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Mi novia calza un buen rabo

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La Cartuja es una cafetería con mucho pedigrí y glamour. De esas que tienen como hilo musical a los grandes del Jazz.

Luis acude todas las mañanas a tomarse su café y su zumo natural de naranja mientras hojea las páginas de la prensa del día.

Es un hombre de mediana edad y de costumbres fijas. Ni su reciente divorcio ha conseguido que abandonara su rutina diaria.

A dos mesas de distancia se encuentra una chica de unos treinta y pocos años, de melena morena ondulada, con las facciones más propias de una diosa como Venus, Cibeles o Atenea. Un cuerpo bien modelado y que daba a intuir una altura alrededor de 1,78 m, aunque también es verdad que llevaba unos tacones de 8 cm.

Vestía con gran elegancia un vestido ajustado haciéndole una silueta de sirena.

Se la veía culta, pues en su mesa tenía un ejemplar de Orgullo y Prejuicio de Jane Austen.

Mientras desayunaba observaba las noticias que emitía la televisión.

Ellos dos se cruzaron las miradas en varias ocasiones. Luis le obsequió con un cordial saludo acompañado de una sonrisa. Saludo y sonrisa correspondidos por ella.

Él sacó coraje de debajo de las piedras y levantándose, se dirigió hacia ella.

–Buenos días. Veo que tiene buen gusto literario –dijo Luis señalando al libro.

–Gracias. Jane Austen, junto a Virginia Woolf y Mary Shelley son mis tres autoras preferidas. Siéntese en mi mesa si no tiene inconveniente. Con una buena conversación el desayuno se hace más ameno.

Luis a medida que transcurría la conversación iba quedando más embelesado de Jennifer, que así se llamaba la chica.

Hablaban de literatura, política, filosofía, deporte, Historia, astrofísica, en fin, de un montón de temas. Él se quedaba pasmado de ella. ¡Qué agradable su compañía! ¡Y con qué voz dulce y melosa hablaba!

–¿Te apetece ir al teatro este sábado? –le preguntó Luis.

–Me encantaría. Pero debo informarte de una cosa. Porque no quiero numeritos desagradables después. Yo soy una chica trans.

Luis se quedó un poco descolocado. Pero Jennifer era tan hermosa, con un rostro angelical tan sublime, que enseguida superó cualquier duda que pudiera surgirle. Pero se preguntaba para sus adentros, si era una chica trans con vagina o con pene.

No se atrevía a exponérselo, por miedo a meter la pata y echar todo por tierra. Pero se le reflejó tanto en la cara que Jennifer se dio cuenta y con una sonrisa cómplice, lo sacó del atolladero diciéndole:

–Soy una chica trans y mantengo mi pene. Entiendo que quieras una buena amistad conmigo, pero nada más.

–Te equivocas Jennifer. Si quisieras ser mi novia, formalizar una relación estable conmigo, me harías la persona más feliz del mundo –le atajó Luis.

Él era consciente de que el “mercado” estaba muy mal. Abundan las chonis con serrín en la cabeza por su barriada. La convivencia con chicas cis tampoco era una balsa de aceite. Jennifer era toda una hembra de la cabeza a los pies, de físico y de mente. A Luis lo tenía hipnotizado con su erudición, oratoria, su elegancia, cultura y belleza.

Jennifer vivía cerca de la cafetería y lo invitó a ir a su casa para tomar un vermut y prestarle algún libro.

Paseando por la calle, Luis no desmerecía tampoco a su lado, a pesar de la diferencia de edad. Es un hombre clásico a lo que a moda se refiere, pero juvenil y esbelto en el aspecto.

Ya en el interior del apartamento, mientras Jennifer preparaba los vermús, Luis hojeaba algunos libros de la amplia biblioteca del salón.

Brindaron, bebieron y a él le faltó tiempo para lanzarse a besarla y acariciar el rostro tan fino y perfumado de su amada Jennifer.

Se dirigieron a la habitación y comenzaron a desnudarse mutuamente, con una cierta ritualidad calculada.

Ya desnudos, Luis no pudo evitar experimentar una cierta herida en su masculinidad al comprobar que su chica poseía un pene más largo y grueso que el suyo.

Jennifer lo tumbó sobre el colchón de su cama de un empujón y se abalanzó sobre él, para comerle la polla con furia.

Cuando ya la tenía bien lubricada, se colocó en cuclillas sobre la cara de Luis para que le comiera bien el ojete y se lo lubricara también.

A los pocos minutos, Jennifer estaba tan cachonda que no esperó más y se empotró, en tres fuertes empellones, toda la verga de Luis en el interior de su culo.

A medida que marcaba el ritmo, sus grandes y turgentes pechos iban bamboleando a ritmo suelto. Otro tanto le ocurría a su polla, que daba la impresión de cobrar vida propia y ponerse a bailar.

Pasado un cuarto de hora, Luis ya no pudo más y comenzó a correrse dentro del culazo de aquella morena.

Ella se desenganchó, acercó su trasero a la cara de Luis y le dijo:

–Trágate todo lo que salga de él, que es tu lechada. Por mi parte, mi interior está muy reluciente.

Efectivamente, a los pocos segundos comenzaron a salir unos chorrillos de esperma de su ano que le resbalaron por la cara a Luis y otros que le entraron en su boca.

Él no hacía más que relamerse y chupar el orificio anal de Jennifer hasta dejárselo bien limpito.

–Bueno, ahora me toca a mí, ¿no? –prosiguió Jennifer.

–Ah, no. Por ahí sí que no paso. El precinto anal de mi trasero seguirá sin romperse. Eso es una línea roja –se apresuró a decir Luis.

–Me conformo con que me la comas –le respondió Jennifer.

Luis tenía muy claro que era hetero, los penes no le iban. Pero estaba muy ilusionado con Jennifer y no quería perderla. Así que, a eso sí que accedió.

Se puso de rodillas ante su amada y comenzó a introducirse aquel falo, poco a poco, por la garganta. Ella lo agarró por la nuca y de un empurrón se la metió toda dentro.

–Trágatela toda, maricón. No recules –le dijo con actitud chulesca.

Luis comenzó a tomar conciencia de lo mal que lo pasan algunas mujeres cuando se ven forzadas por sus machos a hacer gargantas profundas. Él tuvo dos o tres arcadas y las correspondientes babas que eran el efecto de aquellas causas. Se le iban escurriendo por la comisura de los labios y por el tronco del falo hasta acabar respectivamente en su barbilla y en el escroto de ella en formas de carámbanos o estalactitas de hielo.

Ella se follaba la garganta de Luis a buen ritmo, hasta que al poco tiempo comenzó a eyacular.

No hace falta decir que Luis se fue tragando cada una de las descargas de su chica hasta la última, dejándole el rabo bien higienizado.

Se pegaron una buena ducha, se arreglaron y salieron a cenar a un restaurante de lujo, para celebrar su enlace sentimental.

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