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Me zumbé el chumino jugoso de un chico trans gay

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Alberto enviudó hace siete meses. El fallecimiento de su mujer fue algo repentino e inesperado. Un golpe muy fuerte para Alberto tanto anímica como existencialmente, hasta el extremo de hacerle replantearse sus valores morales y su modus vivendi.

Hace pocas semanas comenzó a salir los fines de semana por la noche. La casa se le cae encima y necesita airearse, socializar. El problema es que se siente desactualizado. El twerking y el reggaetón no son lo suyo. Se siente como un hombre de cera de otro siglo, como si se hubiera escapado de algún museo.

Apoyado en la barra de un pub, se contenta con observar a las muchachas, casi todas adolescentes, menear el trasero como si fuera una coctelera.

–Creo que a eso lo llaman perrear –le comenta el hombre que comparte barra a su lado.

Alberto tiene 50 años y se quedó congelado en La Movida. El hombre que está a su lado tiene algunos años menos, quizás 41, y se presenta con estas palabras:

–Me llamo Harry. Parece que esta noche no hemos tenido suerte. Nos vamos de vacío para casa. Con los años cuesta más ligar.

–Con los años cuesta más todo –y se echan a reír–. Yo me llamo Alberto. Encantado de conocerlo. Por lo menos hemos aireado la vista un poco, aunque no mojemos el churro –comenta Alberto.

Harry es un hombre apuesto. Viste de traje y lleva el pelo niquelado. Luce una ligera barba recortada.

Entablaron una amena charla. Salir solo de noche tiene el inconveniente de que no puedes comentar con nadie tus observaciones.

Abandonaron ese pub y fueron visitando otros de la zona. Se hicieron buenos colegas e iban invitándose a copichuelas alternativamente.

Cuando ya habían intimado lo suficiente, gracias a los efectos del alcohol, Harry le hace esta confesión a Alberto:

–¿No te has dado cuenta de que soy un chico trans?

–Pues la verdad es que no. Tienes un aspecto muy varonil. De todas formas a mí eso me da igual. A partir de ahora seremos dos buenos colegas depredadores, a la caza de chuminos –contestó Alberto.

–Bueno, también soy gay. Yo salgo a la caza de un buen macho.

–Pero si te cambiaste de sexo será porque te gustan las churris, ¿no? –quiso indagar Alberto, todo intrigado.

–Yo era un gay atrapado en el cuerpo de una mujer. Quise cambiar de género para ser lo que soy hoy y disfrutar del sexo con hombres… siendo yo hombre.

–Seguro que los cirujanos te pusieron una polla más grande que la mía. ¡Qué suerte tenéis los trans!

–Me cambié de género pero no de sexo. Tengo una almeja, que en este momento está toda empapada, por lo cachondo que me pones. Si quieres mojar el churro conmigo, mi almeja está abierta y receptiva –le soltó con socarronería.

Alberto estaba en un dilema moral: o se iba para casa solo y se la pelaba (como lleva haciendo desde la muerte de su esposa); o se enrolla con Harry, que aunque es un hombre, tiene un buen chocho depilado y muy húmedo esperando a ser penetrado por su gorda polla. Y pensó para sus adentros “Un chocho es un chocho, al margen de quién sea su propietaria… o propietario”.

Con Harry ganó un amigo con el que salir a tomar unas copas y ya en la intimidad de la alcoba, le ofrece una buena boca, un jugoso y chorretoso chumino y un estrecho y acogedor ojete anal, para descargar el esperma que sus huevos fabrican a diario abrasándole la entrepierna. ¡No se podía quejar!

Harry le comentó lo siguiente:

–No me cambio de sexo porque de esta forma tengo acceso a un amplio público de machos heteros hambrientos de un buen berberecho y reacios a la sodomía. Si tuviera pene, mi nicho de mercado amoroso y sexual se reduciría muchísimo. Podemos ser amigos con derecho a roce, no es necesario pasar por la vicaría.

Alberto asintió con la cabeza. Le echó un vistazo a Harry, de arriba a abajo, buscando algún resquicio oculto de su feminidad anterior con la que activar su libido y contestó:

–Acepto tu propuesta, Harry. Vayamos a tu apartamento que te quiero bombear el conejo, pero bien.

Fueron en busca del coche de Harry. Es un Ferrari rojo. Un deportivo de dos plazas.

–Por dar un voltio con este buga dejo hasta que me sodomices si quieres –comentó Alberto, echando unas carcajadas los dos.

Ya en el apartamento de Harry, este puso un disco de Duke Ellington (Swing del bueno), para amenizar el encuentro. Se tomaron unas copas y hablaron del amor, del sexo y de la vida.

En esto que Harry se acerca a Alberto y comienza a lamerle una oreja. Le pasa la lengua por el lóbulo y por el resto del pabellón auditivo, mordisqueando todo el cartílago. Luego le lame el interior de la oreja, buscando algo de cerumen que llevarse a la boca, y le suelta:

–Esto y mucho más se lo haré a tu polla dentro de un rato. No vas a notar la diferencia entre una furcia y yo.

–La barba es lo que me echa un poco para atrás. En un futuro, ¿no te apetecería afeitártela? –le sugiere Alberto.

–Sin barba me parecería a la chica de la que estoy huyendo, perdería mi masculinidad. No te preocupes, te harás a ella. Además, en la entrepierna estoy depilado y podrás saborear mi conejo y mi ojete sin el inconveniente de tener que escupir pelos cada dos por tres. No tendrás excusa para despistarte en la faena.

Se desnudaron los dos en un plis plas.

A Alberto la visión de un hombre con barba y chumino, al principio le chocó un poco. Estaba más acostumbrado a ver a chicas trans pon pene.

–Eso se debe, mi buen amigo, a la sociedad heteropatriarcal y falocéntrica en la que vivimos. Los chicos trans con vagina estamos invisibilizados. Por eso a tu mente le cuesta más asimilarlo –comentó Harry.

–Tienes razón, amigo Harry. Como bien dijo el ilustre físico Albert Einstein, es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio, pero esta noche yo voy a desintegrar un prejuicio y te voy a hacer el amor como nunca nadie te lo ha hecho. A partir de ahora voy a ser tu empotrador oficial –y después de unas risas se dieron un morreo de lujo.

Se colocaron en la postura del 69 con Harry arriba. Este le iba lamiendo la vaina a Alberto. Le chupeteaba el glande dejándoselo más rosado de cómo lo suele tener habitualmente.

Alberto, abrazándose a los muslos bien trabajados de Harry, hincaba su cara en aquel coño ya pringoso y chorretoso, succionando sus caldos y saboreándolos con verdadera devoción antes de tragarlos. Tampoco se olvidaba de lamer y besar el ojete y la raja que las hermosas nalgas de Harry escondían.

Alberto se dio cuenta de que aquel ojete hacía tiempo que había perdido el precinto, como él sospechaba. A Harry se lo habían tirado por los tres orificios naturales, al muy guarro. Alberto no se iba a ir aquella noche sin probarlos, por supuesto. ¡Qué menos!

Después de un buen cuarto de hora comiéndose la entrepierna, deciden colocarse en la postura del misionero. Alberto clavó su pollón en el chumino de Harry en dos arremetidas. Hacía tiempo que no experimentaba la sensación placentera y excitante de un chocho acogedor, calentito y húmedo, abrazándole el pene. ¡Estaba en la gloria!

Compaginaba su folleteo con lametones y chupeteos en los pezones de Harry.

A continuación, subió por el cuello llegando a las orejas. No paraba de lamer y chupar la piel de su amante.

Fueron cambiando de postura cada diez minutos (a cuatro patas, de lado, sentado Harry sobre Alberto de cara o dándole la espalda). En esta última postura, por fin se corre Harry, soltando unos berridos que parecería un becerro en el matadero y empapando de jugos vaginales la polla y huevos de Alberto. Este, entonces, le comenta a Harry:

–He probado tu encantadora y sensual boca, tu jugoso y acogedor chumino y ahora me toca el atravesar tu esfínter. Nunca di por el culo a nadie, pero al comprobar que no eres virgen por ahí, me da morbo el saber qué se siente al meterla por un orificio tan estrecho.

–Eso está hecho, cariño. Rómpeme el culo todo lo que quieras y córrete dentro si te apetece. Me pone mucho el sentir tu rabo tan duro y grueso perforando mis tres orificios –aseveró Harry.

Harry se colocó a cuatro patas y esperaba con ansiedad que su macho le atravesara el ano. Quería sentir cada centímetro de aquel cacho de carne calentita y palpitante en todo su recto.

Alberto se postró de rodillas y acercando su miembro al ojete de su improvisada hembra, se lo fue introduciendo, poco a poco, en el interior del trasero al guarro de Harry.

Al principio le fue bombeando el culo a un ritmo muy lento para, poco a poco, ir subiendo la cadencia de las emboladas, hasta llegar por fin, a una follada salvaje.

A Alberto le encanta la postura de que su pareja se siente sobre él dándole la espalda y sugirió a Harry ponerla en práctica. Ya la habían hecho antes, pero metiéndosela en el conejo, ahora entraría por la puerta de atrás.

Alberto se recostó en uno de los sofás del salón y Harry se posicionó en cuclillas sobre él, colocando sus pies sobre los muslos de su empotrador, y se fue hincando en el culete todo el rabo de su hombre. Alberto sujetaba por la cintura a su chico ayudándole a subir y a bajar por su largo mástil. Después, con la mano derecha le iba frotando el chichi para que Harry obtuviera su segundo orgasmo a la vez que él eyaculaba en el interior de su recto. Esto aún tardó en ocurrir, pues antes, Alberto tenía pensado disfrutar por lo menos durante veinte minutos, del taladro del culo de su chico.

¡Cómo entraba de ajustada la polla por aquel túnel oscuro! Había que tener la verga muy inhiesta, pues a la mínima flacidez, era imposible introducirla por aquella puerta.

Alberto le lamía la espalda, ya empapada en sudor, a Harry. Este no hacía más que decir:

–Me corro, cariño. Frótame el coño con tus dedos índice y corazón, con ímpetu, y pégame unas buenas estocadas con tu sable, por el culo. ¡Esto es el Paraíso, joder!

Por fin llegó el momento del clímax. Los dos se corrieron a la par. Alberto resoplaba y jadeaba con las fuertes enculadas que le endiñaba a su chico, llenando todo el interior de su recto de una buena cantidad de esperma de su cosecha. Harry, también bufaba y gemía poniendo los ojos en blanco, al tiempo que experimentaba un orgasmo brutal, como pocos en su vida.

Ya de vuelta a la cama, se acurrucaron haciendo la cucharita y se quedaron dormidos.

Alberto y Harry llegaron a una buena entente. Amistad verdadera y sexo del bueno los unieron de por vida.

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