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Memorias de África (VIII)

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Durante un par de días necesité los cuidados de Aifon y de las otras mujeres, que me aplicaron toda una suerte de cataplasmas y de hierbas para cicatrizar el ano. Caminar se me hizo un calvario y la idea de que me volvieran a follar por el culo me dio pavor durante unos días. Días que por supuesto ni azotes, ni hombres, ni lavativas ni nada. Ungüentos y descanso, eso sí, acompañados de magreos y caricias por parte de Aifon, Lila y otras chicas, que me excitaban pero que me dejaban a las puertas de algo más. Cuando creyeron que había pasado el tiempo necesario de recuperación, me daban masajes por todo el cuerpo con un aceite que sacaban de alguna planta. Los hombros, el cuello, las piernas, la planta de los pies, incluso algunas veces exploraban mi sexo hasta mojarme, lo que a las chicas les provocaba mucha risa. Con ese mismo aceite untaban las nalgas y exploraban el ano, lo que confieso que en ocasiones me hacía gozar. Parecía que comprobar que me excitaba las hacía muy felices. Cuando ya estuve recuperada del todo, me di cuenta de que todos aquellos ejercicios y exploraciones me habían estado preparando. Me excitaba y no sólo humedecía mi sexo, mi ano se dilataba con unas leves caricias de los dedos o el roce de una lengua, no obstante, enseñé a aquellos salvajes que antes de follar a ninguna mujer por el culo, había que estimularlas y a veces usar algún lubricante. En mi caso descubrí por azar que el aceite vegetal con el que las mujeres me recuperaron, iba de maravilla. También me di cuenta de que muy pocas mujeres del poblado eran capaces de excitarse y gozar cuando las penetraban por el ano. Un día acompañé a una de las mujeres a la selva y al pasar junto a un árbol, le hizo un corte en el tronco. Por la hendidura salió un líquido viscoso y transparente. El líquido fluyó y la mujer llenó con él un recipiente de madera del tamaño de un vaso. Mojó sus dedos y me masajeó los pechos y los pezones. Comprendí que era una especie de lubricante natural.

A través de algunos detalles que pude observar, llegué a la conclusión de que Samsung era una especie de jefe o de personaje de rango en el poblado. Al menos advertí que era alguien muy respetado. Me dio la sensación de que ser la amante de aquél personaje era el detalle definitivo para ser admitida con todos los derechos en su tribu. Iba a mis anchas, unas veces vestida con mis ropas de mujer occidental y civilizada, otras con el taparrabo de cuero que me habían regalado, y otras simplemente desnuda. Comprobé que aquella gente no tenía como nosotros un concepto de pareja o matrimonio, todos eran de todos y ninguno era de nadie. Criaban a los niños en colectivo, todos tenían una tarea, y durante el día se iba en cazar, pescar y recolectar fruta y bichos para la comida. En cuanto al sexo, lo usaban como divertimento pero de manera brusca. No tenían el concepto de morbo que tenemos nosotros, y eso lo usé en mi favor. En ocasiones lo hacía con alguna de las chicas y no dejaba participar al hombre. Eso los enfadaba muchísimo, pero les excitaba y con el tiempo comprendieron que ese era el juego. La tribu me alimentaba, me cobijaba y me cuidaba, pero al mismo tiempo me convertí en una especie de propiedad de lujo. Salvo que tuviera un motivo justificado como tener la regla, algo que consideraban poco menos que la peste, o alguna enfermedad, no podía negarme a las exigencias de cualquiera de ellos. El hombre que estuviera excitado me llevaba a su cabaña, me tiraba en su camastro y me desnudaba o me quitaba el taparrabo, para después follarme sin tregua. Me metía su polla en el coño, el ano o en la boca. A algunos les gustaba que metiese su verga entre mis tetas y se la apretara mientras lo masturbaba. Pero a diferencia de los primeros días, se tomaban su tiempo, me masturbaban, me comían el sexo, me acariciaban, para una vez excitados ambos, penetrarme. Pero cuando era el indígena el que no estaba muy por la labor ese día de desfogarse, era yo la que me lo llevaba a la choza, me desnudaba sin vergüenza ninguna y me entregaba a ellos. Samsung prefería agacharme delante de un árbol o de alguna de las chicas, o ponerme de rodillas, pero otros preferían ponerme boca arriba, piernas en alto y abiertas como una tijera, para una vez excitados, metérmela en la vagina o por el culo. Con el tiempo fuimos incorporando nuevas cosas como tríos o meter a otras chicas en nuestros juegos. Descubrieron, no sin algo de ayuda por mi parte, el juego de follarme dos a la vez. Solíamos usar el montículo con hierba cerca de la cabaña de Samsung, o el banco que usó Aifon para azotarme la primera vez. Uno de ellos se sentaba y yo lo hacía a su vez sobre él con las piernas abiertas cara a cara. Me sujetaba a su cuello y él por los muslos y en esa posición me llenaba la vagina con su verga; me apretaba muy fuerte contra su pecho. Un segundo indígena se ponía detrás de mí y apoyando su torso en mi espalda me hundía su verga untada de aceite en el culo. Si ese juego lo hacíamos sobre el camastro de alguna de las cabañas, el juego se convertía en algo no tan trabajoso, pero igual de excitante y placentero. En esa ocasión, uno de los indígenas se tumbaba boca arriba para después ponerme yo encima. El segundo hombre de cuclillas por detrás de mí, me follaba el culo en una posición menos forzada. En alguna ocasión se unía a nuestros juegos un tercer indígena, pero como mucho se limitaba a ponerme su polla en la boca para comérsela, como siempre digo en estos casos, si tres son multitud, cuatro es un gentío. Si los dos hombres conseguían follarme al unísono y llevaban el mismo ritmo, teníamos un orgasmo al mismo tiempo, regaban mi vagina con fuertes eyaculaciones, o el que estaba por detrás se corría en mis nalgas o dentro del ano. En ese momento yo gozaba con una lujuria desbordada, me daban espasmos y el orgasmo era tan intenso que a veces me quedaba sin respiración. Después de eso quedábamos rotos durante un buen rato. Pero para asombro mío, estaba serena, tranquila. Si el trio lo formábamos dos chicas con uno de los hombres, después nos quedábamos solas y el hombre por lo general se iba. Todos menos Samsung, mi semental.

Aifon me había visto follar con él, pero ella nunca había participado en nuestros juegos, hasta que una tarde mientras Samsung me llevaba cogida de la mano hasta mi choza, pasamos a su lado. Me dio tiempo a cogerla por la muñeca y llevarla conmigo. La tumbé en el camastro después de quitarle el taparrabo y abrazándola empecé a besarla y a magrearle los pechos. Samsung se quitó su taparrabo y su enorme polla quedó reluciente y a la espera de nuestros mimos. No sé muy bien que era, pero aquella muchacha tenía algo especial que me atraía sexualmente de una forma poderosa. Sus pechos era duros y suaves y su sexo era muy apetecible. Con sólo un pequeño roce de mi lengua se mojaba y su piel de erizaba, pero es que ella me provocaba la misma reacción cuando me acariciaba o me comía el sexo. Formamos un 69 perfecto, sus curvas encajaban en las mías, mis muslos rozaban sus costados y sentía su aliento en mi coño abierto mientras me lo comía. Separaba mis nalgas con sus suaves manos para llegar con su lengua hasta mi ano y mojármelo con su saliva. Yo al mismo tiempo que mordisqueaba su clítoris, masajeaba su sexo o su ano. Me levanté y me puse erguida sin quitar mi sexo de su boca, y Samsung ocupó mi puesto. Con la polla en la mano acarició su glande por los labios de la vagina de Aifon. Me gustaba ver como Samsung se follaba a otras chicas en mi presencia, pero con Aifon era distinto. Mientras tanteaba con su verga la raja de Aifon, me miraba y yo a su vez me masajeaba las tetas y me masturbaba para hacer más placenteros los lametones de Aifon. Samsung levantó las piernas de Aifon en el aire, las sujetó por los tobillos y las abrió dejando el coño de Aifon a la vista y abierto. De un movimiento seco y rápido, penetró a Aifon que al sentir la embestida se estremeció entre mis piernas. Sin dejar de bombear y mirándome fijamente, Samsung follaba a Aifon, y ella me comía mi sexo y yo gozaba con aquello. Me sentía lujuriosa, pervertida, depravada... una puta leona, pero al mismo tiempo relajada y sin pudor ninguno. Me sentía desinhibida viviendo con aquellos salvajes. Gritaba, jadeaba, les decía todo tipo de soeces. Me levanté ligeramente y me puse en cuclillas para exponer mejor mi sexo a la boca y a la lengua de Aifon, y al echarme hacia adelante me apoyé en los hombros de Samsung, que no sólo no dejó de embestir, sino que lo hizo con más ganas. Podía mirar debajo de mí y ver aquella verga grande y vigorosa moverse en el sexo de Aifon. Los gritos de Samsung se hicieron cada vez más intensos y prolongados hasta que de manera abrupta sacó su polla y los chorros de semen caliente cayeron en el vientre de Aifon, llegando algunas gotas a mi pecho. Mientras masturbaba a Aifon, ella siguió jugando con mi sexo hasta corrernos las dos a la vez.

Aquél fue el primero de uno de tantos juegos a tres bandas que tuvimos los tres.

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