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Madre soltera busca trabajo

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Tocaron el timbre y fui a abrir. Era Laura, una vecina del mismo edificio. Muy guapa, debo decir, me encantaba su belleza latina que no desmerecía pese a tener ya dos hijos.

Lo primero que me dijo al abrirle la puerta fue que si me interesaba que mi hiciera la limpieza del departamento.

—Ah, pero si vienes bien preparada —le dije al ver que traía todos los utensilios de limpieza en las manos.

Luego cometí la torpeza de señalar lo obvio: ella estaba en una situación difícil con respecto a su economía familiar y hacía eso con tal de lograr algún ingreso. Se lo señalé e inmediatamente me di cuenta de mi estupidez. Debí simplemente aceptar y no decir pendejadas, pero ya lo había hecho, así que ella sólo sonrió y asintió.

Ya hacía días que había notado que el esposo de Laura no se le veía más por ahí, por lo que había supuesto que la había dejado.

Era evidente que Laura se había quedado sola con sus hijos. De seguro el muy cabrón del marido no le pasaba la pensión alimenticia.

Después de darme cuenta de mi pendejada, al ponerla incómoda, la invité a pasar.

Imaginé que ofrecer esos servicios a un vecino de por sí le podría parecer un tanto vergonzoso. Sé que no tenía nada de denigrante pero comprendía su situación.

Le indiqué que podría empezar por donde quisiera, ya sabrán, siendo yo soltero y a esas horas la sala, el comedor y la cocina eran un total desastre. Había suficiente quehacer para que ella se dedicara toda la mañana.

Se puso manos a la obra mientras que yo abrí mi compu. En realidad no pude trabajar en ella, sólo de verla trabajar me distraía. Es que tiene un culazo bárbaro que no dudé en admirar, aprovechando que la tenía ahí, pa’ mí solito. Cada que se inclinaba a recoger algo agradecía por mi suerte.

Mientras la veía realizar limpieza pensé que era una tristeza que una mujer tan buenota tuviera que ir de puerta en puerta ofreciendo esos servicios. Platiqué con ella y me confirmó que su güey la había dejado. Traté de ser empático sobre su situación y le dije que su marido era un irresponsable por no hacerse cargo de los gastos.

Así continuamos conversando tratando siempre de brindarle confianza. En eso se me ocurrió una idea. Le ofrecí una cantidad económica para que se ayudara en sus gastos. Por supuesto ella se resistió a aceptarlo de buena gana. Ya saben, por decente. Yo, sin embargo, insistí comentándole que no lo tomara a mal. Bien podría considerarlo un préstamo. Una vez mejorara su situación me podría devolver y listo.

Le dije que no estaba dispuesto a permitir que una mujer tan buena y tan hermosa pasara penurias sin necesidad. Le enfaticé que las mujeres como ella se merecen el cielo por ser bellas, a pesar de todas las labores diarias, en particular al cuidar de los hijos. Digo, los hombres debemos de reconocer ello pues la mayoría tuvimos madre, ¿no?

Ella se rio del comentario y aceptó el dinero que le ofrecía.

Minutos más tarde ya estaba por acabar con la sala, y por tanto con todo el departamento, cuando me jugué el todo por el todo. Habíamos estado conversando sobre sus hijos. Estos estaban en un colegio de paga y, dadas las nuevas circunstancias, ella pensaba sacarlos y llevarlos a una escuela pública, de gobierno, pues claro que no podría continuar pagando las colegiaturas. Fue ahí que le hice ver que eso sería perjudicial para los chicos pues, la verdad, el nivel de las escuelas públicas en estos días está por los suelos. Pero más que eso estaba la ruptura de sus relaciones sociales en su actual colegio. Le comenté que debería tener en cuenta que ese tipo de relaciones son fundamentales para su futuro.

Ella sopesó mis palabras y yo me sentí con “un pie adentro”, la tenía donde quería. No esperé más, le ofrecía cubrir sus colegiaturas por un año a cambio de un servicio extra.

Por supuesto no aceptó de inmediato, pero luego de un rato de insistencia lo hizo.

Laura se retiraba la última de sus prendas frente a mí. Sus carnes morenas, sus carnes de madre, eran tan bellas como siempre había imaginado, deliciosa. Era una preciosura de mujer, una súper hembra de culo latino. De verdad que no entiendo por qué el marido fue tan pendejo de dejarla. Dudo que encontrase alguien mejor.

Tras señalar lo obvio ella respondió a mis calificativos de su belleza con silencio. Se le notaba ciertamente avergonzada de mostrar su cuerpo a un extraño, pero es que debía saber que estaba haciendo un buen trato. Ya le había depositado parte de lo prometido en su cuenta bancaria, vía digital y le prometí que mes con mes cumpliría.

Tras haber gozado de ver su cuerpo al desnudo mientras continuaba con las labores hogareñas (el trato era que terminaría su faena así, encuerada, como si nada) le pedí que también hiciera mi recámara. Eso no había estado contemplado en un inicio, sin embargo, como no era demasiado aceptó. Claro que yo tenía mi plan.

“Oye, estarás de acuerdo que yo me ponga cómodo”, le dije señalándole que, según nuestro trato, yo no tenía prohibido sacarme la ropa también, total, mientras no me le fuera encima. Y así que lo hice. Ella, por supuesto, se mostró incómoda de verme ahí desnudo. Yo por mi parte me senté en un sillón y viéndola dejé que una erección diera perfecta cuenta de lo que ella me provocaba. No sólo la dejé ser, sino que procedí a atender mi falo sobándolo, dándole a entender que ella me excitaba hasta tal punto.

Laura trató de simular que eso no le afectaba, pero fue evidente que sí. Su nerviosismo e incomodidad fueron palpables para mí, y eso sólo hizo que la tuviera más dura.

Mientras ella estiraba la funda de mi cama, con evidente incomodidad y nerviosismo trataba de detener sus bamboleantes senos pues éstos, al ser voluminosos, se balanceaban de aquí para allá cada que se movía.

Lo que debía serle un atributo le avergonzaba, no podía creerlo. Se le bamboleaban de una forma riquísima para mí, aunque vergonzosa para ella, qué contradicción.

«Es que estás bien dotada, no debes de avergonzarte», pensé en decirle, pero me limité a sólo pensarlo pues no quería caer en el error del principio y hacerla sentir incómoda, y menos en ese momento en el que me disponía a ir por “el oro”, por así decirlo.

“Ya así déjalo, ven y siéntate”, le dije sin dejarme de manuelear mi propia erección. En mis adentros yo quería que se sentara pero justo sobre mi verga, jaja, por supuesto.

Laura se sentó en la cama, delante de mí, con una expresión de evidente molestia marcada en el rostro; de seguro debida al verme cómo me masturbaba en su honor. Queriendo o no, le dio un vistazo disimulado a la dureza de mi carne, sabiendo en su fuero interno que ella era la causante.

“De seguro ya te quieres ir”, le comenté señalando lo obvio (eso sí, sin detener mi labor manual).

“Pues sí, ya terminé y pues... mis hijos, tengo que darles de comer y...”, me contestó.

Sabía de sobra que ella deseaba poner fin a la situación lo más pronto posible. No obstante le hice una nueva propuesta. Ahí mismo, con mi celular le indique que de inmediato estaba dispuesto a transferirle una cantidad aún más alta de lo que habíamos pactado, si me permitía hacerle todo el “numerito”, es decir, penetrarla como si yo fuera su marido y ella mi mujer.

Estaba claro, ahí mismo ella podía ver cómo le hacía la transferencia (a bendita tecnología) sin duda de por medio. No había manera de que yo la engañara, bien podía comprobar que el dinero estaría depositado en su cuenta.

“Mira, déjame penetrarte, es sólo una vez y te doy lo que ni tu marido te ha dado. Déjame hacerte esto tan mínimo que te pido y te libraras de preocupación por los menos los meses siguientes”

La entrada en su cuerpo fue todo lo deliciosa que yo había imaginado. Pese al preservativo que había entre nosotros sentí su calidez pues dicho condón era de poliuretano (por eso uso de esos). Hubiera preferido hacérselo al natural pero ya saben, puso sus peros. No obstante ver mi verga traspasar por en medio de aquellas voluptuosas nalgas morenas ya me recompensaba.

Verla de a perro fue de lo más excitante, le quedaba al puro pelo esa posición sexual. Mientras la agujereaba pensé en lo necesitada que estaría de esto, y claro, no hablo del dinero, a lo que me refiero es al ingreso de la carne de macho. Después de todo ya llevaba varios días sin marido en casa (y en cama). Y, después de todo, no cualquier mujer se viste de leggings para ir a hacer limpieza a casa ajena (bueno, eso pienso).

Tras varios minutos de firme ayuntamiento, y ya habiendo la confianza necesaria, es decir, ya después de que mis metidas le sacaron su jugo y algunos evidentes placeres que le noté al mirarle la sonrisa en el rostro, le pedí que me diera un merecido mamón, este sí, al natural. Al sentir el advenimiento de mi venida no desperdicié la oportunidad y me le dejé ir en su boquita sin decirle “agua va”.

Como me había afianzado de su nuca a dos manos no tuvo de otra que tolerar la deposición de mis espermas en su boca por lo menos unos segundos. Estuve tentado a cerrarle sus fosas nasales para que se los tragara, pero no quise verme tan pinche. Obviamente, como mujer decente que es, los fue a escupir al baño (no se quiso tragar mis hijos, jeje).

Luego de yo eyacular, y de ella limpiarse, vestirse y arreglarse, recogió sus cosas y se fue. Pero para mí el gozo no había acabado, por fortuna. Y es que, para mi bendita buena suerte, justo ese día había estrenado un nuevo gadget, eran unos lentes con una cámara oculta integrada. Por verdadera fortuna los llevaba puestos al abrirle a Laura, pues los estaba probando. La había estado grabando desde que me ofreció su servicio hasta que copulamos sin que ella lo supiera.

Me había quedado con un bonito recuerdo de mi vecina. Uno privado, supuse al principio, sin embargo, luego de hacerme la enésima pajuela viendo las grabaciones lo pensé mejor:

Abrí un sitio en internet donde ofrecí los servicios de la protagonista de esos videos. Gracias a lo grabado pude armar un promocional de los favores que aquella podría brindar a hombres con el poder adquisitivo suficiente como para pagar sus servicios.

La oferta partía desde sólo hacerles la limpieza; hacerlo, pero desnuda, y, por supuesto, un paquete especial que incluía el exclusivo servicio extra en donde ella se dejaba penetrar. Todo con su justo precio.

No pasó mucho tiempo para que algunos se mostraran interesados. Ahora bien, yo sabía que no todos realmente pagarían, pero una vez colocara un número de cuenta donde depositar ahí sí que se vería claro el interés, y así fue-

“Mira, ya van por lo menos diez personas que han solicitado tus servicios y que realmente han hecho el primer depósito, ya sólo falta confirmar fecha y hora y que ellos depositen la otra parte. Anímate, como esto es de prepago no te arriesgas a que no te paguen”, le dije a Laura tratándola de convencer; ella aún se veía desconfiada, incrédula.

“Son verdaderos clientes, los depósitos ya están comprobados. Están en la cuenta bancaria y te los estoy transfiriendo justo en este momento”, le señalé.

“Este dinero ya es tuyo —le insistí—. Yo sólo cobraría el porcentaje que ya te mencioné, por mantener el sitio y coordinar tus citas, pero tú te llevarás la mayoría de ingresos, te lo juro pues es lo justo, claro, tú harás la labor principal de este negocio”.

Y así cambió todo. Laura aceptó el negocio.

En poco tiempo la página: “madre_soltera_busca_trabajo.com” recibió miles de visitas y los suficientes clientes como para que Laurita estuviera tan ocupada (aunque a la vez desahogada de preocupaciones económicas) que necesitaba de otras colaboradoras. Pronto contratamos a otras mujeres que estaban en similar situación y que necesitaban recursos económicos. Fue un gusto ayudar así a tantas madres solteras quienes se las veían bien duras para llegar a fin de mes. Les dimos un trabajo bien remunerado y a su vez cumplimos el deseo a nuestros clientes de que una bella mujer les hiciera el aseo completamente desnuda, y sí, pagaban lo necesario, podrían cerrar la jornada de las aseadoras ensartándoselas como fino remate a su labor.

FIN

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