realmente estaría dispuesta a hacerlo.

Tan pronto entramos a la habitación continuamos con nuestra sesión de caricias, queriendo mutuamente comernos a besos con los labios. Nuestras manos desesperadas se deslizaron por nuestros cuerpos, tratando afanosamente de liberarlos de sus ropas. Sin embargo, debido a lo cansado del viaje y al hecho de que aún no habíamos almorzado, nuestra excitación se fue tan pronto como llegó. Por lo que terminamos, casi semi desnudos abrazados sobre la cama.

Después de descansar un rato, estuvimos listos para salir a almorzar al restaurante que nos había recomendado el chico de la recepción; y de paso recorrer un poco la ciudad. Aunque de hecho en ese momento, lo que más me atraía era la posibilidad de poder realizar un trío con el apuesto chico. Obvio, yo no quería preguntar a mi novia directamente que le parecía la idea, así que, si realmente deseaba hacer realidad nuestra fantasía, iba tener que trabajarla de una forma un poco más sutil.

—¿Y si mejor nos quedamos? —pregunté a mi novia bromeando, tratando de abrazarla para llevarla a la cama.

—Claro que no —respondió ella, poniendo un alto a mis intenciones—, ya estamos aquí, hay que aprovechar y hacer de todo, por que quien sabe cuándo volvamos —razonó.

—Tienes mucha razón amor, salgamos y hagamos de todo —concordé incitándola a romper los límites—, quizás hasta podamos realizar alguna de nuestras fantasías —sugerí pícaramente para sondear el terreno.

—Ya dijiste —aceptó Liz—, luego no quiero que te vayas a rajar —agregó desafiándome entre risas.

La primera parte de mi plan había funcionado a la perfección. Liz había accedido ingenuamente, a la posibilidad de realizar una de nuestras fantasías. O quizás había sido al revés, y había sido yo el verdadero ingenuo; no lo sé, pero en ese momento no iba dejar pasar la oportunidad por nimiedades.

—Si alguien se va a rajar no voy a ser yo —respondí enérgico, defendiendo mi palabra y pasando la pelota a mi novia.

—De acuerdo, ¡Puto el que se raje! —amenazó Liz, creando un espontáneo pacto secreto entre nosotros para esos días.

—Acepto el reto, ¡puto el que se raje! —respondí precipitadamente, aceptando su reto sin detenerme a pensar en las consecuencias de tan precipitado pacto.

Todo había salido perfecto, ahora era momento de trabajar al apuesto chico de la recepción, quien yo suponía sería más fácil de convencer. Después de todo, me había quedado con la impresión de que él se había sentido atraído hacia Liz lo cual, en lugar de recriminarle, planeaba aprovecharlo en su contra.

—Preguntémosle a tu amiguito por la dirección exacta del restaurante —propuse a mi novia en tono de broma al salir del ascensor para ver su reacción.

—De acuerdo, déjamelo a mí —respondió mi novia, dibujando una sonrisa en sus labios.

Yo sonreí igualmente complacido con la reacción de Liz a mi sugerencia. Era obvio que le agradaba la idea de volver a conversar con el apuesto chico. Ya no tendría que preocuparme por nada, mi novia se encargaría de seducirlo; de aquí en adelante todo sería más fácil, razoné erróneamente.

Para nuestra sorpresa, al llegar al mostrador de recepción ya no se encontraba el chico que nos había recibido anteriormente, únicamente se encontraba la chica atendiendo a los huéspedes. El rostro de mi novia no pudo ocultar su decepción, haciendo una mueca con su boca.

—Buenas tardes ¿puedo ayudarlos? —preguntó amablemente la recepcionista en perfecto español.

—Buenas tardes, sólo queríamos saber cómo llegar al restaurante que nos recomendaron —expliqué.

La chica examinó la dirección por un segundo antes de responder. Ella era realmente muy bonita, por vestir uniforme quizás no lo había notado cuando nos registramos, lo que me hizo sentir avergonzado conmigo mismo (como era posible que no lo hubiese notado por estar embelesado con un joven, por más apuesto que pudiera ser). Ella tenía un hermoso rostro de piel blanca como la leche y cabello negro. Su uniforme sólo permitía adivinar su figura, pero lucía muy delgada, casi de la misma estatura de Liz.

—Esto es cerca del museo Van Gogh —respondió ella.

—Si justamente queremos llegar a comer ahí, y luego pasar al museo —comenté.

—Es buena idea, sólo sino es que estén muy hambrientos —comentó ella con una hermosa sonrisa—. Por estar cerca del museo, ese restaurante tiene mucha demanda en esta temporada, por lo que usualmente necesitan reservación. ¿Si gustan puedo llamar para preguntar si tienen mesa disponible?

—¡Oh! ¿En serio? —exclamé—. ¿Puedes hacernos ese favor?

—Claro que sí —respondió ella amablemente.

La recepcionista, enseguida tomo el teléfono y procedió a llamar al restaurante. Debido a que ella hizo la llamada hablando en holandés o alemán, no lo sé con exactitud, no pudimos entender nada de lo que decía; pero su expresión facial no sugería nada bueno.

—Sólo tienen una mesa disponible hasta las 7:00 de la tarde, ¿Les interesa? —preguntó ella.

Volteé a ver a Liz para saber si estaría dispuesta a esperar hasta esa hora, pero un gesto de desaprobación en su rostro me dejo claro su opinión con esa idea. Aunque quizás estaba más decepcionada por no haber encontrado al apuesto chico que nos había recibido.

—No, yo tengo hambre ahora —respondió mi novia enfáticamente dirigiéndose hacia mí.

—No te preocupes amiga, te conseguiré otro lugar por la misma zona —comentó amablemente la chica mostrando empatía con mi novia.

La recepcionista procedió a hablar a otro par de restaurantes, buscándonos uno con una mesa disponible. Como no entendíamos nada de lo que hablaba, Liz comenzó a desesperarse, por lo que consideré la opción de almorzar ahí mismo en el hotel; lo cual no era lo ideal pues queríamos salir a conocer la ciudad de inmediato.

—Encontré un lugar disponible cerca del Museo Casa de Ana Frank, ¿les interesa? —preguntó nuevamente la chica.

—Sí, claro que sí —respondí rápidamente—, ese es otro lugar de nuestro itinerario.

—Perfecto, dejen confirmo la reservación.

La recepcionista les pasó nuestros datos, para que al llegar al restaurante ya tuvieran nuestra mesa reservada. Sin lugar a duda ella había causado una gran impresión en nosotros por su actitud tan amable y servicial; nada que ver con lo que nos habían comentado en París de las personas de origen nórdico.

—Gracias, que amable eres —agradeció Liz la diligencia de la chica—. ¿Cuál es tu nombre?

—Me llamo Iridia, y no tienes nada que agradecer, estoy para servirte —respondió con una sincera sonrisa.

—Agradecerte es lo mínimo que podemos hacer, jamás hubiésemos podido llamar para hacer la reservación por nosotros mismos —dije yo—. Pensé que tendríamos que comer aquí mismo en el hotel.

—Eso hubiera sido lo más sencillo, pero supuse que no vinieron de vacaciones a esta ciudad para no querer salir a conocerla —comentó sonriente.

—Efectivamente, es nuestra primera visita a la ciudad de Ámsterdam. Teníamos un tiempo queriendo conocer un poco de su historia y arquitectura —respondí tan falso como un billete de tres euros, tratando de hacer conversación con la hermosa chica de la recepción.

—¿Entonces no vinieron a conocer las famosas ventanas de la zona roja? —preguntó la chica, con una sonrisa pícara, exhibiendo nuestras mórbidas intenciones.

—De acuerdo eso también —confesamos casi al unísono Liz y yo, un poco avergonzados, pero sonriendo divertidos.

—No tienen de que avergonzarse —disculpó ella—, si vienen a Ámsterdam y no van a la zona roja es como no haber venido; en lo personal a mí me encanta —confesó.

—Sí, tal vez vayamos más tarde esta noche a divertirnos un poco —confesé sonriente.

—Estoy segura de que se van a divertir mucho, sólo no intenten fotografiar a las chicas en las ventanas, si no quieren meterse en problemas —aconsejó divertida.

Iridia nos ofreció solicitar un taxi para llegar al restaurante, detalle que le agradecimos. Definitivamente había mucha diferencia entre Iridia y el chico que nos había registrado a nuestra llegada. Y no me mal interpreten, no es que el chico hubiese sido grosero o descortés, sino más bien la actitud relajada y alegre de Iridia era contagiosa y amena. Con una personalidad que te atrae, magnética podríamos decir.

En lo que esperábamos nuestro taxi tuvimos la oportunidad de conversar unos minutos más con la chica. Resulta que ella había nacido en Italia; su madre era italiana y su padre holandés. Desde muy chica se había mudado a Holanda por lo que hablaba perfectamente varios idiomas de la región, incluyendo español. Ella no residía realmente en la ciudad, trabajaba en el hotel sólo durante el periodo de vacaciones para pagar sus estudios; y ese día en particular había comenzado su turno justo cuando habíamos llegado; y éste no terminaría hasta casi el amanecer.

Al llegar nuestro taxi, nos despedimos por el momento de la amable recepcionista y salimos rumbo al restaurante. En el camino Liz y yo, concordamos en lo atenta que había sido Iridia con nosotros. Y estando seguros de que el conductor del taxi no hablaba español, jugamos con la idea de hacer un trío con ella en lugar del chico. ¡Estábamos desatados!

Almorzamos en el restaurante, y al estar ambos muy hambrientos, la comida nos supo mejor de lo que era realmente (la verdad no recuerdo ni que comimos, quizás fue lo mejor). A salir del restaurante aprovechamos para visitar el museo Casa de Ana Frank la cual realmente nos impresiono mucho por lo triste de su historia. El museo de Van Gogh es otro de los imperdibles de la ciudad sin tener que ser un experto en arte, muy recomendable.

De regreso al hotel decidimos caminar un poco. Ambos estábamos fascinados por lo hermoso de la ciudad, sus casas típicas, sus canales de agua, las innumerables bicicletas que nos topábamos a nuestro paso. Definitivamente estábamos embelesados, pero con ganas de disfrutar más de este maravilloso lugar. Después de todo la noche era joven.

Algunos amigos nos habían recomendado un club para salir a bailar y beber unos tragos, justo en la zona roja. Pero por ese día tratarse de un jueves, decidimos preguntar a la recepcionista del hotel su opinión de lugar, después de todo por su edad era seguro que lo conociera o frecuentara. Al llegar al hotel fue justo lo que hicimos.

—Sí, conozco el lugar, pero es un sitio principalmente para turistas, algo aburrido para mi gusto, y muy costoso —respondió ella con un gesto de desaprobación al lugar que nos habían recomendado—. Pero si ustedes desean realmente pasar un buen rato, puedo recomendarles un sitio un poco más excitante; pero sólo si se atreven —desafió con una sonrisa pícara.

Liz y yo volteamos a mirarnos por un segundo, tratando de intuir el pensamiento del otro. Nos conocíamos bastante bien como para presagiar nuestra probable respuesta.

—¡Claro que sí! —respondimos al unísono aceptando el desafío.

—Perfecto —respondió la recepcionista satisfecha con nuestra respuesta—, permítanme un momento.

Ella se agachó detrás del mostrador para alcanzar su bolsa de mano la cual colocó encima de éste, facilitando la búsqueda en su interior. Unos segundos después encontró lo que buscaba.

—Son unas cortesías para una función de teatro erótico ésta misma noche —dijo ella sonriendo amigablemente, ofreciéndonos un par de boletos sin costo.

El teatro erótico, como su nombre lo indica, no es otra cosa que un auditorio donde se realiza una breve obra teatral de alto contenido sexual con el propósito de excitar a la audiencia. Siendo más claros, una obra en donde los actores simulan tener sexo frente al público (si es que no están teniendo sexo realmente).

Liz y yo quedamos boca abiertos, jamás hubiéramos podido adivinar lo atrevido de la sugerencia de Iridia; pues ambos esperábamos que nos recomendara un bar o una disco. Sabíamos de lo que se trataba un teatro erótico, pero nunca nos hubiéramos imaginado asistir a uno. En un instante, una extraña sensación de morbo y curiosidad nos invadió por sorpresa.

No hubo necesidad de preguntar la opinión del otro. Nuestras miradas se cruzaron recordándonos mutuamente el precipitado pacto secreto que habíamos hecho más temprano, aquel mismo día al momento de salir de la habitación. Solo el tiempo diría si había sido un error o una gran idea.

—¡Puto el que se raje! —exclamamos una vez más al unísono riendo divertidos, ante el rostro intrigado de nuestra nueva amiga.

La recepcionista sonrió complacida con nuestra actitud alegre y desenfadada, era muy obvio que se sentía identificada con nosotros. Entregó a Liz el par de boletos y nos dio algunos consejos respecto al teatro y la zona roja.

—Les a claro que es un teatro de inmersión —advirtió la recepcionista con una sonrisa—, por lo que hay mucha interacción con el público, quizás los hagan participar en la obra —agregó en tono de broma.

—Por mí no hay problema, si el actor principal sufre pánico escénico yo puedo entrar a remplazarlo —dije yo en tono de broma, fanfarroneando sobre mi supuesta gran virilidad.

—¿En serio? Tú sufres pánico escénico estando solo, como ésta tarde en la habitación —refutó mi novia en tono de burla riendo abiertamente; recordándome que esa tarde yo no había podido cumplir como hombre a causa del cansancio—. Si alguien se va a lucir ésta noche en el teatro, seguro que seré yo —agregó con un pequeño baile.

—Bueno, si lo hacen bien puede que hasta los contraten —concluyó la recepcionista continuando con la broma.

Los tres reímos a carcajadas con el último comentario de Iridia. Era obvio que habíamos hecho muy buena química entre los tres; quizás por ella estar acostumbrada a atender a parejas un poco mayores en esos días, y al Liz y yo tener casi la misma edad que ella, se sintiera más relajada al conversar con nosotros y esa fuera la razón por la que fuera tan amable.

—Los boletos son para la última función de esta noche. Te recomiendo que vayas vestida muy sexy, para que ninguna otra chica te haga sombra —sugirió Iridia a Liz pícaramente.

En ese momento no entendimos muy bien la sugerencia de nuestra nueva amiga, pero tampoco era algo nuevo para Liz vestirse sensual o provocativa para salir a divertirse; por lo que no le dimos mucha importancia al comentario. Creyendo equivocadamente, que debido a lo frío que podían ser las noches en esa ciudad, aún en primavera, Iridia supusiera que Liz planeara vestir muy cubierta esa noche.

—Por supuesto que me vestiré muy sexy —respondió Liz moviendo la cadera simulando un baile erótico, justo ahí en el vestíbulo ante la mirada de otros huéspedes. Todos reímos.

Subimos a la habitación para descansar un poco antes de arreglarnos para salir nuevamente. Siguiendo el consejo de la recepcionista, Liz se vistió de forma muy sensual, más atrevida que lo usual. Se había puesto una blusa plateada sin espalda, con dos tirantes que se anudaban detrás de su cuello, creando un pronunciado escote al frente; que, por no usar sostén, permitía echar un vistazo a sus hermosos y voluptuosos senos. Unos diminutos pantaloncillos negros dejaban al descubierto sus largas y bien torneadas piernas. Y unos botines negros de tacón, que la hacían lucir más alta, acentuando aún más su esbelta figura.

—¿Cómo me veo? —preguntó Liz echando su busto hacia el frente, mientras jugaba con su hermoso cabello rizado, dejando lo caer libremente sobre sus hombros desnudos.

—Te ves hermosa mi amor —respondí sujetando su rostro con ambas manos, dándole un tierno beso en los labios—. Espera a que la recepcionista te vea, la vas a dejar con la boca abierta de envidia —agregué bromeando.

—Sí, ahora va a ver esa pendeja lo que es vestirse sexy —dijo Liz burlándose de la aparentemente ‘innecesaria’ recomendación de Iridia.

Tomamos nuestras chaquetas y salimos bailando de la habitación dispuestos a divertirnos como nunca. Al pasar por el vestíbulo, la recepcionista se encontraba hablando por teléfono, sirviendo de traductora mientras atendía a un par de huéspedes, una pareja mayor. Como no quisimos interrumpirla, nos limitamos a saludarla de lejos antes de salir. Al captar su atención, ella sonrió discretamente regresando el saludo.

Justo en ese instante, Liz aprovechó para girar lentamente sobre las puntas de sus pies exhibiendo orgullosa lo provocativo de su atuendo. Los ojos de la recepcionista se abrieron grandes como un par de platos, sorprendida por la belleza y sensualidad de mi novia. Pero guardando la compostura frente a la pareja que atendía en ese momento, se limitó a levantar el pulgar de su mano libre, dándonos su aprobación para salir a divertirnos aquella noche.

La famosa zona roja quedaba a un par de calles a espaldas de nuestro hotel. Como los boletos que teníamos para el teatro eran para la última función, decidimos primero ir a beber unas copas en algunos de los bares que nos había recomendado Iridia. Pero antes que otra cosa sucediera, había un asunto de suma prioridad. ¡Teníamos que ir a ver las famosas vitrinas!

Liz y yo caminamos tomados de la mano para iniciar el recorrido de la calle principal de la zona roja. Estábamos sorprendidos por lo erótico y morboso del vecindario (especialmente yo). Las casas con chicas que ofrecían sus servicios sexuales eran iluminadas con brillantes luces rojas, a ambos lados del canal. Aunque había algunas casas que, echando mano de mercadotecnia, intercambiaban los colores a azul o rosa tratando de llamar la atención de más clientes.

Dentro de las vitrinas algunas chicas realizaban eróticos bailes con toda la naturalidad del mundo, mientras los turistas las observaban con curiosidad; otras simplemente permanecían sentadas en una silla tras la ventana, absortas en sus teléfonos realizando alguna video llamada. Algunas chicas eran más atrevidas, interactuando con su público al grado que seleccionaban a un observador en particular, desafiándolo a pasar al interior de la casa para disfrutar de sus servicios profesionales.

No podía faltar el despistado turista libidinoso que, haciendo caso omiso de la prohibición de no fotografiar o grabar a las chicas, descaradamente intentaba utilizar su cámara. Cuando esto ocurrían, las chicas inmediatamente corrían las cortinas dando por terminado el espectáculo, en lo que un miembro de seguridad reprendía al culpable.

El momento cómico ocurrió cuando un grupo de amigos, que celebraban la última noche de soltero (o el cumpleaños) de uno de ellos; desafiaron al festejado instándolo a meterse a fornicar con una de las chicas ante los ojos de todos los presentes, ofreciéndole pagar la tarifa por los servicios sexuales de la chica.

Cuando el chico finalmente aceptó el reto entró a la casa de la afortunada chica en medio de un espontáneo aplauso de amigos y extraños; como si se tratase de un verdadero héroe nacional. El ambiente realmente era muy alegre y excitante.

¡Ni siquiera Liz, ni yo pudimos escapar a las propuestas de las trabajadoras de la noche! Al pasar por una vitrina donde había dos chicas; una de ellas nos señaló a ambos con un ademán invitándonos a pasar al interior de su casa para disfrutar de sus servicios. Dejando en claro, con un ademán, que ellas eran dos y nosotros también. Ambos nos echamos a reír abiertamente por la erótica insinuación.

—Primero necesitamos hacer un trío antes de pensar en un cuarteto —dije bromeando provocando que Liz soltara otra carcajada.

—Si prefieres yo entró sola mientras tú me esperas afuera —dijo Liz entre risas, regresándome la broma; dándome a entender que ella estaba más que dispuesta a pasarla muy bien esa noche.

Llegamos a un bar que se encontraba en esa misma calle; el lugar tenía más bien el aspecto de un restaurante o un café, con algunas mesas y sillas sobre la acera. Nos sentamos afuera y pedimos un par de cervezas de la región para relajarnos; mientras observamos divertidos, a los posibles clientes que captaban las chicas de las vitrinas.

No faltaron las apuestas entre Liz y yo, tratando de adivinar que chica atrapaba primero un cliente. O cuantas vueltas daba un pervertido, antes de animarse a entrar a fornicar con alguna de ellas.

—Elijó al hombre oriental —dijo Liz al apostar por un hombre que caminaba del otro lado del canal, de ascendencia asiática, como su candidato para pasar al interior de una de las casas de citas.

Después de unos minutos en lo que el hombre caminaba de ida y vuelta a lo largo de la calle principal de la zona roja, terminó entrando a la casa de una chica rubia; casi enfrente de nosotros. Ganando Liz la apuesta.

—¿Cómo supiste que él si entraría? —pregunté a Liz intrigado; pues la mayoría de los turistas sólo eran curiosos que visitaban la zona sin pretender pagar por sexo.

—Fácil —respondió mi novia—, los hombres mayores solitarios son los más pervertidos —agregó con una sonrisa.

Un poco más alegre después de varias cervezas, revisando el menú del bar noté que ofrecían muffins o panques con algo más que calorías extras. Iridia nos había comentado que en ese bar se manejan las drogas recreativas como un ingrediente más de ciertos alimentos. Así que en el espíritu de la noche decidí preguntar a Liz si le gustaría probar algo nuevo de una forma muy especial.

—¿Te animas o te rajas? —pregunté desafiándola, señalando en el menú el muffin en cuestión.

—¡Puto el que se raje! —respondió ella enérgicamente golpeando la mesa con la mano cerrada, visiblemente ebria.

Todo estaba dicho, estaba claro que esa noche estábamos más que dispuestos a todo. Pedimos el muffin y comenzamos a comerlo lentamente en pequeños trozos. Los alucinógenos que contenía el pastelillo comenzaron a hacer efecto en un par de minutos, invadiendo nuestros cuerpos con una extraña sensación de euforia y excitación. Ambos nos echamos a reír, recargándonos uno a lado del otro, enajenados del mundo a nuestro alrededor.

Entre copas y muffins pasaron un par de horas en lo que daba inicio la función erótica. Decidimos dejar el bar y caminar un par de calles hasta donde se encontraba el teatro. El camino estaba lleno de tiendas de artículos eróticos, que se aprovechaban de los drogados y poco inhibidos trasnochadores como nosotros. Películas pornográficas, disfraces de lencería, juguetes sexuales, dulces con la forma de penes o senos, pasteles eróticos, etcétera. Todo relacionado con el sexo.

Llegamos al lugar, el cual era realmente una antigua casa habilitada como un teatro. Entramos por un pequeño patio donde había una especie de taquilla y tienda de recuerdos, con algunos souvenirs y películas para adultos. Al momento que llegamos todavía se encontraban varias personas que salían de la función anterior. Se podía notar en la expresión de sus rostros, que se encontraban muy alegres y excitados por el espectáculo que acababan de presenciar; por lo que mi novia y yo nos atrevimos a presagiar que pasaríamos un muy buen rato aquella noche.

Entregamos los boletos al cadenero de pie en el pasillo de acceso. Él los tomó y simplemente los rompió por la mitad para marcarlos antes de invitarnos a pasar por el pasillo que llegaba hasta la sala donde sería la función. El auditorio no era muy grande, eran como 8 filas, de 6 asientos cada una, para 40 o 50 personas a lo mucho, con una pequeña plataforma elevada al frente; en el cual se encontraba una pantalla de proyección en la pared del fondo.

Liz y yo nos miramos a los ojos desconcertados; daba la impresión de que en lugar de una obra de teatro pasarían una película. Quizás nosotros habíamos entendido mal a Iridia, ¿De qué forma una película podría ser interactiva? Nos preguntamos. Aun así, todavía con los efectos del ingrediente secreto del muffin, mi novia y yo estábamos más que dispuestos a disfrutar de una nueva experiencia.

—¡Puto el que se raje! —exclamamos una vez más riendo divertidos, antes de sentarnos en medio de las butacas de la segunda fila.

Liz y yo nos encontrábamos bromeando, cuando noté que, en la fila de enfrente a nuestra izquierda, se sentó una pareja de mediana edad como de unos cincuenta años. La dama también iba vestida muy provocativamente para su edad, con una minifalda negra y una blusa blanca muy escotada; pero definitivamente no se comparaba a mi novia. Ella era rubia, con mucho busto y buena pierna; sin embargo, su rostro no reflejaba que estuviese relajada; volteando repetidamente hacia atrás para mirar de reojo a Liz con cierto interés.

—Creo que les gustamos —dije yo sin ningún recato, seguro de que nadie entendía lo que decíamos.

—Dirás que yo les gusté —corrigió mi novia divertida alardeando, muy segura de sus encantos.

Como el ambiente se sentía algo cálido, decidimos quitarnos las chaquetas, exhibiendo Liz su provocativo escote en medio de la sala. Cuando la rubia notó lo sensual que lucía mi novia no pudo ocultar su molestia, haciendo una mueca con sus labios, como si desaprobara la manera en que Liz iba vestida. Había quedado perplejo.

¡Esto era ridículo, no podía ser que el atuendo de mi novia ofendiera a esa pareja de ancianos! Estábamos en un teatro erótico no en una iglesia, ¡era completamente absurdo!

Sin darle más importancia al desdén de la rubia, Liz y yo seguimos bromeando en lo que la sala se iba llenando poco a poco. Un chico se sentó a la derecha de mi novia a un asiento de distancia. De igual manera a mi izquierda, junto a mí, otro chico se sentó sin que yo lo notara. Los asientos detrás de nosotros también fueron ocupados por dos hombres jóvenes. La mayor parte del público se sentó en las butacas del fondo; calculo que seríamos unas veinte personas entre todos.

La luz se apagó, quedando completamente a oscuras por un segundo, antes que se encendiera el proyector iluminando la sala. Sujeté la mano de Liz impaciente. Ambos estábamos nerviosos pero ansiosos. Jamás habíamos visto una película pornográfica en publicó y mucho menos rodeado de desconocidos. Parecía que el morbo en el ambiente era imposible de ser superado. ¡Qué equivocado estaba!

La película inició con unos títulos incomprensibles para nosotros debido a que estaban en otro idioma. Las primeras escenas de la película daban la impresión de ser del tipo cámara escondida. En la primera escena, se mostraba como una chica se cambiaba de ropa dentro de un vestidor de mujeres de una tienda departamental, cuando repentinamente era sorprendida por el que debía ser su novio o amante; y en un espontáneo momento de pasión se entregaban a los deseos carnales, sin darse cuenta de que eran filmados. O al menos eso era lo que aparentaba, ya que no había forma de saber que tan real era la escena.

En la siguiente escena se veía a otra chica en el interior de la cabina de un sanitario. Ella se encontraba sentada en el retrete, con la blusa desabotonada y sin sostén, jugando sugestivamente con sus senos; cuando sigilosamente aparece a su izquierda, a través de un agujero en el muro de la cabina, un enorme miembro masculino negro y grueso. Cuando la chica nota al intruso se abalanza vorazmente sobre este introduciéndoselo en la boca; regalándole una sesión de sexo oral de antología.

Aunque podría decirse que se trataba de una película muda, por la ausencia de diálogos y banda sonora, todas estas escenas eran acompañadas por los hiperrealistas efectos de sonido generados por el público que conformaba el auditorio. Cada vez que uno de los protagonistas de la película alcanzaba un orgasmo, el público estallaba en aplausos y vítores, festejando la hazaña de los actores en pantalla.

Liz y yo reíamos divertidos, con las eróticas escenas y las reacciones del público. Bromeando entre nosotros con la posibilidad de realizar nuestra propia versión de aquellos atrevidos actos sexuales, para que después fueran exhibidos en aquella anónima sala. ¡Bendita ignorancia!

—Nosotros lo haríamos mejor —dije riendo burlón.

—Claro que sí, yo estoy más buena —respondió Liz riendo alegremente, continuando con la broma.

En un momento dado, con nuestros ojos ya adaptados a la oscuridad de la sala, noté como el chico a la derecha de mi novia, se había recorrido un lugar quedando justo al lado de ella. Pero eso no fue lo único que noté. Él había abierto la bragueta de su pantalón, para extraer su asqueroso pene para masturbarse; frotándolo lentamente de arriba hacia abajo, absorto, viendo las imágenes en pantalla; como si él no notara nuestra presencia.

El hecho me resulto gracioso, así que apreté la mano de mi novia para llamar su atención; una vez que la conseguí, con mis ojos le indiqué que mirara su derecha. Ella sonrió pícaramente y asintiendo con la cabeza me indicó que ya lo había notado, para inmediatamente ahora ella indicarme con sus ojos que volteara a mi izquierda. Sonreí nervioso.

Con toda la cautela del mundo giré la cabeza hacia mi izquierda, para ver de reojo como el chico sentado a mi lado también había extraído su miembro para masturbarse; ajeno al mundo a su alrededor. Era imposible saber que resultaba más excitante, las escenas en pantalla o las que ocurrían junto a nosotros. El morbo se había apoderado de la sala.

Instintivamente mi mano izquierda comenzó a acariciar mi entrepierna; mientras mi mano derecha, soltaba la mano de Liz para deslizarse furtivamente hasta alcanzar su muslo. Yo acariciaba la pierna de mi novia con lujuria al ritmo de las escenas frente a nosotros, cuando la mano en mi pantalón fue remplazada por la propia mano de mi novia que recién yo había liberado.

Con una palmada en la parte interna del muslo, le indiqué a mi novia que descruzara las piernas. Ella obediente, cedió a mi petición, aprovechando yo entonces la oportunidad para acariciar su entrepierna por encima de sus pantaloncillos, al tiempo que un leve quejido de placer salía de sus labios. No era necesario que volteáramos para ver nuestra reacción; este juego lo habíamos realizado suficientes veces como para saber cómo masturbarnos mutuamente.

Desafortunadamente para mí una cruenta batalla comenzó a fraguarse bajo mi pantalón. Mi miembro, estimulado por las caricias de mi novia, se esforzaba inútilmente por erguirse en toda su extensión. Pero mis ropas lo oprimían dolorosamente, doblándose sobre sí mismo. Aquella angustiosa situación me excitaba aún más, y mi novia consciente de mi infortunio, continuaba con malicia con sus perversas caricias, al tiempo que un escalofrío recorría mi cuerpo.

En relativo anonimato ambos seguíamos masturbándonos descaradamente en medio de la sala, cuando sin previo aviso, la película cambio de ritmo; y una escena un poco familiar se apoderó de la pantalla tomándonos por sorpresa. En ella se mostraba una sala de cine, muy similar a la que nos encontrábamos en ese momento; pero vista desde el frente, como si la cámara estuviera sobre el podio viendo hacia el público. Y en medio de la segunda fila de las butacas, una atractiva chica ataviada con un provocativo atuendo atrapaba las lascivas miradas de deseo de los hombres en la película. ¡Exacto, demasiado familiar!

Súbitamente la cámara cambió de cuadro, centrándose en la chica, una joven y hermosa rubia; con un escotado y corto vestido blanco, que cubría precariamente sus encantos. A su alrededor, los pervertidos espectadores la observaban con lascivia, frotando descaradamente los miembros bajo sus ropas.

Mi corazón se detuvo, al tiempo que retuve la respiración, una vez que conjuré la extraña mecánica de la función de teatro erótico en que nos encontrábamos. Se suponía que mi novia y yo realizáramos las mismas lujuriosas escenas en pantalla. ¡En vivo y a todo color!

Sin soltar el aliento, lentamente volteé a ver el rostro de mi novia. Nuestras miradas se cruzaron una vez más, mientras ambos permanecíamos mudos, tratando de adivinar los miedos y deseos del otro. Furtivamente una sonrisa se dibujó en nuestros labios, como si estuvieran sincronizados; renovando de esta manera el secreto pacto que horas antes habíamos realizado.

“¡Puto el que se raje!”, exclamamos fuertemente en silencio, con el don telepático que los años como pareja nos habían otorgado.

Nuestras caricias cesaron al clavar nuevamente los ojos en la pantalla frente a nosotros, prestos a recibir los guiones para los papeles que nos tocaría interpretar en ésta peculiar obra de teatro.

En la película el hombre a lado izquierdo de la chica hacía el papel de su indiferente pareja, quien la ignoraba por estar pendiente a las imágenes frente a él; a diferencia del hombre a su derecha que, aprovechando esa indiferencia, comenzaba a acariciar, muy sutilmente, a la chica tocando primero su codo de manera presuntamente accidental.

¡Oh, santo cielo! ¡No lo podía creer! Me había tocado interpretar el papel de la ‘pareja cornuda’ de la sensual chica en pantalla. Por un segundo me sentí tentado a tomar a mi novia y salir huyendo de ahí. Pero el pacto secreto que esa tarde había hecho con Liz resonaba en mi cabeza. Sabía muy bien que si ahora me acobardaba, mi novia me lo recriminaría toda la vida. ¡No podía dar marcha atrás!

El papel de mi novia tampoco era cosa fácil. La chica de la película tenía un rostro indiferente, casi inexpresiva ante las impúdicas caricias del extraño a su lado. Por más que aquel supuesto desconocido la acariciaba con lujuria ella permanecía sin inmutarse, con hielo en la sangre. Definitivamente ese era un papel que me encantaría ver a mi novia interpretar; sin embargo, había un pequeño problema. De acuerdo con mi propio papel en la obra, no se me estaba permitido mirar directamente hacia Liz.

¡Que calamidad! Quería voltear para ver si mi novia estaba a la altura de la protagonista de la película, pero no podía hacerlo sin abandonar mi propio papel en la obra. No era así como había imaginado en mis fantasías que sería nuestro primer trío.

El morbo y la excitación era tal, que espontáneamente mi miembro comenzó a pulsar nuevamente tratando de erguirse; pero una vez más mis ropas lo impedían cruelmente, como una especie de perverso candado de castidad para penes.

“¡Piedad por favor!” Mi torturado miembro imploraba porque me bajara los pantalones y lo liberara de su infortunio, pero sus suplicas serían en vano. Estábamos juntos en esto, si yo sufría él también lo haría conmigo sentencié.

Haciendo un esfuerzo por no voltear a ver a mi novia, dirigí mi vista hacia la izquierda, donde se encontraba la rubia que había expresado celos de Liz; y pude visualizar perfectamente como un hombre sentado a su derecha, acariciaba con lujuria sus piernas; mientras el cornudo de su pareja, no despegaba la vista de la pantalla.

“¡Pero qué clase de pendejo permite que otro hombre manosee a su mujer frente a sus ojos!”, pensé al sonreír burlándome de ese hombre tratando de ignorar mi propia desgracia con el dolor ajeno.

Por un momento suspire aliviado, si no podía ver lo que ocurría junto a mí con mi novia y el chico a su derecha, al menos podría verlo de manera indirecta valiéndome de la madura rubia y su acosador sentados frente a nosotros.

Con cada escena en pantalla, la película iba subiendo de tono un poco más. El pervertido hombre al lado derecho de la chica ya no se conformaba con acariciar los brazos o piernas de ella, ahora se dedicaba a acariciar sus senos intentando meter su mano por el escote de su vestido; mientras ella continuaba sin mostrar expresión alguna y el cornudo de su pareja seguía sin prestar atención a lo que ocurría justo a su lado.

¡Oh cielos! ¡Ya no podía soportarlo! Tenía que voltear a ver lo que estaba sucediendo con mi novia y su vecino. Intenté calmar mis ansias centrando una vez más mi vista en la rubia de la primera fila, quien ya se encontraba con un seno de fuera siendo manoseada por su acosador pero no funcionó; eso ya no era suficiente para satisfacer mi morbosa curiosidad. Los escalofríos fueron remplazados por un sudor de angustia.

Implorando al cielo por ayuda, estuve a punto de voltear la cabeza descaradamente a mi derecha, pero justo un instante antes, ¡el milagro sucedió!

En la película, el hombre que se suponía que era la pareja de la sensual chica, se levantó de su asiento para retirarse al cuarto de servicio, o quizás a comprar maíz inflado, ¡no lo sé, a quien le importa! Lo importante es que se retiraba de la escena, por lo que el sufrimiento de mi personaje había concluido. ¡Gracias al cielo, estaba salvado!

En el mayor acto de egoísmo supremo desde que Liz y yo somos novios, decidí hacer lo mismo; dejando a mi hermosa e indefensa novia a merced de los perversos guionistas de la película, sin olvidar los degenerados hombres presentes en el auditorio. ¿Quién me podría culpar por eso? Después de todo había llegado más allá de mis limites, hasta donde yo mismo ignoraba que podía soportar. Además, siempre me podría excusar en que sólo estaba cumpliendo con mi papel en la singular obra.

Antes de ponerme de pie pude notar como la pareja de la rubia de la primera fila, el hombre a su izquierda respetando también su papel (el cual compartíamos), se levantaba de su asiento y sin voltear atrás se retiraba de la sala. Por lo que ya no dudé en hacer lo mismo e inmediatamente me puse de pie para huir cobardemente.

Era más fácil decirlo que hacerlo, pues mi pene se encontraba a un segundo de estallar estrangulado bajo mi ropa. Una especie de carpa en mi pantalón se formó abriéndome camino por la penumbra de la sala hasta la puerta de salida, sin prestar atención en nada más abandonando a mi novia a su suerte. “Lo siento amor, no puedo ayudarte”, pensé mientras caminaba.

Con cortos pasos salí de la sala y entré al sanitario buscando alivio para mi torturado miembro. Al entrar me encontré a la pareja de la madura rubia, orinando en el mingitorio. Me coloqué a un lado de él y bajé la bragueta de mi pantalón para aliviar mi sufrimiento. No pude evitar lanzar un grave quejido de placer, cuando mi erecto miembro salió disparado como una flecha desde bajo de mis ropas.

—¿Es tu primera vez? —preguntó el hombre a mi lado, en un dialecto inteligible para mí.

Sin poder entender lo que había dicho volteé a verlo directamente a la cara, asintiendo solamente con la cabeza. Él sonrió y orgulloso señaló a su miembro, el cual se encontraba flácido orinando a cuenta gotas. Supuse que debido a su edad tendría alguna disfunción erectil y me estaba preguntando alguna cosa de hombres.

—Mira, después de 20 años —agregó volviendo a señalar su miembro, antes de sacudirlo.

Casi pierdo el balance inclinándome para mirar de cerca el marchito y canoso miembro de aquel completo extraño. Pero por más que lo escudriñaba con detenimiento no lograba descifrar a que se refería.

—Gracias amigo, pero no soy gay —aclaré suponiendo erróneamente, que me estaba ofreciendo su miembro para que lo masturbara o le practicara sexo oral.

El hombre se retiró con una sonrisa, consciente de que no le había entendido, dándome una palmada en la espalda en lo que yo terminaba de orinar. Ignorando esa ‘conversación’ sacudí mi miembro tratando de disminuir mi erección para volver a esconderlo bajo mis ropas.

Al finalizar de orinar volteé hacia atrás buscando el lavamanos y pude notar que ahí se encontraban tres cabinas para los retretes del sanitario. Lo cual no tendría nada de particular si no fuera por el hecho que la cabina del centro tenía en la puerta el clásico símbolo de una mujer; y en las cabinas de ambos lados el símbolo de un hombre. “Quizás por problemas de espacio, en este lugar compartían el mismo sanitario hombres y mujeres”, razoné.

Sin pensar más en el asunto me lavé las manos y salí de ahí. Aún en la oscuridad del pasillo pude apreciar perfectamente como la pareja de la rubia salía al patio a fumar. No estaba seguro si yo debería hacer lo mismo, así que con mucha cautela me escabullí hasta la entrada de la sala donde había ‘abandonado’ a mi novia para echar un vistazo a lo que ocurría en su interior. Lo que vi me dejó helado.

Mi lugar había sido ocupado por el sujeto que estaba sentado a mi izquierda. Si el sólo hecho de que este chico hubiera ocupado mi asiento, ya era razón para sacar de sus casillas a cualquiera; lo que él y el otro chico sentado a la derecha de mi novia, estaban realizando era como para que mi cabeza explotara.

Ambos sujetos se encontraban acariciando con lujuria las piernas y entrepierna de mi novia pellizcándolas con malicia; mientras utilizaban cada una de sus manos para masturbarse frenéticamente; obviamente, ¡imitando la acción en pantalla!

Liz por su parte, bien comprometida con su papel y dando una muestra de su gran fuerza de voluntad, se esforzaba por ocultar cualquier mínima expresión facial que delatara el enorme placer carnal al que estaba siendo sometido su cuerpo. ¡Una verdadera guerrera!

El auditorio enteró se había silenciado, las risas y gritos de euforia fueron remplazados con los jadeos y sórdidos quejidos de placer de todos los presentes; como si todos estuviéramos compartiendo un mismo orgasmo.

Mientras mi novia, valiente, utilizaba todas sus fuerzas para evitar que su rostro mostrara alguna involuntaria expresión de placer o dolor. Sin darme cuenta mi mano se había introducido en mi pantalón masturbándome torpemente. La escena era tan morbosa y surreal. ¡Pornografía en 4D exclusivamente para mí!

Como si no fuera suficiente la avalancha de emociones que mi novia trataba de suprimir, súbitamente ésta se incrementó cuando la escena en pantalla incluyó más actores. Los hombres que se encontraban sentados detrás de la chica en la película comenzaron a acariciar sus senos desde su posición en la tercera fila; apoderándose cada uno de ellos de uno de sus pechos, disputando ocasionalmente su propiedad con quienes estaban sentados a lado de ella.

Una lluvia de pellizcos y bofetadas se desató sobre el busto de la bella actriz. Acciones que eran reflejadas con precisión, al centro de la segunda fila del auditorio, ¡por mi novia y los chicos a su alrededor!

¡Pobre! Sentí un poco de compasión por Liz. Como quisiera poder haber ayudado a mi novia a superar ese reto tan extraordinario, pero no podía. A parte de cruzar los dedos por ella, no había mucho que pudiera hacer. Ella estaba completamente sola, ésta era su noche, su gran noche.

Buscando aliviar mi estrés, dirigí la mirada hacia las filas posteriores. En las butacas había principalmente parejas hetero, algunas parejas de lesbianas y una pareja gay; todos entregados al frenesí de acariciar sus cuerpos casi semi desnudos, en una auténtica orgía de cine-filos. Sin embargo, ninguna otra chica intentaba siquiera imitar el papel de la chica en pantalla. Parecía que este duelo de actuación se decidiría solamente entre la madura rubia de la primera fila y mi novia.

Las escenas se volvían más morbosas a cada minuto. La chica en pantalla estaba prácticamente en ropa interior, mientras los chicos sentados atrás de ella sacaban sus erectos miembros para abofetearla en el rostro con ellos. Dudé por un segundo, antes de dirigir la mirada hacia mi novia. Una parte de mí deseaba que sus coprotagonistas no hubieran llegado a eso; otra parte de mí, la real, deseaba que así fuera. Cuando por fin obtuve el valor para mirar sonreí pervertidamente.

Efectivamente, los chicos sentados atrás de mi novia habían sacado sus miembros, y con toda la obscenidad del mundo los restregaban en el rostro de Liz impunemente. Y ella, aún sin inmutarse, daba una autentica cátedra de actuación digna de un premio de la academia. ¡No podría estar más orgulloso de ella!

“¡Vamos mi amor, tú puedes!”, hubiese querido gritar mostrando mi apoyo a Liz (como sí lo necesitara). Su rostro era increíble, parecía hecho de plástico inerte, como si se tratase sólo de una hiper realista muñeca sexual incapaz de sentir emociones; hecha sólo para el mórbido placer de su dueño. Nadie era capaz de imaginar el enorme esfuerzo que ella se encontraba realizando con tal de cumplir las expectativas de los futuros espectadores (suponiendo que alguien la estuviera grabando lo cual era muy probable).

Mi pene ya se encontraba a punto de estallar nuevamente, inconscientemente bajé la bragueta de mi pantalón para liberar la presión. Justo en ese momento sentí una palmada en la espalda.

—¿No te pudiste contener? —preguntó una voz burlona en un extraño idioma.

Se trataba de la pareja de la madura rubia de la primera fila, que regresaba a la sala después de haber terminado su cigarrillo. No hubiese importado que me hubiera hablado español, yo ignoré lo que decía masturbándome como loco con mi miembro fuera de mi pantalón completamente erecto; excitado por la gran actuación de mi novia.

“¡Que ya terminé por favor!”, suplicaba al cielo, esperando ser escuchado. La excitación y morbo era tal, que parecía que no había manera de ser superada. Pero muy en el fondo de mi ser, en lo más retorcido de mis perversiones, deseaba que este placer morboso que experimentaba se incrementara. Y entonces, ambos deseos se cumplieron.

En la película, los hombres detrás de la bella chica comenzaron a frotar como desesperados sus miembros, preparándose para eyacular. Después de un hipnótico magreo, como si estuvieran sincronizados, ambos chicos dispararon sendos chorros de blanco semen salpicando las mejillas de la chica, obligándola a parpadear.

Definitivamente la chica de la película era una gran actriz; fuera de ese involuntario reflejo, ella no había mostrado ninguna otra reacción en su rostro. Estuve casi a punto de eyacular con aquella morbosa escena, cuando recordé a mi novia sentada en la segunda fila dispuesta a superar esa misma hazaña.

Casi me doblé sobre mi vientre, esforzándome por retrasar mi clímax un segundo más. Con mi eyaculación a punto de estallar dirigí la mirada hacia mi novia, para disfrutar con lujo de detalle de su actuación. Los chicos de pie detrás de ella, una vez más imitando la escena en pantalla, comenzaron a masturbarse frotando sus miembros frenéticamente preparándose para el gran final. Con toda la precaución del mundo los acompañé siguiendo su ritmo.

Unos pocos segundos después, ese par de chicos eyacularon sin control su blanco semen, directamente sobre el rostro de Liz, salpicando incluso a quienes estaban sentados a lado de ella. Con esto, los chicos de enfrente no pudieron evitar reaccionar con molestia por lo sucedido, saliendo de su papel en la obra. Sin embargo, mi novia seguía victoriosa, sin parpadear; superando en su primer intento la actuación mostrada en la pantalla, con el viscoso esperma de dos extraños escurriendo por su rostro aún inexpresivo.

¡No pude más! Un abundante chorro de mi propio semen se disparó sin que yo pudiera controlarlo, trazando una pegajosa línea blanca sobre la alfombra del auditorio; acompañándolo con un sórdido quejido de placer orgásmico. Estaba en éxtasis.

Mi líquido siguió brotando copiosamente, sin que me importara que la pareja de la rubia siguiera a mi lado, observándome detenidamente; riendo burlón por mi aparente novatez en estos menesteres. Aún con mis manos pegajosas, pero aliviado, me apresuré a esconder mi miembro bajo mi pantalón; al tiempo que la sala se oscurecía con los créditos finales de la película.

Con esto todos los presentes en el auditorio automáticamente contuvieron sus lujuriosas acciones, como si alguien hubiese presionado un interruptor de apagado.

—¡Bien hecho! —dijo el hombre a mi lado, al tiempo que me felicitaba con una palmada en el hombro.

Las tenues luces del auditorio se volvieron a encender, en lo que el maduro hombre regresaba a la primera fila, a lado de la rubia; quien, con la blusa abierta y su sostén por afuera de su ropa, se despedía cordialmente de sus coprotagonistas con los senos al aire, como si se tratase solamente de unos viejos amigos que se reencuentran casualmente.

Terminé de abrochar mi pantalón para regresar a lado de Liz, quien al igual que la rubia, se despedía de los chicos con quien había compartido escena esa noche. Sonriente, acomodando su blusa para cubrir sus senos, en lo que ellos se despedían tímidamente sin muchas palabras, conscientes de que mi novia no hablaba su idioma; al tiempo que resguardaban sus miembros bajos sus ropas.

—Buenas noches —dijeron cada uno de ellos antes de retirarse al pasar a mi lado, o al menos eso creo que dijeron.

—Estuviste increíble mi amor —dije a Liz, felicitándola por su extraordinaria demostración de temple bajo presión.

—Tú también estuviste genial amor, no creí que lo hicieras; pensé que te acobardarías en la primera escena —respondió ella poniéndose de pie para lanzarse a mis brazos.

—Claro que lo pensé —confesé—, pero sabía que si lo hacía me lo echarías en cara toda la vida.

—Efectivamente, te lo hubiese recordado todos los días de tu vida —confirmó mi suposición.

Nos fundimos en un enorme beso de celebración por nuestro triunfal debut en ese singular teatro. Un beso con un extraño sabor a semen, pues el rostro de Liz seguía impregnado con los espesos fluidos corporales de otros hombres. Sugerí a mi novia ir al tocador para que se aseara, cosa en lo que ella estuvo de acuerdo.

Al entrar al cuarto de servicio, mi novia notó el curioso rotulado de las cabinas sanitarias y e inmediatamente esbozo una sonrisa de lujuria en su rostro. Antes de que yo pudiera comprender la razón de su alegría, ella se lanzó a mis brazos nuevamente besándome con pasión; jalándome con ella al interior de la cabina del centro, justo la que tenía el símbolo de una mujer gravado en la puerta.

A pesar de que su rostro conservaba aún el aroma y sabor del semen de aquellos dos extraños, me fue imposible resistirme a los encantos de mi novia, quién como poseída me empujó bruscamente para sentarme sobre el retrete cerrando la puerta de la cabina tras de sí. ¡Jamás la había visto con esa actitud tan salvaje! La amaba.

En retrospectiva, su reacción era muy natural, más que justificada. Liz había sido forzada a suprimir cualquier rastro de emoción humana, durante todo el tiempo que duró la función de teatro erótico, alrededor de cuarenta minutos, era justo que ahora le tocara disfrutar un poco a ella; que cobrará revancha por decirlo de alguna forma. En ese momento comprendí, que yo tendría que sufrir las consecuencias de su tortura previa.

Liz abrió las piernas sentándose sobre mi regazo y abrazándome por el cuello, en lo que continuaba comiéndome a besos. Instintivamente le correspondí, removiendo de sus hombros los tirantes de su blusa, dejando sus perfectos senos desnudos frente a mí, disponibles para jugar con ellos a mi antojo.

Mi novia sonrió lascivamente en lo que yo descifraba las emociones reflejadas en su rostro. Resultaba obvio que ella tenía unas enormes ganas de fornicar en aquel inmundo cuarto de servicio. Una oportunidad para realizar una más de mis fantasías que tampoco podía dejar pasar: la de tener sexo en un lugar público. Pero había un problema.

Yo me encontraba muy agotado todavía, por haberme masturbado tan sólo unos minutos antes en el auditorio, no creía que fuera capaz de satisfacer a mi novia en ese preciso momento. Aterrorizado, en un segundo contemplé mi vida entera a lado de Liz, siendo recriminado eternamente por no haberle podido cumplir por segunda vez como hombre en aquel día. Mi virilidad quedaría en entredicho; sólo un nuevo milagro me salvaría.

Dirigí mis ojos hacia el techo esperando una vez más por ese milagro, en lo que Liz se arrodillaba frente a mí para desabrochar mi pantalón con desesperación; sin detenerse a pensar en la suciedad del asqueroso piso sobre el que apoyaba sus rodillas, ávida por encontrar un pene en erección. Como deseaba poder ofrecerle lo que ella buscaba... Y entonces un segundo milagro sucedió.

Por un pequeño orificio, en la pared a mi derecha, un pálido y erecto intruso se hizo presente en medio de nuestros rostros; ofreciéndonos salvar la noche, como si hubiese estado escuchando mis plegarias. Se trataba de un pene, un miembro de hombre, el cual nos observaba detenidamente con su único ojo. Mi novia se detuvo inmediatamente, al tiempo que ambos hacíamos viscos, al enfocar los ojos en el intruso enfrente de nosotros.

En realidad, no se trataba de un completo desconocido, al menos no para mí, era alguien que yo había tenido la oportunidad de conocer previamente esa misma noche. Se trataba del canoso y marchito miembro del maduro hombre pareja de la rubia de la primera fila quien, sin invitación, se presentaba en nuestra cita.

Para ser sinceros, aquel pene estaba muy lejos de ser tan grande y grueso como mi propio miembro; pero dadas las circunstancias, me daba la impresión de ser enorme. Y por otro lado era exactamente lo que necesitaba en ese momento: un bien erecto pene que poder ofrecerle a mi novia. Nuestras miradas se cruzaron una última vez para recordarnos mutuamente el pacto que aquella noche ya se había convertido en nuestra única ley.

—¡Puto el que se raje! —exclamamos esta vez en voz fuerte dispuestos a practicarle a ese extraño sexo oral. Sonrientes, decididos, audaces.

El pene se blandía innecesariamente, tratando de llamar nuestra atención; tan cerca de nuestros rostros, que podíamos oler sin problemas su fragancia. Era un olor rancio y ácido, como la orina acumulada en los mingitorios detrás de la puerta. Un olor que penetraba por nuestros orificios nasales, cada vez que respirábamos excitados por la situación. Pero ese olor era lo que menos me preocupaba.

Nunca le había practicado el sexo oral a un hombre, no estaba seguro si llegaría a estar a la altura de las circunstancias. Pero mis temores se desvanecieron tan rápidos como llegaron al recordar que contaba con la asesoría de primera mano (en sentido figurado), de toda una experta para realizarlo. Una sacudida más de aquel mal oliente miembro fue todo lo que se necesitó para que Liz y yo, obedientemente comenzáramos a premiarlo. ¡Bienvenidos a mi primera lección de sexo oral!

Liz en su papel de instructora tomo la iniciativa, soltando primero un pequeño y fugaz beso en la blanca cabeza de ese pene para después con un gesto invitarme a hacer lo mismo. No había duda que valiera; sin pensarlo hice exactamente lo mismo, quizás demasiado rápido, debido a que no recuerdo el sabor de ese primer beso al miembro de un hombre. Sólo una descarga eléctrica recorriendo toda mi espalda, desde la nuca hasta mi coxis, quedando marcado en mi memoria como remembranza de aquel morboso beso.

—¿Te gustó? —preguntó mi novia con voz dulce.

—Sí, claro que sí —respondí tajante; suspirando, reponiéndome de aquel primer trauma.

Acto seguido, Liz se enfiló de nuevo hacia nuestro invitado y con su húmeda lengua le regaló una lenta lamida, iniciando en el tallo pegado a la pared hasta la punta de la cabeza. Nunca había sentido tanta excitación y morbo en mi vida, como en esa ocasión en que vi a mi novia, lamer con lujuria el miembro de un hombre de quien ni si quiera conocía su rostro; mucho menos su nombre. Quizás, sólo quizás, si ella hubiera sabido que se trataba de casi un anciano, tal vez ella no se hubiera esmerado tanto en su labor.

Yo ya no necesitaba de otra invitación; tan pronto la lengua de mi novia se despegó de aquel pene, la mía ocupó su lugar. Éste segundo contacto fue más lento que el anterior, más lento incluso que el que acababa de realizar Liz. Por primera vez en mi vida, pude saborear realmente lo que era el sabor y textura de la piel del miembro de otro hombre. Una exótica mezcla entre salado y agrio, un curioso sabor al que sería fácil acostumbrarme. Sin prisa, me tomé mi tiempo antes de desprender mi lengua de aquel manjar, saboreándolo con placer en toda su extensión.

Una vez que finalizó ese segundo contacto, Liz se levantó del piso para sentarse en mi regazo; y de esa forma quedar de frente a nuestro invitado, que continuaba blandiéndose exigiendo más acción. Mi novia utilizó su lengua para lamer con delicadeza repetidamente sólo la punta del glande, estimulando y manteniendo la erección, sirviendo como preludio para lo que estaba por venir. Unos cuantos lengüetazos más y juro que vi perfectamente como la punta de aquel miembro empezaba a segregar un líquido blancuzco y viscoso, similar a un lácteo. ¡Cuanto ansiaba mi turno para poder degustarlo!

Liz seguía capturando lascivamente el semen con su lengua, cuando en determinado momento se echó hacia atrás dándome la oportunidad de probarlo. Instintivamente estiré mi lengua, colocándola debajo del glande, justo donde goteaba aquel viscoso líquido.

¡Se sintió tan tibio y dulce! Mi novia sonrió satisfecha por mi actitud sumisa y proactiva, pero no había tiempo para cumplidos, había un miembro de hombre frente a nosotros que merecía toda nuestra atención.

Sin previo aviso, Liz abrió la boca para introducirse de una vez toda la cabeza del pene en su boca, comenzando con la sesión de sexo oral. La probó por unos segundos succionando con el vacío de su boca, antes de iniciar con su movimiento de vaivén de adelante hacia atrás, masajeando con delicadeza la longitud completa del pene. Al tiempo que una espuma blanca escapaba por las comisuras de sus labios.

La escena era increíble, muy superior a cualquiera que habíamos visto en la función de teatro a la que habíamos asistido esa misma noche. Ahí estaba yo, en primera fila, en un inmundo cuarto sanitario, viendo como mi hermosa y sensual novia con el torso desnudo se encontraba gozando con el pene de un completo extraño. De pronto, el morbo y la excitación que sentía habían hecho efecto despertando a quien hasta hace un minuto dormía bajo mi pantalón.

“Demasiado tarde amigo, es mi turno con la verga del viejo”, pensé ignorando mi propio pene. Liz se retiró nuevamente hacia atrás con la espuma escurriendo por todo su cuello dejándome su lugar. No me pude resistir. Sin importar que aquel miembro estuviera escurriendo esa mezcla de saliva y semen a todo lo largo, me metí todo el miembro en la boca salvajemente; e imitando la acción previa de mi novia, comencé con el frenético vaivén con ese marchito pedazo de carne en mi interior.

Pude sentir perfectamente como la mezcla del líquido seminal y mi propia saliva, burbujeaban como una especie de fermentado champagne dentro de mi cavidad bucal, escapando algunos hilos por mis labios al momento que aquel miembro golpeaba en mi paladar. Una sensación indescriptible, que nunca imaginé podía llegar a experimentar.

Es imposible saber cuántas personas pasaron por aquel cuarto de servicio aquella noche de verano durante nuestra visita al teatro. De lo que si estoy completamente seguro, es que ninguna persona lo disfrutó tanto como aquel maduro extraño al que agradecimos su oportuna intervención premiándolo con un bisexual sexo oral.

Como un verdadero equipo, Liz y yo continuábamos haciendo turnos para compartir aquel pálido miembro, deseosos por complacerlo. Pasaron unos minutos antes de que Liz, gracias a su experiencia, se diera cuenta que el hombre ya estaba por alcanzar el clímax. Amablemente me cedió su lugar, dando me la oportunidad de probar por primera vez, lo que era una eyaculación directamente en la boca.

Dudé un poco antes de aceptar, pero sólo bastó una mirada de mi novia para que recordara nuestro irrompible pacto. Aquel que en caso de no honrar acaecería sobre mi cabeza una maldición eterna.

Me volví a meter aquel miembro completamente en la boca, en lo que mi novia empujó mi rostro contra la pared pegando mis labios justo en el orificio, asegurándose de que no se me escapara ninguna gota de semen cuando recibiera mi primera descarga.

Sin previo aviso, un chorro de un caliente y viscoso líquido golpeo en lo profundo de mi garganta, disparando el reflejo involuntario de vomitar. Pero gracias a que mi novia oprimía con fuerza mi rostro contra la pared pude contener ese reflejo, entregándome completamente a disfrutar del sabor que esa deliciosa ambrosía dejaba en mi paladar al momento de tragarlo.

Apreté mis labios en lo que el maduro hombre sacudía su pene dentro de mi cavidad bucal, golpeando el interior de mi boca, salpicando sus últimas gotas de esperma. Pude sentir perfectamente como el miembro perdía su rigidez reposando flácido sobre mi lengua. Era una sensación tan extraña. Me encantaba.

El hombre comenzó a retirar su miembro de mi boca, en lo que yo le regalaba un masaje al momento de extraerlo, procurando limpiar muy bien cualquier rastro de semen de la cabeza de su pene. Era tan tibio y delicioso que no podía evitar recriminarme el no haberlo probado antes; pero en fin, “nunca es tarde para experimentar algo nuevo”, pensé. Al final el hombre sacó su miembro de mi boca y yo giré mi cabeza hacia Liz, sonriendo satisfecho por mi hazaña.

—¿Te gustó putito? —preguntó mi novia, sujetando mi rostro con ambas manos, antes de darme un tierno beso en la boca.

—Me encantó —respondí sinceramente, sin poder quitar la sonrisa de placer y lujuria que se había apoderado de mi rostro.

—La próxima vez, saboréalo un poco más antes de tragarlo mi amor —aconsejó mi novia con ternura, perdonando mi novatez como su alumno primerizo.

Liz comenzó a limpiar con tiernos besos, los rastros del semen que habían quedado en mi rostro, y succionando vorazmente la espuma que escurría de mis labios. Mientras yo perdía la mirada en aquel inmundo cuarto sanitario; incrédulo todavía por lo que acababa de suceder.

No tuve el valor para buscar la cámara, que se suponía debía estar filmándonos. Quizás fue mejor así, porque hay cosas que es mejor dejarlas bajo el velo del misterio. Más aún, sabiendo que para mí había un misterio más importante por descubrir: ¿Cuánto tiempo pasaría antes de volver a probar junto con mi novia, del delicioso sabor del miembro de otro hombre? ¡Porque de que teníamos que repetirlo era un hecho seguro!

Nos dimos un tiempo antes de salir de la cabina, tiempo que aprovechamos para limpiar nuestros rostros de los residuos de semen, dando oportunidad también para que el cuarto de servicio se desocupara, manteniendo así el ‘anonimato’ de nuestro invitado. Al salir de la cabina terminamos de asearnos y salimos bromeando por nuestra hazaña.

—¡Una fantasía más realizada! —dije riendo divertido.

—Y las que nos faltan —corrigió mi novia, subiendo la apuesta de aquel viaje.

Al salir al patio de la entrada y pasar por la tienda de recuerdos, el encargado, un hombre bastante mayor, nos detuvo para ofrecernos un recuerdo de nuestra visita.

—¿Quieren una copia de la función? —preguntó en su idioma, extendiendo la mano para ofrecernos un disco compacto.

No había necesidad de un traductor, Liz y yo entendimos perfectamente la clase de souvenirs que nos ofrecía como recuerdo. Se trataba de un disco compacto el cual venía rotulado con el nombre del teatro y la fecha y hora de aquel día. Era obvio lo que el disco contenía, ¡la grabación de nuestra visita al teatro de esa misma noche!

No lo podíamos creer, ahora teníamos la oportunidad de recrear cuantas veces quisiéramos el morbo y la lujuria de nuestra primera noche en aquella excitante ciudad en la comodidad de nuestro hogar. ¡No importaba cuánto costara ese singular recuerdo teníamos que tenerlo! Pagamos el costo de la copia y nos retiramos agradecidos por nuestra buena suerte.

El regreso al hotel fue lento y accidentado, quizás todavía intoxicados por el alcohol y las drogas; o más bien excitados por lo mórbido de nuestra noche, que parecía todavía estaba lejos de terminar. Al llegar a nuestro destino, en la recepción sorprendimos a nuestra nueva amiga, la bella Iridia, en absoluta soledad cabeceando de sueño frente al mostrador de la recepción.

—Hola, ¿Cómo la pasaron? ¿Se divirtieron? —preguntó la chica saliendo de su somnolencia con una sonrisa indiscreta.

Liz y yo nos echamos a reír descaradamente por unos segundos a causa de la impertinente pero válida pregunta. Iridia nos observó en silencio, quizás con un poco de envidia de Liz por lo que sólo podía intuir nos habíamos atrevido a experimentar esa noche.

—Creo que eso lo vas a tener que juzgar con tus propios ojos —respondió Liz pícaramente, extrayendo de su bolso el disco compacto con la copia de nuestra visita al teatro y colocándolo en el mostrador frente a nuestra amiga.

—¡Oh cielo santo, esto tengo que verlo! —exclamó Iridia abriendo sus ojos antes de despabilarse abruptamente, humedeciendo los labios con un destello de lujuria en su rostro al tomar el disco compacto; ansiosa por ver la grabación de nuestra aventura en el teatro erótico.

—Por supuesto que puedes verlo; pero sí te llegas a aburrir, ya sabes dónde encontrarnos —insinuó sugestivamente Liz; acariciando con su dedo índice el torso de la mano de Iridia, intentando seducirla con la posibilidad de un trío sexual.

—¡Oh, por supuesto que pueden contar conmigo! —respondió Iridia positivamente, aceptando la invitación de mi novia—. Finalizo mi turno y los alcanzo en su habitación, recuerden que yo tengo copia de la llave —agregó simpática, siguiéndonos la broma.

Liz y yo nos abrazamos riendo descaradamente, al escuchar la respuesta de Iridia. Nos despedimos y nos dirigimos a nuestra habitación torpemente, luchando por no caernos, dejando sola a nuestra amiga en la intimidad de la noche. Al menos por el momento.

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