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Mi marido no me satisface

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Tere:

¿Es un problema para ti?

BradPitt:

Bueno… la verdad es que no. Pero, ¿cómo lo piensas hacer?

Tere:

Él trabaja a menudo en otras islas. Ahora está en Lanzarote.

BradPitt:

Ya veo… Lo tienes todo calculado, ¿eh?

Hablábamos a través de un chat. Para sorpresa mía, la chica buscaba sexo sin compromiso, aunque me acababa de contar que tenía novio. Era mayor que yo, tenía 38 años; yo, 32. Cuando le pregunté cómo era físicamente, me dijo sin ningún reparo:

Tere:

Gorda.

Pasaron unos segundos. Yo escribía y borraba. No sabía qué poner.

BradPitt:

¿Gorda?

Tere:

Sí, gorda, pero estoy buena, ja, ja, ja.

Nos enviamos unas pocas fotos, y sí, era gorda, y rubia, y alta. Me gustó. Sus kilos estaban muy repartidos. Pero lo que más me gustaba era su desparpajo y su iniciativa, el hecho de que confiase en sí misma a pesar de su obesidad.

BradPitt:

Oye, ¿lo haces muy a menudo?

Tere:

¿El qué, follar con desconocidos?

BradPitt:

Joder, ja, ja… Sí, eso.

Tere:

Para nada.

BradPitt:

Pues se te ve muy lanzada.

Tere:

Ya lo sé, pero es que estoy harta.

BradPitt:

¿Harta?

Tere:

No disfruto con mi pareja. Es un muermo.

Yo estaba cada vez más sorprendido, pero también más intrigado. Me gustaba ver ese deseo en una mujer.

Al final, nos citamos en mi casa, después del trabajo. Sería una pequeña toma de contacto para comprobar si había buena química. Y vaya si la había. Parecíamos dos adolescentes en el sofá. Nos gustamos de inmediato.

Temiendo que pudiéramos estar algo cortados, había sacado una botella de vino tinto y unas copas y lo había dejado todo en la mesa baja del salón, frente al sofá donde nos sentamos. Enseguida vi que no era necesario. Tras un minuto o dos de indecisión, nos encontrábamos ya charlando y bromeando sobre mil banalidades. Así que apenas tomamos unos sorbos.

Ella era una tía lista, lanzada, chisposa. Conversamos distendidamente durante un rato hasta que en determinado momento las palabras empezaron a sobrar sin que nos diésemos cuenta. Empezamos a cruzar miradas pícaras, indiscretas; nos buscábamos con las manos, enredábamos los dedos, nos mirábamos a la cara, a los labios, nerviosos, riéndonos. Era todo muy gracioso, parecíamos dos chiquillos. La tensión sexual era total.

En cierto momento, ella levantó una pierna y la metió entre las mías. Me encantó ese gesto. Fue como encender la pólvora. Nos empezamos a besar de inmediato, a mancharnos la boca con las lenguas y la saliva.

Me encantaban sus reacciones, la sentía muy deseosa. Es algo que me enciende. Cuando llevé mi mano a su entrepierna y palpé su braga, húmeda ya, echó la cabeza hacia atrás y soltó un "¡oh!" que me puso a 100. «Cómo lo desea», pensé, «cómo lo disfruta». No hay nada mejor. Metí los dedos por debajo de la tela y la seguí palpando. Ella se abría, ofreciéndomelo. Me llevé los dedos a la nariz, como hago siempre, para aspirar su olor. Olía de miedo. Nos besamos como locos.

Pero no teníamos mucho tiempo. Ella tuvo que irse en seguida, así que los dos nos despedimos con un calentón de campeonato. Eso sí: el veredicto era de 12 votos a favor y ninguno en contra. Por ambas partes.

Días después, volvimos a entrar al chat.

BradPitt:

¿Y tu… novio? ¿De viaje?

Tere:

No, en el salón, viendo el fútbol.

BradPitt:

No me jodas.

Tere:

No te jodo… Bueno, sí te jodo, ja, ja, ja. Pero es verdad, está en el salón.

BradPitt:

Anda, ¿él sabe que chateas?

Tere:

Sí. Ningún problema.

BradPitt:

Ah… pues muy bien.

Tere:

Oye, tengo que decirte una cosa.

BradPitt:

Suéltalo.

Tere:

No es mi pareja. Estoy casada.

BradPitt:

Tere:

¿Oye?

BradPitt:

¿Casada?

Tere:

Sí. ¿Te preocupa?

BradPitt:

Bueno… No mucho. No sé… Supongo que no.

Tere:

Pues hay más.

BradPitt:

¿Más?

Tere:

Sí, tengo tres hijos.

BradPitt:

Venga, tía, no vaciles.

Tere:

No vacilo. Pero quiero que quedemos, me encantó lo que sucedió el otro día. Quiero follar contigo.

BradPitt:

Joder...

Tere:

¿Tú no?

BradPitt:

Yo… Sí, también. Claro que sí. Me pusiste como una moto, me encantó ver cómo disfrutabas.

Tere:

Me alegro. Pero pensé que tenía que contarte esto. No voy de lista, ¿sabes?

BradPitt:

Entiendo… Pues, es un detalle por tu parte. Pero… Tere, tía… ¿cómo te las vas a arreglar?

Tere:

No te preocupes, tú déjame a mí. ¿Este viernes te vendría bien? ¿Sobre las 11:30 de la noche?

Dicho y hecho. Esta vez, se había arreglado algo más para la cita: se había puesto carmín, algo de sombra de ojos, una falda corta vaquera, una camiseta blanca de algodón algo ajustada, sandalias abiertas…

―Me imagino que está de viaje, ¿no? ―le digo nada más verla llegar, refiriéndome a su esposo.

―Claro.

―¿Lanzarote? ―le digo con una sonrisilla.

―No, Fuerteventura. Y los niños, dormiditos.

―Estás como una cabra. ¿Y si alguno te necesita? ―le pregunto.

―Que no pasa nada, tío, tienen mi móvil. A veces tengo migraña y voy al centro de salud de madrugada. No es tan raro.

―Nada, lo que tú digas ―le digo yo, asombradito de ver cómo se maneja.

Nos volvimos a encender de inmediato. Estábamos de pie, allí en el salón, mirándonos como dos jovencillos, riéndonos y tocándonos con curiosidad, y en cuestión de minutos estábamos quitándonos la ropa, esparciéndola con descuido por el suelo. Nos besábamos con cierta desesperación, nos palpábamos el cuerpo, nos buscábamos el sexo. Íbamos dando pequeños pasos hacia el tresillo, sin despegarnos.

Apenas éramos conscientes de lo que hacíamos. Enseguida ella se encontró echada sobre el sofá, boca arriba, con la cabeza sobre el apoyabrazos, abierta de piernas y con mi pene en la boca. Me hacía disfrutar mientras yo la masturbaba con la mano. Gemidos, respiraciones agitadas, sonido de succiones, chasquidos de saliva y piel... El salón se llenó enseguida con nuestros olores corporales.

Mientras me chupaba, le veía las mejillas rosadas, disfrutando. Me ponía loco. De vez en cuando se la sacaba de la boca y le daba un pedazo de beso, nuestras lenguas moviéndose a todo trapo. Luego, se la daba de nuevo. Y todo esto sin dejar de mover mi mano, que la tenía entretenida en su sexo.

Enseguida tuve ganas de penetrarla. Fui a por un condón, pero ella me detuvo.

―No hace falta ―dice―. Bueno, tú haz lo que quieras, pero no hace falta.

―¿No hace falta? ―le digo dándome la vuelta.

―Tomo la píldora, desde hace años.

―Pues… joder, por mí…

―¿Vamos a tu cama? ―me pregunta, y se pone de pie de un salto, se sonríe y me coge de la mano, arrastrándome―. ¿Por dónde es? ―me pregunta mientras tira de mí, girando por los pasillos oscuros, los dos descalzos.

Ya sobre la cama, la abro de piernas, me pongo tendido boca abajo, con la cara sobre su sexo, y se lo como enterito. La forma en que la veo disfrutar me vuelve completamente loco. Ella se retuerce y me agarra del pelo con las dos manos. Sus exclamaciones de placer me ponen cardíaco: "¡oh!, ¡ahh…!, ¡ahss…assí!, ¡asssí!"

Yo, claro está, le metía la lengua dentro, poniéndola puntiaguda, le chupaba los labios, apresándolos con los míos y estirándolos, le metía los dedos, le masajeaba el clítoris… En fin, una locura.

En cierto momento, me despego de su sexo, con la cara manchada de su flujo, y le digo:

―Mmm, qué rico hueles, joder.

Ella de pronto levanta su cabeza y me mira, curiosísima, con una cara de interés que me asombra.

―¿A qué? ―dice con un jadeo― ¿A qué huele?

―A mujer ―le digo, y nada más pronunciarlo se desploma hacia atrás y suelta un "¡ohhh!" de placer, y se abandona de nuevo a mis manipulaciones.

Al cabo de unos minutos, nos ponemos de rodillas, frente a frente sobre el colchón, nos comemos las bocas y nos palpamos todo el cuerpo. De nuevo, parecemos dos adolescentes explorándose. Entonces, me suelta al oído:

―Déjame chupártela un poco.

Yo, encantado de la vida, me echo hacia atrás, así, de rodillas, apoyándome con los brazos estirados, ofreciéndome bien duro. Ella, también de rodillas, comienza a chuparme. Al instante, una de mis manos la sujeta del pelo para sentirla mejor. De tanto en tanto, me agarro el pene por la base y la hago sufrir a ella quitándoselo de la boca, dándoselo de nuevo, azotándola en la cara. Oigo sus "¡aaaa…!", con la boca muy abierta, como buscándola. Estamos excitados como monos.

―Ponte a cuatro patas ―le digo entre jadeos.

Ella lo hace, obediente y excitada, combando la espalda hacia abajo y mostrando bien su sexo. Es una pasada. Me encanta ver cómo lo desea. Haciendo un esfuerzo de voluntad ante esa visión, cambio de opinión y decido que aún no la voy a penetrar. Me inclino hacia abajo, poso mis manos en su gran culo y le abro las nalgas, apretándole la carne. Entonces, me acerco con la lengua, bien puntiaguda, y empiezo a lamerle el agujero del culo. Ella suelta un "¡ohhhh!" que me impresiona, así que se lo como con todo el interés del mundo.

Su culo se retuerce de gusto, es una maravilla. Qué de gemidos, dios, cómo me ponía esta mujer. De vez en cuando paso unos dedos por su sexo y compruebo que lo tiene derretido como la cera de una vela encendida. Me entran unas ganas tremendas de follarla. Así que me acerco a ella de rodillas, una mano sobre su cadera, sujetándola para que no se me escape, otra en mi miembro tieso, y se la ensarto. Siento de inmediato el fuego de su sexo, que me invade el cuerpo como si mi pene fuera una toma de corriente. Me agarro a ella por las dos caderas y empiezo a follarla.

―¡Ohhhjjjj! ―dice Tere―, qué gorda la tienes, tío.

Y yo, hinchado como un gallo, la penetro con todas mis ganas. De vez en cuando, ella gira su cabeza hacia mí y me busca los ojos. Son como dos flechas que se me clavan, me pone frenético. Veo su cara completamente rosada y contraída de placer y me subo de nuevo a las nubes. La veo abrir la boca en una mueca, la oigo emitir unos gemidos y jadeos desgarrados que me vuelven loco.

Aunque la tengo bien agarrada por sus anchas caderas, ella se mueve rítmicamente conmigo, empujando hacia atrás, como deseando que le llegue hasta el fondo. En mi dormitorio, se oye el pesado "plof, plof, plof" de su pedazo de culo chocando contra mí.

Mientras la embisto con fuerza, ella lleva una mano por debajo de sí y se toca el sexo. De vez en cuando siento sus dedos rozándome el pene, seguramente le gusta sentirlo entrar y salir de ella. La oigo respirar y jadear con desesperación. Su cuerpo se agita debajo de mí, sus nalgas vibran. De pronto, emite unos "¡oh, oh, oh, ohhhjjjj!" muy seguidos, mientras su mano se agita a mil revoluciones sobre su sexo. Se corre. Yo también estoy a punto de correrme, pero me detengo, dándole una pequeña tregua, pero sin sacársela. Entonces, respirando con agitación, dice:

―Qué gusto, dios… Sigue, anda, no te pares ―sigue entre jadeos.

Yo la obedezco y no me paro. Vuelvo a asirla por las caderas y a penetrarla. Y con unos pocos movimientos vuelvo a sentir mi orgasmo a punto de llegar. Ella lo nota en mi respiración y mis gemidos, que se vuelven roncos.

―Espera, no te corras ―me dice con desespero, girando la cabeza hacia atrás.

―¿No… me corro? ―le digo un tanto apurado.

―Avísame ―dice―, quiero que me lo eches en la cara.

«La madre que la parió», digo yo para mí mismo.

―La hostia… ―le digo a ella―. Vale.

Y cuando estoy a punto de caramelo, ella se revuelve, se pone boca arriba, debajo de mí, y yo me masajeo el pene sobre su cara esperando el orgasmo. Los chorros se reparten por su cara. Ella los espera con la lengua fuera. Con los dedos, recoge los hilos de semen y se los pasa por los labios, como una niña mala. Menudo cuadro. Yo lo flipo. Con mala suerte, un chorrito le cae en un ojo y ella trata de quitárselo. Se pone a reír, se carcajea de buena gana. Yo también.

Minutos después, estamos recostados sobre las almohadas. Ella me pasa un brazo por encima y apoya la cabeza sobre mi pecho, bien relajados.

―Y ahora voy a fumarme un cigarrito ―dice ella.

―¿Qué? ―le digo mirándola con fijeza, casi incorporándome―. ¡Ni de coña!

―Anda que no ―dice tan tranquila, y saca de su bolso la cajetilla.

A mí no me hace ninguna gracia que fume en mi cuarto, pero la veo tan decidida que me resigno. Me levanto de un salto de la cama y voy como un rayo a abrir la ventana. Hace un poco de frío, pero es que odio el tabaco.

―Eres la leche ―le digo, volviéndome a recostar a su lado.

Ella sonríe y se fuma su cigarrito. Inspira profundamente una buena calada, expulsa el humo y dice:

―Qué rico es follar cuando se tienen ganas.

Yo me giro hacia ella. Sonrío. Niego con la cabeza. Pienso: «Eres de lo que no hay».

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