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Memorias inolvidables (Cap. 23): Mi primo Ricardo

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25 de junio (lunes)

Me levanté con doble sentimiento, por una parte estaba nervioso por lo que me dijo mi tío Antonio, el padre de Juan. Ese interés de hablar con mi padre me tenía un poco amargado y más preocupado todavía. Por otra parte, iba a venir Juan, ibamos a ir a mi habitación para darle mi jean que le había gustado tanto. Me preocupa no haberlo lavado tal como me lo pidió, pero lo puse toda la noche tendido sin mojarlo para que se airease algo. Esta mañana, antes de doblarlo lo he perfumado con mi propio perfume Hugo Boss, para darle gusto a Juan.

Me duché, me lavé el culo a conciencia por fuera y por dentro. Pensaba: «Si a Juan se le ocurre de nuevo que lo hagamos, pues no le voy a decir que no. Como vienen sus padres, voy a ser discreto y a no insinuarme, por respeto a ellos». Me masajeé las bolas para ver si respondían y la polla me contestó por ellas, no tardó en ponerse erecta y con ganas de masturbarme, pero cambié de parecer: «si viene con ganas, lo haremos y me saldrá abundante y potente si no me masturbo ahora. Si no me lo pide, ya lo haré después, que a eso siempre estoy es dispuesto porque siempre hay ganas».

Llegaron cuando estábamos desayunando. Los abuelos los hicieron entrar en la cocina y les sirvieron para que comieran algo. Mi abuelo quiere mucho a su sobrino Antonio, también a Juan que es muy cariñoso con él. De repente, Juan dice:

— Tía, ¿me invitas a quedarme unos días con mi primo Miguel para que no esté tan solo?

— ¿Cómo te atreves a ser tan descarado —dijo su madre—, no se invita uno, espera a ser invitado, ¿y si no pueden? ¿y si tienen otras cosas que hacer?

Mi abuela fue espontánea:

— Hija, no te preocupes, Juanito siempre es bienvenido a esta; hijo —se dirigía a hora a Juan—, claro que sí, a Miguel le falta compañía joven, nosotros somos mayores y él se pasa mucho tiempo sin hablar con nadie.

— Pero solo hasta el domingo, —zanjó su madre.

— Miguel, yo quiero hablar contigo un rato, ¿nos sentamos detrás en la terraza?

— Vamos, tío, ahora hay sombra y se está bien.

Salimos y mi tío fue al grano, cuéntame de pe a pa y desde el principio qué es lo que ha pasado contigo en tu casa. Le conté todo, primero un poco nervioso, porque mí tío iba haciendo preguntas para entender detalles, como por ejemplo: ¿te has llevado a casa a tus amigos borrachos?, ¿te los has llevado para tener sexo? No me hacía preguntas sobre mi homosexualidad, sino sobre mi comportamiento. Me gustó la conversación con mi tío y me dijo:

— Yo hablaré con tu padre, pero no te prometo nada.

— Mi padre es cobarde.

— No, Miguel, no es cobarde, pero debe tener un montón de confusiones, porque tu madre lo domina; el temor que tiene tu padre es que tu madre se vaya y se desentienda de todos vosotros y eso para él sería lo peor que le pudiera ocurrir…

Estaba de acuerdo con mi tío y me callé, de todas formas no comprendía mucho el trasfondo.

Antes de despedirse, me quiso hacer una pregunta:

— Mira, Miguel, yo sé que Juan es homosexual; jamás tomaremos su madre y yo ninguna acción contra él al respecto, más bien queremos cuidarlo y librarlo de los temores que tenemos, ¿habéis tenido sexo entre vosotros dos?

— Sí, tío, yo te soy sincero, pronto sentimos cierta atracción y ambos teníamos gana y lo hicimos ayer.

— ¿Es fácil reconoceros entre vosotros?

— No es tan difícil, hay un algo que enseguida no los indica, otra cosa es que te atraiga el sujeto o no.

— Y a vosotros os atrae…

— Pues creo que no, a nosotros nos atrae nuestra curiosidad y el deseo de placer, nos gustamos, pero…, no sabría decirte, creo que para hacer una pareja estable…, creo que no, no, tío, ni Juan ni yo; pero, tío Antonio, a veces tenemos deseo y entre las conversaciones, el juego y el cariño familiar…

— No te molesto más, Miguel, gracias por ser sincero, ¿qué puedo decirle a Juan?

— Yo se lo diré y tú también pero no le grites ni reniegues con él. Solo dile que se lo tome con calma, que el amor de verdad viene cuando uno está bien dispuesto, que tú y la tía, su mamá, recibiréis bien al chico de quien se enamore; dile también que se cuide mucho de los que solo quieren un polvo para pasar un buen rato…, porque pienso que Juan corre el peligro de dejarse llevar por quien le tiente; perdona, tío, de cómo te lo he dicho.

— No; está bien, gracias.

Mis tíos se fueron y Juan se quedó con nosotros. En un momento en que mi abuela lo llamó para preguntarle si tenía ropa para lavar y se entretuvo hablando con él, le dije a mi abuelo que nos llevara a Juan y a mí al campo a trabajar duro, porque a mi parecer a Juan le hacía falta y a mí también. Yo quería evitar tener un compañero que me llevara a tener sexo todo el día, porque Juan estaba siempre muy caliente. El trabajo del campo nos daba ocupación, serenidad y calma en los deseos. No sé qué se inventará mi abuelo.

Comimos y después de una bonita conversación familiar, me llevé a Juan a pasear por el pueblo. Ni él ni yo teníamos allí amigos, así que caminamos mucho y nos sentamos en la terraza de un bar. Juan me invitó y pedimos unos refrescos.

Antes de anochecer, regresamos a casa y nos pusimos a ver la televisión hasta la hora de cenar.

Cenamos los cuatro en amena conversación y una larga sobremesa. El abuelo nos tentó con un rico orujo de Ourense y habló Juan hasta por los codos. Lógicamente esa noche no salí a ninguna parte, no me moví de su lado y nos fuimos a dormir. Nos acostamos desnudos, yo tenía hace tiempo esa costumbre, pero no hablamos del asunto. Estábamos cansados, pero Juan comenzó a tocarme el cuerpo y a besarme y deseó tener sexo. No es que yo no tenía ganas; la verdad es que de no estar Juan yo hubiera ido al sauna, también necesitaba desahogarme. La conversación con mi tío fue amena, grata pero tensa y quedé muy cansado. No quería hablar de eso con Juan y lo mejor era dejarme llevar. Tampoco me había masturbado y mi polla al contacto con Juan se me puso dura y me apañé acariciándole. Le hablé a Juan del chico que había encontrado en el sauna y de quien me había mágicamente enamorado y que había ido varias veces y no lo encontraba nunca. Quería con esto pasar el tiempo, pero Juan se calentaba más y me dijo que él mismo podría ser mi remedio y entre una y otra cosa, nos encontramos haciendo un 69 que me hacía pensar que el chico de la sauna estaba allí, en el cuerpo de Juan. Mi pensamiento era en aquel chico, no en Juan, aunque no le dije nada. Así que nos pusimos a mamar las pollas y casi al mismo tiempo nos estábamos viniendo. Mucho habíamos aguantado, porque soltamos mucha lefa. Juan no tenía mucha costumbre y toda le cayo por los labios y la tenía en la barbilla y por el cuello, yo pude tragarme toda la leche de Juan, estaba chica, me gustó de nuevo. Era la segunda vez que la gustaba y me agradó. Al final pensé que no encontraría al chico de mis pensamientos y me tranquilicé. Dormimos toda la noche.

26 de junio

Mi abuela vino a despertarnos, pero yo ya estaba en pie, duchado y esperando que nos avisaran para el desayuno. Juan se quedó en la ducha y le avisé que al acabar viniera al comedor a desayunar.

Fui al comedor y encontré a Mercedes en la cocina, ayudando a la abuela. Había venido temprano y preparó el desayuno para los cinco con cosas que había traído consigo.

Mientras desayunábamos, mi hermana dijo:

— Van a venir todos, nos hemos puesto de acuerdo para venir a verte todos tus hermanos. Traemos un mensaje de papá y mamá, han decidido que vuelvas.

— No voy a ir, no voy a ir porque me va a volver a echar a la calle. Mamá tiene un proyecto que consiste en que yo me humille ante sus amigas pidiendo disculpas por la aberración cometida. No lo voy a hacer, no lo voy a hacer —decía cada vez más en voz baja hasta el susurro— no lo voy a hacer…

Mis abuelos se callaron. Cuando mi abuelo se calla es porque necesita pensar. No había pensado lo que mi madre intentaba. Miraba a Mercedes sorprendido mientras yo hablaba y ella le confirmaba la veracidad de mis palabras. Mi abuelo se quedó con los codos sobre la mesa y las manos en la cabeza y sus ojos mirando el mantel. Mi abuela tenía los ojos húmedos, pero no podía articular palabras motivado por su gran congoja.

Se presentó Juan, se saludó con Mercedes, saludó a todos y poco tiempo después Mercedes se fue. Mi abuelo, Juan y yo nos fuimos a su campo y trabajamos. Trabajé duro más que nada para ponerlo feliz, pero me servía para olvidarme. Mi abuelo se cansó y se fue a sentar a la sombra, yo seguía repasando los árboles para remover la tierra de alrededor de su tronco, y sacando las hierbas. Juan seguía todo el tiempo a mi lado haciendo lo que yo hacía. A medio día mi abuelo vino a buscarnos para que dejáramos de trabajar, me vio con la camisa empapado y me dijo que fuera a la granja de su hermano Marcelino, mi tío abuelo, para lavarme. Nos encaminamos hacia allí los tres. Juan y yo nos duchamos, nos cambiamos de ropa y mi tío abuelo me esperaba:

— He visto como trabajas, si lo deseas, tengo todo por hacer, es algo como eso que habéis hecho esta mañana, puede ser tuyo y no te faltará tu paga…

Miré a mi abuelo que estaba hablando con Juan y le di a entender que me gustaría. Mi abuelo consintió y le dijo a su hermano:

— Te lo traeré; ya has visto que trabaja duro, pero a un familiar se le paga bien, no se va con remilgos —decía riéndose y Juan se reía también porque conocía bien al tío Marcelino lo agarrado que era.

— Descuida, hermano; tienes cada cosa… Tendrá lo que le corresponde y si me trabaja como lo he visto hacer, incluso hasta más… Es duro tu nieto, Paco, no entiendo esas cosas que se dicen de él…, pero si lo vieran trabajar, se darían cuenta que se deja la piel…, Juan iba detrás de Miguel como un degollado, no sé qué decirte, pero a mí me da lo mismo como sea cada uno, si cumplen con su trabajo, ¿qué más da lo otro?

— Tío, no te hagas problemas, mi abuelo Paco sabe demasiadas cosas de mí, y sabe que si me empeño en algo, antes está ese algo que mi vida. El domingo se va Juan, a partir del lunes vendré, te trabajaré lo que necesites, lo de menos es si me pagas o no, si es mucho o poco, aún somos familia y bulle la sangre, siempre te hemos querido, tío, siempre; mis hermanos decían frecuentemente por qué no vamos a casa de nuestros tíos Bautista y Marcelino para visitarlos y mi madre nos amenazaba. Hacía lo mismo que con mis abuelos, pero ahora estoy libre; no quiero que nadie me regale nada, no soy un holgazán, me he preparado para sobrevivir no a costas de los demás, sino con mi sudor; hoy estoy feliz, he trabajado para mi abuelo y mañana si lo necesita también, porque hemos de acabar esta tarea que hemos empezado, no es mucho, el cariño que me dan mis abuelos vale más que todos los jornales del mundo entero.

— ¿Lo ves, Paco, eso es un hombre, lo demás carece de importancia?

— Sí, Marcelino, sí, así es y este lo es, es un hombre de verdad, y lo demás carece de importancia.

Me quedé perplejo y mirando a los dos ancianos en buen estado de cuerpo y razón y sabiendo discriminar la verdad y la justicia, sin despreciar al ser humano.

Fuimos a casa en la camioneta de mi abuelo que me dejó conducir. Estaban todos mis hermanos. Me dio mucha alegría verlos, como si hiciera años sin vernos; me quedé lacrimoso y con la carne de gallina de la emoción, estaban todos: Eleuterio, Rosario, Mercedes y Facundino. Habían traído una pizzas gigante y otras cosas para aperitivos y mi abuela añadió más caldo. Mercedes antes de ir le había avisado de su intención. La comida y la reunión familiar fue muy amena, evitamos hablar de lo desagradable y hacia las 6 de la tarde se iban todos menos Facundino. Él se quedó a acompañarme y a mis hermanas les dijo:

— Si mamá pregunta por mí, decidle que estoy con mis amigos y llegaré tarde.

— Quédate aquí en casa, no te vayas, —dijo la abuela.

— Abuela, si me quedo aquí tengo que avisar a mi madre y se arma un lío, mejor que digan lo que he dicho.

— Las mentiras, las mentiras…, —murmuraba la abuela.

— Está aquí Juan, y está al caer Ricardo, viene a pasar unos días y a descansar, que ha tenido que hacer unas oposiciones que le han dejado medio muerto, a ver si se recupera, si te quedas…, además tu madre no vendrá, y tu padre ahora la frenará, seguro…

— Pues me quedo, pero que ellos digan lo que he dicho, porque Juan, Ricardo y Miguel, además de familia son mis amigos, —concluyó Facundino.

Como dijo el abuelo, llegó Ricardo. Ricardo era entonces un muchacho de 20 años, rubio, decían que había salido a su madre. Era otro nieto de mis abuelos, hijo del tío Ricardo, hermano de mi padre, por lo tanto era nuestro primo hermano. Guapo sin exagerar, pero estaba muy flaco y no era de gimnasia, sino de desgaste en el estudio. Se había preparado en una academia para entrar en una institución de vigilancia escolar. Daba lástima verlo, así que nos dejamos de lamentos y nos dedicamos a Ricardo.

— ¿Qué pensáis hacer hoy?, —preguntó Ricardo.

— Yo estoy muy cansado y necesito ir a relajarme, iremos a un sauna, —contesté.

— ¿Puedo ir?, —preguntó.

— ¿Cómo te vamos a dejar aquí? Nos vamos los cuatro, —respondí.

— Miguel, no bebas nada, ni cerveza, ni vino, ningún alcohol y os lleváis la camioneta.

Le miré y me lo confirmó. Miré a la abuela y me lo confirmó. Decidí no beber mas que agua, ni gaseosas, para no caer en la tentación. Los tres, Ricardo, Juan y Facundino prometieron no beber nada para no fastidiarme y, aunque no les creí, cumplimos todos. Pero no adelanto la historia.

Salimos después de cenar. Solo bebimos agua en la cena. Me llevé en mi mochila mi pera para enemas y poderme lavar allí sin perder tiempo. Cuando ya estaban desnudos y envolviéndose con la toalla me fui a lavar a una ducha discreta y quisieron acompañarme porque me vieron con mi pera. Facundino sabía y les dijo a los demás:

— Vamos con él y nos lavamos todos.

Lo hicimos con discreción y el resultado fue bueno para todos. Ni hace falta contar. Nos dirigimos a la sauna seca, con luz y agradable. Había dos tíos desnudos sentados sobre su toalla y nos pusimos a la parte opuesta de igual manera, sentados sobre la toalla y desnudos. Pero nos pusimos juntos y nos mirábamos sin parar. Juan estaba lleno de deseos y Ricardo lo notó y, con ser hetero, le acarició su polla que ya estaba en su límite. Ricardo se la acarició a Facundino y para que no quedara Ricardo sin ayuda, se la acaricié yo mismo. Los dos tíos se salieron sin envolverse con la toalla. Estaban muy empalmados. Pienso que nuestro comportamiento los calentó en exceso. Ricardo acarició luego mi polla con la otra mano y pronto nos pusimos con ganas y deseos de eyacular los cuatro. Nos levantamos para irnos a las duchas y allí concluimos la faena. Como estábamos los cuatro en grupo y mirándonos, nos ensuciamos de semen y allí mismo nos lavamos.

Luego fuimos al vapor. Me retrasé con Ricardo para decirle:

— Richie, no te veas obligado por lo que hacemos nosotros, sé que tienes una novia o amiga o no sé qué…

— Nada tiene que ver, me gusta cómo sois, con otros igual no estaría, porque me van las chicas, pero vosotros sois diferentes, venís a divertiros… eso es lo que me admira de vosotros…

Dentro del vapor los cuerpos se nos pusieron escurridizos de la humedad y sudor. Había poca luz y no había nadie. Jugamos mucho entre los cuatro porque nos escurríamos. Hasta que entró un tío y nos comportamos. No nos veíamos con él por el vapor, pero nos mirábamos y sonreíamos. Todo lo que deseábamos y pensábamos sin decirlo es follarnos entre nosotros, Así que determinamos irnos a una cabina oscura de las pequeñas. Hicimos lo que sabíamos hacer, follar sin parar.

Primero comenzó el más fastidioso, Juan, le siguió Facundino que quería que lo follara. Yo deseaba mirar, cuando me había acostumbrado a la oscuridad y si acaso intervenir. Como Ricardo me pidió follar conmigo, esperó a que le dijera mi parecer. Se puso a mi lado, pasando su brazo por mi cuello y llegaba con su mano a mi pezón. Arrimó su cabeza a la mía y me besaba, primero la cara y luego en la boca. Intercambiamos varias veces lengua mientras mirábamos cómo Juan follaba desesperadamente a Facundino que gemía y daba gritos. Gritaban fuerte los dos y adiviné que se venían juntos y así fue.

Como Ricardo y yo estábamos sentados en el suelo, él con las piernas estiradas y abiertas, yo con los pies tocando al suelo y las rodillas dobladas, se incorporó Ricardo y se sentó en mis rodillas. Poco a poco se fue escurriendo por entre los muslos y se lo puse fácil encarando mi polla a su agujero. Ricardo se dejó caer de golpe y gritó mucho como si llorara, debió dolerle mucho, porque a mí me dolió la polla por la rápida penetración y el roce. Una voz extraña dijo hablando fino y alto:

— Llora, maricón, que ya te ha jodido el cabrón de tu puto amigo.

Miré y es que había una tabla suelta y estaba semi asomado, mirando todo. No le hicimos caso y estuvo mirando hasta que acabamos. Hice por levantarme y lo conseguí porque mi postura me cansaba, pero no dejé de follar a Ricardo que me llevaba con él hasta la pared de enfrente y se puso a besarse con el tío que le había insultado. Juan vino a mi lado intentando meter su polla con la mía y al no poder, metió un dedo para hacer hueco en el culo de Ricardo. Facundino, metió su polla en mi culo y me jodió como un cabrón a su puta, porque me decía de vez en cuanto:

— Qué culito tienes, eras una puta perfecta para follarte.

Se desordenó en su lenguaje Facundino y nos trataba a todos de maricona, puta, zorra, nenaza, puta gorda de mierda, perra. Tuve que decirle que se moderara. Lo hizo, pero me folló con más furia o rabia, siendo el primero en correrse y agarrarse a mis hombros y me besaba y mordía el cuello, mientras Juan, que había conseguido penetrar conmigo a Ricardo, nos corrimos a la vez. Cuando levanté la vista vi que Ricardo no se estaba ya besando sino mamando la polla del tío que se había dado la vuelta. Fui a acariciarle las bolas y el tío se corrió en la boca de Ricardo sin desperdicio. Nos tiramos al suelo casi amontonados y al rato escuchamos:

— ¡Gracias, muchachos, sois de puta madre, joder qué tíos!

— Bien dicho, matón, gritó Ricardo.

Salimos a la ducha y luego entramos al jacuzzi. Una vez relajados, regresamos a casa. Los abuelos esperaban y nosotros, perfectamente sanos. El abuelo sacó un orujo y nos invitó. La abuela sacó unos refrescos e indicó a Ricardo y a Facundino donde tenían su habitación y que estaba arreglada. Nos fuimos a la cama. Juan y yo nos dormimos abrazados. Desperté a las 6 de la mañana, escribí en mi diario un poco lo del día anterior y me eché de nuevo a la cama dejando el resto para después de despertar.

27 de junio

¡Putos maricones de mierda! Ricardo, un condenado hetero, penetró con Facundino a nuestra habitación, se metieron en nuestra cama y lógicamente nos despertaron. Yo no les hice caso, tenía sueño, Juan me siguió la corriente y se hacía el dormido. Pero a nadie podía engañar porque abría un ojo demasiadas veces esperando que yo los hubiera echado de nuestra habitación. No lo hice, por supuesto, vi sus malas intenciones, me gustaron y me dejé llevar. Ricardo se puso detrás de Juan y comenzó a tocarle el culo y a meterle dedo, lo tenía bien apretado, que me lo sé, pero con un poco de masaje de dedo el culo recuerda que lo follé antes de dormirnos y lo mismo había hecho él conmigo. Por eso mi hermano Facundino me lo atravesó en seguida y con mi ayuda metió su polla hasta en donde de mis entrañas. Pero Juan no estaba favorable a la labor y que le follara un hetero no le iba. Abrió los ojos dijo:

— Ricardo follas a tu novia pero yo no soy tu novia.

— Pero tu culo está más bueno que el plano de mi novia, —contestó Ricardo.

— ¿Le das por el culo a tu novia?, ¿es que no tiene xoxo?, —preguntó Juan.

— ¡Joer, Juan! No preguntes tanto, y déjame que te va a gustar, —dijo Ricardo.

— Pero tú eres hetero o qué pasa… ¿también te gustan los chicos?, —preguntó Juan

— Juan, soy hetero, me van las chicas, pero he descubierto que vosotros sois más divertidos y no sé si me gustan los chicos, pero vosotros sí me gustáis, además aún somos familia ¿o no?, —respondió Ricardo.

— Eh, chicos, Ricardo es maricón familiar —gritó Juan con una tonta risa que nos contagio—, venga Ricardo, echa para adentro y clávamela a pulso…

— ¿A pulso?, ¿eso qué es?

— Que tires para adentro sin pensar, ¡dale, mierda!, ¡fóllame, joder!

Al rato estaba Juan delirando de placer no sin antes haber dado un grito estentóreo. Fue la madrugada más sexual que he visto, cuatro tíos en la cama follándose entre sí.

— A la ducha, que en un momento viene a despertarnos la abuela, —les dije y señalando a Ricardo y a Facundino decía:— vosotros dos iros con vuestra mierda a la habitación a lavaros.

Nos metimos en la cama Juan y yo, para calmar nuestras ansias muy abrazados y llamó la abuela, se asomó y dijo:

— Desayuno, chicos.

Luego llamó en la otra habitación y salieron duchados y vestidos.

En el desayuno nos dijo la abuela:

— Ricardo y Facundino son un verdadero ejemplo, ya estaban a punto cuando he llamado y vosotros durmiendo, a ver si aprendéis.

A la vez dijimos:

— Sí, abuela.

— Sí tía.

Ella sonreía; ya sabíamos que se enteraba de todo, pero quería disimular, dando a entender que no se le pasaba nada por alto y que sabía todo lo que hacíamos. Su sonrisa pícara era más elocuente de lo pudieron haber sido sus palabras.

— Abuela —dijo Ricardo—, ¿cómo aguantas a este hatajo de maricones en tu casa?

— Ricardo, mucho respeto a tus primos, que bien que te gustó irte con ellos anoche y, de seguro, te lo pasaste muy bien.

— Vale, vale, abuela, no digo nada, —y dirigiéndose a nosotros— me habéis ganado la partida, a la abuela no se le escapa nada.

Todo fueron risas, pero, tras el desayuno, ya descubrí que éramos cuatro para acabar toda la tarea que tenía preparada el abuelo. Nos fuimos con él. El abuelo y yo íbamos en la cabina, Ricardo, Juan y Facundino detrás. A las dos habíamos acabado todo que faltaba y nos regresamos felices a casa.

— Esta noche, os pago vuestra sauna.

— ¿Vas a venir, abuelo?, preguntó Facundino.

— No, hijo, yo no estoy para esas cosas, mi sauna y mi tesoro lo tengo en casa, pero vosotros os vais con la camioneta y paga el abuelo a estos chicos que quieren ser felices y lo necesitan, que habéis trabajado muy bien.

Llegado el domingo se fue Juan, lo llevé hasta el autobús. Facundino, protegido por mi padre, se fue a su casa. Pasó una semana y Ricardo tenía mejor color de cara y había rellenado los espacios de las costillas. Parecía incluso más fuerte. La vida seguía con cierta paz. Mercedes y Facundino venían con frecuencia a verme, otras veces lo hacían los cuatro hermanos. Facundino venía con más frecuencia, pues había hecho muchas migas con Ricardo. Un día de los que vino Facundino solo me dijo en privado:

— Miguel, creo que me he enamorado de Ricardo.

— Vale, y ¿qué piensas?, —le dije.

— Quiero tu parecer, él me ha dicho que me ama y que haríamos buena pareja.

— ¿Qué ha pasado con su novia?, —pregunté.

— Ella le ha dejado, me ha dicho que ella está con otro y a él ya no le importa, que desea verse más a menudo conmigo, dime algo, Miguel, yo confío en ti.

— Te digo, pues: tiene 20 años, tú 16 años…

— Son casi 17.

— Quería decir que estáis en edades próximas, pero eres legalmente menor, si mamá descubre tus salidas con él lo pones en riesgo, porque lo puede denunciar por abuso de menor. Eso ni le conviene a él ni a ti. Segundo, tenga o no tenga novia, la deje él o le haya dejado ella, las chicas le van a Ricardo. Tengo para mi que es bisexual y eso no me parece ni mal ni bien, pero me preocupas tú. Eres celoso desde siempre, no solo en el amor sino en todo… Entonces puede ocurrir que estando contigo también salga con alguna o algunas chicas, que se eche un polvo con otra y, si es así, igual también con otro. No sé hasta qué extremo Ricardo es capaz de tomar una decisión y seguirla, me temo que será para ti un sufrimiento. Te conozco, hermano, tú serás fiel y descubrirás que él no lo es contigo como tú deseas. Te puede amar mucho y solo a ti, pero su bragueta es floja y compartirá sexo con otras u otros. Hermano, piensa bien tu decisión, pero tu decisión, por ser tuya, la aceptaré sin más juicios. Y cuando las cosas mías se arreglen, de momento tengo trabajo, cuenta conmigo siempre.

Jamás había recibido un abrazo tan fuerte y amigable como el que me dio en ese momento.

Yo estaba en mi indecisión: ¿voy a casa de mis padres o no? Pensaba que lo mejor era no ir, además mi tío Marcelino me había dado trabajo y me llevaría todo el tiempo hasta por lo menos Navidad. Pensé quedar en casa de mis abuelos y decidí darles el dinero que ganaba, bajo ningún concepto lo permitió el abuelo. Yo seguía yendo a la sauna, cada fin de semana buscando aquel chico que no se me iba de la cabeza, mientras tanto siempre encontraba algún otro que aliviaba mis penas, sin él saberlo, con un buen polvo. El tiempo iba pasando y llegaron los días de Navidad.

Navidad es una oportunidad única. Son días que por el sonido alegre de la música, ya que esas cancioncillas que llaman villancicos emanan inocencia, las gentes están más an tanto de saludarse y todos son propicios para la disculpa y el perdón, los adornos, las luces de ese tiempo nos transporta con estrellas relucientes, bolas brillantes, árboles engalanados y guirnaldas de mil colores ponen un ambiente que nos saca de este mundo de mentiras, odios y rencores a un espacio fácil y agradable de música, luz y color, de besos y abrazos fraternales, de renovados compromisos para volver a comenzar. Entonces, decidí volver a comenzar; no iba a decirle a mi padre que yo era imposible; quise confiar que mi madre cambiaría de actitud. No pensé que recibiría por su parte un mejor trato, pero que quizá olvidaría el asunto de echarme de casa y de hacerme disculpar ante sus amigas. Iluso yo, iluso mi padre, ilusos mis hermanos. Mis abuelos se callaron, pero se prepararon para esperarme cuando regresara de nuevo. No adelantemos la historia y esperemos las reacciones de cada persona.

(10,00)