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Margaret: de rebelde a obediente, de ingenua a pragmática

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Margaret se despertó sobresaltada sudando. La oscuridad era absoluta en aquella habitación y el ruido que la había desvelado hacía que su corazón latiese fieramente.

A sus veinticinco años, la honestidad, la dignidad y esa rebeldía que la habían convertido en alguien popular en la universidad habían cambiado. Un año y medio en prisión le habían enseñado a morderse la lengua y a tragarse su estúpido orgullo.

El primer día en la cárcel, durante la recepción, le ordenaron desnudarse. Una guardia que tenía malas pulgas y parecía disfrutar humillando a las internas, le había metido un dedo en el culo con la excusa de cumplir con la inspección protocolaria. No, no se había tratado de algo rápido, la muy zorra había hurgado allí dentro durante más de cinco interminables minutos, acompañando el abuso con palabras denigrantes.

Eso solo fue el principio. Inspecciones semanales de celda que solían concluir con bajada de pantalones, duchas con manguera como castigo por supuestas miradas amenazantes y un par de veces en la celda de aislamiento, con un cubo de metal dónde hacer las necesidades y el frío suelo como catre para pasar la noche.

La segunda vez, después de permanecer tres días en solitario, enfermó y la llevaron a ver al médico. El tipo tenía cara amable y voz de terciopelo. Diagnosticó a la paciente y prescribió una inyección. Cuando Margaret, amablemente, comentó si no sería posible tomar pastillas, la actitud del galeno cambió. La mujer recibió una bofetada y una bronca que la dejó sin ganas de seguir hablando. Dócilmente se tumbó boca abajo y descubrió su trasero. La aguja era grande y larga y el pinchazo, sin miramientos, la hizo morderse el labio. El líquido penetró lenta y dolorosamente haciéndola llorar. Por fortuna una sola dosis obró el milagro y la fiebre desapareció.

La cárcel le cerró las puertas del mercado laboral y no le quedó más remedio que entrar a trabajar como criada en casa de un coronel. La mansión era grande y la servidumbre se componía de cuatro doncellas más un ama de llaves y un mayordomo.

Dos días antes de que el ruido la despertase, durante una recepción a invitados, un tipo le había pellizcado el trasero mientras servía la sopa provocando que parte de esta cayese en el vestido de la mujer que le acompañaba. De poco o nada sirvieron las disculpas, es más, la situación empeoró cuando comentó que aquel caballero le había tocado el culo. Al día siguiente el ama de llaves reunió al mayordomo y a las criadas en el salón. Margaret fue obligada a inclinarse y desnudar su culo para el castigo. En total recibió veinte azotes de vara que dejaron marcas rojas en sus posaderas.

Al día siguiente, el caballero que la había pellizcado visitó de nuevo la casa y Margaret fue conducida a su presencia.

-Le pido disculpas por lo de ayer. -dijo la chica bajando la vista.

-No esperaba menos. No solo derramaste sopa sobre mi mujer, si no que me pusisteis en evidencia delante de los invitados.

Margaret guardó silencio esperando que aquel episodio terminase ahí.

No tuvo esa suerte.

-Ya me comentaron que te han castigado por ello.

La chica asintió.

-¿Puedo verlo? no me fio mucho de lo que me dicen.

Margaret enrojeció por el insulto y la humillación, pero obedeció dándole la espalda y mostrando sus nalgas, todavía rojas.

-Bien, bien. Pero yo también necesito una compensación. -dijo el caballero mientras la criada cubría su desnudez y se daba la vuelta.

-Se buena y arrodíllate.

Margaret obedeció de nuevo.

El hombre se desabrochó el cinturón y el botón de los pantalones y sacó su pene, grueso y flácido.

-Venga, a que esperas. -dijo con arrogancia.

La chica, a pesar de que no le apetecía chuparle el nabo a aquel tipo, obedeció sumisa y, abriendo la boca, introdujo el falo en su interior.

Comenzó a chuparlo.

El tipo cerró los ojos, gimió y se tiró un pedo.

El olor llegó a la nariz de la que practicaba la felación haciéndola toser. El tipo se rio con maldad.

Minutos después eyaculó en la boca de la chica y la obligó a tragarse el semen.

****

Escuchó durante unos minutos sin atreverse a mover un músculo. "Quizás estaba solo soñando" pensó.

Y acostándose de lado se dispuso a cerrar los ojos. Entonces fue cuando vio la silueta de una persona.

-ssshuuu -dijo una voz susurrando.

Margaret logró detener a tiempo el grito que iba a salir de su boca.

-¿Qué queréis? -dijo en voz baja reconociendo al dueño de la casa.

-Quiero follarte. -respondió el aludido sin rodeos.

Margaret pensó durante un instante en decir algo, resistirse o incluso huir. Sin embargo los últimos años la habían domesticado. Sabía que una negativa o un intento de escapar solo acarrearía castigos corporales o, lo que era aún peor, perder el trabajo. Al menos su señor no era tan asqueroso como aquel tipo de la cena, de hecho, tenía su atractivo. Rápidamente su mente funcionó analizando la situación, si se la iban a follar al menos ella intentaría llevar la iniciativa y disfrutar de todo aquello.

-Está bien. Pero lo haremos poco a poco. -respondió.

El hombre fue a decir algo pero Margaret le interrumpió.

-Ven aquí y métete en la cama conmigo. Pero primero dame un beso.

La chica besó al coronel metiendo la lengua en su boca. Luego le susurró al oído.

-Quítate la ropa mientras me desnudo.

Ambos se desnudaron y Margaret dejó sitio para que el varón se acostase.

Le besó de nuevo mientras que con una mano agarraba el pene que cada vez se hacía más grande.

Luego, él jugó con las tetas de ella haciéndola gemir de placer.

-Date la vuelta, boca abajo. -dijo apresuradamente el coronel.

Margaret obedeció mientras el tipo se ponía sobre ella.

Lo siguiente que notó la chica fue el dedo del coronel explorando su sexo.

Luego la punta del pene en la entrada.

Margaret aguantó la respiración y aguardó expectante durante unos instantes.

A pesar de los preparativos la envestida la pilló por sorpresa.

La sensación de aquel pene colándose en su coño, la corriente eléctrica recorriendo su bajo vientre mientras soltaba aire resoplando.

El juego había comenzado. Las envestidas se sucedían, el mete y saca cada vez con más ritmo, los huevos chocando contra los glúteos, los jadeos, los resoplidos... en definitiva, los sonidos de dos cuerpos cabalgando, dos cuerpos desnudos entregados al sexo y al placer.

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