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Mi harem familiar (9)

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Regresamos de Margarita de la misma forma, Ferry hasta Puerto La Cruz,  viaje lento y sin prisas hasta el Motel de Boca de Uchire, noche apacible y plena de amor y al siguiente día desde allí hasta Caracas.

Al llegar a casa el lunes 23, el recibimiento fue apoteósico. Tres mujeres hermosas y ansiosas esperándonos. Sugey se ruborizó fuertemente apenas se quitó el casco, por las tonterías de Ana.

-Bienvenidos a los novios, espero que la hayan pasado divinamente, su Luna de Miel, digo. – nos dijo, eufórica.

-¿Qué dices, muchacha loca? ¿Qué Luna de Miel ni que nada? Fue un viaje de vacaciones con mi hijo. Deja de decir insensateces, que ya estás bastante grandecita para la gracia.

-Si, como no… será como tú dices, pero esa cara de felicidad y ese rubor, ummm, no sé cómo se come eso…

-Hola, hermanita querida, hola sobrino… espero que la hayan pasado muy bien. – dijo enseguida Miriam, para quitar el acento sobre lo dicho por Ana.

-Bendición, tía y hola, hermanito. – nos saludó, a su vez, Andrea, con una linda sonrisa en su hermosísima cara.

Entramos a casa y nos sentamos a tomar un vaso de agua y empezar a contar. Por supuesto, Sugey relató hasta con detalles todo lo acontecido que ella no considerara censurado, como por ejemplo nuestras aventuras sexuales. Hasta contó de Lucía y Joaquín, de las cenas y noches de baile que compartimos, de lo atractivo que era el tipo y lo hermosa que era la tipa, pero hasta allí. Inmediatamente colocaba el cartelito de Censurado y listo.

-¿Y tú, hermanito, que cuentas? – me preguntó Andrea, sin malicia.

-Bueno, poco que agregar al extenso relato de mi madrecita, solo que estuvimos en una playa solitaria, Las Dunas, que se prestaba para el nudismo y la doña, bueno, pues… hizo topless. ¿Qué tal? Me dejó anonadado, como dicen en las comiquitas. Si le vieras la belleza de senos que tiene y lo quemados que los trae. – dije con picardía. Mamá me fulminó con la mirada y se puso roja de inmediato.

-¿Y después de atreverse a hacer topless delante de ti, no se atrevió al siguiente paso, el desnudo total? – preguntó ansiosa Ana.

-No, ni querida Ana, no. Desnudo total en la playa y delante de él, no. Pero en el apartamento, en el balcón y mientras él dormía una siesta, varias veces lo hice, pero en privado. Si, estoy totalmente quemada, integralmente. Es delicioso. – mintió descaradamente Sugey, arrobada como estaba, para justificar su cuerpo totalmente dorado al sol.

-Si, como no, vamos a creerte, sí, claro, mamá. Yo que tú me hubiera despelotado totalmente. Es más, el año próximo me voy con él al mismo viaje, Margarita en moto y me voy a soltar el moño como nunca, desnuda todo el tiempo que pueda en esas playitas alejadas. – replicó Ana.

-Deja las loqueras. Bueno, hasta aquí la conversa, estoy cansada, el viaje en moto no es lo mismo que en carro. Me voy a dar una ducha, un baño de crema y a acostarme hasta que el mundo se despierte. Con permiso. – remató mamá.

-Yo también estoy cansado. Con permiso.

Una vez bañado, Ana se presentó en mi cuarto para fustigarme.

-Mi amor, mamá si es tonta, mira que contarnos una película de Walt Disney. Debió contarnos el “Último Tango en Paris”, ¿no crees?

-Déjala en paz, no seas ladilla. La pasamos de lo mejor, nos divertimos, estaba radiante todo el tiempo y no quería regresar. Yo tampoco, pero necesitábamos pasar la Navidad con ustedes. No se la amargues. Y ponme Nívea por todo el cuerpo, que también estoy muy quemado. – le respondí en tono de hermano mayor.

-Con mucho gusto, mi amor. Déjame cerrar la puerta para que no nos molesten, porque te voy a violar. – y cerró la puerta, se quitó la ropa y totalmente en pelotas se dedicó a masajearme todo el cuerpo con la Body Milk de Nívea que tenía en la cómoda.

Nos dimos un lenguazo en forma, de esos que manifiestan claramente las intenciones y siguió con su masaje. Era delicioso sentir sus manos acariciándome por todas partes, por todas. Y sus besos me sabían mejor que nunca. Realmente era un privilegio tener una hermana como ella, hermosa, deliciosa, gentil y sin embargo, coñoemadre como ella sola.

Al finalizar su masaje, que fue extenso y recuperador, se montó de una vez sobre mi verga enhiesta desde hacía rato, previamente me colocó un condón con suma habilidad y se la enchufó de una, hasta el fondo, para comenzar su cabalgata, suavemente al principio, pero incrementando la velocidad poco a poco. Luego de tres orgasmos deliciosos, me hizo acabar con una maniobra que me dejó asombrado. Apretó sus piernas con fuerza contra mi cuerpo, se clavó lo más profundo que pudo y exprimió mi güevo como si se tratara de limones, hasta dejarme seco. Con decirles que hasta grité de la impresión. Pensé que iba a machacarme el glande y lo iba a dejar espaturrado. ¡Qué fuerza desplegó con sus músculos vaginales!

Cuando me desmontó, luego de un buen rato para recuperarse en el cual estuvo recostada de mi pecho con sus deliciosas tetas clavadas en mí, me senté para observar detenidamente mi capullo, la cabeza de la anaconda, porque me estaba latiendo como lo hacen en las comiquitas cuando alguien se golpea el dedo con un martillo. Afortunadamente, no pasó nada, pero me asusté. No le conocía tal ferocidad. Ana estaba resultando una mujer asombrosa, ya no tanto por sus maravillas físicas, sino por sus actitudes y aptitudes. No dejaba de impresionarme.

Más tarde la corrí de mi habitación y subrepticiamente me fui a la de mamá, cerré la puerta y la desnudé para darle su baño de Body Milk, que tanto necesitaba. Una vez que terminé, le di una mamada de cuca que la dejó tirada, al punto que me decía que estaba rota, destruida. Me lavé la boca y la cara en su baño integrado y me fui a vestir para bajar a la planta baja, a reunirme con las otras maravillas de mi casa.

Encontré a Miriam sentada en el saloncito privado, leyendo una novela muy interesante, “Por quien tocan las campanas” de Ernest Hemingway, sentada de medio lado en el sofá, con las piernas recogidas sobre el cojín, sin zapatos. Se veía preciosa en esa pose. Me senté a su lado y le pregunté:

-¿Puedo acompañarte, o te interrumpo?

-Mi amor, tú nunca me interrumpes. Es más, he estado extrañando tus “abrazos confundidos”. No sabes la falta que me han hecho, estos días. – me respondió con una hermosa sonrisa, que me mostraba su maravillosa dentadura, en pleno.

-Bueno, si te hacían falta te doy uno de inmediato, para empezar y muchos más de seguidas, hasta que te pongas al día… jejeje.

-Vamos a la cocina a servirnos un café y mientras, como quien no quiere la cosa, me los das. Que sean varios, por favor.

-Vamos… de una vez…

Fuimos a la cocina y mientras ella ponía la cafetera a calentar un poco, la abracé desde atrás, como solía hacer con ella y con mamá. Pegué mi pelvis a sus magníficas nalgas, con toda la intención que sintiera mi paquete y pasé mis brazos por debajo de sus tetas, hasta agarrarme las manos sobre su pancita. Puse mi boca sobre su cuello y degusté el maravilloso aroma de mujer, esa fragancia de la piel de Miriam y de Sugey, que nunca encontraría en otra mujer, ni siquiera en sus hijas. Era aroma de mujer bonita, de mujer hermosa, sabrosa. Luego empecé a darle sutiles besitos en su cuello y la señora empezó a temblar entre mis brazos. Como me gustaba tanto, arrecié con los besos hasta que Miriam me dijo:

-Mi amor, si sigues haciendo eso no respondo de mí, las piernas me tiemblan. No sé si lo sabes, pero causas un efecto en mí que me pone loca. No respondo, no respondo…

-Y con lo mal intencionado que soy yo, que lo hago a propósito, tampoco respondo. ¿Te acuerdas de la vieja aquella del tic nervioso? Era hermosa, aunque no sabía que era tan tonta.

-¡Ayyy sí! ¡Qué bandido que eres! Esa pobre mujer no aguantaría un round en tus brazos. De solo verte la mirada de pervertido que le dabas, se asustó.

-¿Y tú aguantarías un round conmigo? – le pregunté.

-Yo, contigo aguantaría todos los rounds que tu quisieras… No sé si tú lo sabías, pero a tu padre lo conocimos juntas, Sugey y yo y estuvimos en trío permanente durante dos años, hasta que yo me di por vencida porque el muy muérgano se casó con tu mamá y no conmigo. Pero con él supe lo que era un hombre de verdad, no como el infeliz de mi marido, que en vez de mejorar con los años, se devaluó totalmente. Y si tú eres su hijo, quisiera probar, para ver si es verdad lo que me han contado. Mira que yo estoy muy necesitada… de cariño… de atención varonil. No estoy en plan de buscarme un hombre a éstas alturas de mi vida sentimental, pero en cuanto a mi inexistente vida sexual, eso es otra cosa. Pero primero y antes que demos un paso adelante, debo tratar el asunto con mi hermana. Sin eso, nada.

-¿Y eso? ¿Le vas a pedir permiso, acaso?

-Siiii. Tú eres su hijo, pero más que eso, le perteneces. No a mí. Sin su permiso, de nuestros abrazos no pasamos, porque esos si me los ha permitido ella.

-¿Cómo es eso que le pertenezco?

-Se me salió, pero olvídalo. De eso no vamos a hablar. Tú eres su hijo y cualquier perversión entre tú y yo deberá contar con su aprobación. Es mi hermana y la respeto, como también a ti. No puedo llegar aquí a su casa, donde nos ha recibido con los brazos abiertos y de pronto sacudirle los cimientos a su vida hogareña. Yo no hago esas cosa, así que mejor dejamos el jueguito para más luego, cuando ya haya hablado con ella.

La besé en el cuello una vez más, se erizó y la solté. Quedábamos pendientes. Nos tomamos el café y me fui en busca de Andrea, que estaba en la terraza, escuchando música. Me senté a su lado y le di un cariñoso beso en el cachete, para demostrarle mi cariño, como siempre.

**********

Este segmento lo narra Sugey, el martes 24 de diciembre:

-Buenos días, hermanita ¿Cómo amaneces? – le dije a Miriam, apenas entré a la cocina, temprano en la mañana del domingo.

-Bien, gracias ¿Y tú, qué tal? – me respondió amablemente, como de costumbre.

-Pues bien, triste porque se acabó esa aventura en moto con mi querido hijo, pero feliz de estar de nuevo en casa, con las personas que amo. – le manifesté, ya sentándome en la banqueta del mesón, lista para servirme un cafecito.

-Estamos solas, los jóvenes están durmiendo todavía, así que voy a aprovechar para conversar contigo, hermanita. Es algo muy personal, íntimo, diría yo, pero sé que tengo que decírtelo y que tú no te vas a molestar conmigo. Verás… desde que Andrea y yo nos vinimos a vivir a esta casa me he sentido otra persona, más libre, más independiente, feliz de haberme quitado ese peso tan grande que era mi matrimonio. Vivir aquí contigo y tus hijos ha sido un bálsamo que curó todas mis heridas. Y Andrea piensa lo mismo que yo. – hizo una pausa…

-Si, ya me lo ha conversado ella, justo antes de irnos para Margarita. – le respondí cordialmente.

-Bien, sigo entonces. Resulta que desde que llegamos, cierto caballero que tú aprecias mucho se ha dado a la tarea de hacerme muy divertida y hasta agradable la estancia. A cada rato me abraza por detrás, muy cariñosamente y me dice cosas deliciosas al oído, además de recostarse de mi trasero, con toda su hombría. Él siempre dice luego ique: “Ay, perdón Miriam, me confundí, creí que eras mamá” pero yo sé que si hay alguien que jamás se confunde con nosotras es éste caballero. Es un bandido, lo hace a propósito. Me da besitos muy dulces en el cuello y te juro hermana que se me doblan las piernas, tiemblo… ese muchacho ya me tiene la empalizada en el suelo. No sé –ni quiero– como evitarlo. Cada vez que ese carrizo me “ataca”, me vienen a la memoria aquellos momentos tan especiales que vivíamos con Ernesto, tú y yo con él. Aunque éste muchacho es mucho más cariñoso que su padre. Es un zángano, me tiene loca y creo que en cualquier momento va a pasar algo y no quiero ofenderte ni faltarte el respeto con tu hijo y en tu casa; necesito tu ayuda, que me digas que puedo hacer…

-Bueno, Miriam, ni modo. Yo sabía que algo así iba a pasar, tarde o temprano te iba a empezar a acosar. Eres igualita a mí y eso para él es un imán. Te voy a confesar algunas cosas, a ti que eres mi hermana y mi persona de confianza, con quien he compartido tantas cosas importantes en mi vida.

Primero: ese sinvergüenza me tiene loca, desde que se desarrolló y creció me tiene hipnotizada. No por parecerse tanto a su padre, no. Es que es más hermoso, más varonil que su padre, a mi parecer. Cuando él me hace esas cosas que te hace a ti, se me caen las medias. He llegado a mojarme las pantaletas, te lo juro. Es mi hijo, pero me tiene loquita desde hace más de tres años.

Segundo: desde hace unos meses, más de seis, creo, me tiene sometida a un permanente cortejo, trata de seducirme, de enamorarme, me dice las cosas más bellas que te puedas imaginar, tan agradables. Me trae flores, me invita al cine, me lleva a cenar, hasta hemos ido a bailar dos veces en discotecas, en fin, es un ataque constante, me dice que quiere que sea su novia. Me acompaña a todas partes donde yo quiera ir. Me escribe unos papelitos de lo más lindos. Frases cortas o palabras simples, pero bellas: te quiero, bonita, te amo, eres la más bella mujer y así. Tengo más de 100 papelitos así, que me deja diariamente dentro de mi cartera o bolso. Definitivamente, trata de enamorarme. Es un romántico empedernido, hasta cursi, a veces. Me dice las cosas más lindas que nadie jamás me haya dicho.

Tercero: este viaje en moto para Margarita fue inventado y preparado por él y encompinchado con su hermana, porque ellos sienten que yo estaba cayendo en un pozo sin fondo por estar sola, sin marido, sin hombre. Entonces planeó esto y me convencieron ambos de ir. Me fui con él y pasaron cosas que nunca creí que pasarían, pero ese bandido me venció. Me conquistó, ya te contaré detalles más adelante, porque necesito hablarlo con alguien y ese alguien solo puedes ser tú, nadie más. Como te digo, me conquistó y me entregué a él. Ahora somos amantes o novios, como dice él. Soy su mujer. Pasé por encima de todos mis prejuicios, principios y valores y ahora soy una pecadora, iré al infierno por cometer incesto… pero me siento feliz. Ese muchacho, mejor dicho, ese hombre, porque ya lo es, me tiene más contenta que niña en piñata. Me adora, me tiene satisfecha como mujer. Nunca jamás, con ningún hombre, ni siquiera con nuestro adorado Ernesto, me había sentido tan mujer, tan satisfecha, tan plena. Miriam, ese hombre tiene un pene que él llama “anaconda”, que es una maravilla, hermana. Mucho más grande que el de su padre. Mide 22 cm de largo y grueso como él solo. Cuando me penetra, me transporta a otro mundo, siento que voy a morir, pero de gusto, de placer. Me hace acabar dos y tres veces en un polvo. La última noche en Margarita fueron cuatro veces. Me dejó para la chivera, inservible. ¿Sabes lo que es “Le Petit Mort”? Bueno, en una semana con él lo he sentido tres veces. Solo con Ernesto había sentido eso, pero no tan intenso ni tan seguido.

Cuarto: también ya se ha cepillado a su hermana. Fue antes que a mí, ya llevan unos seis meses. Se aman, se adoran. Están conscientes que no tienen futuro, pero son felices a su manera. Yo me opuse fuertemente, al principio, pero luego los dejé tranquilos, porque confío en ellos y en su cordura, aunque a veces pienso que Anastasia está loca de atar. Desde entonces son amantes, pero según él, yo tengo la prioridad.

Quinto: con tu llegada a ésta casa y con tu hija, por supuesto, te aseguro que él ya estará apostando a hacer crecer su harem particular. Creo que te tiene en la mira, al menos eso me parece y no sé si seas capaz de salvarte de eso. Si lo que deseas, si el motivo de ésta conversación es que necesitas mi permiso para tirártelo, lo tienes. Es todo tuyo. Su habitación es privada, con baño interno y está insonorizada. Lo que allí dentro pase, será cosa de ustedes.

Sexto y último: Andrea estará también en su mira, supongo. Debes advertirla, para que no la agarre de sorpresa y pueda anticipar su comportamiento, aunque si los conozco, pienso que ya debe ser de él o lo será muy pronto, porque Tito la adora, tanto como a Ana. Definitivamente, yo soy el amor de su vida, según él y tú eres igualita a mí. Ana es su otro gran amor y Andrea no se escapa de esa visión. En resumen, creo que Tito quiere tener a sus cuatro mujeres dentro de éstas cuatro paredes. Ahí te dejo eso, hermanita. Te he abierto mi alma como nunca. Amo a ese hijo mío, a ese hombre mío como nunca había amado a ningún otro hombre, incluyendo a su padre. Me vuelve loca, soy suya y no lo puedo evitar.

-Guao, hermana, no sé qué decirte. Lo que me has desglosado es algo muy grande, muy fuerte. ¿Ana sabe lo que pasó entre ustedes? ¿Se lo has contado o todavía no? Yo, por lo pronto, si cuento con tu autorización, quiero conversar con mi hija sobre mi situación con Tito y sobre las posibilidades de ella en ese orden de ideas. Ya estoy que no me aguanto, hermana, estoy desesperada de tener un hombre de verdad. Y ese hijo tuyo a mí también me vuelve loca, quiero tenerlo entre mis piernas.

Fin del relato por parte de Sugey

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Continuará…

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