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Mi peor enemigo

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Dudó al momento de abrir la puerta que daba a la salida, giró para ver el que había sido su hogar durante los últimos meses; no había vuelta atrás, había tomado la decisión y no tenía opción de arrepentirse; ni quería hacerlo tampoco…

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Sábado por la mañana, un frio que entume; la chimenea crispa con los últimos destellos que, a ese momento no calientan, solo rememoran un fulgor anterior que abrasaba el ambiente; algo similar a lo acontecido con los cuerpos que, echados sobre la alfombra de la sala, descansan despues del trajín de la noche anterior.

-Hola –escuché al abrir los ojos.

-¿Beth?, ¿qué haces aquí?

-Me pediste que me quedara, no pude decirte “no”.

Mire a mi alrededor, desorden; botellas vacías, nuestra ropa, el fuego por terminar y nuestros cuerpos desnudos bajo la única frazada que nos mantenía calientes.

-Tengo que irme –dijo al ponerse de pie –espero que ahora si me dejes hacerlo.

Recogió su ropa y tomó camino al baño, no atine a pensar que había pasado, lo sabía. Salió con prisa, se arrodilló a darme un beso para después seguir con rumbo a la salida; con medio cuerpo afuera giro para decirme: “no imaginé que fueras tú quien diera el siguiente paso, ¡te amo!”.

-¿Qué fue lo que hice? –pensé -¿qué carajos fue lo que hice?

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Elizabeth, Liz para todos excepto para mi que la llamaba Beth para diferenciarme del resto; mi reciente pareja sentimental hasta que alguien mas me moviera el piso, como comúnmente sucedía. Nos presentó un amigo de ambos, salí mas por compromiso que por verdadera intención de hacerlo; por insistencia de ella continuamos juntos solo como amigos pero sin derecho a mas, hasta el fatídico día en el que, sin proponérmelo y mas como formalidad, la invité a mi departamento a tomar algo; las cosas salieron de control y terminé haciendo lo que, ni remotamente, tenía pensado hacer; la llevé a la cama, o al piso, para ser mas detallista.

Días después, almorzando con amigos, recibí una llamada de ella; fueron días que no hice por hablarle y, con seguridad, un reclamo vendría al responderle.

-Hola Beth, ¿cómo estás?

-Quiero hablar contigo, ¿puedes? –dijo sin contestar mi pregunta.

-Ahora estoy con unos amigos y mas tarde vuelo a ver a mi madre, discúlpame pero no tengo tiempo.

-Solo quería decirte que no te preocupes por lo que paso, no me obligaste a hacerlo; tal vez para ti no sea nada pero para mi fue lo mejor que me ha pasado, quiero que sepas que no voy a presionarte, cuando regreses podemos hablar para ver si seguimos o no.

Su llamada en lugar de tranquilizarme logro el efecto contrario, me sentí mal; el malo del cuento en nuestra relación. Lo deje pasar, como tantas veces lo hacía.

La decisión tomada por ambos fue el darnos tiempo para pensar las cosas, si después de un lapso no extrañábamos el uno del otro lo daríamos por terminado; ganar-ganar en el estilo de vida que acostumbraba, pensé.

Casi por cumplir el tercer mes sin verla recibí, la que a futuro sería, la llamada mas importante de mi vida hasta ese entonces.

-¿Beth? –pregunte incluso al ver su nombre en la pantalla.

-¿Te puedo ver? –dijo, como siempre, sin responder mi pregunta –es importante.

-Mira Beth, aún no estoy seguro de lo nuestro; quizá lo mejor…

-Estoy embarazada –fue su respuesta sin dejarme terminar.

Explicar mis emociones en ese momento abarcaría la publicación de varios tomos, no es que no quisiera responderle; no podía hacerlo, un nudo en mi garganta me impedía articular palabra; como me fue posible le pregunté: “¿estás segura?”.

Al otro lado de la línea solo el llanto apagado de ella respondió mi pregunta. Me vi de pronto en su lugar ya que, de forma similar, era la historia de mi vida al crecer sin un padre que velara por nosotros. Nunca imaginaría un hijo mío bajo esas condiciones.

-No estas sola Beth –dije buscando el tono mas tranquilizador posible –vamos a resolverlo juntos.

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Un caluroso día de abril formalizamos nuestra relación, decidimos vivir juntos hasta llegar el día de casarnos; renté un departamento en un edificio cercano a la casa de sus padres ya que el mío era utilizado por mi madre en sus constantes visitas, una de ellas, el día de hoy en el que me invitaba a comer para hablar de mi relación.

-Hola madre –dije al entrar ofreciéndole su botella de vino preferida.

-Hola mi vida –respondió al abrazarme dejando de lado lo que hacía en la cocina.

Comimos mientras hablábamos de tanto y a la vez nada de nuestra vida, como evitando entrar en el espinoso tema por el que me había citado.

-¿Cómo está Lizy? –dijo en un diminutivo nuevo para su futura nuera.

-Bien –contesté con indiferencia.

-Por esta respuesta es por lo que estas aqui hijo, no la amas, ¿verdad?

-Sé a dónde vas, no te preocupes; ya lo había pensado –dije llenando de nuevo nuestras copas.

-¿Por qué lo haces entonces?, ¿por lo que pasamos?

-Ahí tienes tu respuesta –dije –un hijo mío tiene que crecer con su padre.

-¿Y su padre tiene que sacrificarse?, hay más opciones que esa.

-Lo tengo decidido, mejor cuéntame de nuevo de mi padre –le pedí para dar por terminado el tema.

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Pasaron los meses mientras se acercaba el esperado día en el que vería, y tendría en mis manos, a mi hijo; varón, nos dijeron después del último ultrasonido.

Por esas fechas, acompañé a mi madre a una de sus revisiones médicas con una doctora amiga suya, todo risas y recuerdos hasta la pregunta, solo como tema para hablar hasta la salida de mi madre, acerca de mi salud.

-¿Te has realizado una revisión general últimamente? –preguntó.

-No, con lo que he pasado no he tenido cabeza para hacerlo –respondí.

-¿Cómo te has sentido?, ¿algo que veas o sientas diferente en ti?

-Bueno, solo una cosa –mencioné haciendo memoria– es algo bochornoso.

-Dime

-Es una pequeña protuberancia bajo un testículo –dije apenado.

-¿Has sido promiscuo?

-Por algún tiempo si –respondí con sinceridad.

No dijo mas, escribió una dirección en un papel y me la entregó.

-Es importante que te revise un especialista –dijo muy seria– él es un amigo mío, le avisaré que vas.

La plática se dio por terminada ya que mi madre salía muy contenta por sus resultados, no así yo por la cara seria que me obsequio la doctora al salir.

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A la semana acudí con el medico recomendado, no mencioné la cita con alguien para evitar preocupaciones anticipadas, después de la revisión y del paso por el laboratorio regresé a casa; me sentía mal anímicamente pero trate de poner la mejor cara de que era capaz, la fortuna quiso que sus malestares por el embarazo fueran superiores a su atención hacia mi.

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En unos días tuve los resultados a mano, acudí con el médico para validar lo que mis escasos conocimientos en el tema pudieron haberme dicho al verlos.

-Siento tener que ser yo quien se lo confirme, pero no hay duda del resultado; es positivo.

-Quisiera otra opinión –dije aún con esperanza.

-Y está en su derecho de hacerlo –respondió –puedo recomendarle una clínica especializada si así lo quiere.

-Por favor, si.

La respuesta de esta última resultó ser el mismo, positivo; salí del lugar con el ánimo por el suelo. ¿Qué sería ahora de mi?, ¿cómo debería afrontar esto?; mis respuestas auguraban un futuro muy diferente al que había pensado y planeado. Tomé asiento en el primer lugar que encontré y lloré.

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Esta semana tenemos una cita para revisión en el embarazo de Beth, como siempre, junto a nosotros acuden sus padres; ocasión idónea para afrontar el tema que he venido posponiendo, no me será fácil decirlo pero debo hacerlo, pienso mientras estaciono el auto.

-Mi amor, ven –dijo ofreciéndome su mano –van a realizar el ultrasonido.

-Antes quisiera decirles algo –dije –es importante.

-Les dejo –mencionó la doctora –regreso cuando estén listos.

-Por favor quédese –le pedí– tengo unos estudios médicos que quisiera ayude a explicarles.

-¿Qué te pasa? –preguntó mi futuro suegro.

-No me asustes mi amor –dijo Beth.

-Dejemos que la doctora nos explique –dije esto último extendiendo los documentos que llevaba.

La doctora leyó con reserva lo que le ofrecí, por momentos levantaba la vista para de inmediato volver a poner su atención a lo que tenía en las manos. Después de segundos que parecieron años buscó mi mirada, me extendió los documentos y me dijo: “lo siento mucho”.

-Por favor doctora, ¿qué pasa? –dijo Beth– amor, dime.

-Permítanme explicarles –la interrumpió la doctora –estos documentos son el resultado de un análisis biomédico realizado al señor, el historial indica que hace algunos años presentó una fuerte infección y, como resultado de ello, un pequeño tumor se hizo presente a un costado de uno de sus testículos; por fortuna es benigno pero, a consecuencia de ella, sus conductos deferentes quedaron obstruidos; el último análisis muestra un conteo de espermatozoides igual a cero, prácticamente una vasectomía natural; el señor es estéril.

-¿Y se puede tratar? –pregunto mi futura suegra aun sin entender.

-¡Por Dios Estela!, ¡cállate! –pidió su esposo.

-Los dejo solos –dijo la doctora sin esperar respuesta.

Fijé la vista en Beth, la suya me rehuyó; pedí a sus padres nos dejaran solos y, a regañadientes, lo hicieron. Caminé hasta llegar a su costado, aclaré mi garganta y dije:

“Luché por mucho tiempo, lo que no imaginas, para liberarme de gente que nos hizo mucho daño, a mi y a mi madre; ahora, cuando pensaba que solo tenía a mi lado a las personas correctas, recibo uno de los peores golpes. He tratado con toda clase de enemigos, los peores son los que se aprovechan de los sentimientos de una persona; tú eres uno de ellos.”

Salí del lugar, no sabía lo que me depararía la vida; lo único que quería es que fuera mejor, al menos un poco…

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