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Mi primo y su amigo australiano me follan en un barco velero

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Antes de nada, gracias por leerme y, como soy nueva en esta web, espero comentarios para conocer vuestras impresiones o sugerencias. Prometo responderlos todos.

Después de doce años sin vernos, la reaparición de mi primo Nacho supuso una brisa de aire fresco a mis casi veintidós. Tiene un barco velero que necesitaba limpieza y mantenimiento. Durante unos días le ayudé con estas tareas, con la condición de que me llevara a pasear en barco tras realizarlas. También me interesaba pasar tiempo con mi primo y ponernos al día. Tanto nos pusimos al día, que surgió la llama del deseo carnal y follamos como conejos en el velero lejos de la costa.

La historia se repitió los días siguientes.

El último, cuando veníamos de pasar la tarde en Gandía, mi primo dijo que no podía esperar a llegar a puerto y follarme en el barco, y quiso que lo hiciéramos en mi pequeño y coqueto Seat 600 rojo. Me negué en rotundo argumentando que era demasiado chiquito, pero Nacho insistió tanto que paramos en un camino entre matorrales. Creo que debimos probar en todas las posturas del Kama Sutra, pero no hubo forma. Entonces entendió que la gente era más menuda cuando fabricaron el coche y se apañaban mejor.

Después de aquello, un día mi primo conoció a Dylan y congeniaron desde el primer instante, gracias a la pasión de ambos por la navegación y el submarinismo. La tarde siguiente me lo presentó y los tres fuimos a navegar. El nuevo amigo es un australiano de treinta años y se confesó un enamorado de España y del Mediterráneo, desde que vino de vacaciones hace diez años. Le gustó tanto Denia que decidió quedarse, conoció a una chica y se casaron. Yo quedé prendada de sus ojos azules y labios carnosos. También de su inconfundible pinta de surfista con cabello rubio y rizado hasta los hombros, además de un tipazo que nubla el sentido.

Dos días después fueron juntos a la isla de Ibiza. Allí estuvieron otros dos, recorriendo la costa con el velero y buceando en sus aguas cristalinas. La tarde que regresaron, además de narrarme sus aventuras, contaron que habían tenido tiempo para divertirse en la capital, jactándose especialmente de haber conocido a dos frívolas holandesas, a las que, al parecer, se follaron por todos los agujeros. Que lo hiciera mi primo es razonable, porque es soltero y no hay compromiso entre nosotros. Pero lo del otro, esto si tiene delito: casado y persiguiendo faldas, —mientras las conservaron puestas las de Países Bajos.

Aprovechando que yo no trabajaba ayer, planeamos salir con el barco después de comer, con intención de pasar la tarde y la noche fondeados en una zona de acantilados poco concurrida, pero Dylan se apuntó en el último momento.

Apenas llegamos, ellos se pusieron el equipo básico de submarinismo: gafas, tubo de respiración y aletas. Luego se lanzaron al mar. Yo no lo hice porque alguien debía quedar a bordo: nunca se sabe con los amigos de lo ajeno. Dylan fue el primero en regresar, me dio el relevo y me prestó su equipo. Esta era para mí la primera vez buceando, y mi primo, en calidad de biólogo marino, me fue nombrando y aportando información sobre todo aquello que veíamos. Lo disfruté tanto, que regresé la mar de feliz, pero me sorprendió no ver al australiano cuando subí por la escalerilla de popa. Le busqué en la cabina y el camarote, pero no estaba. Me puse en lo peor, y continué por cubierta hasta que lo vi tumbado en proa tan tranquilo.

Le observé impactada un instante, procurando no hacer ruidos que me delataran, luego regresé a popa con mi primo.

—Dylan está como su madre le trajo al mundo —le dije muy nerviosa.

—No entiendo qué tiene de malo —respondió como si tal cosa.

—Pues eso, que el rubito está en pelotas en la proa —insistí con las definiciones por si no lo había captado.

Nacho me miró fijamente, soltó un par de carcajadas y refrescó mi memoria tirando de ironía.

—Si no me falla la memoria, una tal Sandra se quejaba el otro día de que no hay playas nudistas por la zona, y presumía de no importarle que la vieran desnuda o que otros lo estuvieran.

—Sabía que tarde o temprano me saldrías con esas —le respondí sin apartar la vista del australiano—. Pero es diferente, porque soy una más entre muchos. Ahora estamos solos los tres y Dylan me pone demasiado, sobre todo lo que tiene entre los muslos.

—Puedes denunciarlo al capitán del barco o lo que quieras, mi puritana Sandra —respondió indiferente, entró en cabina y regresó desnudo con un par de cervezas que compartió con su amigo.

Les observé durante un rato dudando si aquello era real. Bajé de las nubes cuando Dylan se levantó y caminó con dos botellas vacías hacia mí. Me soltó un, —hola, guapa— cuando pasó delante de mí, entró en la cabina y regresó con Nacho como si nada portando dos botellas llenas. Mientras lo hizo, perseguí con los ojos su divino culo. Entonces fui consciente de que tarde o temprano tendría que imitarlos por no quedar como el orto. Con esta idea me quité el bikini y celebré con una cerveza mi dudosa valentía. En un cuarto de hora cayeron otras dos por mi cuenta, mis ojos se nublaron y me senté en uno de los bancos recostada contra el respaldo, con las piernas semiabiertas y los ojos cerrados.

Ellos regresaron cuando no tuvieron más batallitas que contarse, encontrándome de aquel modo. Abrí los ojos sorprendida cuando Dylan dijo que yo tenía algo ahí, sin precisar dónde, pero dirigiendo la mano hacia mi entrepierna. Rascó mi rodilla con la uña y sonrió, afirmando que se trataba de una pequeña costra, y no de un bichito como pensaba.

—Creo que tienes un bichito —dijo Dylan, abrí los ojos y sorprendida vi que dirigía la mano a mi entrepierna—. No es un bichito, sino una costra —añadió tras rascarme la rodilla con la uña.

—Una costra te daría yo —murmuré lo que pretendía ser un pensamiento.

Yo no supe si se trataba de una broma. Lo dejé pasar atacada de los nervios, porque mi primo se sentó a mi lado y el rubito en el otro banco frente a mí, con las piernas cruzadas y el pájaro en el nido.

—Al final se ha quedado buena tarde, porque han desaparecido las nubes que había en el horizonte cuando salimos. —Traté de dar conversación, aunque fuera estúpida, para no mirar la polla que tenía delante de mis ojos, no fuera a pensar el rubito que era la primera que veía en mi vida.

—Parece que tienes mala cara, como si estuvieras mareada —me dijo el de los rizos pasando olímpicamente del parte meteorológico.

—Deben ser las tres cervezas que he tomado y creo que me despejaré con un baño —respondí y me lancé al agua dando media vuelta y mostrando la cara oculta de la luna.

Después de nadar un rato, me había relajado con el ejercicio y rebajado el calentón gracias al agua fría. Entonces decidí sentarme en unas rocas situadas en un entrante del acantilado. Allí pondría en orden mis ideas y ganaría tiempo para encontrar a Dylan vestido, aunque fuera con un taparrabos, cuando regresara. Entonces, como si fuera el periscopio de un submarino, un tubo de respiración emergió del mar, luego un rostro cubierto con gafas de buceo y finalmente el cuerpo escultural que me traía de cabeza, con aquello colgando.

Con el rostro serio, a un metro delante de mí, Dylan aseguraba que me notaba rara, que llevaba mucho tiempo así, preguntando si trataba de evitarlo. Le miré de reojo el colgajo y murmuré tímidamente que no trataba de evitarlo, sino a cierta parte de su anatomía. Soltó un par de carcajadas al tiempo que daba un paso adelante, separaba las piernas y colocaba los brazos en jarra. Así propuso que se la tocara, asegurando que perdería la vergüenza si lo hacía.

Mirar a otro sitio me haría quedar como una estúpida teniendo su polla delante de las narices. Por esto la miré fijamente, anonadada porque estuviera caída en estas circunstancias, negando tener vergüenza, sino miedo a lanzarme por las buenas.

Conmovido por mi extrema candidez, el australiano insistió.

Tímidamente tomé la polla con la mano derecha y acaricié los huevos con la cuenca de la otra. Debí haberlo previsto, pero me sorprendí con las palpitaciones del miembro a medida que crecía y crecía hasta parecer un torpedo apuntando a mi boca. Ansiosa adelanté la cabeza y lamí el glande unas cuantas veces antes de engullirlo. La mamada ganó intensidad gracias a los leves movimientos de pelvis de Dylan.

—Imagino que algo más tienes en mente —le dije tartamudeando cuando se detuvo y la sacó.

—Pensaba en algo más, pero solo si tú quieres. Nacho me dijo que eres muy apasionada —respondió y yo quedé anonadada pensando que mi primo era un bocazas.

Entonces tuve claro que lo habían planeado antes de salir. Por esto se había apuntado a última hora el australiano, en plan encerrona para que yo no pudiera objetar.

—Acepto con la condición de que no te corras dentro. —Mi respuesta fu firme tras asegurarme de tener el barco a la vista, presumiendo que Nacho nos vería. Luego recurrí a la broma, como hago siempre que estoy nerviosa—. Porque no veo que lleves condones, salvo que tengas alguno atrapado en la raja del culo.

Dylan reía mientras observaba como me levantaba de la roca y me colocaba a cuatro sobre ella.

—Nacho tiene una sorpresa para ti esta noche— confesó Dylan mientras se abría camino en el coño—. Yo pensaba dedicarme a pescar mientras estuvieras en el camarote con él; sin embargo, me gustaría participar ahora que hemos roto el hielo y conozco tus excitantes gustos.

Me chocó que mi primo le contara que me gustaba estar atada a la hora de follar. El muy tonto se creyó mi embuste desde el primer momento y esto derivó en mi propio beneficio. Dejando esto apartado en mi mente, me puse super cachonda con la idea de que los dos me dieran de lo lindo por la noche, y grité de gusto cuando se aferró a mis caderas con las manos, separó las nalgas con los pulgares y comenzó a follarme, al tiempo que tiraba y empujaba mi cuerpo para acrecentar el ritmo y la potencia de las embestidas. Aproveché la situación para preguntar cuál era la sorpresa, pero Dylan me pidió paciencia añadiendo que era demasiado curiosa.

Desistí de buscar respuestas y me concentré en el placer que me daba, así durante un ratito hasta que, gimiendo y gritando como la golfa que soy, me vino un orgasmo que me dejó exhausta.

—No es lo mismo que correrse en el coño —le dije todavía jadeando—, pero puedes terminar en la boca si quieres.

Dylan aceptó visiblemente feliz y me siguió follando unos minutos más hasta que, con la voz apagada, avisó que se venía. Rápidamente me senté con la boca abierta y esperé mientras se masturbaba delante de ella. Segundos después soltó un chorro que me cruzó la cara desde la barbilla hasta el entrecejo. Busqué mayor precisión acercando más la boca y recogí en ella otras dos descargas. Luego tragué el esperma, limpié el capullo con la lengua y me relamí los labios.

El polvo con Dylan había sido una pasada, pero yo tenía ganas de más y mi primo me lo daría sí o sí. Con esta idea pedí al australiano que me diera un rato, que hiciera cualquier cosa menos subir al velero.

Encontré a Nacho en el interior anotando datos en un cuaderno. Supuse que guardaban relación con los instrumentos de navegación.

—Acabo de follar con el rubito y quiero que sepas una cosa —solté sin más, suponiendo que no había visto nada—: la próxima vez que me prepares una encerrona para que un amigo tuyo me joda, sería todo un detalle que me informaras de ello, más que nada para no parecer una estúpida.

—No pretendía ser tan descarado. —Nacho no mostraba signos de arrepentimiento—. Pensé que sería mejor que surgiera algo entre vosotros. Sabía que tú le gustabas y presentía que él a ti también.

Lo vi de este modo y tenía razón. Entonces escuché pasos por cubierta y Nacho me sobresaltó empujándome sobre la cama del camarote. Luego me forzó para quedar arrodillada en el suelo y el torso acostado en la cama, quedando el culo a placer para él. Yo no podía moverme porque me empujaba la espalda con la mano derecha.

—Ahora me toca a mí —dijo enrabietado, al tiempo que me separaba las piernas con el pie.

Yo no dije nada, pensando que tan solo se trataba de un arrebato, percibiendo cómo me colocaba el glande en el coño y penetraba con dos empujones.

—Cuando daba por el culo a una de las holandesas en Ibiza, solo pensaba que era el tuyo —afirmó gimiendo al tiempo que me follaba enfurecido y metía un dedo en el ano—. A ti te lo haré también, pero deberás pedírmelo, igual que lo hizo ella.

—Lo veo difícil, porque eres un bruto —respondí negando con la cabeza, al tiempo que gemía y gemía de gusto.

—Lo harás, pequeña, me lo exigirás, no tengo dudas.

Nacho había retirado la mano de mi espalda y se apoyaba con las dos en mis caderas, entrando y saliendo de mí con bruscos movimientos de pelvis. En un momento dado, antes de protestar cuando creí que me destrozaría, con la cabeza girada sobre la sábana, vi de reojo que Dylan nos observaba por una de las ventanitas del techo, dejando claro que había desoído mi mandato de volver pasado un rato. Pensé que su intención era mirar y quise darle gusto.

—Eres un flojo, Nacho, el chico que me desvirgó a los dieciocho, follaba mejor que tú.

Ofendido con mi comentario malintencionado, levantó mis caderas y empujó mi cuerpo hasta quedar tumbada del todo en la cama bocabajo, sin apartar los ojos del fisgón. Me la volvió a clavar en el coño, arrodillado a horcajadas sobre mis muslos, se apoyó con los brazos en tensión y comenzó a follarme de nuevo, ahora con más intensidad, arrancándome alaridos de gusto hasta que, sin motivo aparente, dejó de moverse dentro de mí.

—No te pares —supliqué entre jadeos de desesperación—. ¿Por qué te paras ahora que me faltaba poco?

No respondió, introdujo ahora un par de dedos en el ano y comenzó a sodomizarme con ellos. El rubito seguía espiando en plan, esto no me lo pierdo. Yo respondí con los ojos, lanzándole un, todavía no has visto nada.

—Está bien, Nacho, tú ganas —dije derrotada.

—¿Qué es lo que gano? —preguntó y añadió en plan chulo—. Quiero que me lo pidas, o mejor, quiero que lo supliques.

—Como quieras, Nacho, te suplico que me des por el culo. ¿Ya estás contento?

Después de entrar y salir unas cuantas veces más, la sacó, la puso en la entrada estrecha y me fue empalando hasta que los huevos tocaron la raja. Se tumbó aplastando el pecho contra mi espalda, acercó la boca a mi oreja derecha y, después de mordisquear el lóbulo, me susurró con tono solemne:

—Es mejor así —dijo acelerando el ritmo de las enculadas. Es mejor que te trate como a una zorra y tú a mí como un cabrón. Entre nosotros no puede haber otra cosa que no sea solo sexo. ¿Lo entiendes?

—Tienes razón, cabronazo, pero deja de hablar ahora y dame por el culo, porque admito ser tu putita.

—Antes quiero que te des la vuelta —ordenó metido en su papel—, porque quiero verte esa carita tan mona mientras lo hago.

Obedecí y él separó mis piernas todo lo que fui capaz, luego las empujó hasta que las rodillas me rozaron los hombros, forzando que el culo se levantara un tanto. Volvió a clavarla y me hizo ver las estrellas, mientras yo luchaba por aguantar esta postura que tan poco me gusta. Entonces pensé que mi primo sabía de la presencia de su amigo, que por esto me puso de este modo, para que el otro viera mejor. Con este pensamiento, mientras miraba al rubito, recibí un orgasmo que me obligaba a gritar con la boca abierta hasta dolerme las comisuras. Al verme en este estado de excitación, Nacho hizo un último esfuerzo y se corrió en el recto.

Descansé las piernas cuando salió de mí, acercó la verga a mi boca y dijo con el rostro desencajado:

—Límpiala con la lengua igual que has hecho antes con la de Dylan.

Mi cerebro no era capaz de digerir esta información con precisión. No obstante, era seguro que nos había visto, pero estaba demasiado lejos de la costa como para apreciar este detalle. Miré a la zona de comedor, que también alberga la instrumentación, y vi colgados del mamparo de estribor unos prismáticos. Cuando miré a la ventanita, el de los rizos ya no estaba. Pedí a Nacho que me diera un buen trozo de papel higiénico, y me tapé el ano para no derramar el semen por todas partes. Así salí a cubierta y me lancé al mar, para aportar algo de alimento a la fauna marina.

Planeamos la cena, ya vestidos, cuando regresé e impaciente esperé a que llegase el momento de la sorpresa que el australiano me había anunciado. Entendí que no obtendría respuestas por mucho que preguntara.

Continuará.

"Mi primo y su amigo me follan atada por todos los orificios"

Espero que el relato haya sido del agrado de los lectores. Reitero que los comentarios son buenos para conocer vuestras impresiones o sugerencias. Prometo responderlos todos.

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