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Mi amiga Julieta, su jefe y un polvo que le cambió la vida

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Julieta me pidió que no le dijera esto a nadie. Supongo que escribirlo, es diferente a decirlo, así que espero no estar rompiendo mi promesa de silencio. La conocí en la facultad, hace ya bastantes años. Desde el primero día, en el cual compartimos asientos, no nos separamos jamás. Incluso, rendimos nuestra tesis juntas, por lo que pasamos a ser hermanas de recibida. Finalmente, nuestros caminos se separaron cuando decidí volver a Buenos Aires a ejercer mi profesión. A pesar de ello, no perdimos contacto. Aunque, como es lógico, el mismo se hizo más distante. Por eso me sorprendió bastante que hace un par de noches me llamara a la tres de la mañana para contarme esta historia.

Julieta trabaja desde un año antes de recibirnos en una importante editorial en la ciudad de Córdoba. Comenzó como lectora beta y fue ascendiendo hasta su puesto actual: sub coordinadora editorial. Básicamente, está (o estaba) viviendo mi sueño, profesionalmente hablando. Ella es una chica colorada, con pecas y un cuerpo más que interesante. Sus formas están muy bien definidas y su tonada salteña le da un aura angelical y voluptuoso que forman un cóctel totalmente explosivo. A pesar de su apariencia, es tímida por demás, cuestión que durante nuestros años de universitarias le generó bastantes conflictos, ya que le cuesta relacionarse con las personas fuera del ámbito laboral. Quizás este es uno de los motivos por lo apresurado de su llamado de anoche.

Bruno es su jefe. Un tipo de casi cuarenta años del cual las dos supimos estar enamoradas, cuando fue nuestro profesor de Sistemas editoriales. En aquella época, dijimos que a la primera que le dé bola, la otra la iba a bancar. Al ingresar a trabajar en su editorial, yo perdí un poco las esperanzas y no me quedó otra que alentarla. Su formalidad la llevó a ver imposible el hecho de tener algo con su jefe, pero igual yo jamás abandoné esa posibilidad. Con el tiempo nos olvidamos de él y solo lo trajimos a nuestras conversaciones al hablar de trabajo. Pero las relaciones humanas son tan complejas que siempre queda lugar para las sorpresas.

Su relación siempre fue cordial. Ella siempre lo vio como un ejemplo a seguir dentro del ámbito laboral. Pero con el tiempo comenzó a notar en él algo diferente. Intentó convencerse de que no era más que admiración por sus logros, aunque, muy internamente, anhelaba algo más cercano. Hasta que pasó. Ese día tuvieron varias reuniones que se extendieron hasta la noche. Había serios problemas con el distribuidor de papel, que, sin previo aviso, había aumentado el valor de un gran cargamento de papel casi en un cien por ciento, cosa que perjudicaría de manera sustancial a la editorial. Resignados ante la imposibilidad de negociación, como así también a la de cancelar el pedido, decidieron que abrir un vino no sería una mala opción, como para cerrar una larga jornada que acarrearía todavía más problemas en el futuro cercano. La tercera botella de vino los encontró totalmente entregados a olvidar el motivo de la primera, como así también las relaciones y el entorno laboral en el que se encontraban.

Julieta comenzó a llorar previniendo el vendaval de cosas malas que vendrían para la editorial a causa de estar obligados a aumentar todos los servicios. Bruno, con mucha más experiencia en el campo, trataba de consolarla diciéndole que esas crisis estaban a la orden del día y que muy pronto podrían reacomodarse. Ella confiaba en él, pero nada que dijera la hacía entrar en razón. Se sentía perdida, estafada, dolida, desesperada. Quizás fue en un acto de desesperación por no poder calmarla, ayudado por el vino, que él utilizó una de las tácticas más antiguas y, ¿por qué no?, más efectivas para calmar a una mujer: un beso.

Un beso suave, delicado, incluso algo tierno, al que ella respondió con una violencia avasallante. Al sentir apenas el contacto de sus labios, saltó como un conejo en celo, colgándosele del cuello y rodeándolo con sus piernas. Suspendida en el aire, su lengua ingresó a la boca de él sin que ninguna barrera le impidiese el paso. El alcohol le jugó una mala pasada a sus piernas, que siendo obligadas de repente a cargar con el peso de otro cuerpo, decidieron dejarse vencer. Cayeron al suelo con un golpe seco, amortiguado por la impoluta alfombra bordó.

El golpe no hizo más que encender la, hasta el momento desconocida, pasión de Julieta. Sin cortar con el beso, desprendió de un tirón todos los botones de su camisa, dejando sus prominentes pechos apenas cubiertos por el corpiño negro con bordes de encaje. Esto no iba a durar demasiado tiempo así, ya que, con un movimiento magistral, Bruno desprendió el sostén para liberarle las tetas. Recién ahí, y con gran esfuerzo, el hombre pudo desprender a su boca de la de mi amiga, para llevarla directamente a sus tetas. Envalentonado por la sorpresa y la repentina calentura, no las chupó, las succionó como si de eso dependiera su vida.

Afuera, una terrible tormenta comenzaba a caer sobre el cielo de Córdoba. Tormenta que no le llegaba ni a los talones a la que arreciaba dentro de la oficina. Con las tetas ya con marcas de mordidas, Julieta le quitó la remera a su jefe, dejando al descubierto un cuerpo bien trabajado en la zona de brazos y pectorales, pero con algo de pancita en la zona abdominal. Sin siquiera pensar todavía en lo que estaba sucediendo, mi amiga empujó a su jefe para que se recostara sobre la alfombra. En esa posición, era mucho más fácil quitarle los pantalones y el bóxer. Lo hizo, para encontrarse con una pija de tamaño estándar, pero totalmente erecta y apetecible.

Julieta comenzó a chuparle la pija de forma atolondrada, ansiosa, caliente, dispuesta a comérsela entera. Él tuvo que pedirle varias veces que bajara un poco la intensidad, hasta que logró encontrar el ritmo adecuado. El pete duró aproximadamente quince minutos, hasta que Bruno dijo que no podía más. Mi amiga tomó esto como indicio de que ya era su momento de disfrutar, por lo que se subió la pollera hasta las caderas, corrió su tanga y se sentó de una embestida sobre la pija que tenía a su disposición, liberando inmediatamente un orgasmo tan potente que sintió que, por un momento, su cuerpo comenzaba a convulsionar. Esto no hizo más que encenderla. Apoyó una de sus manos al costado de la cabeza de él y con la otra se masajeaba el clítoris, mientras cabalgaba de atrás hacia adelante con desesperación, soltando gritos y alaridos que le hacían competencia a los atronadores sonidos que desprendían de la tormenta del exterior.

Su segundo orgasmo llegó exactamente en el mismo instante que el primero de él. Sus jugos se encontraron en el interior de su concha generando una colisión que ella sintió rebotar por todos los rincones. A pesar del cansancio, no estaba dispuesta a dejarlo todo ahí, por lo que de inmediato abandonó su posición y volvió a la inicial. Bebió de su pija ese cálido coctel naciente de sus sexos, sintiendo que era Afrodita disfrutando de una dulce jarra de ambrosía. Bebió y chupó hasta sentir que la pija estaba nuevamente en su esplendor. Esta vez fue él el que tomó las riendas, abandonando su cómodo puesto recostado sobre la alfombra, para hacerla poner en cuatro y embestirla sin aviso desde atrás. Tenía la concha totalmente empapada, por lo que el pijazo entró con gran facilidad, como deslizándose por una suave alfombra de seda. A pesar de la poca resistencia ejercida por la concha de mi amiga, el polvo que se pegaron fue igual de sublime que el primero. Al parecer, la posición dominante en la que se encontraba el jefe le dio confianza, de cierta forma le hizo recordar “quien tenía el poder”.

“Hace mucho tenías ganas de que te culee, ¿no, trola de mierda?; si sabía que eras tan puta te hubiera culiado cinco años antes, pendeja; un par de vinos y ya abrís las piernas, ¿tan fácil sos, hija de puta”.

Frases horribles, a las que mi amiga solamente respondía, entre gritos y jadeos, “Sí, jefe”. Ante esta excitante sumisión, Bruno comenzó a nalguearla cada vez con más intensidad. Esto no hizo más que acrecentar los gritos de placer de ella y precipitar la monumental segunda acabada de él. Cayeron los dos rendidos sobre la alfombra, cada uno por su lado. Ella, en busca de algo más de intimidad, se arrastró hacia él para besarlo apasionadamente. Luego del beso quedaron abrazados en silencio, con la mirada perdida en la nada. Hasta que una luz azul que titilaba en el techo los puso en alerta.

A esta historia la estoy escribiendo yo, Martina, pero tranquilamente podría hacerlo Paulo, el guardia de seguridad de la editorial, que vio todo muy cómodo desde su puesto de vigilancia a través de las cámaras. Son las doce del mediodía. En un rato tengo que ir hasta aeroparque a recibir a Julieta, quien, acorralada por la vergüenza, renunció a su trabajo y está de camino a Buenos Aires, con la idea de reiniciar su vida, totalmente convencida de que un par de buenos polvos pueden ser un punto de inflexión total en la vida de una persona.

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