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Mi primo y su amigo me follan atada por todos los orificios
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Mi nombre es Sandra y tengo 21 años. Después de follar por la tarde con mi primo y su amigo por separado, por la noche me follan atada en plan esclava por todas partes y me llevan a comportarme como una zorra con ganas de recibir más y más.

Resumen de la primera parte:

Ayer salí a pasear en barco velero con mi primo Nacho. Su amigo Dylan, un australiano de pelo rubio y rizado, ojos azules y que está como un queso, se apuntó en el último momento. Hicimos nudismo y quedé maravillada con el miembro del rubito. Después de nadar un rato en el mar, me senté a descansar en unas rocas bajo el acantilado, para relajarme y se me pasara el calentón. En esto estaba cuando Dylan emergió del agua. Entre unas cosas y otras, terminamos follando allí mismo. Entonces entendí que ellos lo habían planeado con intención de follarme juntos al caer la noche, además de una sorpresa que, según el australiano, me tenían reservada. Estaba tan cachonda, que terminé enculada por mi primo como aperitivo de lo que habría de venir.

Mi primo y su amigo australiano me follan en un barco velero

Segunda parte y final.

A eso de las diez de la noche, mientras yo disponía todo para la cena, Dylan y mi primo preparaban un par de trampas para capturar langostas. Dylan quedó a la espera cuando las echaron al mar y Nacho regresó conmigo, pero en la pequeña cocina todo estaba listo. Sin nada más que hacer, mi primo se entretuvo anotando datos en el cuaderno de navegación, y yo fui con el australiano. Me senté en cubierta igual que él, con las piernas colgando por fuera del casco.

―¿Cómo van las capturas? ―le pregunté forzando la sonrisa.

Él tiró de la cuerda, estimó el peso y respondió igual que un niño impaciente:

―Todavía no ha caído ninguna, pero no deben tardar.

―¿Puedo pedirte un favor muy grande? ―pregunté poniendo morritos.

El rubito asintió con la cabeza y quedó a la espera.

―Sube las trampas lo suficiente para que no caiga ninguna. Luego le dices a Nacho eso, que no han caído. Hazlo por mí, por favor.

Dylan me miró sorprendido y tiró por el camino equivocado.

―No me digas que eres de esas que no comen nada que haya estado vivo.

―No, no es eso, como de todo, pero sin saber o ver cómo ha ocurrido. Con las langostas, supongo que será de forma cruel y estaré cerca. Prefiero no imaginarlo, ni comentarlo con Nacho, porque es un cabezota y me lo negará. Por otro lado, no entiendo que dos amantes de la fauna marina, pretendan lo que pretendéis ―añadí con los ojos humedecidos.

Al verme en este estado, entendió cuán importante era para mí y lo hizo. Yo estaba tan feliz, no solo por salvar a las langostas, también porque se mostró comprensivo y solidario conmigo, que me abalancé sobre él, caímos al suelo y quedé tendida sobre su cuerpo. Le besé varias veces al tiempo que acariciaba su mejilla hasta la sien, luego le hablé conmovida.

―Eres un buen tipo. Imagino que tu mujer sabe la suerte que tiene contigo. Pero, ahora que caigo, si le dices a ella, en un arranque de sinceridad, algo sobre lo que ha ocurrido y ocurrirá, déjame al margen, porque Denia es una ciudad pequeña y no quiero problemas.

―Hace tiempo que arrastramos problemas y cada uno va a lo suyo ―dijo con un hilo de amargura.

―Pues lo que ella desprecia, otras lo aprovecharán, yo en este caso, porque debes ser un rompe corazones.

―No es tan fácil como imaginas, Sandra, porque la mayoría de las mujeres con las que puedo tener algo, saben que estoy casado y no es cuestión de airear mi vida sentimental.

―Pues no sufras por eso, Dylan, porque puedes llamarme cuando quieras y nos damos un homenaje en plan, soy la más puta de todas y tú el mayor pervertido.

Esbocé una sonrisa tratando de despertar una en su rostro. Lo hizo y volví a besarlo, al tiempo que alzaba el vientre lo justo para introducir la mano entre la bermuda que vestía. Llegué a su verga y estaba dura como un salchichón.

―Espero que hayas rellenado el depósito desde que lo hicimos esta tarde ―le dije mientras se la acariciaba―. Mira que no admitiré gatillazos por parte de ninguno.

Dylan soltó una carcajada y plantó sus grandes manos en mi trasero. Las percibí como si tocaran la piel desnuda, gracias a la tela fina de mi pantaloncito.

―Mejor no sigo, no sea que te vengas antes de tiempo ―le dije forzando una mueca maliciosa.

Me deslicé por su cuerpo hacia abajo, tiré de la bermuda hasta que tuve el miembro a la vista, le di unos besos en el capullo y lo succioné unas cuantas veces, antes de ponerme en pie.

―Esto es solo un pequeño adelanto ―anuncié―. Ahora vamos con Nacho, que debe estar impaciente.

Le ayudé a levantarse, subió las trampas vacías y regresamos con mi primo.

Dylan le habló de las escurridizas langostas, tal y como acordamos, y yo añadí, bromeando, que eran discípulas del Gran Houdini. Todos reímos y nos conformamos con lo que había, que no era poco, con un menú compuesto por una tabla de quesos variados, otra de embutidos, un bol grande con ensalada de frutas, otro pequeño con pepinillos en vinagre ―que tanto me gustan― y pan en abundancia, acompañando con agua, vino y cerveza al gusto de cada cual.

Después de cenar, mientras degustábamos un exquisito pastel de manzana que había preparado mi madre, los pepinillos seguían en la mesa porque yo era la única que los probó. Entonces se me ocurrió una maldad y me metí gateando bajo la mesa, fingiendo que buscaba un pepinillo caído.

―Estabas aquí, pequeño travieso ―dije con voz aniñada al tiempo que sacaba la verga de Nacho de su bermuda. Este dio un saltito sobre el asiento y añadí―. Ya no te volverás a escapar.

Dylan era incapaz de contener las carcajadas. Nacho no reía, estaba entregado a la mamada que yo le practicaba.

―Parece que después de todo, este no era mi pepinillo, porque es demasiado pequeño ―bromeé tras un par de minutos chupando la polla.

La dejé y me fui a por la de Dylan, que no me vio venir porque se mondaba de risa.

―Este pepinillo se parece más al que busco ―dije cuando la tuve en las manos―, pero también debo probarlo para estar segura.

La metí en la boca y le dediqué más tiempo y entusiasmo. Había decidido que Dylan sería mi favorito en agradecimiento a su gesto con las langostas, también por mentir a su amigo por mí.

Apenas salí de debajo de la mesa, Nacho anunció que me tenían reservada una sorpresa, ―como si yo no lo supiera desde la tarde, aunque Dylan no había especificado cuál era―, y propuso dármela. Yo negué con la cabeza y ellos quedaron mudos, lanzándose miradas de, esta tía está como un cencerro. Les di más motivos para pensarlo cuando salí corriendo hacia cubierta. Pocos minutos después salieron a buscarme, pero no me hallaban por ningún lado.

―Puede que se haya tirado al agua ―dijo Dylan.

―No hagas payasadas, Sandra, que de noche es peligroso nadar ―gritaba mi primo rodeando el casco con la vista puesta en el agua.

Con el fin de que no se preocuparan, pues tan solo era un juego, hice un ruido premeditado, el australiano me vio entre la vela recogida en la botavara ―palo horizontal unido al mástil― y me pidió que bajara.

―No pienso bajar porque queréis abusar de mí ―dije conteniendo la risa―. Debéis saber que soy la hija del gobernador más importante en las Américas, del temible Gobernador de las islas Coños Vírgenes. Vosotros sois piratas, también temibles, que me han secuestrado sin pedir rescate, motivados únicamente por el deseo perverso de hacerme vuestra hasta saciaros. Dentro de lo malo, al menos no sois viejos ni feos, tampoco con pata de palo ni parche en el ojo.

No pude contener la risa, ni ellos, que lo hacían a carcajadas.

Viendo que Nacho venía a cogerme desde un lado, quise zafarme corriendo, pero Dylan me capturó en el otro, abrazando mi cintura fuertemente desde atrás y levantándome del suelo un palmo. Evité gritar, porque reinaba el silencio de la noche, ―alguien que estuviera a menos de unas millas podría pensar lo que no era―, y patalear demasiado por no lastimar al bueno de Dylan.

―Échame una mano, Nacho, que esta fierecilla está descontrolada ―dijo el rubito en plan, soy una nenaza.

―Nacho, no, por dios te lo pido, también por mis catorce hijos. ―Ya no pude contener la risa―. Porque es el granuja que me pervirtió siendo yo tan joven y desvalida.

En una milésima de segundo, cambié ‘granuja’ por ‘mi primo’, parentesco que Dylan desconocía; Nacho le había dicho que solo éramos amantes.

Riendo como un chiquillo, mi primo me cogió de los pies y juntos me llevaron al camarote, igual que dos matones de la mafia cargando un fiambre. Allí, a los pies de la cama, ―que ocupaba todo el espacio entre los mamparos de estribor y babor―, Nacho cogió una cuerda de nailon, mientras el otro me sujetaba fuertemente, la pasó por un gancho en el techo, me ató las manos juntas con un extremo, tiró de la cuerda hasta dejarme con los brazos en alto y los pies descalzos bien asentados en el suelo, y amarró el otro extremo a una barra de metal en el cabecero de la cama.

―No me azotéis, por favor ―gemí fingiendo temor―. Prefiero ser follada antes que recibir latigazos. Prefiero placer antes que dolor.

―Ya veremos qué hacer contigo, golfilla ―dijo Nacho metido en su papel.

Yo no podía creer que aquella fuera la sorpresa que tan celosamente me habían ocultado. Lo mejor de todo es que me excitaba la situación, ya acostumbrada a que Nacho me lo hiciera atada desde que, el primer día, le engañase diciendo que me gustaba el sexo de este modo.

―Creo que lo primero sería desnudarla ―opinó Dylan en un arranque de lucidez―, porque así lo veo complicado.

―Elemental, querido Watson ―dejé caer con risitas.

―La desdichada no sabe lo que se le viene encima ―añadió Nacho desafiante.

En un alarde de masculinidad, Nacho desgarró la camiseta que yo vestía. Entendí que conocía que para mí era vulgar y corriente.

―¡Bravo! He aquí, damas y caballeros, al pirata más temible de los mares ―proclamé a bombo y platillo, como el director de pista en un circo.

―Tú solito te lo has buscado, compañero ―dijo el australiano riendo como un canguro―. Ya no te quitas el San Benito, como decís en España. Con lo fácil que es hacerlo antes de atarla ―añadió.

A modo de demostración para su amigo, Dylan me bajó el pantaloncito y lo sacó por los pies. Así quedé completamente desnuda.

Entonces, Nacho aflojó la cuerda en el cabecero, vino a mí, se quitó la bermuda y me forzó a arrodillarme. No opuse resistencia, abrí la boca y pugné por tragar su verga erecta adelantando la cabeza hacia ella, pero Nacho era quien quería jugar ahora y retrocedió un paso. Gateé como buenamente pude, porque seguía con los brazos en alto, tratando de alcanzar la salchicha.

Fue una situación para olvidar, la típica que no publicarías en las redes sociales por muchos millones que te hiciera ganar.

―Ya basta, Nacho ―le dije con carita de niña arrepentida―. Si me das el salchichón, mira que lo ensalzo por encima de una salchicha, prometo no burlarme más de ti.

―Esto es actitud, estimado Dylan ―presumió ante su amigo y luego avanzó un paso.

Como tenía la polla inclinada hacia mi derecha, y Nacho seguía juguetón, me tocó esforzarme para abarcarla con los labios. ―Ya no te me escapas―, pensé, mientras convertida en una serpiente la tragaba. No obstante, Nacho se apiadó, ―entre comillas porque tenía tantas ganas como yo―, sujetándola con la mano para facilitarme la felación.

―Yo también quiero ―dijo el australiano al tiempo que se desnudaba.

Se colocó al lado de mi primo y fui tragando una u otra polla en función de sus caprichos, alternándose en periodos de apenas medio minuto, suficiente para que mis labios y lengua hicieran maravillas, lamiendo el glande primero, succionando después antes de tragar cuanto buenamente podía.

―Es suficiente por ahora ―anunció mi primo y volvió a tensar la cuerda, suficiente para que mi cuerpo pudiera doblarse un tanto por la cintura.

Mientras Nacho me acariciaba los pechos y pellizcaba los pezones, Dylan se puso a mi espalda, me separó la nalga derecha buscando la entrada vaginal y me hundió la pija con dos empujones. Opinando que con uno bastaba, estando tan mojada, arqueé la espalda y saqué culo.

Las penetraciones ganaron potencia y velocidad, gracias a que Dylan me tiraba de las caderas y soltaba cuando el culo rebotaba contra su vientre.

―Tienes que probar ese culito casi adolescente, Dylan ―dijo Nacho pegado por delante a mí, mientras me masturbaba el clítoris con dos o tres dedos, ―era difícil precisarlo―.

―No paréis ahora, por lo que más queráis ―imploré gimoteando a las puertas del orgasmo, juntando los muslos y las piernas cruzadas, suspendida porque las rodillas no me sustentaban.

No recordaba un orgasmo tan intenso a mis casi veintidós años, y lo festejé gritando al borde de la histeria.

Nacho fue el siguiente detrás de mí. Me colocó de cara a la cama, para joderme bien jodida mientras yo se la chupaba al rubito subido en ella. Repitieron otra vez cada uno, pero el placer, aunque mucho, no era igual.

―Dylan, guapetón, hazme un favor y coge un botecito de lubricante anal que tengo en el bolso ―le pedí con extrema dulzura cuando noté que quería encularme―. Si os vais a dedicar los dos a lo mismo, creo que necesitaré ayuda.

Desde el segundo día que follé con Nacho, lo tenía en el bolso por si acaso.

El australiano se embadurnó la polla, luego puso una buena cantidad en el ano y me fue penetrando despacio, arrancándome gemidos de dicha con cada centímetro ganado, hasta que enterró la mitad y comenzó a sodomizarme enloquecido, arrancándome alaridos de placer, empujando al tiempo que tiraba de mí, aferrado con las manos a las tetas. Entonces recordé cuando nos espió por la tarde, especialmente su rostro excitado cuando mi primo me daba por el culo.

―¿Así se lo hiciste a la holandesa en Ibiza? ―le pregunté a Dylan girando el rostro hacia atrás.

―No fue lo mismo ―respondió entre jadeos―. Ella no movía el culito como lo haces tú. Yo apenas tengo que hacer nada.

―Entonces aprovecha para darme gustito en el clítoris con los dedos.

Antes de que Dylan lo hiciera, mi primo se anticipó.

―Tú jódela bien el culito, que yo me encargo de lo otro.

Nacho detuvo mis movimientos un instante, el tiempo justo para levantarme la pierna derecha y clavarme la verga en el coño por delante.

―Dale ahora, amigo mío ―dijo mi primo―, que esta zorra nunca ha probado dos pollas al mismo tiempo.

En esto tenía toda la razón, porque nunca me habían hecho una doble penetración. Entonces, para guardar el equilibrio, pasé las manos atadas por su nuca, me colgué de su cuello y sentí cierta vergüenza, porque no podía ocultar mis gestos de putilla viciosa. Así llegué al clímax, exigiendo, al borde de la histeria, al australiano que me destrozara el culo.

―Ahora ponte tú delante, Dylan ―apremió mi primo―, que ya voy teniendo ganas de correrme y antes quiero disfrutar su culito.

Antes de encularme, Nacho me metió dos dedos en el coño desde atrás y me folló con ellos al tiempo que me comía el cuello. Yo suspiraba con la boca muy abierta y los ojitos entornados. Luego introdujo la verga entre los muslos y quedó quieto. De este modo deslicé la raja por la polla con impetuosos movimientos de pelvis.

―Ahora lo necesitarás más que nunca ―dijo antes de embadurnarse el miembro con lubricante―, porque te voy a joder el culo hasta que me canse.

Me obligó a levantar nuevamente la pierna y me la clavó en el ano de un envite. Dylan me la sostuvo en el aire y penetró el coño.

―¿Te parece que nos corramos cada uno en un agujero? ―propuso Nacho a Dylan.

―Dylan no, que apenas le conozco ―protesté anticipándome a la respuesta del otro, mirándole a los ojos―. No te lo tomes a mal, Dylan, pero no me gusta que se corran dentro de mí, sin tener plena confianza. Esta tarde lo hiciste en la boca y puedes repetir.

―No te preocupes, preciosa ―respondió comprensivo cuando empezó a follarme el coño―, porque tengo en mente algo intermedio.

No discutí cuál sería ese algo intermedio y preferí esperar acontecimientos.

Durante unos diez minutos los dos me dieron placer al mismo tiempo, acompasados como si tuvieran experiencia haciéndolo juntos. El primero en correrse fue mi primo, inundando el recto con varias descargas tibias y abundantes. Cuando hubo terminado, el rubito me liberó las manos, me forzó a tumbarme a los pies de la cama, juntó mis muslos y volvió a penetrarme el coño. Me folló unos minutos más, la sacó y me derramó el semen por encima del ano. Luego siguió pajeándose, disfrutando los últimos resquicios de placer, mientras observaba cómo el semen fluía por la raja de la vulva, ahora cerrada, hasta pringarme la cara interna de los muslos. Yo terminé masturbándome en esta postura, metiendo la mano por debajo del vientre, unos minutos más hasta correrme por tercera vez.

―Ha merecido la pena, compañero ―dijo el australiano a mi primo―. Es más pervertida de lo que habías comentado.

Los dos rieron, y yo con ellos, feliz porque este tipo de comentarios me gustan en estas situaciones.

Un rato después, mientras hablábamos distendidamente sentados en los bancos de popa, planeamos cuándo podríamos repetir. Si por mi fuera, querría todas las noches, pero no llegamos a concretar porque mi trabajo nocturno era un inconveniente: tampoco era cuestión de salir a las cinco de la madrugada, navegar hasta un lugar discreto, hacerlo y regresar con el día a dormir en casa y levantarme para comer con mis padres.

Nos acostamos a eso de las cuatro de la madrugada, los tres juntos en la cama conmigo en medio.

Era medio día cuando desperté con una extraña sensación, como si viviera un sueño. Abrí los ojos y mi primo no estaba, sin embargo, en la postura de la cucharita, noté deslizarse algo entre mis nalgas. Giré la cabeza y ahí estaba el australiano, paseándome la verga por la raja.

―No me digas que tienes ganas otra vez ―le dije con cierta apatía.

―Solo uno rapidito ―propuso él.

―Haz lo que quieras, pero yo no me muevo, que estoy para el arrastre ―respondí con la misma apatía.

Solo consentí que me estirara la pierna derecha, la que tenía sobre la sábana, luego se arrodilló a horcajadas sobre ella, separó las nalgas con una mano y me penetró el coño. Así me estuvo follando unos diez minutos, luego colocó la polla delante de mi boca, la abrí y esperé con la lengua fuera a que se corriera en ella.

―Me has ahorrado el desayuno ―dije después de tragar su leche y reímos juntos.

―¿Iba en serio la propuesta que me hiciste anoche? ―preguntó poniéndose serio.

―Supongo que te refieres a cuándo te propuse llamarme cuando quieras y echar un polvo en plan guarro. ―Dylan afirmó con los ojos y le tomé la mano―. Claro que iba en serio. Es más, te diré algo y que quede entre nosotros. ―Afirmó con el mismo gesto―. Con Nacho me gusta follar y quedo satisfecha, pero contigo disfruto más. Creo que puedo compartirme con los dos cuando no estemos juntos los tres.

En esto quedamos y fuimos con Nacho.

Cuando regresábamos a puerto, mi primo me dejó llevar el timón por mar abierto. Aprovechamos esta situación para aclarar cierto asunto. No me gustó la encerrona que me había preparado con Dylan, aunque terminó gustándome. Por ello llegamos a una serie de acuerdos: por un lado, convinimos que era buena idea mantener en secreto que éramos primos fuera del ambiente familiar; por otro, limitarnos a una relación estrictamente sexual; por último, permití que me sorprendiera en el futuro y someterme a sus caprichos para que me viera como una golfa y yo a él como un cabrón, fomentando así una relación liberal alejada de los sentimientos románticos.

Solo el paso de los días nos mostraría si el camino elegido era para bien o para mal.

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Espero que el relato haya sido del agrado de los lectores. Reitero que los comentarios son buenos para conocer vuestras impresiones o sugerencias. Prometo responderlos todos.

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