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Memorias inolvidables (Cap. 15): Infeliz accidente

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Miguel besó a Sebastián, este se puso el casco y se fue. Miguel le miraba cuando iba a dar la curva. Sebastián levantó el brazo, Miguel también, desapareció en la curva Sebastián y Miguel se sentó en el portal de su casa, sin querer entrar. Hubiera esperado eternamente a Sebastián allí en el portal. Sebastián nunca llegó. Llegó el padre de Miguel y le mandó que entrara en casa. Miguel había llamado muchas veces al móvil de Sebastián y el móvil de Sebastián no contestó ya más. Sabía que no había nadie en la casa de Sebastián y no se atrevió a llamar a nadie más. No durmió en toda la noche. Le faltaba Sebastián.

A la mañana temprano, puso la televisión de su cuarto mientras estaba en la cama y en la televisión se enteró. Sebastián había muerto en un tiroteo de carretera entre la policía y unos delincuentes. Al parecer los delincuentes le confundieron por un policía y le dispararon, acertando justo en el pecho. Las noticias decían que el coche de los delincuentes quería atropellarlo, pero el conductor de la moto los esquivó arrimándose mucho a la Bionda o barrera de seguridad del arcén, pero al adelantarle le dispararon. Una patrulla de la policía se paró para auxiliar al hombre caído de la moto y se encontraron a un joven de unos 18 años que ya era cadáver, había atravesado una bala su corazón y otra su cerebro. Murió instantáneamente. Miguel pareció morir. No se movió en todo el día ni para comer.

Fueron localizados los padres y se organizó el sepelio para dos días después, dados los trámites exigidos por ley. Allí estaba Miguel todo desconsolado, acompañado por todos sus hermanos que comprendían su dolor. Sus padres también estaban a cierta distancia, más como observadores que como interesados. Los padres de Sebastián enviaron a Lizbeth para que llamara a Miguel y se uniera al dolor de la familia durante las exequias y en el entierro. Miguel se levantó y lo hicieron sentar entre la madre y la hermana de su amigo y novio Sebastián. Todo el mundo decía que «a este chico le va a costar un mal la muerte de su amigo», otros decían «pues es verdad que se amaban y por lo que se ve no poco». Había comentarios para todos los gustos. Sin embargo, por la cabeza de Miguel rondaba aquella sevillana de Manuel Garrido: «Algo se muere en el alma…» y la canturreaba en su interior:

I

Algo se muere en el alma, cuando un amigo se va.

Y va dejando una huella que no se puede borrar.

Estribillo:

No te vayas todavía, no te vayas por favor, no te vayas todavía;

que hasta la guitarra mía llora cuando dice adiós.

II

Un pañuelo de silencio, a la hora de partir.

Porque hay palabras que hieren, y no se deben decir.

III

El barco se hace pequeño, cuando se aleja en el mar.

Y cuando se va perdiendo, que grande es la soledad.

IV

Ese vacío que deja, el amigo que se va.

Es como un pozo sin fondo, que no se vuelve a llenar.

Acabadas todas las ceremonias y los pésames para quedar bien la gente, nadie podía pensar que Miguel seguía cantando interiormente aquella otra canción de Alberto Cortez: «Cuando un amigo se va».

Cuando un amigo se va

queda un espacio vacío,

que no lo puede llenar

la llegada de otro amigo.

Cuando un amigo se va,

queda un tizón encendido

que no se puede apagar

ni con las aguas de un río.

Cuando un amigo se va,

una estrella se ha perdido,

la que ilumina el lugar

donde hay un niño dormido.

Cuando un amigo se va

se detienen los caminos

y se empieza a rebelar,

el duende manso del vino.

Cuando un amigo se va

galopando su destino,

empieza el alma a vibrar

porque se llena de frío.

Cuando un amigo se va,

queda un terreno baldío

que quiere el tiempo llenar

con las piedras del hastío.

Cuando un amigo se va,

se queda un árbol caído

que ya no vuelve a brotar

porque el viento lo ha vencido.

Cuando un amigo se va,

queda un espacio vacío,

que no lo puede llenar

la llegada de otro amigo.

Solo las lágrimas testimoniales del dolor de amor le quedaban a Miguel que brotaban de sus ojos como las sonoras olas del mar en medio de un fuerte temporal. Tras el funeral, pasó una semana entera sin salir a la calle. Salió acompañado de su hermana Mercedes a dar una vuelta, llegaron a la Cafetería Versalles y se sentaron en la terraza. Pidieron un granizado de limón cada uno, pero Mercedes le dijo al camarero que en la de su hermano pusiera o whisky o ginebra. Así se hizo. Mercedes quería que Miguel hablase para que se desahogara. Miguel dijo a su hermana:

— Entre todos lo mataron y él solo se murió.

Su hermana no entendía y le preguntó. Miguel le explicó que Sebastián era muy odiado por muchos a causa de la envidia, y deseado pero no amado por otros a causa de sus excelentes atributos viriles. Pero en realidad todos lo mataron porque lo usaban como objeto de burla por envidia o de placer por deseo. Pero en realidad murió para mí. Yo lo he querido, lo quiero y lo voy a seguir queriendo por él mismo, porque era bueno, excelente y humilde. Ha muerto para mí pues nunca nadie lo quiso; ha muerto mi amor, el único que de verdad lo amaba. Por eso ha dejado en mi alma un vacío que no va a ser fácil de llenar.

— Te comprendo totalmente, Miguel; cuando se ama las pérdidas son mayores porque muere algo propio, una parte de nuestro ser.

Al rato pasó por allí Augusto Alanzón, un amigo de la época del colegio que desde entonces no había visto. Se acercó, se condolió con Miguel y le dijo que tenía que ir unos días a descansar fuera de este ambiente. Le invitó a irse a su casa que tenía a 170 Km de allí, frente al mar en una zona rocosa y solitaria.

— No tienes que traer nada, solo tus cosas más personales. He escuchado todo lo que se habla en este barrio y estaba decidido a ir a buscarte para llevarte conmigo. Recuerda que te debo un gran favor y quizá esta sea la ocasión de que yo pueda hacer uno por ti.

— No recuerdo qué favor te hice, disculpa, no tengo ahora ni idea.

— Tuvimos mis padres y yo un accidente y se me rompieron cinco costillas y…

— Ah, sí recuerdo aquello, pero no te hice ningún favor, era un deber de amigo y compañero de clase solamente.

— Sí, cierto, pero me pasaste todos los apuntes y en una ocasión me trajiste al profesor Terrases al hospital para que me hiciera el examen oral, a ti te hacían caso los profesores y conseguiste que yo pasara de año. No perdí ni un día de clase y viniste varios días a estudiar conmigo en el hospital. Eso no se paga ni con dinero. Por eso quisiera sacarte ahora que tienes más dolor y más críticas injustas y llevarte a mi casa, me voy pasado mañana.

— Y tus padres ¿qué dirán?

— Ya lo he hablado con ellos y me han animado a invitarte, de no encontrarte aquí mañana pensaba apersonarme en tu casa.

— No estaría mal, Miguel, esto es una oportunidad única…, —dijo Mercedes.

— Ok, Augusto, así fortalecemos nuestra amistad.

— Intercambiemos números de móvil y nos ponemos de acuerdo para partir pasado mañana. Justo he venido a dejar a mis abuelos. Llegué ayer en la tarde y me dio rabia las cosas que he escuchado, por eso es que ya sé donde vives y pensaba verte mañana, ha sido una suerte habernos encontrado.

Se dieron un abrazo y Augusto se marchó. Miguel y Mercedes se quedaron conversando de la suerte y la casualidad hasta el momento de ir a casa.

***************

Miguel llegó con Mercedes a casa y quiso ducharse. Tuvo que esperar que dejara libre su ducha quien quiera que estuviera dentro. Estuvo aguardando hasta que vio salir a Facundino, cosa extraña, porque Facundino y Eleuterio también tienen baño en su habitación. Como había notado que ya otras veces alguien usaba su baño para ducharse, no hizo mayor caso, pero ya sabía quien era. Ni preguntó, ni se quejó, ni pensaba protestar. Pensó que si iba allí es porque lo necesitaba y pasó página.

Tras la cena, Miguel se disculpó con sus padres y decidió retirarse a descansar leyendo en su habitación en lugar de ver la televisión. Les pareció bien y les comunicó que al día siguiente tenía que decirles algo importante. Se metió en su habitación y se puso a leer, tumbado en la cama. Al rato, llamaron a la puerta y dijo:

— Adelante.

Se asomó su madre, entró, se sentó en la cama y le preguntó:

— ¿Qué tienes que decirnos mañana?

— ¿No puedes esperar a mañana?

— No sé si podré dormir…, dijo su madre.

— Entonces llama a papá y os lo digo a los dos.

Eloísa salió llamó a su esposo Francisco de Asís y se fueron a ver qué le pasaba a su hijo. Entraron en la habitación y se lo encontraron sentado al borde de la cama.

— Aquí estamos, hijo, ¿qué quieres decirnos?

— Me he encontrado con un amigo del colegio, Augusto Alanzón y de parte de sus padres me invitan a ir a su casa hacia el sur para descansar allí unos días hasta que pase esta marea.

— Si no vas a ser una molestia, me parece bien, —dijo su padre.

— Pero…

Su madre iba a decir algo y fue interrumpida por su esposo:

— Ellos lo han decidido, no pongas más problemas.

Se salieron discutiendo los esposos. Miguel sabía que iba a ocurrir esto por eso no lo quería decir de cara a la noche y pensó: «Tú lo quisiste, mamá, y, como siempre, te condenas en tus decisiones; esta noche no duermes y mañana estás insoportable».

************

Miguel siempre se llevó bien con sus hermanos y hermanas, aunque su preferida y a quien le confesaba sus cuitas antes que a nadie era a Mercedes. Sus hermanos se distanciaron de él cuando se declaró gay ante todos. Las chicas lo llevaron bien, como algo tan natural e incluso pensaban cuán equivocados estaban los demás. Sin embargo, sus hermanos Eleuterio y Facundino se indispusieron, le contradijeron, lo insultaron y aparecieron como los más formales de todo el mundo. Tramaron el modo de que sus padres lo echaran fuera de casa, lo que hubieran hecho de no haber sido por las hermanas. Había comenzado la guerra de sus hermanos contra él.

Pasó Augusto por la casa de Miguel y, tras saludar a su madre y a Mercedes, subieron al auto y se fueron a la casa veraniega que tenían cerca de la costa en Punta Negra, cerca de Denia, una zona rocosa junto al mar, con una estrechísima playa con marea baja y habitualmente invadida por el mar con rocas donde estar, buenas vistas y un mar con agua azul transparente. En lo alto están las casas con su jardín y piscinas como la de Augusto y abajo todo muy poco poblado para disfrutar de sol integral.

En aquel entorno, Augusto tenía varios amigos con los que a veces salía ir al mar en una embarcación de su tío Augusto, hermano de su padre y de quien heredó el nombre. Esto hacía prever que se iban a relajar bien y Miguel podría soltar al aire todas sus preocupaciones y penas y ahogarlas en la salada agua del mar.

Las presentaciones a su llegada fueron todo lo mejor posible. Los padres de Augusto lo recibieron como si fuera uno más de la casa y le dijeron que por lo menos debía quedarse como 15 días o más si lo deseaba:

— Porque Augusto y nosotros te estamos muy agradecidos de lo que hiciste cuando nuestro accidente, te preocupaste por él más que nosotros que también estábamos hospitalizados.

Detalles que Miguel conocía muy bien porque también había ido a visitarlos a ellos dos hasta que los pudieron poner a ambos en la misma habitación del hospital. Ya entonces solo visitaba a Augusto para ayudarle a estudiar y allí iban sus padres con muletas los dos para hacerle compañía y saludar a Miguel. Pero Miguel no quería que le pagaran favores:

— No están en deuda conmigo, solo hice lo que me pareció que debía hacer por un compañero de clase…

— Pero fuiste el único que vino y me ayudó, Miguel —decía Augusto—; es cierto, nadie tenía obligación de hacerlo, tampoco tú, pero tú hiciste que yo me encontrara a gusto, en paz y salvara mi curso escolar, ¿acaso traer a un profesor a la habitación del hospital no es extraordinariamente importante?

— Pero… yo…

— Miguel, lo tuyo fue una pasada…; mira, todavía saca lágrimas mi mamá por lo que hiciste; fuiste el único y te puedo decir que te debo la vida, porque cuando desperté me quería suicidar y en eso apareciste tú y me hiciste llano mi camino y hasta agradable mi mal.

Esta conversación duró todo el tiempo de la tertulia de sobremesa después de comer. Habían ido a saludar a Miguel el tío Augusto, las hermanas de su madre y algunos primos y primas que querían saludar al héroe. Miguel estaba abrumado de tal manera que si Augusto no hubiera invitado a sus primos y a él a la piscina, ya se hubiera deprimido de tanto halago que le soltaban, cosa a la que no estaba acostumbrado, sino todo lo contrario. Salieron los chicos, tres primos: Juan, Macario y otro Augusto. Los tres y Augusto se desnudaron allí mismo y se metieron a la piscina en pelotas. Desde dentro animaron a Miguel, les siguió la corriente, se desnudó y se sorprendieron de ver cuán dotado estaba el amigo de su primo Augusto.

Nadaron, hablaron fuera de la piscina un rato, tomando unos refrescos que alguien había dejado sobre la mesa que allí había y pasó la tarde hasta ha hora de la cena. Después se fueron a la televisión, pero Augusto se disculpó con sus padres y se llevó a Miguel a la habitación, donde había dos camas, con un estrecho pasillo de palmo y medio entre ellas. Augusto decidió juntarlas para que Miguel tuviera más espacio en su parte junto a la pared. Miguel respondió con una sonrisa de agradecimiento porque en verdad no había mucho espacio ni para sacarse las zapatillas. Ahora estaba más cómodo.

Se acostaron, Miguel tenía costumbre de dormir desnudo, pero se hacía el remolón hasta que vio que Augusto se desnudó y se metió en la cama. Miguel hizo lo mismo, hasta la sábana molestaba y decidieron apagar la luz y seguir hablando para contarse las peripecias que habían vivido cada uno desde la salida del Colegio.

Fue una larga noche para los dos.

Cuando se habían ido todos los primos y tíos de la casa de Augusto, él y Miguel se quedaron solos y los dos habían bebido más cerveza de la que que estaban acostumbrados. Estuvieron en la terraza con el papá de Augusto hablando del cielo y de la tierra y engullían tanta cerveza como su padre les iba presentando, el cual también se pasó de cuentas.

Ahora, acostados y hablando, Augusto recordó la botella de whisky que tenía guardada y dos vasos, encendió una lamparilla lateral que no molestaba y comenzaron a beber whisky. A partir de ahí las cosas se volvieron absolutamente locas.

A pesar de ser amigos desde el accidente de Augusto, Miguel y Augusto eran como polos opuestos. Augusto era un chico de teatro, Miguel era un tímido y tranquilo friky. Augusto era extrovertido y popular. Miguel tenía miedo de hablar con las chicas y era muy recatado. Sí, aunque tenía un grupo numeroso de amigas, era frustraste para ellas que Miguel nunca las tentó ni se dejó seducir por ellas.

Augusto era gay. No muy abiertamente, pero todos sus amigos lo sabían menos Miguel. Miguel le parecía a Augusto que al menos no era homófobo ni mucho menos, pero cuando descubrió que también era gay se enamoró del chico imposible y se le había puesto incómoda su amistad, este fue el motivo de que se distanciara, aunque siempre pensó en recuperarlo, porque estaba loco, loco por él, ya no solo agradecido, sino también enamorado al máximo.

Y ahí estaban los dos amigos solos, cada uno en su cama, con la sábana por debajo del ombligo, bebiendo whisky juntos inmersos en aquella penumbra que daba la ultima lamparilla de cara a un mueble oscuro.

Augusto hizo una broma tonta sobre un profesor de inglés, Mr. Keines. Miguel se rió tanto que se resbaló de la cama por estar casi al borde, lejos de Augusto, y cayó al suelo. Augusto se rió, cruzó de su cama a la otra, se asomó y resbaló tontamente cayéndose encima de Miguel y lo amarró con sus brazos.

— Suéltame, —dijo riéndose Miguel.

— Fuérzame, —contestó Augusto burlonamente.

Miguel luchó un poco tratando de forzar a Augusto que era atléticamente superior. Miguel dejó de intentarlo y se redujo a un montón de risas.

— Olvidé lo fuerte que eras, —se las arregló Miguel diciendo entre risas.

— Olvidé lo débil que eras, —respondió Augusto.

— No soy tan pequeño, ¿eh?…, sólo soy… cariñoso y entrañablemente pequeño, —dijo Miguel sincerándose.

— No hay nada de entrañable en ser un debilucho.

— Tienes que saber que las chicas lo encuentran lindo.

— ¿Cómo lo sabes si eres virgen en chicas?, —dijo Augusto.

— ¿Acaso lo sabes tú si también eres gay?

— ¡Ajajá!… Hemos llegado a buen punto.

Augusto buscó el whisky y se dio cuenta de que se habían terminado toda la botella.

— Miguel —dijo Augusto—,¿alguna vez pensaste que podrías ser gay?

— Por supuesto —respondió Miguel— toda mi vida desde que tengo uso de razón, pero descubrirlo, descubrirlo en serio, desde que antes de los doce años ya solía ver porno gay sin darme cuenta e intentaba ser gay, porque era algo que me gustaba y apasionaba y... no sé, quería probarme a mí mismo.

— ¡Ja!

— ¿Ja?, ¿qué?

— ¿Miras porno gay?"

— ¡Dije que solía hacerlo!

— Bueno… ¿aún lo haces?, —preguntó con curiosidad Augusto.

— No sé... a veces... cuando las cosas claras no funcionan.

— ¡Dios mío!, ¿eres tan gay?

A estas alturas, una ligera erección que había comenzado en Augusto era ya notoria y la iba notando Miguel en su muslo.

— Yo nunca me he declarado como gay, no me hacía falta; eso solo lo necesitan los demás, yo soy como soy, soy gay, claro que sí y he tenido mi amor y tú lo sabes y me rescatas para hacerme olvidar… o ¿es que estás enamorándote de mí o me quieres enamorar de ti?, —contestó Miguel a la defensiva—, yo sólo… creo que es un poco raro y sucio y también lo que noto en mi muslo.

La erección de Augusto aumentó y tocó el pene de Miguel, que todavía estaba debatiéndose para comenzar a erectarse. Pero demasiado whisky había bebido Miguel, que si no estaba borracho, ya no se daba cuenta de que de un momento a otro ya iba a estar en plenos deseos y allí no tenía otro que a Augusto. Miguel continuó:

— Supongo que cada uno mira por descubrir su media naranja, solo que yo sé que ha de ser un hombre, no tengo dudas, aunque con lo que me ha pasado, pues no sé cómo continuará esto…

Augusto sonrió y se inclinó hacia la cara de Miguel.

— ¿Quieres saber cómo te besa tu otra mitad?, —dijo con una sonrisa.

— Creo que voy a pasar, —murmuró Miguel torpemente.

— Vive un poco, mojigata. ¿Qué tan inseguro en tus sentimientos tienes que ser para que un besito te amenace?

Miguel parecía inseguro, pero Augusto se adelantó. Al poco tiempo, se besaba con su mejor amigo, el que hizo todo por él hasta hacerle recuperar la vida.

Miguel estaba conmocionado. A través de su neblina de medio borracho, aquello apenas lo sentía como real, pero lo era. Estaba besándose con su amigo. Se puso nervioso, pero no se detuvo. Pronto la lengua de Augusto entró en la boca de Miguel. Esto siguió así durante un minuto más o menos antes de que Miguel volteara la cabeza.

— Augusto, no puedo hacer esto, lo siento como una traición a Sebastián.

—Oh, vamos, —suplicó Augusto.

— No, no, lo siento…, no soy un gay traidor.

— Quizá lo único que te falta saber es que estoy traicionando a mi novio porque para mí tú vales más que él, —dijo Augusto.

— ¿Qué?

Augusto agarra los brazos de Miguel y los clava en el suelo. Miguel luchó confundido cuando Augusto comenzó a refregar su polla con la suya.

— Pero…, ¡¿qué mierda es esta?!, —exclamó Miguel en voz alta.

— Cállate, Miguel.

— Augusto, esto no es gracioso, suéltame, por favor.

— Dije que te calles de una puta vez.

La voz de Augusto no era un grito. Era un tono callado y autoritario... casi un susurro. Parecía más asertivo que enojado.

Al poco tiempo, Augusto estaba completamente erecto, con la polla expuesta de 17 cm. Miguel notó que la polla de Augusto, rodeada de un matorral de pelo negro y rizado, parecía mucho más impresionante que la suya.

Miguel podía sentir que su propia polla empezaba a ponerse dura, pero rápidamente volvió a la realidad.

— Augusto, lo digo en serio. ¡Suéltame, puta mierda, joder! ¿No ves que me calientas y le debo luto a Sebastián?

Augusto no dijo ni media palabra. Recogió los calzoncillos de la silla y se los metió en la boca a Miguel. Miguel comenzó a ahogarse con la ropa interior sudorosa y desgastada. Augusto siguió adelante, lamiendo el cuelo y la cara de Miguel, le besó en el cuello y le mordió suavemente, pero hasta que lo sintiera Miguel, luego le dio un chupetón en su pectoral izquierdo, junto a su pezón, dejando una marca que perduraría hasta el día siguiente.

Las piernas de Miguel se habían entumecido, y se sintió cansado cuando Augusto comenzó a tocar sus pelotas. Después de unos momentos de estar acariciando las pelotas, la polla de Miguel estaba completamente erguida, de 18, 5 cm., se sintió avergonzado cuando Augusto le dijo:

— Déjate hacer, nena, sé hoy para mí, te quiero puta, muy puta y solo mía.

Pero Miguel no protestó más, al contrario, se dejó hacer. Augusto le dio la vuelta a Miguel sobre su espalda. Sólo ahora Miguel se dio cuenta de lo que estaba pasando. Antes de que Miguel pudiera terminar de gritar, Augusto estaba dentro de él. Con empuje tras empuje, Augusto forzó a su miembro hinchado a meterse en el culo de Miguel. La mordaza de los calzoncillos estaba haciendo poco para sofocar los tremendos gritos de Miguel. Estaba luchando tan duro como podía, pero Augusto lo mantuvo atrapado.

— Cállate, maricón, —ordenó Augusto mientras golpeaba a su amigo en sus nalgas hasta ponerlas rojas.

Una y otra vez, Augusto forzó su entrada y salida del ano apretado de Miguel. Miguel continuó con sus gritos cuando Augusto se acercó hacia adelante, agarró el cabello de Miguel y tiró hacia atrás como si de unas riendas se tratara.

— Nadie te va a oír, maricón. Grita todo lo que quieras, puta barata.

Más gritos apagados escaparon de la boca de Miguel. Las lágrimas comenzaron a correr por su cara mientras Augusto se reía.

— Tú sabes que esto te encanta. Sé que querías follarme desde que salí del hospital. Eres cariñoso, ¿verdad, mariconcito de mi alma?

Augusto le dio una fuerte bofetada a Miguel y este sintió todo el dolor del desprecio.

— De ahora en adelante, esto es mío, ¿me oyes?; tu culo es para mí. Eres mi maricón particular, y vas a hacer todo lo que yo diga, ¿entendido?, ¿o es que pensabas que estos días de vacaciones iban a ser gratis?

Miguel sólo respondió con más gritos apagados.

Después de lo que parecía una eternidad de golpes anales, Augusto se retiró del trasero de Miguel y lo giró sobre su espalda.

Miguel miró la sonrisa de Augusto cuando de pie frente a él estaba sintiendo su orgasmo y lo derramó. El semen de Augusto cayó en el pecho sin pelo de Miguel. El cálido semen en secreto le gustó increíblemente a Miguel, pero el castigo que había recibido antes le dolió demasiado como para que lo apreciara.

Augusto se levantó, tiró de los calzoncillos de la boca de Miguel, con ellos se limpió la polla y se los devolvió echándoselos a su cara, y sonrió.

— Me voy a divertir mucho contigo, maricón, —añadió Augusto antes de echarse en la cama. Miguel permaneció en el suelo.

Cuando Augusto roncaba como un cerdo, recogió sus cosas en silencio y sigilosamente salió de la casa, se vistió y se alejó lo más que pudo. Como tenía dinero, llegó a su casa.

Miguel necesitaba un tiempo para apaciguar sus ánimos y se encerró en sí mismo. Ya no confió nada de todo esto a su hermana Mercedes. El dolor de su corazón por esta ignominia le dolió más que la muerte de su querido Sebastián.

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Para escuchar las canciones:

https://www.youtube.com/watch?v=4xxKkT6kI1Q

https://www.youtube.com/watch?v=EBcaFpHJPZI

(9,86)