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Mi primer regalo de navidad

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Veintitrés de diciembre, eran como las cuatro de la tarde cuando tocan a la puerta. Mi madre se apresura a atender con su mandil de cocina, llena de alegría. Mis tíos habían llegado para pasar la navidad en casa.

Mi tía, su esposo y su hijo desfilaban por la puerta entre risas, pasando a saludar de paso a mi papá, y mi mamá con suma euforia y calidez.

Habían llegado justo a tiempo para la comida, mi tía se acomidió a ayudarle a mi madre a terminar de preparar el estofado típico de las fechas. Y las risas, los recuerdos, anécdotas, y los saludos a petición de los familiares que no pudieron asistir este año.

Terminando la comida nos acomodaríamos como pudiéramos en las habitaciones disponibles de la casa. Mamá y papá no sufrirían por las visitas, mis tíos se quedarían en el cuarto de huéspedes, pero yo, en cambio, compartiría la recamara con mi primo.

A decir verdad no me molestaba en absoluto, siempre he llevado una linda amistad con mi primo desde niños, y ahora no es muy diferente; mantenemos contacto aún a distancia desde las redes sociales y nos llevamos bien pese a vivir en ciudades diferentes desde hace ocho años.

Yo tenía diecinueve años en ese entonces, él era un mayor, debía tener veinticuatro seguramente. Esa primera noche nos desvelamos un poco platicando de nuestras vivencias cuando éramos niños; me confesó que tenía novia desde hacía tres años cuando la conoció en la universidad, parecía algo serio, llevaban muy bien su relación, incluso me mostró algunas fotos que guardaba con mucho cariño en su móvil. Se les veía muy felices.

Justo en esas fechas no tenía pareja sentimental alguna, y a decir verdad sentía mucha envidia de mi primo. Sucede que siempre me ha atraído desde muy pequeños. No es para menos, es un chico muy lindo, agradable, amigable, maduro, e inteligente. Siempre estuve enamorada de su mirada seria, su seguridad y esa coqueta sonrisa simpática y natural que suelta cada vez que hace alguna broma, cuando menos te lo esperas.

Al día siguiente todo fue un torrente de emociones, un frenesí total. Mi abuela llegaba desde temprano, quien junto con sus hijas le ayudarían con la cena de navidad. En tanto, mi primo y yo seríamos los encargados de realizar las compras. Salimos en el auto de mamá. Y las compras, las filas, la tarjeta, el tráfico, el caos.

Pero yo estaba encantada de pasar el día de compras con mi primo, quien me alegraba el día con sus divertidas bromas, no lo sé, un poco me sentía como su novia en ese momento.

Ya por la tarde fue toda alegría y espíritu navideño. La familia llegaba a pasar la navidad; la casa estaba llena, todos reían y el calor de hogar empañaba las ventanas enajenando el helado frío del exterior. Los tíos jugaban cartas con mi papá, las tías conversaban amenamente con la abuela y con mamá. Y yo me divertía con los primos y primas en la sala, compartiendo anécdotas y recuerdos.

La noche se desarrolló de las mil maravillas, a mí siempre me ha gustado la navidad y mucho más en familia. Pasada la media noche, el ambiente había cambiado por completo; los adultos, ya con algunas copas encima, bailaban con las canciones típicas de las fiestas, las carcajadas resonaban en toda la casa, los niños luchaban por mantenerse despiertos después de un día de juegos y diversiones, y los adolescentes habíamos subido un poco el tono de la charla confesando experiencias más íntimas, alentados por el alcohol y los cigarrillos.

Mis primos fanfarroneaban un poco con sus conquistas y aventuras en la cama, mis primas un poco más reservadas, solo describían un poco sus experiencias omitiendo detalles. Pero no eran necesarios, mi imaginación era suficiente para hacer realidad aquellas fantasías en mi mente, potenciada por las bebidas en mi sangre y el humo del cigarrillo, cual dicho sea de paso no era de tabaco, que si bien no estaba fumando, sí que lo estaría inhalando inevitablemente.

Una de aquellas confesiones, la que me habría puesto más caliente, fue la de mi primo con quien compartía más que una simple amistad. Él, quien nos relataba sobre el frenesí sexual que desempeñaba con su novia, describiendo sin pudor alguno todo el acto, historia y contexto.

Fue en ese momento cuando comencé a sentirme realmente relajada, sí, era por la hierba, pero también por sus palabras. Poco a poco me perdía en sus relatos materializándolos en mi mente, haciéndome protagonista al reemplazarme por su novia. Al paso del tiempo me ponía más y más excitada, muerta de envidia por aquellas relaciones explicitas, fantaseando con ser yo la que gozaba del cuerpo de mi primo, ser besada, acariciada y penetrada por él.

Entonces no pude más, con las bebidas haciendo estragos tuve que ir al baño. Me alejé del grupo en la sala y caminé un poco mareada por los pasillos hasta el baño, que se encontraba entre la sala y la cocina, donde mis tíos tomaban y conversaban efusivamente.

Enseguida entré cerrando la puerta con seguro tras de mí, me senté en el mingitorio y desahogue mi vejiga con un fuerte y tibio chorro de orina. Al terminar, quise acomodarme el peinado que para esas horas de la madrugada ya lo tenía todo alborotado. Y mi vestido estaba arrugado y fuera de su sitio, entonces lo traté de amoldar de nuevo a mi cuerpo; le estiré con firmeza, me acomodé los tirantes y cuando revisaba que mi escote estuviese en su sitio, me acaricié mis senos.

De inmediato sentí como se inflamaban contrayéndose y endureciéndose al paso de mis manos, quienes siguieron su camino, deslizándose en mi cintura, abdomen hasta llegar a mi entrepierna. Ahí presioné fuertemente mi vagina con la palma de mi mano sintiendo como se mojaba al sentir mis dedos sobre ella, cual esponja lavaplatos. Ni siquiera lo sabía, pero estaba excitada como nunca.

Perdida en mis caricias, me senté en el retrete con la tapa baja. Abrí mis piernas y comencé a tocarme dulcemente. Mis bragas estaban todas mojadas y calientes, mis dedos se restregaban con fuerza en mi coño sobre mi ropa interior, haciéndome sentir las más excitantes caricias en mi cuerpo entumecido.

Afuera escuchaba las risas de mi familia, precedidas por las agudas voces de mis tíos al contar sus anécdotas con hilarante sarcasmo, mientras mi mano se deslizaban por debajo de mis mojadas bragas para acariciar mis calientes labios vaginales con mis fríos dedos, produciéndome un estremecedor escalofrío que me erizaba toda la piel. Cuando de pronto escuché a mis tíos aparentemente despidiéndose muy cerca del baño.

Asustada, me apresuré a arreglarme para salir a toda prisa y comprobar que efectivamente la familia se estaba separando de nuevo, quizá por otro año completo más.

Ahí, me uní a los abrazos, las felicitaciones y las tristes despedidas. Y sin saberlo, en un momento la casa había quedado en completo silencio, sola y sin ese calor de hogar. Mis padres se dirigían un poco tomados a su recamara. Pude ver a mi primo subir en pos de ellos a mí… nuestra alcoba.

Ya bien caliente quería regresar al baño y terminar con lo que tanto necesitaba aquella navidad. Pero el impulso por estar con mi primo fue más fuerte, simplemente no pude dejarlo irse solo, quizá pensaría que ya no me importaba más hablar con él, sin saber que no había otra cosa que deseara como regalo, que su compañía.

Tan solo regresé a la cocina a apagar las luces que se habían quedado olvidadas, hice lo mismo con la lámpara de la sala, y de paso me terminé mi trago de vino que había dejado a medias.

Así me dirigí a mi habitación donde sabía que estaría esperándome mi querido y deseado primo. Subí las escaleras, caminé por el pasillo y al pasar por mi puerta lo vi. Estaba poniéndose su ropa de dormir. Simplemente no lo podía creer. Mi primo se había desnudado en mi habitación, con la puerta abierta y me lo había perdido.

Maldiciendo a mis adentros, caminaba a mi cama mientras él, sobre su saco de dormir que había colocado al pie de mi cama, se terminaba de cubrir su tonificado y marcado torso, dejándome todavía más caliente.

Entonces me desinhibí por completo. Si él había tenido la suficiente confianza e insolencia para desnudarse en la recamara de una dama, ¿por qué yo no lo haría? De cualquier forma era mía.

Así, con aquella chantajista excusa en mi mente, tomé mi ropa de dormir, apagué la luz del cuarto, y sin más me desnudé en medio de la habitación casi frente a él.

No sé si pudo verme, pienso que sí. Me encantaba esa idea, todo ese bello momento me gustaba mucho, no quería que terminara ese día, por ello quise continuar con la plática y pregunté en voz alta si todo lo que había confesado era verdad.

Aventé la pregunta al viento, como no queriendo que la escuchará nadie en específico, mirando el techo de la habitación con la mirada perdida y mi cuerpo temblando de excitación.

Ahí, en la penumbra y el completo silencio de la noche, mi primo me aseguraba que no había dicho mentira alguna. Aprovechando que había mordido el anzuelo, me apresure a replicarle otra pregunta más, fingiendo inquietud por lo que su novia pudiese pensar de enterarse que se andaba divulgando su vida privada de esa manera, a lo que enseguida me respondía “Para nada.”

En un principio creí que me lo decía para que me quedara tranquila, pero continuó explicándome que, además de haber relatado su vida íntima en familia, de hecho a su novia le gustaba hacer pública su sexualidad, confesándome que ella hacía lo mismo con sus amigas todo el tiempo.

Y entonces no supe que pensar. Si todo eso sería una vil mentira planeada, o si en verdad su relación era así de abierta. En tal caso me parecía imprudente, me había dejado una imagen de su novia muy baja, como si no le importara su noviazgo, la imaginaba como una cualquiera.

Pero aun así me carcomía la envidia, de ser todo cierto, el imaginar hacerlo como lo había relatado me hacía desear por experimentar en carne propia, aunque fuese una de aquellas veces. Me moría de ganas por ser la zorra de mi primo.

“¿Y además de exhibir sus intimidades en la cama, qué más le excita?” le pregunté, refiriéndome a su pareja sentimental, arrancándole una risa espontanea. Me respondía que le gustaban los juegos de rol como ya nos había confesado. Compartí su risa y me atreví a cuestiónale qué era lo que le gustaba a él.

Pausó un momento, suspiró y en tono más serio me confesó que le gustaba hacer feliz a su pareja, le gustaba lo que a ella le gustara, venga, que le excitaba excitar. Y sin duda lo que a mí me excitaba, era él.

Tan solo de escuchar su voz y saber que estaba en mi cuarto, era suficiente para maravillarme y deleitarme con su presencia, mientras mi mano regresaba a mi entrepierna bajo las sabanas de mi cama jugueteando con mi clítoris erecto regocijándome con las palabras de aquel chico maravilloso, hermoso y atlético, menospreciado por su estúpida amante que no le sabía valorar.

Finalmente enmudecimos y la oscuridad del cuarto apagó nuestros ecos. Cansado, mi primo poco tardó en conciliar sueño, pero yo no podía, estaba insoportablemente caliente, realmente necesitaba tocarme. Así que continué tocándome con extrema cautela de no alarmar a mi primo.

Pero estaba tan excitada que mi respiración se aceleraba agitadamente, los latidos de un corazón embestían con rudeza bajo mis senos y mis dedos me proporcionaban un hermoso placer asiéndome gemir un poco, al sentir las tortuosas carisias de mis dedos en mi mojado coño que hacían ruidillos húmedos bajo las sabanas. Dibujando aquellas fantasías en mi mente, lentamente sentía mi vagina dilatarse a punto de hacerme venir.

El silencio se veía desgarrado por los sonidos de mis dedos restregando mis fluidos en mi vagina y por mis sutiles quejidos que exhalaba sensualmente incapaz de contener el aliento de lo excutada que estaba. Al tiempo que me imaginaba el cuerpo de mi primo sobre el mío, sentir sus caricias y saborear sus besos, seguía y seguí dándome placer.

Entonces no lo soporté más y salí de la cama, me desnudé, y así, me metí en el saco de dormir de mi primo, quien estaba perdido en sus propios sueños. Completamente loca, me inmiscuí bajo sus cobijas, me subí en él y comencé a restregar su mi cuerpo en el suyo.

Él aún dormía cuando yo me masturbaba con su pene, restregándolo en mi húmeda vagina, contoneando mi cadera de arriba abajo.

Entonces despertaba para encontrarse con su prima ardiente sobre él, sin saber bien que pasaba. Adormitado, mi primo intentaba conciliar lo que sucedía, sin poder dar cabida a la realidad. Porque la realidad era que me lo estaba follado. Finalmente lograba entrar en razón para hacerme segunda en aquel bello e indecente momento.

No sé si también lo quería, pero al sentir mi cuerpo desnudo sus manos cobraron vida, abrazándome con sus fuertes brazos, acariciándome seductoramente desde mi espalda hasta mis nalgas y piernas. Estaba encantada y extasiada de por fin estar cumpliendo la fantasía de encarnarme en la novia de mi primo.

Encantada me lancé en un apasionado beso enamorándome con sus labios húmedos en los míos, mientras le desnudaba desesperadamente para frotarle mis senos duros en sus fuertes pectorales. Enseguida, le bajé los pantalones para refregarle mi caliente y mojado coño en su pene completamente erecto, a lo largo de su duro escroto.

Seguí así un largo tiempo, estaba tan fascinada que tenía toda la certeza de que me haría venir ahí mismo. Pero él me quería completa intentando penetrarme. Yo no quería hacerlo, tenía un poco de miedo pues nunca lo había hecho antes, aún era virgen.

Pero me sentía tan bien, tan excitada, tan fogosa, tan suya, que no pude detenerlo. En cambio le abrí mis piernas alrededor de las suyas, permitiéndole a su miembro erecto y cálido deslizarse dentro de mi estrecha vagina adolecente.

Entre desgarradores susurros le pedía que lo hiciera despacio, mientras él me besaba el cuello con extrema pasión, haciéndome estremecer perdida en sus carisias, al tiempo que lentamente me encarnaba su largo y grueso miembro.

Me dolió mucho recuerdo, pero al mismo tiempo me gustaba tanto que me hacía gozar como nunca, regalándome los mejores placer de todo mi vida, sintiendo cómo la cabeza de su glande desgarraba mi himen rompiéndome el coño profundamente, pero al mismo tiempo complacerme por fin con su pene dentro de mí, como tanto deseaba y necesitaba.

Ahí, quería parar para recuperar aliento, pero no pude, estaba realmente caliente y enamorada del momento. Seguí besándolo amorosamente mientras él me penetraba al ritmo que movía mi cadera, dilatando mi estrecha cavidad para permitirle plantarme cada vez más fuerte, más profundo y más rápido, estimulándome increíblemente, al tiempo que le agradecía gimiéndole en el oído con extrema excitación rogándole porque no parará hasta hacerme correr encima de él.

Entonces continuó con el satisfactorio vaivén de su miembro penetrando en mi virgen vagina bañándose con los fluidos naturales de mis eyaculaciones y el rojo propio de mi himen desgarrado dentro de mí. Cuando sentía un inminente orgasmo explotando desde lo más profundo de mi cuerpo que me hacía sollozar como zorra sobre él, contrayendo mi cintura para apretujar mis piernas intentando contener tan intenso primer orgasmo sexual. Un regalo desde lo más íntimo de mi ser.

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