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Me gusta verte y te gusta que te vea

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Era posiblemente tu última noche de vacaciones en esa casa rural con vistas a la montaña y a los bosques que rodeaban la casa donde habías pasado tu última semana.

Así que decidiste tomarte un tiempo para ti, para gozar de aquella tranquilidad y aquel aire puro que tanto anhelabas, una noche con una gran luna blanca que alumbraba aquel porche donde estabas y con aquellas estrellas que tanto te gusta ver.

Cogiste un café solo, te echaste unos hielos y decidiste sentarte en aquella hamaca cubierta por una toalla. Era ya muy tarde, de madrugada y estabas con tu cafecito, tus hielos y aquella brisa tan refrescante.

Acabado el café, te tumbaste en la hamaca y estando sola te entraron ganas de relajarte un poco más, estabas solo con un tanga, así cogiste un hielo y lo pasaste por tus labios carnosos, por tu cuello, notabas como se te ponía la piel de gallina.

Bajaste un poco más, a tus pechos, poniendo esos pezones duros, jugando por las areolas, metiéndolo entre ellos por tu canalillo.

De repente miraste hacia un lado y entre los matorrales vistes algo conocido, era yo, que te estaba espiando mientras tú jugabas con aquel hielo derretido casi por completo, no te asustaste, es más te gustó que te mirara. Así que cogiste otro hielo y seguiste jugando mirándome.

Dejabas caer las gotas de agua por tu cuerpo, notando como bajaban por tu abdomen y mojaban el elástico de tu tanga, y así bajabas con el hielo entre tus dedos por tus muslos entre algún que otro suspiro de satisfacción.

Era una visión tan sexi para mi como para tu morbosa.

Inesperadamente se escuchó la puerta que daba desde la cocina al porche, era tu chico que también bajó a despejarse un poco y a gozar de aquellas vistas una última noche, al verte volvió a la cocina a por unas copas de vino y ese tinto que tanto te gusta.

-Te apetece -dijo él.

A lo que tú con una leve inclinación de cabeza dijiste que sí.

Sentados los dos, bebiendo aquel vino, el fresco de la noche estrellada, tú chico te miró y os besasteis, aunque tú estabas algo cortada y él lo notó.

-Qué te pasa, no te apetece una última noche al aire libre sentirnos más a gusto?

-Sí, pero nos pueden ver, contestaste.

Con una muesca de risa en la cara él dijo que no había nadie, que la única que iba a sentir envidia era la luna viendo a juntar vuestros labios.

Tu sabias que no era solo la luna, que allí, tras los matorrales estaba yo mirando. Así que entre tu chico y aquella situación tan morbosa seguiste besándole, acariciándole, notando como de su bañador crecía su miembro lenta, pero firmemente.

Le pediste que se pusiera de pie y se bajara el bañador, a lo que él encantado accedió.

Tus labios empezaron a ponerse frente a su capullo, tu lengua recorría si miembro hasta metértelo en la boca, escupiendo en él empezaste a menearlo, a pajearle con ritmo y suavidad, mientras él acariciaba unos de tus pechos, jugando con sus dedos en tu pezón.

Te acomodaste poniéndote de rodillas para que yo, desde la distancia viera como le hacías aquella felación, se notaba desde la distancia la excitación que teníais, tanto era que cogió y te tumbó de nuevo en la hamaca para empezar a lamer y chupar tus pechos mientras sus dedos jugaban con tu sexo entrando y saliendo de él. Tú solo suspirabas y gozabas mirándome.

Empezó a penetrarte encima de ti, besándoos, acariciados, sintiendo como con vuestras manos y con aquella brisa os acariciaba, gemíais, gritabas de placer…

Cambiasteis de posturas, él tumbado en la hamaca y tú encima de él, cabalgándolo mientras sus manos no dejaban tus pechos y tus ojos se clavaban en mí.

Tal era la excitación que te corriste encima de él, llenando sus huevos con tus fluidos.

Poco después te pusiste a 4 patas, de cara a mí, para que él entrara agarrando tu cintura.

Hay recodaste dos cosas que me encantaban, empezaste a morderte los labios y a decirle que no parara.

-Sigue, cabrón. Dame más. -Le decías a gritos como poseída por la luna, mientras tus pechos rozaban la toalla ya húmeda de ti.

Él lo hacía con más ganas, más ansias, agarrándote de los hombros para hacer más fuerzas y que le sintieras más dentro, aunque tu cabeza y yo sabíamos que le que en ese momento te estaba penetrando era yo.

Te volviste a correr y él iba hacer los propios. Así que la sacó y dándote la vuelta se corrió sobre tus pechos llenándolos de leche caliente que caía por ellos.

Él se fue a la ducha, mientras tú te quedaste un poco más tumbada en la hamaca mirándome.

Cuando, ya más que relajada, te levantaste, te limpiaste con la toalla, tu mano acarició tu sexo y me tiraste un beso de buenas noches.

Así fue tu última noche de vacaciones antes de volver a tu casa.

Espero que te guste un cachito.

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