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Mi maestra favorita

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Esta historia es ficticia y está basada en mis fantasías con mi maestra favorita de la secundaria.

Hace aproximadamente 16 años, cuando estaba en secundaria, conocí a Manuella, mi maestra favorita. Me atraía mucho lo apasionada que era con la historia de Guatemala y siempre consideré que tenía un excelente gusto musical. Pero lo que más me encantaba era su cuerpo: tez blanca, ojos claros y caídos, pelo corto color castaño, pechos redondos y naturales, abdomen plano, caderas anchas, buenas piernas, y nalgas redondas y bien paradas.

Aunque tenía más de 40 años, no lo aparentaba. Además, me gustaba mucho su forma tan elegante de vestir, especialmente cuando usaba un pantalón blanco acampanado que hacía que su culo se viera de forma espectacular. Mientras ella daba la lección, yo no paraba de admirar semejante culo redondo. Algo que me excitaba muchísimo cuando ella usaba ese pantalón era que nunca se le marcaba la ropa interior. Esto me hacía fantasear con el hilo tan delgadito que tenía que estar usando para pasar de forma indetectable.

Pero cuando finalicé la secundaria y me gradué, nunca más volví a saber de ella. Yo me fui a estudiar al extranjero. Años después, al terminar la universidad y dos posgrados, regresé a vivir a Guatemala. Acepté una oferta laboral de una empresa multinacional de mucho prestigio que pagaba muy bien a pesar de que yo tenía 27 años. Esto me permitió comprar un apartamento en una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de Guatemala. Escogí un piso alto y con vistas a los volcanes que rodean la ciudad para apreciar tan maravilloso paisaje. Siempre supe que llevaría muchas mujeres a ese apartamento, pero jamás pensé que Manuella sería una de ellas.

Todo comenzó cuando decidí ir al concierto de un cantante guatemalteco muy famoso. En ese entonces, yo estaba empezando a salir con una chica y decidí invitarla al concierto. Sin embargo, ese día tuvimos una pelea y todo se acabó. A penas llevábamos saliendo una semana, así que no me importó. Decidí ir al concierto porque tenía muchas ganas desde hace mucho tiempo. Ya que ninguno de mis amigos quiso acompañarme, mi plan era vender el ticket antes de entrar al concierto y disfrutar el espectáculo solo.

Por fin llegó el día del concierto. Tomé un taxi y me dirigí al estadio. El taxista me dijo que el paso estaba cerrado y que me dejaría a unos 500 metros del ingreso. Como iba solo, no me importó caminar; además, pensé que eso me permitiría encontrar a alguien que estaría dispuesto a pagar la entrada extra que llevaba en mi bolsillo. En eso, mientras caminaba, a unos 10 metros por delante de mí, unas piernas perfectas llamaron mi atención. No podía dejar de observar esos jeans apretados color gris que iba por delante de mí. Veía como las nalgas se movían en una sincronía hipnotizante. Me sorprendió que semejante cuerpazo anduviese solo.

De espaldas, se veía que era una señora con cintura un poco angosta y de pelo corto color castaño. Inmediatamente me acordé de Manuella. En eso recordé que a ella también le gustaba la música del cantante. Tiene que ser ella, pensé. Decidí acercarme más para verla del lado y comprobar si la milf a la que tenía años sin ver realmente seguía estando tan buena como me recordaba. Cuando por fin la logré alcanzar y volteé la mirada, pude comprobar que era ella. Sus senos redondos me lo confirmaron.

Sin pensarlo, me acerqué a ella y le dije “¡Manuella! ¿Cómo está? ¿Se acuerda de mí? Yo fui su alumno en la secundaria”. “¡José! Años sin saber de usted. Por supuesto que usted tenía que venir hoy” respondió. Me reí de forma nerviosa mientras no dejaba de admirar su pronunciado escote.

– Sí, regresé a Guatemala hace algunos meses y sabía que tenía que venir. Dicen que es muy buen show, así que no me importó venir solo.

– Yo también vengo sola. Mejor solo que mal acompañado.

No lo podía creer. Cómo semejante pedazo de mujer estaba sola esa noche. Le pregunté a qué localidad se dirigía y me respondió que a la categoría “B”. Mis entradas eran de categoría “A”, así que no dudé en invitarla.

– Tengo una entrada extra en la fila 4. Sería un gusto para mí que pueda acompañarme.

– ¿Cuánto quiere por ella?

– Nada. Se la regalo. Estaba saliendo con una chica, pero terminamos recientemente y pensaba venderla antes de ingresar. Prefiero una buena compañía.

– ¿Seguro? ¿Y a ella no le va a importar que yo use la entrada?

– Para nada. A penas llevábamos saliendo dos semanas. Nunca fue nada serio. ¡Por favor véngase conmigo!

Ella tenía una sonrisa cuando le dije eso. Aceptó muy emocionada.

Cuando llegamos a nuestros lugares y nos sentamos, yo no podía dejarla de admirar. Además de esos jeans color gris que modelaban su perfecta curvatura, Manuella tenía un “choker” negro en el cuello y una chaqueta de cuero color negro. Pasaron segundos para que yo empezara a fantasear nuevamente con ella. Pensaba si traería puesta una tanga o no. Antes de que empezara el concierto, platicamos sobre nuestras vidas. Ella me contó que se había separado de su esposo hace 5 años. No dejaba de pensar en lo idiota que tiene que ser alguien para “separarse” de semejante milf.

Empezó el concierto y mientras ella cantaba emocionada diferentes canciones, yo de reojo me la comía con la mirada. Tenía que interrumpir mis fantasías porque mi erección me delataría. Cuando terminó el concierto me agradeció efusivamente y me abrazó.

– Muchas gracias por este detalle. Lo disfruté muchísimo.

– Me alegro Manuella. Gracias a usted por la compañía.

Mientras salíamos del estadio, comencé a sentir ansiedad y nerviosismo. Después de años sin verla, no podía dejar que la noche terminara así. Debatí si pedirle su número o no. Pensé que ella jamás le daría su número a alguien bastante menor.

– ¿Usted vino manejando? – me preguntó ella de la nada.

– No. Tomé un taxi para evitar complicaciones.

– Mi carro está en el estacionamiento de un edificio acá cerca. Como muestra de agradecimiento, déjeme llevarlo a su casa.

Caminamos al estacionamiento y nos subimos a su carro. En el camino, ella me comentó que recordaba con mucho cariño a toda mi clase. Yo respondí confesándole que ella siempre fue mi maestra favorita y que disfrutaba sus clases. Obviamente no le dije la verdad de por qué era ella mi favorita. Ella me volteó a ver con una sonrisa y me agradeció.

Cuando estábamos por llegar a mi apartamento, volví a sentir el nerviosismo del “final de la noche”. Quería seguir pasando tiempo con ella, pero ¿cómo? Decidí probar suerte invitándola a una copa de vino. Probablemente me diría que no, pero me acordé de una frase que ella siempre utilizaba en clase: “no hay peor fracaso que no haberlo intentado”. Me lancé por completo a la ofensiva.

– Realmente disfruté mucho de su compañía hoy y quiero seguir platicando con usted. ¿Quiere subir a mi apartamento por una copa de vino? – le dije con una voz titubeante.

– Creo que…

– Estoy seguro de que hubo más de alguna canción que le hizo falta. La podemos escuchar con un buen vino – la interrumpí decididamente.

– En eso tiene razón. Está bien, muchas gracias.

Entramos a mi apartamento y la llevé a la sala. Abrí el mejor vino que encontré, puse la primera playlist que encontré en mi celular y me senté a su lado. La pasamos de lo mejor y reímos mucho al acordarnos de las diferentes historias de cada “personaje” de la secundaria. Se acabó la primera botella, abrí la segunda y una tercera. Ella no se opuso en ningún momento.

Luego, fui al baño. Al entrar, vi que mi cara delataba lo borracho que estaba. Seguramente ella estaría igual que yo. Me juré a mí mismo que si ella me daba la más mínima señal, me lanzaría como un desesperado a por ella. Cuando regresé a la sala, vi que su chaqueta estaba sobre el sillón y se había quitado los tacones.

– Espero que no le moleste – me dijo mientras señalaba los tacones en el suelo.

– Para nada. Siéntase cómoda.

Inmediatamente me fijé en sus brazos y en esa blusa apretada color negro que hacía que su cuerpo luciera aún mejor. Me invadió una necesidad de cogérmela. Me senté nuevamente a su lado. Sin que fuera obvio, me acerqué cada vez más a ella hasta que nuestras piernas hicieron contacto. En ningún momento ella dijo o hizo algo para evitar ese contacto que cada vez se hacía más obvio. Mientras me contaba que ahora ella trabajaba para una fundación, puse mi mano sobre su rodilla y empecé a acariciarla.

Ella se quedó callada y me miró fijamente. Me lancé hacia ella sin pensarlo y nos empezamos a besar de forma apasionada durante algunos minutos. Mientras nuestras lenguas parecían enredarse ella se sentó sobre mí. Hasta ese momento, mis manos habían permanecido sobre mis piernas (no quería que un contacto atrevido echara todo a perder). Pero al verla sobre mí, sabía que tenía permiso para hacer lo que quisiera.

Lo primero que agarré fueron sus nalgas. Las apreté con mucha fuerza. Interrumpí nuestro beso para acercarme a su oído.

– No tiene idea lo que he fantaseado con estas nalgas. Me encanta que las tenga tan grandes y redondas – le susurré.

– Hoy son todas suyas, aprovéchelas.

– Me las voy a comer toditas.

Con mis manos empecé a moverla para que sintiera mi erección contra su pelvis. Ella empezó a gemir y a moverse cada vez más rápido. Continuamos besándonos y cada 2-3 segundos ella mordía mis labios detenidamente. Por la forma en la que ella actuaba, se notaba que tenía mucho tiempo sin que alguien la tocase. Eso me excitó muchísimo y le arranqué la blusa como pude.

Un brasier color café oscuro con diseños de encaje era lo único entre esas perfectas tetas y yo. Comencé a besarle y lamerle el cuello. Ella continuaba gimiendo y cada vez que podía acercaba sus tetas a mi cara. Su nivel de desesperación era palpable. Desabroché su brasier y lo tiré a donde pude. Frente a mí, sus dos perfectas tetas con areolas grandes y color café. Sus pezones estaban sumamente parados. Agarré esas tetas tan suaves con ambas manos y las acerqué lo más que pude para que se vieran aún más grandes. No me pude controlar y me lancé a chupar todo lo que estaba frente a mí. Mientras lamía y mordía su pezón izquierdo, con mi mano izquierda le apretaba su teta derecha.

– ¡Ahhh, que rico! Desde hace mucho tiempo que nadie me hace esto. ¡No pare, por favor! – gritaba Manuella.

Luego de unos minutos intercambiando chupetones en sus pezones, la cargué y la puse sobre el sillón. La recosté y comencé a besar su ombligo. Sentí como con sus dedos me empezaba a sobar la parte posterior de mi cabeza. Mis manos fueron inmediatamente hacia el botón de sus jeans. Ella se dejó llevar y levantó su pelvis para que yo pudiera quitarlos fácilmente. De inmediato me hipnotizó la tanga café oscuro de tela semitransparente que hacía juego con su brasier. Ella abrió completamente sus piernas para que yo pudiera apreciar mejor el panorama; estaba completamente húmeda.

Me arrodillé frente a ella y tomé sus tobillos con cada una de mis manos. Empecé a besar su tobillo izquierdo y cada vez avanzaba más hacia su vagina. Al llegar a su ingle izquierda, el olor de Mariella casi me hace eyacular. Puse mi nariz directamente sobre su tanga mojada e inhalé con todas mis fuerzas. Continué mi camino hacia la otra pierna que aún no había besado. Al llegar a su tobillo derecho cambié los besos por lambiscones. Esta vez con mi lengua, retomé el camino por donde venía, mandándole una señal de lo que estaba por venir.

Me detuve en su ingle y la lamí sin cesar. Su tanga empapada se hacía cada vez más pequeña y sus labios cada vez más grandes. Miré hacia arriba y Manuella estaba completamente en llamas. Nunca había visto a una mujer tan excitada como esa vez. Sus gemidos eran cada vez más recios; comenzó a pedirme que la penetrara. Me detuve y la miré a la cara.

– Pero antes le voy a quitar esa deliciosa tanga y le voy a mamar la pusa como si no hubiera mañana – le dije.

– ¡Mmm! Mi esposo jamás me hacía eso.

Lentamente le quité la tanga y me di cuenta de que ella estaba completamente depilada. Nunca había visto un clítoris tan grande como el de Manuella. Me arrodillé nuevamente y comencé a introducir mi lengua en su húmeda vagina. Ella sujetaba mi cabeza con ambas manos y me pedía que por favor no me detuviera. Movía mi lengua rápidamente y Manuella me presionaba en contra de ella, como si quisiera introducir mi cara completamente en su vagina.

Yo tenía la cara completamente llena de fluidos de Manuella. A pesar de que la escuchaba estremecerse e intentar cerrar sus piernas para que yo me detuviese, nunca lo hice. Quería jugar con ella y hacerla acabar cuantas veces fuera posible.

– Me voy a orinar si no para – me dijo desesperada.

– Es para que me recuerde por mucho tiempo.

– Nunca había sentido esto. Que delicioso lo que me hizo, me vine como 3 veces. No sé si voy a poder caminar después de esto.

– Manuella usted es una de mis mayores fantasías sexuales. Y ahora me la voy a coger como como se lo merece.

Me desnudé rápidamente y vi como mi pene estaba gigante. Ella se reclinó y abrió sus piernas para que yo pudiera penetrarla. Antes de hacerlo, froté mi pene varias veces sobre su clítoris.

– ¡Métamelo ya por favor! ¡Ya no aguanto! – exclamó ella.

Hice lo que me pidió. La sujeté agresivamente de ambas muñecas y puse mis brazos justo encima de su cabeza para tener algo en qué apoyarme, y comencé a penetrarla sin cesar. Ella estaba tan húmeda que mi pene parecía resbalarse dentro de su interior. Comencé a hacérselo cada vez más rápido y sus gemidos se escuchaban por todas partes. Ambos estábamos llenos de sudor.

– ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Que rica verga tiene, no pare! – gritaba Manuella.

Al verla disfrutar tanto y ver cómo sus tetas rebotaban sin parar frente a mí, me vine dentro de ella. Me detuve y comenzamos a besarnos.

– Jamás pensé que hoy me iban a dar la mejor cogida de mi vida – me confesó ella.

– Seguro fueron mis ganas de querérmela coger desde hace años. Sus curvas nunca me dejaron poner atención en sus clases, y más aún cuando se ponía ese pantalón blanco que siempre usaba. No se imagina la cantidad de pajas que me hice pensando en cómo se lo arrancaba y descubría la tanga que seguro usaba.

– Entonces le gustó la tanga que tenía puesta…

– Me encantó. Es más, me la voy a quedar para acordarme de usted siempre.

– Vamos a su cama, quiero que me cuente todas sus fantasías conmigo mientras me coge otra vez.

La tomé de la mano y nos fuimos al dormitorio. Yo seguía completamente erecto y listo para hacérselo otra vez. Se subió a la cama y la puse en cuatro. Cuando estaba a punto de penetrarla me dijo que me esperara. Se levantó y salió del cuarto. Yo no entendía qué estaba pasando. A los 30 segundos, Manuella regresó. Tenía puesta la tanga que le había quitado anteriormente y yo estaba fuera de este mundo de la excitación.

– Si se la va a quedar como souvenir, al menos cójame mientras la uso. Así me recuerda mejor – me dijo.

Esa frase me excitó muchísimo. Ella se volvió a subir a la cama y se puso en cuatro. Con su mano, hizo la tanga para un lado, descubriendo su perfecta vagina. Seguía completamente húmeda. Mi pene parecía que estaba a punto de explotar. Me coloqué detrás de ella, la tomé de la cintura e introduje mi pene en ella.

Estaba amaneciendo y el celaje era maravilloso. Los volcanes parecían un fondo de pantalla o un cuadro hecho por un ser superior. Seguramente fue uno de los celajes del año. Pero nada se compara con lo que vi y sentí en ese momento. ¡Clap! ¡Clap! ¡Clap! sonaban sus nalgas golpeándose contra mí. No podía parar de ver hacia abajo: gotas de sudor recorrían toda su espalda, ese mini triángulo de su tanga sobre su culo, y mi pene entrando y saliendo de ella. Era tan excitante el panorama que no podía parar de observarlo. Me vine dentro de ella y seguía cogiéndomela.

– ¡Ayy, que rico! ¡No pare, no pare! – gemía ella cada vez más fuerte.

– ¡Nunca había estado tan excitado en mi vida! ¡Manuella me va a hacer explotar!

– ¡Lléneme toda!

– ¡No me diga eso por favor, porque me voy a venir de inmediato!

Justo antes de venirme, saqué mi pene y lo puse sobre su culo redondo. Mi pene estaba cubierto de un fluido blanco y cremoso. Acabé en toda la espalda de Manuella al verlo. Ella sólo volteó a verme mientras seguía en cuatro y me sonrió.

– Espero que sea una señal de que está marcando territorio, ya que después de hoy todo esto es suyo – me dijo con una voz traviesa.

Yo estaba exhausto. No recuerdo absolutamente nada más. Al día siguiente, desperté sólo en mi habitación completamente desnudo. No había rastro de Manuella. Pensé que todo había sido un sueño. Salí de la cama y ella no estaba en ninguna parte. Cuando regresé a mi habitación me percaté que sobre mi mesa de noche estaba su tanga café. Seguía empapada y el olor que emanaba de ella hizo que mi pene despertase inmediatamente. A un costado, un pedazo de papel con un número de teléfono y un mensaje que decía “Gracias por la mejor noche de mi vida. Espero que disfrute su souvenir y que piense mucho en mí mientras lo usa”.

Desde entonces, llamo a ese número de teléfono al menos una vez por semana.

Continuará…

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