Nuevos relatos publicados: 10

Me pagaron por sexo

  • 6
  • 18.900
  • 9,40 (20 Val.)
  • 4

Dejé mi tarjeta en recepción por si alguien quería un servicio de masajes, a los tres días recibí una llamada. Era un botón del hotel diciéndome que un huésped estaba interesado en mis servicios. No era para darle placer por medio de mis manos, sino para satisfacerlo sexualmente.

Inmediatamente me negué, ganaba buen dinero y no era necesario.

Al otro día recibí un mensaje por whatsapp; ¿ya cambiaste de opinión? – no tengo por qué -le respondí. Sé que no eres escort, por eso le gustaste al cliente -dijo. Visualicé como sería esa escena y por un segundo me sentí como terrorista infiltrada que deja una bomba y se marcha como si nada; entonces acepté. Aparte me iba a gratificar cierta suma de dinero por estar dos horas con él, era la cantidad que ganaba haciendo siete masajes.

Pensaba en el momento que entraba al hotel y me llenaba de morbo, temía por lo que el tipo me iba a pedir, no estaba dispuesta a hacer algo que no quería, yo ganaba mi propio dinero y esto lo hacía por diversión, no por necesidad. Entré al baño y me miré al espejo, apreciando cada centímetro de mi cuerpo; toqué mis pezones que son lizos y un lunar que tengo en el pecho, imaginando quién sería el hombre que se fijó en mí. Podía ser alto o bajo, de contextura gruesa o delgada.

Abrí las piernas y consentí el tesoro que yacía, cogí un jabón en barra y empecé a frotarlo por toda la ranura. Sentí mucho calor y mis pezones estaban levantados, abrí la regadera y salió un chorro fuerte, aproveché y tiré la cadera hacia adelante; abrí mi vagina, coloqué el clítoris debajo del chorro y me quedé ahí unos segundos, con el jabón palpaba el orificio, cerré mis ojos y pensaba que era el pene del hombre que me había solicitado. Así estuve por unos minutos y me quise quedar con ganas para cuando llegara al hotel.

Salí del baño y pensé en qué llevar puesto. Abrí mi clóset y entre mi ropa clásica y de colores opacos elegí un vestido rojo. Te preguntarás por qué mi ropa es así. No es que sea aburrida, sólo que me gusta hacer fantasear a quien me ve. Cuando veo un hombre luciendo un traje formal me imagino lo que esconde tras su bragueta y si es muy serio quisiera ver su entereza en un momento de faena. Igual pasa cuando veo una mujer y cubre sus curvas. Imagino ¿qué será lo que esconde?, ¡una mina ha de ser!, posiblemente si te llego a ver y estás vestido así voy a fantasear contigo, te voy a desnudar y haremos el amor o si eres una mujer que guarda su fortuna ganarás mi admiración; sabes que eres tan perfecta que no siempre se conquista con el cuero.

Abrí el cajón de la ropa interior y saqué un panti blanco de seda que se metía por la ranura de mi vagina. Me senté en la cama y me miraba al espejo mientras me ponía los interiores. Me puse el vestido, cepillé mi cabello y me apliqué un labial claro. Me sentía tan hermosa, que me creía una motosierra capaz de tumbar cualquier palo.

Llegó mi taxi y cuando salí de mi casa sentí que el panti estaba estimulando mi vagina. Iba caminando hacia el carro y el conductor estaba mirándome. Lo saludé y me subí mientras sentía que el clítoris me brincaba por los malditos calzones. Salimos para el hotel y crucé las piernas, giré el cuello para que el conductor no viera mi expresión y disimuladamente empecé a hacer movimientos con mi cadera, refregándome con la silla. Rápidamente me salió un quejido.

-¿Qué te pasa? -preguntó el chofer.

-Recordé algo que se me olvidó -le respondí haciéndome la loca.

Llegué al hotel y cuando entré varios me observaron, me sentí como “La rubia de vestido rojo con cara de niña buena”, tomé el ascensor y sentía que mi entrepierna estaba babosa. Levanté el vestido y metí mi mano, estaba encharcada y no sabía qué hacer con ese líquido, entonces recordé que alguien me dijo que el mejor perfume de una mujer es la sustancia de su propio clímax, sin pensarlo más lo apliqué tras mis orejas. Recordé que había una cámara y quizás el vigilante me estaba observando, sonreí y me sentí una sucia.

Llegó la hora de enfrentarme con el tipo y un poco nerviosa toqué la puerta, me abrió un hombre bajito y de contextura gruesa. Lo miré a los ojos y me presenté. Respondiendo con un beso en el cuello y expresando lo bien que olía mi fino perfume. Sentados y tomando wiski, me contó que vivía en Estados Unidos y trabajaba para la NASA. Cuando me habló de mecánica newtoniana yo ya estaba en el espacio, no escuchaba sus palabras, sólo observaba sus gestos, sus manías y pensaba en qué me iba hacer. También me dijo que hacía tiempos no tenía sexo debido a que no tenía pareja y no le gustaba estar con cualquiera. ¡Hum me va dar como evangelista al timbre! -pensé.

Me dijo que quería pasar un buen rato y asentí. Me senté en la cama y empezó a quitarse la ropa mientras yo esperaba que él me desvistiera, de repente se quedó quieto y callado.

-¿qué te pasa? -pregunté.

-No se me para -dijo.

Sentí pena por él y le dije que se tranquilizara. Me tocó olvidarme de la cara angelical y saqué la mujer insaciable que llevo dentro. Estiré la pierna derecha para tocar sus bolas con la punta del tacón, tocaba mis tetas y lo miraba muy sedienta, aparte ya venía caliente desde mi casa; no me iba ir sin que me comiera y sin plata. Tenía que conseguir el objetivo, además el dinero cumpliría una de mis fantasías: sentirme una prostituta. Me paré y lo besé, lo hice sentir deseado. Le mandé la mano a su paquete, levanté mi vestido y le dije que me tocara, cuando sintió que estaba empapada se le empezó a parar.

Le ordené acostarse y le di la espalda, mientras me quitaba el vestido rojo aproveché y me subí el panti, así mi bella vagina luciría sus dos labios. Me di la vuelta y Manolo apreció el diamante, su amigo reaccionó y se puso duro. Me senté encima de su verga y abrí mis piernas, coloqué dos manos atrás y refregué mi tesoro con su pene. Su cara parecía como un marrano estrenando lazo, si lo hubieses visto te estuvieras riendo conmigo en este momento. Corrí mi tanga introduciendo el sexo sobre mi estrecha vulva. Le cogí los brazos y las puse en mis nalgas, le dije que me empujara hacia él, mientras yo danzaba. Después de conectarme con la divinidad abrí mis ojos y el desventurado héroe fue víctima de mi sensualidad. Le quité el condón y lo puse a un lado.

Me dio un royo de billetes y conté el doble de lo prometido.

-¿contaste bien? –le pregunté.

-Es tu recompensa por hacer lo que ninguna otra ha hecho en tres años.

Me sentí una femme fatale. Desde entonces soy la confidente de Manolo.

(9,40)