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Mi harem familiar (11)

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El 28 de diciembre, día de los inocentes, Andrea se me acercó temprano en la mañana, con cierta sonrisita sospechosa en su linda carita.

-Hermanito bello, tengo un problemita y tal vez tú podrías ayudarme…

-¿Si? ¿cuál problema? Mira que sé que hoy es el día de los inocentes.

-No, mi amor, nada de bromas ni nada que ver con esa fecha. No, es que esta noche se casa una compañera de la Universidad, la más pana y quiero ir a su boda, pero no tengo pareja, no tengo con quien ir.

-¿Seguro? Yo creo que sí tienes con quien ir... conmigo, boba. Yo te llevo, con una condición: que ésta noche soy tu pareja, no me vas a dejar botado por cualquier tipo que se te presente.

-Yo a ti jamás te haría algo así. Si voy contigo, contigo muero. ¿Me llevas entonces, mi amorcitico?

-Si, claro que sí. Ojalá no sea una broma del día de los inocentes, mira que me ilusiono con tu petición y luego sufro una decepción. Caramba, me salió en verso.

-No, te lo juro. Te pones un buen flux, el negro que te queda tan bien, con camisa blanca de yuntas y una corbata gris de rayitas que te he visto. Y el reloj que te regaló Sugey, que te queda bello. A las 6 salimos de aquí, que quiero ir a la iglesia. ¿De acuerdo, mi amor?

-Si. – le respondí.

A las 6 en punto estaba yo como un clavel esperando a Andrea en la planta baja de la casa. De pronto, mi damita apareció más bella que nunca, con un vestido gris perla entallado, a media pierna, con escote en la espalda y el frente cerrado, sin mangas. Medias oscuras y zapatos de tacón alto. Vestida para enamorar. Su cabellera recogida en un sensual moño flojo con mechones caídos y maquillada de infarto. Su boca era una invitación a besarla. Nunca, en tantos años la había visto tan bella como esa noche. Habíamos ido a muchas fiestas juntos, pero esta noche estaba matadora. Sugey, Miriam y Ana la aplaudieron y nos despidieron, deseándonos una feliz noche. Subimos al carro y nos fuimos.

Llegamos a la iglesia de Los Palos Grandes, presenciamos todo el acto, largo y tedioso, felicitamos a los novios y nos fuimos a la recepción, en una sala de fiestas en Los Chorros. Ya en la sala de fiestas, nos sentamos en una mesa donde se hallaban dos parejas de compañeros de clases. Ella me presentó como su primo, honradamente, aunque yo les decía que era su novio y que la próxima boda sería la nuestra. Eran personas sencillas, agradables, pasamos la velada echando bromas, comiendo y bebiendo con alegría. Bailamos bastante, yo con ella y una que otra vez con alguna de las otras dos chicas, muy lindas y agradables, solo que nada que ver con Andrea. Mi querida prima era la sensación de la noche, además de la novia, que era realmente linda. Pero Andrea estaba más buena, pensaba yo.

Estábamos bailando abrazados, muy pegados y Andrea empezó a decirme que me comportara, que allí sabían que éramos primos, no novios. Pero me era realmente difícil comportarme “correctamente” porque esa niña estaba arrolladora, hermosa, sensual. Poco después de medianoche me dijo que estaba cansada y que quería regresar a casa. Nos despedimos y nos fuimos. Al llegar a casa y bajar del carro ya no me pude aguantar más y la besé en la boca, con ansias locas. Ella se entregó a ese beso con ternura, con pasión. Durante un rato largo, nos besamos con ganas, esas ganas que se habían acumulado desde la época en que las enseñé a besar a ella y a Ana. Subimos la escalera de caracol para mi habitación, ya ella sabía lo que eso significaba. Entramos, se metió al baño a orinar y mientras, yo coloqué un casete de música suave, romántica, de los 70’. Al salir del baño, la tomé entre mis brazos y le dije:

-Ahora sí, podemos bailar abrazadísimos, como a mí me gusta. Me has tenido loco toda la noche, estas más bella que nunca.

-Si, mi amor, aquí sí podemos hacer lo que tú quieras. Todavía la noche es joven.

-¿Tendrás algo que decirme, acaso?

-¿Yo? No sé… ah, sí, claro, si… quiero ser tuya, va una primera vez…

-Calla, no tienes que decírmelo otra vez. Te amo y sé que tú a mí. Esta noche vas a ser mía, como Dios manda, porque ese señor que está allá arriba me las puso a las cuatro aquí para mí. Solo me faltabas tú y lo que más tarda en conseguirse, más se desea y se disfruta…

-Si, mi amor, estaba deseando que esta noche llegara, aunque todavía no me has hablado de Paris, vagabundo…

-Es cierto, te lo debo. Algún día tendré con qué y te llevaré. Lo prometo.

A partir de ese momento se acabaron las palabras. Así como a Ana le gustaba conversar durante la cópula, a Andrea le gustaba el silencio. Solo suspiraba. Eran suspiros deliciosos, como toda ella. Esa niña sabía a gloria, como su madre. Sus jugos vaginales me supieron mejor que nada. Hasta su sudor era como licor de ambrosía. Me la comí por completo, creo que esa noche no quedó un centímetro cuadrado de su piel que yo no degustara, no lamiera, no mordiera. No sé qué me pasaba esa noche, pero me sentía enamorado de esa dulce niña. Hicimos el amor literalmente, solo eso, amor, nada de brusquedades, de folleteo, no. Solo amor y del bueno. Probé sus labios, superiores e inferiores y no supe con cuales quedarme. Lo mismo me pasó con sus pezones, no lograba decidirme, si el izquierdo o el derecho. Lo que sí me resultó inmediato, sin tener que pensar, fue su clítoris. Me enamoré de ese pedacito de carne maravillosa de esa vulva tan especial. Y ella respondía de maravillas ante mis requerimientos. Lo único que me fue negado fue su trastienda, que traté de penetrarla cariñosamente con un dedo y me fue prohibido el acceso. Por pudor, por temor, no lo sé, pero quedaba como materia pendiente. No era necesario insistir, el tiempo jugaba a mi favor.

Ella me comentó, ya poco antes de quedarse dormida recostada sobre mi pecho, que estaba pensando en las caras de las otras chicas, Sugey, Miriam y Ana, cuando nos vieran al día siguiente al bajar a comer.

Por la mañana, como a las 10, bajamos ya bañados y vestidos, con nuestras caras de felicidad y atentos a las bromas que nos esperaban. Saludamos como acostumbrábamos, yo abracé a Miriam “equivocadamente”, la besé en los labios y me disculpé, luego abracé a Sugey, le di una nalgada en sus suculentas posaderas y un tremendo beso en su deliciosa boquita y luego estrujé a Ana. Me senté y observaba, pero nada aconteció. Todo normal. Andrea me miraba, desconcertada. Desayunamos los dos y justo al terminar, Ana empezó con la rochela.

-No crean que se van a salvar, solo los dejamos comer en paz. Caras de felicidad, me parecen conocidas. ¿Qué habrá pasado anoche en esa fiesta, boda o lo que sea? ¿Cómo habrá terminado todo? Me da la impresión que anoche subieron por la escalera de caracol… jajajaja…

Andrea se ruborizó como nunca, tuve que acudir en su auxilio para protegerla de las bromas de Ana. La abracé por detrás, ella seguía sentada en la silla alta del mesón y le acaricié la mejilla. Finalmente, Sugey dijo:

-Entonces, Andrea ¿ya estás en la nómina? – y las otras dos soltaron las carcajadas.

-Tranquila, Andrea, tómatelo con soda, que todas han pasado por lo mismo por mi culpa. A cada cochino le llega su sábado, aunque hoy sea domingo.

-Por cierto, Andrea ¿y que hubo con lo de París? ¿Te engañó, acaso? – le soltó Sugey.

-No, él me prometió que algún día, cuando tenga con qué, me llevará. Y yo le creo, porque me lo prometió.

-¿Y tú confías en su palabra, hija? – le preguntó su madre.

-Yo confío en él, no solo en su palabra. Y aunque nunca me lleve a Paris, lo de anoche fue muy lindo. En la boda me hizo sentir que yo era la mujer más bella y más deseada de la noche y después aquí, en su cuarto, me hizo ver las estrellas y los planetas. Y todas ustedes saben de lo que les estoy hablando, no se hagan las mensas.

Eso resultó determinante para que nuestro hogar se declarara desde entonces en mi harem personal. Mis cuatro mujeres. Pero lo que me esperaba era desconocido para mí. Tendría que estar muy pendiente de cualquier detalle.

Por supuesto, esa noche repetimos en mi habitación, para seguir acoplándonos. Una vez más intenté lo del dedo por la retaguardia y fui rechazado:

-No, mi amor, por ahí me da miedo. Una vez lo hice, pero me dolió mucho. Y con esa cosota tuya seguro que sería un desastre. Me da mucho miedo.

-No tengas miedo de mí, yo jamás te haría algo que te lastimara. Tengo mucha habilidad para lograrlo y te aseguro que te lo trabajo bien, lo dilatamos correctamente y al final, te haré gozar de lo lindo. Recuerda que con paciencia y salivita…

-Si, el elefante se lo metió a la hormiguita, pero a mí me da mucho miedo.

-¿Quién fue el que te maltrató? ¿Lo tenía muy grande?

-Fue Álvaro, ese desgraciado que siempre quería follar a lo bruto.

-Cuando lo vea le voy a dar su tatequieto, por bestia. ¿Y lo tiene grande?

-No sé, mucho menos que el tuyo, normalito, diría yo, pero muy bruto. Hasta por delante me dolía con él.

-Bueno, confía en mí y déjame hacer mi magia, verás que te va a gustar y no te arrepentirás. ¿Me permites?

-Bueno, ya va… confío en ti, siempre. Pero despacito, por favor y si te digo que pares, paras. ¿Si? ¿Me lo prometes?

-Seguro, te lo prometo.

Y así derrumbé el temor de Andrea y la penetré satisfactoriamente, luego de más de media hora de preparación. Le eché un polvo maravilloso por su maravilloso culito, que ella disfrutó de lo lindo con cuatro orgasmos anales. Al final, después de eyacular copiosamente dentro de su recto -claro, en el condón-le vi unas lágrimas correr por su mejilla. Me asusté y le pregunté:

-Mi amor, ¿te hice daño? ¿Por qué esas lágrimas? No entiendo, todo iba tan bien.

-No te preocupes, no estoy llorando de dolor, sino de placer. Me encantó lo que me hiciste, eres un amor de verdad, verdad, fue la cosa más rica que me han hecho. Me encantó tanto que quiero que siempre me lo hagas por allí. Fue una sensación desconocida para mí, me hiciste acabar cuatro veces, pero fue algo diferente…

-La verdad, me asustaste. Ese culito tuyo es una verdadera delicatese. Con gusto te lo haré por allí cada vez que tú quieras, mi vida. ¿Sabes una cosa? La primera vez que Ana y yo lo hicimos, ella también lloró. Fue vaginal, pero apenas terminamos, la vi llorando y me asusté. Pero me dijo lo mismo que tú, que era de alegría. Ustedes se parecen mucho. A veces pienso que son hermanas y no primas.

-Si tu supieras…

-¿Qué?

-Nada, nada. Tonterías de mujer.

La noche de fin de año fue otro momento memorable. Mis chicas vestidas de manera excepcional, como para conquistar a cualquiera, una cena deliciosa, igual a la de navidad, con los mismos componentes y las doce uvas pendientes de las campanadas. A la hora cero, los abrazos de año nuevo, empezando, por supuesto, por Sugey, luego Miriam, Ana y Andrea. Ya ese era el orden establecido y cada una se ubicaba sin problemas, parecíame. El abrazo de Sugey fue maravilloso, como todos los de ella, siempre. Lo complementó con un beso apoteósico. Luego Miriam, quien además del abrazo me dio una cepillada de pronóstico, quizás invitándome a más. Ana se comportó bastante efusiva conmigo, me abrazó y besó con ganas y por último Andrea, más recatada, pero muy cariñosa.

Luego empezaron a aparecer vecinos y amigos para abrazar y besar a mis chicas y se las llevaron a todas, salvo Miriam, que fue quien esta vez adujo malestar por la bebida, al igual que yo, para quedarme con ella.

Cuando todos se fueron, Miriam y yo subimos a mi habitación, ella fue al baño y regresó en lencería de gala, especial para mis ojos mientras yo había puesto un poco de música suave. La abracé, bailamos un poco, mientras la besaba con cariño, con ganas, con mucho amor. Me resultaba tan fácil amar a esa mujer, no tanto por su extraordinario parecido con mamá, como por su ternura y carisma. Poco a poco ella me fue desnudando y una vez listo, me tumbó en la cama y me dijo:

-Quiero que esta noche me dejes hacer a mí. Quiero llevarte al cielo, como tú me llevas a mí, pero a mi manera.

-Como tú quieras, mi amor. Soy todo tuyo.

-Entonces déjate hacer…

Y comenzó a lamer mi cuerpo por todas partes, lengüetazos por aquí y por allá, chupones leves, hasta que llegó a mis pelotas, las que pretendía meterse en la boca. No le cabían, pero lo intentaba con mucho cuidado de no hacerme daño, con decisión.

-Mi vida ¿nunca has pensado en afeitarte todos estos vellos del pene y los testículos? Sería delicioso poder lamerte sin que se cuelen entre los dientes esos vellos descarriados.

-Si quieres, aféitame tu misma. Nunca se me ha ocurrido, pero yo por ti me dejo hacer lo que quieras.

-Tan bello, te amo. Mañana te lo hago, seguro.

Y continuó con sus andanzas por mi piel. No hubo una parte de mi cuerpo que no visitara y saboreara. Hasta las axilas me lamió. Cuando llegó a mi agujero negro la detuve.

-Por ahí, no. Sin protección, nada. Eso es peligroso, podrías coger una bacteria y te joderías la vida. Tengo una idea, yo la he utilizado antes. Te voy a poner un condón en la lengua.

Dicho y hecho, se lo puse. Con eso me dio un masaje lingual tan sabroso y tan prolongado en el culo, mientras me pajeaba sutilmente, que me hizo acabar. Me dejó para el recuerdo. Estuve tirado en la cama, con ella a mi lado por un buen rato antes de recuperar capacidad para continuar. Entonces me dio una breve mamada, para que mi pene terminara de ponerse duro y en ese momento me montó, ella encima pero de espaldas a mí. Se lo clavó de una sola vez, hasta los corvejones y comenzó a mover su espectacular trasero, adelante y atrás, a un lado y al otro, luego arriba y abajo. Y seguía. Y seguía, incansable. Ella tuvo dos escandalosos orgasmos, hasta que me hizo estallar con solo su movimiento vaginal, de apretar y soltar, apretar y soltar mi verga tiesa y prisionera de sus entrañas. La señora me dio una clase magistral de sexo que yo califiqué de 11 en escala del 1 al 10.

Pero no contenta con haberme hecho acabar dos veces en tan solo menos de una hora de pasión, me ofrendó su culito. Ahora si se sentía preparada, ya capacitada para esa prueba. Pero tendría que ser a su manera, en posición dominante. Yo abajo, boca arriba, como había estado todo el tiempo y ella sobre mí, cabalgándome. De frente a mí, se lo insertó suavemente, previa preparación con mis dedos y buena lubricación. Y le entró poco a poco, pero completo. Fue increíble observar su cara de vicio mientras ella misma se penetraba, bajando lentamente, pero sin pausa, hasta que llegó a fondo. Una vez aclimatada, empezó su vaivén, delicioso. Su culo, una pieza maestra de la naturaleza, semejante, obvio, al de Sugey. Y me hizo gozar de lo lindo. Le pregunté si no necesitaba que yo contribuyera y me dijo que no, que era su noche y sería en sus términos. Que lo que ella deseaba era mi placer. Y me lo dio a manos llenas. Bueno, a lengua, cuca y culo llenos, porque sus manos casi no participaron. Después de su orgasmo, se volteó para ensartarse de nuevo, dándome la espalda, de manera que yo podía visualizar esas maravillosas nalgas pistoneando mientras ella me culeaba. Apretaba sus nalgas con mis manos, pasaba a sus turgentes tetas, volvía a sus nalgas. Una cosa que extrañé de esa larga y deliciosa sesión de sexo maravilloso con esa hembra fue que en ningún momento me permitió besar su cuello y chupar sus tetas, dos zonas super erógenas de esa fantástica hembra. Pero el placer que me proporcionó me permitió no extrañarlo en demasía.

Luego dormimos abrazados totalmente, hasta el medio día siguiente. Fue delicioso.

Una vez despierto, la besé y me fui al baño. Me cepillé y se me apareció de repente, mientras preparaba la ducha. Entró conmigo y nos enjabonamos mutuamente, cosa por demás agradable. Al terminar, cuando iba a cerrar el agua, me pidió que la enculara allí mismo, bajo la regadera. Se inclinó contra la pared y yo busqué condón y el aceite, lubriqué su agujerito y mi pene y se lo metí despacio, pero sin detenerme. Una vez adentro todo, la dejé acostumbrarse un ratico y luego empecé a bombear, pero ella me pidió que le permitiera. Entonces me dio una culeada de esas que te dejan seco en un instante. Movió ese trasero como protagonista de película porno. Ella acabó dos veces en el interín y al culminar su segunda, yo exploté dentro de sus intestinos, bueno, dentro del condón, copiosamente. ¡Qué culeada! Ni siquiera su hermana me lo había hecho así. Ni Carmencita, que era toda una maestra en la materia y además mulata de sangre ardiente. Miriam se declaraba como una hembra excepcional. Una mujer que había estado mucho tiempo reprimida sexualmente, pero que se estaba soltando el moño y de qué manera.

Antes de bajar a almorzar, me confesó que cuando ambas hermanas deleitaban juntas a mi padre, la diferencia más notoria entre una y otra era que mientras Sugey le daba unas mamadas de película porno, las culeadas especiales le correspondían a ella, Miriam. Y parece que papá se decantó por las mamadas, que lo volvían loco y que se podían hacer a diario, mientras que las culeadas, con semejante aparato que tenía él, no todos los días. Vaya usted a saber si eso era rigurosamente cierto. Pero yo, ahora, podía disfrutar de ambos panoramas.

-Quiero comentarte algo, no sé si son cosas mías, pero antenoche le estrené el culito a Andrea, fue algo realmente delicioso. Al final, justo después que eyaculé, la vi llorando y me asusté. Le pregunté y me dijo que era de felicidad porque le había gustado mucho, realmente. Entonces le comenté que la primera vez que hice el amor con Ana, después de eyacular también lloró y me dijo lo mismo, que era de felicidad, de placer, nada que ver con dolor. Entonces le dije a Andrea que Ana y ella parecían más hermanas que primas, porque tenían muchísimas cosas en común. Ella me respondió: si supieras. Le pregunté qué cosa trataba de decirme y me dijo: nada, nada, cosas de mujer. No entiendo, sé que allí hay un mensaje. ¿Puedes explicarme?

-Tu hermana Anastasia dice que tú vives en una nube y creo que es verdad. ¿Nunca has sospechado nada? Andrea es tu hermanastra, hija mía y de… tu padre. Vicente parecía ser infértil, incapaz de preñar a nadie, pero no quería tratarse, por aquello del machismo. Lo intentamos durante un año, todos los días y nada. Yo quería ser madre, lo deseaba con el corazón. Veía a Sugey realizada como madre y esposa y quería eso para mí también, aunque mi esposo fuese un tipo anodino. Una noche de un fin de semana en que él estaba de viaje de pesca con sus amigotes, me fui a casa de tus padres a quedarme esos dos días con ellos. Yo estaba ovulando y esa noche tu papá me preñó. Lo hicimos con premeditación, de acuerdo los tres desde hacían ya tres meses. Tu papá me amaba de verdad, desde el principio, solo que amaba más a Sugey. Ana nació en mayo y Andrea en junio, con 15 días de diferencia. Tu hermana Ana lo intuyó todo hace muchos años, tenían solo 14 y poco después Andrea me lo preguntó y no tuve cara para mentirle. Le dije la verdad y allí quedó todo. Vicente jamás ha sabido la verdad, al menos de mi parte, aunque creo que si lo sabe pero no ha tenido valor para hablarlo conmigo. Mi matrimonio con él siempre fue un fiasco. Andrea, desde muy pequeña, lo sentía en el alma y siempre se ha sentido más hermana que prima de ustedes. Y ustedes así la han tratado, de corazón, hasta sin saber la verdad. Ana lo supo porque ella es bruja, como Sugey y yo, pero tú, siempre en tu nube…

Uno de los argumentos que utilizó Sugey para convencernos a mi hija y a mí de venirnos a vivir a esta casa fue que era la casa de su padre biológico y que ella tenía todo el derecho de usufructuarlo. Así de simple.

Después de tantas sorpresas, que me dejaron con un revoltillo en la cabeza, Miriam y yo bajamos a verle las caras al resto de la familia y recibir nuestro bautizo. Durante el almuerzo, las correspondientes bromas sobre los malestares de nosotros dos y la pronta y mágica recuperación, caras de felicidad incluidas. Y si, fue algo mágico, les dije. Si supieran…

Ya para el dos de enero, les pregunté a las chicas si querían bajar a la playa por unos días. Ana y Andrea enseguida dijeron que sí y las mayores preferían quedarse, porque así aprovechaban para conversar muchas cosas que tenían pendientes. Eso me preocupó, pero una mirada cargada de cariño de cada una de ellas, me tranquilizó. De manera que emprendí camino con las dos jovencitas, que suponía harían mis delicias por los próximos días.

La primera noche que pasamos en la playa, empezamos a tratar de definir a quien le tocaba primero y a quien después. Como no se ponían de acuerdo, cada una quería ser primero, les propuse:

-¿Y qué tal si nos montamos un trio?

Las dos me miraron como si desearan matarme por tal ocurrencia, pero de pronto se miraron entre ellas y aceptaron.

-¿Y tú crees que podrás con las dos juntas? – me preguntaron al unísono.

-Yo creo que sí. Ustedes son unas fieras, pero yo tengo aguante y capacidad. Probemos. Pero yo dirijo.

-Como quieras, pero prepárate. Si mañana no vales medio, será por tu culpa. Después no te quejes.

Una vez de acuerdo, comencé por besarlas a ambas, un ratico a una, luego a la otra y repetía; mientras, acariciaba sus cuerpos con mucho cariño. Sería un dulce trio, nada de salvajadas y folladas duras, porque a ellas eso no les iba.

Poco a poco las fui calentando, yo ya estaba a millón con semejante par de diosas para mí solo. No me lo podía creer, me sentía un elegido.

Cuando juzgué que el plato estaba servido, las recosté boca arriba en la cama, una al lado de la otra y empecé a lamer y besar sus cuerpos, el cuello, las tetas, sus pancitas, sus caderas, hasta llegar a la zona del poder. Alternaba entre una y otra, semejante cantidad de tiempo y mimos y caricias para cada una. Una vez que comencé el cunnilingus de mi vida, determiné cuál de ellas estaba más lista que la otra. Y me decidí por Andrea. Me puse el condón y la penetré con cariño, sin pausa, pero despacito. Sus gemidos y suspiros eran música celestial para mis oídos. Ella lo hacía lindo. Cuando la sentí ya caliente, se lo saqué y penetré a Ana de una vez, también con cariño, sin pausa, pero despacito. Y la llevé al mismo lugar donde había dejado a Andrea. Entonces volví a cambiar. En eso estuve más de media hora, de una cuchara a la otra, ida y vuelta y en ese lapso, Andrea acabó dos veces y Ana tres. Creo que Ana estaba mucho más acelerada que Andrea, se desesperaba más. Entonces eyaculé dentro de Ana. Pronto se lo saqué, me quité el condón y mi pene se lo llevé a la boca a Andrea, quien se encargó de dejármelo limpio y suave. Fue ese el momento de acostarme entre ellas dos para descansar y reponernos. Al poco tiempo, Ana se encontraba con mi pene en su boquita, tratando de levantarlo. Hacía un juego con su lengua, como queriendo doblarme el pene a la mitad, que resultaba harto agradable, me gustaba un montón. Le pedí a Andrea que hiciera lo mismo y entonces empezaron una competencia a ver quién me lo mamaba con mayor maña, hasta que estuvo tan duro que ya no era gracioso lo que trataban de hacer. Ese fue el momento para ponerlas en cuatro, una al lado de la otra y empecé con Andrea. Me coloqué nuevo condón, la penetré de certera estocada y le di suavemente al principio, aumentando poco a poco, hasta que la sentí preparada. Me salí de ella y fui por Ana, a la que penetré mucho más fácilmente porque estaba mucho más ¿¿¿excitada??? Apliqué lo mismo, un ratico a una, otro a la otra, una que acaba una vez y me cambio, la otra que acaba una vez y regreso a la primera. Después de dos orgasmos de cada una, me tocó el turno de acabar y entonces se lo saqué a Ana, me quité el condón y se lo metí en la boca. Al poco rato, eyaculé en su deliciosa boquita, de manera tal que ambas habían quedado servidas con algo de mi semen.

Para relajarme se me ocurrió:

-Bueno, ahora es el turno de ustedes. Denme un buen show.

-¿De qué hablas? – me increpó Andrea.

-De un espectáculo en el cual ustedes dos son las protagonistas y yo su público. Esto es un trio. Ustedes deben darme algo que me guste. Yo les acabo de regalar mi semen.

-Tú eres un coñoemadre. Lo que quieres es un espectáculo lesbiano entre nosotras dos, ¿no es cierto? – me interrogó Ana, con cara de pocos amigos.

-Yo no he dicho eso, específicamente. Eso lo dejo a la imaginación de ustedes. Podrían bailar para mí, eróticamente y eso me agradaría. Un show no tiene por qué ser únicamente lesbiano. Yo seré un coñoemadre, pero tú tienes la mente un poco sucia, hermanita querida.

-¿Tú te atreverías a besarte conmigo, Andrea? – le preguntó a boca de jarro a la prima.

-No lo sé, Ana, es muy fuerte, nunca lo he ni siquiera pensado. Yo te quiero mucho, pero no sé si me atrevería. No lo creo. – respondió azorada la chica.

-Ahí tienes, coñito. Ni ella ni yo somos lesbianas ni pensamos serlo. Nos gusta un hombre, específicamente tú y desgraciadamente tenemos que compartirte, pero ni sueñes que nos vamos a despelotar de esa manera. Es más, chico, creo que fue un error esto de montarnos el trio. Tú pareces ya no tener más fuelle y al menos yo, ahora es que quiero que me des acción. Nada de suavecito, ahora lo quiero duro.

-De acuerdo. Entonces vamos a darte leña, como tú quieres. Andrea, si quieres te quedas o si prefieres te vas, que voy a atender a mi hermanita bella. Luego voy contigo, porque si tengo fuelle. Ya verás.

Andrea se retiró a la otra habitación y entonces monté a Ana, con la intención de follármela en forma. Le di leña por esa cuquita deliciosa, hasta que la hice acabar tres veces. Entonces me fui yo. La niña gritó, jadeó y gimió como una perra en celo, como nunca conmigo. Esa noche entendí que si le gustaba el sexo fuerte, como a su madre. Quedé agotado, pero tenía un pendiente con Andrea. Me acosté a descansar y me quedé dormido abrazado de Ana, más bien entorchado con ella. Desperté una hora después y me levanté a buscar a Andrea en la otra habitación. Estaba dormida, pero con caricias y maña, la desperté y la preparé. Me iba a poner otro condón cuando me dijo que no era necesario, que en tres o cuatro días le bajaría la regla. Entonces sería a pelo, como más me gustaba. La penetré y le di suave, porque a ella le gustaba hacer el amor, no follar. Estuvimos más de media hora, calculo yo, cogiendo en diferentes posiciones. Acabó tres veces y en la última la acompañé. Fue sensacional acabar juntos. Esa chica era una verdadera delicia. Del tiro se quedó dormida, abrazada a mí. Yo ya estaba para el retiro, agotado y sin más cartuchos.

Nos despertamos a media mañana, nos duchamos juntos los tres, fue un relajo y lo disfruté como un mono. Luego nos vestimos, desayunamos y bajamos a caminar por el boulevard. Una a cada lado de mí, cogidas de mis brazos. Ya se iba haciendo costumbre que yo presumiera de mis hermosas mujeres por ese paseo, cada tanto. Unas veces con Sugey y Ana, otras con Sugey y Miriam, ahora con Ana y Andrea. Tendría que venir con Miriam y Andrea alguna vez, aunque para los admiradores la diferencia entre las dos hermanas sería inexistente. Recuerdo que caminando con Sugey y Miriam, un paisano dijo que estaba viendo doble, que ya esos lentes como que no le servían.

Esa tarde Simona me preguntó si podíamos darnos un gustito y tuve que decirle que no podía porque me habían dado una patada en los testículos jugando futbol y me dolía mucho todavía cuando me movía. Evidentemente no podía decirle que tenía la cartuchera vacía.

Esa noche hubo función de nuevo. Empecé con Ana y me cambié de cuarto para Andrea, luego regresé con Ana y terminé con Andrea totalmente exhausto. Pero delicioso todo. Creo que no era buena idea esto de atenderlas por pares. Mejor, una a la vez. Después de todo, se trataba de hembras muy especiales.

Continuará…

(10,00)