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Momentos inolvidables (Cp. 24): Definitivamente ¡me voy! (1)

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A. Intento de suicidio.

Lausanne se fue a Francia. Me quedé triste de que se fuera. Estaba muy a gusto con ella. Sabía hacerme la vida agradable: una gran chica. Entendí que tuviera que irse, pero en mi mente no lo acepté. Entré en depresión. Mi abuelo se preocupó mucho por mí, lo mismo mi abuela. Ellos hablaron con mi padre, pero mi madre no dejó que me introdujera en casa.

Mercedes se vino a casa de los abuelos a cuidarme y a ayudar a mi abuela. El médico dijo que esta depresión finalizaría cuando mi madre me dejara entrar en casa o cuando yo me olvidara de ella, olvidara todas las cosas que me pasan y comenzara una vida sin presiones familiares. Dentro de mi depresión, que yo reconocía que no era tan grave, entendí lo que decía el médico, pero en mí había dos personas, una que aceptaba mi situación y otra que se rebelaba. Esta última pensaba dónde estaba el mundo en que nací, a la otra le asqueaba el mundo. Pero entendía a mis hermanos que estaban sufriendo por mi causa. Ellos se veían igualmente amenazados. Por eso esa mañana en que me dividía entre dos personas, me dispuse a acompañar a Mercedes y a la abuela a la Iglesia. Rosario que hace mucho tiempo que no va a la Iglesia para nada, ha querido acompañarla hoy también. Mercedes es la hermana que más arrastra en casa. Nunca me ha pedido ir con ella a la Iglesia, pero siempre hace como hizo ese día:

— Miguel, me voy a la Iglesia con la abuela, rezaré por ti, ¿le digo a la abuela que rece por ti? ¿A qué santo te gustaría que pidiera por ti?

— Mejor voy contigo y acompaño yo también a la abuela.

No soy tan soberbio, creo yo, ¿quién se negaría a acompañar a la abuela que me acoge? ¿quién se negaría a sentirse llamado con tanta delicadeza como la que tiene Mercedes que viene a ayudar a la abuela por mí? También se ha enterado Eleuterio y ha avisado a Facundino en el sentido de que tenían que venir con nosotros porque igual yo me iría para no volver a verlos más. Y teníamos que estar como una piña contra la tirana. Facundino le dice:

— ¿Por qué te preocupas tú que eres un mujeriego? A ti no te va a expulsar de esta casa.

— Pero tampoco me va a dejar que me case con la mujer que yo quiera, ella va a querer gobernarme, porque es una tirana total—, responde Eleuterio.

Nos vimos todos los hermanos en la Iglesia. Pasó una señora a nuestro lado y dijo mirándonos:

— Los hijos harán lo que sus padres no saben hacer.

Y se fue a los primeros bancos.

Al salir de la Iglesia fuimos a una terraza y Rosario nos invitó a un aperitivo. Me puso un bocadillo delante porque no había desayunado. No tengo nunca apetito. Ella me preguntó qué iba a hacer hoy y le respondí que aún no lo sabía. Entonces me dijo:

— Vete a casa de la tía Luisa, ella sabe todo y te está esperando.

Tomé nota mental.

He pasado una semana fatal viendo a todos que se volcaban conmigo; entre la vergüenza que sentía de necesitar de todos ellos y mi incapacidad de reaccionar al menos para agradecer, me sentía desesperado.

Parece que tiene razón el médico. Mi madre va pasando a un sexto, séptimo, octavo…, último lugar… y me siento mejor. He comenzado a comer, mi abuela se alegra de verme sonreír, pero mi abuelo se preocupa cuando salgo a la calle y miro lejos a ningún sitio. Él viene donde estoy, se calla, me mira, mira hacia donde miro yo, llora —sé que es por mí—, me resisto a llorar, últimamente se me han secado las lágrimas, soy algo más tosco, pero me siento mejor. Sigo teniendo doble personalidad o eso me parece a mí, por una parte la tosquedad es con mi madre a quien no veo, pero la pagan los demás que me aman y ayudan, por la otra, me estoy conformando a mi suerte y desearía tener a Lausanne a mi lado, con ella todo cambiaría…, pero no sé, ¿quién puede ya cargar conmigo? Mi vida ya no vale nada. He fracasado. No puedo hacer comprender mi situación a las dos personas de quienes esperaba mayor comprensión, mi padre y mi madre me han defraudado. En definitiva ellos me han dicho con su actitud que no me quieren por ser como soy y no sé, no puedo ser de otra manera, con lo cual concluyo que no tengo sitio en el mundo. Mis abuelos me aguantan porque son muy buenos, pero de verme así sufren y tienen derecho a ser felices. Yo les he estropeado su vida en su ancianidad. Mis hermanos, mira que he tenido con ellos diferencias, a veces burlas, pero se han unido en el sufrimiento y en la pena. ¿por qué tengo que arruinarles su vida? ¿Quizá no sería mejor que arruinara la mía con el suicidio? Si muero sufrirán una temporada, luego se acostumbrarán, porque como dice la gente: «la vida sigue». Odiarán a mis padres, eso me apena. A mí me han defraudado, pero no los odio. Por eso incluso por mis padres y por mí tengo dos deseos, morir y esperar que todo se resuelva. Pero cada vez veo peor salida.

He venido caminando a esta altura para echarme de aquí abajo. Me asusta caer, me asusta morir, no sé si moriré o seré un lisiado con una onerosa carga para todos. Estoy viendo la población abajo. Tengo el corazón encogido, como exprimido, me veo blanco, blanca la piel, incluso mi pene está encogido. Me corroe el estómago, como si tuviera alacranes en mi interior. Por un momento cerré los ojos y me dispuse a echarme, despeñándome hasta casi las primeras casas del pueblo. Adelanto mis pies a poquitos. Noto que estoy al borde. Solo me falta la última decisión, llevo dos horas pensándolo y ya me he orinado sobre mi ropa. Todo mi cuerpo suda. No veo nada, mantengo los ojos cerrados. Escucho ruidos, aves, sonidos lejanos, susurros en mis oídos. Me dijo a mi mismo en mi corazón:

— Sé valiente: ¡¡Salta ya!!.

Adelanto un pie y ya está en el aire. Algo o alguien me prende del cuello con fuerza como si me ahogara. Caigo encima de alguien y ruedo al suelo. Mi mano está sujeta a otra mano. Abro los ojos. Veo conmigo a mi abuelo, los dos tumbados en el suelo, mis pies en el aire al extremo del ribazo. Mercedes de pie, llorando intentando levantar a mi abuelo. Se incorpora mi abuelo y ambos vienen a recogerme, me ayudan a levantarme. Mi pensamiento me pide quejarme por no dejarme concluir mi decisión, mi corazón se siente agradecido. Dos personas en mi interior luchan:

— Abuelo, Mercedes, gracias, ayudadme a que venza la parte buena de mí y se vaya la mala.

Llegamos a casa. No entiendo por qué me han encontrado. Mercedes me dice:

— Lo tenías en el subconsciente.

— ¿Por qué?, ¿cómo lo sabes?

— Porque el abuelo me ha contado que una vez pasaste por allí y le dijste que si uno se cae por ahí se mata seguro. Y el Abuelo te contestó que lo han hecho algunos y nadie a sobrevivido. Abracé fuerte a Mercedes. Ella me dijo:

— Facundino viene esta tarde y te va a llevar al sauna para buscar a tu amigo.

— No es mi amigo, solo me he encontrado allí y ya hace mucho tiempo, pero sí, esta bien, acompañaré a Facundino.

Llegó la hora de enfrentarme ante mis abuelos. Sentía una desesperada vergüenza. La verdad es que estaba ya desesperado de la vida, del mundo, pero a la vez agradecido a los dos. Mi abuelo me dijo:

— Mira, hijo, aunque parezca que nuestra vida no vale nada y te parezca que eres una carga para tus hermanos y tus abuelos, nosotros te queremos y te queremos ver contento. Necesitamos tu vida. Tienes que ir a ver a tu tía Luisa, te necesita para un trabajo, ya ha hablado conmigo. Pero, por lo que te queremos, hijo mío, no lo vuelvas a intentar. Mira a la abuela, está que no vive, ahora piensa que no estás a gusto aquí con nosotros…

— Noooo…, no, por favor…

— …ella piensa que no te gusta su trato, su comida y que…

— Basta, abuelo, por favor…, yo os estoy agradecido, muy agradecido, pero no quiero ser una molestia…

—No molestas, Miguel…

— Por favor, abuelo, no me interrumpas, estoy avergonzado, he pensado demasiado en mí y en mi madre, necesito pensar en vosotros, y te juro por Dios y por cuantos dioses haya en el cielo que nunca más lo intentaré, os quiero felices. Pero a veces me aparece en mí alguien que soy yo mismo y me empuja a la desesperación.

— Eso lo comprendemos y de esto no volveremos a hablar nunca más, todos tenemos que poner de nuestra parte para olvidarlo.

— ¿Lo sabe mi padre?

— ¿Merece saberlo?

Me quedo mirando a mi abuelo y vi su rostro muy grave y enfadado:

— ¡No!, no lo merece.

— No se hable más del asunto.

— Gracias, abuelo, gracias, abuela.

Llegó Facundino. Nos preparamos para irnos al sauna. Conversamos y sabía que a él le puedo sacar más:

— Sabes lo que pasó, ¿cierto?

— Sí, lo sé.

— ¿Qué piensas?

— Que eres un animal.

Sonreí por su franqueza y continué:

— ¿Lo saben los papás?

— ¿Acaso merecen saberlo?

— No.

— Mira yo he venido para llevarte al sauna y a follar los dos como burros.

— No cambiarás nunca…

— No quiero cambiar, lo que quiero es follar con el puto que se me ponga por delante y esta noche me quedo contigo y te voy a dar la noche…

— Eso está bien.

Rosario nos vio salir, nos abrazó y nos besó. Oí que le decía susurrando a Facundino:

— Cuídalo y ámalo como tú solo sabes.

— Lo haré, pequeña.

Emprendimos el camino y le pregunté:

— ¿Por qué le has dicho «pequeña»?

— Porque desde que no estás en casa ella viene a mis brazos a consolarse y le gusta que se lo diga.

— Eres único, Facundino, de verdad, eres único.

Llegamos al sauna.

Nos desnudamos con deseos de vernos. La verdad es que algunas o bastantes veces he visto a mi hermano desnudo, pero nunca había calibrado su cuerpo. Me percaté en ese momento; de repente observé que se había desarrollado mucho en estos últimos meses. Mi hermano Facundino ha dado una fuerte estirada y mide 1,85 mts. de altura, lleva el pelo muy corto al uno y los costados totalmente pelados y lisos, vino vestido con una camiseta blanca sin mangas no de tirantes, sino de compresión, muy ajustada a su cuerpo y con pantalones de camuflaje acortados hasta por encima de la pantorrilla y muy ceñidos. No hacía frío pero no era tiempo de vestir así. La camiseta presionaba firmemente su robusto físico marcando bien su triángulo invertido, los dos pezones del pecho se marcaban voluminosamente en su camiseta. El color de su piel es de un marrón bronceado. Se me impuso verle y me quedé admirado. Habíamos caminado juntos y solo pensaba en mis problemas, pero allí, lo vi tal cual, primero vestido y luego desnudo. Facundino ya no era el niñato de siempre.

— ¿Puedo tocar tu cuerpo?, —pregunté.

— Hermano, soy todo para ti,—respondió.

Le acaricié los pectorales, le pellizqué los pezones. Miró hacia el techo y gimió. Le di un beso. Al fondo vi dos tíos que nos miraban. Para dar envidia le volví a acariciar, ahora a sus nalgas.

— ¡Buenas están! Me imagino cómo estará por delante, —dije susurrando a su oído.

— No imagines nada, hermano, mira.

Desabrochándose el pantalón, lo dejó caer a sus pies y apareció una mini tanga cuerda de color rosado y cordón de colores. Lo miré cómo marcaba y mientras le acariciaba las nalgas él mismo se sacó la tanga hasta los pies.

— Ahora quiero verte a ti, hermano, —me dijo como invitación a desnudarme.

Mientras los dos tíos del fondo nos miraban, comenzaron también a besarse y a magrearse. Pensé que esos dos serían nuestros esta noche, pero mientras tanto yo estaba con mi precioso hermano. Me iba desvistiendo y le dije:

— Facundino, ¿cómo has conseguido esa cintura tan estrecha?

— No sé, hago mucho ejercicio y se me ha puesto así…

— Tu abdomen es una auténtica joya con ocho diamantes duros, —le decía mientas lo tocaba.

Me quedé desnudo y Facundino contemplaba primero mi delgadez, luego mi polla y acariciaba mi escroto y mis nalgas.

— Hermano, te quiero, pero estás muy flaco; tu cara y tu polla, tus nalgas y el agujero que he tocado están preciosos, pero estás flaco. Te quiero y creo que debes comer algo más.

— Yo lo pienso igual, pero el apetito parece que no.

— Hermano, yo te quiero.

— Yo también, Facundino, también te quiero.

— Pero yo te amo, quiero ser tuyo, vamos abajo, quiero que me folles y me hagas tuyo.

— ¿Sí?

— Miguel, quiero que me folles tú antes de que nos enrollemos con otros. Quiero comenzar y acabar contigo nuestra diversión de esta noche.

— Tu deseo lo hago voluntad mía.

Bajamos las escaleras de caracol más rápido de lo habitual, ya estábamos empalmados con lo que nos habíamos dicho. La toalla estaba en nuestras manos, habíamos bajado desnudos, pero no tropezamos con nadie. Nos metimos en un cuarto oscuro de los pequeños y abracé a mi hermano. Nos besamos hasta cansarnos, pero como ambos estábamos empalmados no quisimos perder el tiempo con más mariconadas que dejamos para después. Lo empujé contra la pared, lo cargué cogiéndole de las nalgas y lo levanté pared arriba hasta mi cintura. Enrolló sus piernas por mis caderas con toda su fuerza y su culo quedó abierto para irlo bajando. Estaba amarrado a mi cuello y llenándome de besos. Hice presión contra la pared para soltar una mano y enderecé mi polla para que entrara al bajar Facundino su culo. Así fue. Una vez mi glande dentro suspiramos los dos, lo amarré de nuevo con ambas manos de sus caderas y lo fui empujando hacia abajo. Suspiraba Facundino, gemía, y lanzaba gritos de dolor y amor, porque acababa diciendo:

— Más, Miguel, más, no pares, que llegue profundo, te amo, Miguel, te amo total.

Lo iba besando y empujando y por fin gritamos los dos:

— ¡¡Aaaaaagh, ya!!

— ¡¡Awwwwwwgh, aw, aw, aw, bufffffrr…, —sonaba la garganta de Facundino.

Esperamos un momento besándonos todo, labios, cara, nariz, lenguas, ojos. Por fin me habló normal:

— Bombea, Miguel, ayúdame.

Lo levantaba por las caderas y me mantenía firme, se dejaba caer. Me cansé y poco a poco me tumbé para que él tomara la iniciativa y así fue. Me folló el pene, me lo masturbó con su culo, me lo hizo trizas y mi pene soltó todo lo que mis huevos tenían reservado para Facundino. Al punto se corrió él también. Ninguno de los dos nos advertimos las corridas que venían, nos importaba una puta mierda. Necesitábamos follarnos para sentirnos a gusto como amigos, hermanos y amantes a la vez. Se tumbó sobre mí, hasta que mi polla se salió de su culo por nuestros movimientos y su culo dejó salir mi esperma sobre el suelo por encima de mi polla.

Decidimos que era hora de ducharnos y meternos en la sauna de vapor para relajarnos. Nos metimos en medio de aquella bruma y nos sentamos juntos acariciándonos nuestros penes para darles las gracias por lo bien que se habían portado. Se reanimaron como respuesta de nuestras caricias.

Sentí una mano sobre mi hombro que venía del escalón superior. Me volví, eran los dos tíos del vestuario. Solo dije:

— Uno con cada uno y con condón.

— Subid aquí.

Lo hicimos y nos pusimos uno cada lado de ellos, con lo cual ya estábamos emparejados. El tío junto al que me senté me dijo que se llamaba Edgardo, yo a mi vez le dije que mi nombre es Miguel.

— Puedo besarte?, —pregunté.

— Me gustará tu boca, —respondió.

Yo estaba muy dado y con ganas. Mi hermano me había transmitido su energía y este tío cómo besaba, era un auténtico placer muy húmedo. Nos morreamos largo y gustosamente. ¡Qué buen sabor de saliva, lengua y paladar! Pero de pronto me dice:

— ¿Te gustan mucho estas mariconadas? ¿No prefieres que gustemos otras cosas? —y me tocaba la polla mientras lo decía.

— Eso es lo que deseo, quiero vaciarte esto, —le dije mientras manipulaba sus huevos duros y grandes.

— Vámonos, dejemos a estos maricones que hagan amores tibios, tú y yo estamos más calientes, —me dijo esto y nos levantamos para salir de allí.

Facundino y su compañero ni se enteraron, estaban a lo suyo, muy pegados y haciendo un 69 con toda solemnidad. Nos fuimos a un salón donde había una cama pequeña, un patíbulo y diversos instrumentos.

— Quiero atarte ahí y disfrutar contigo, ¿lo has hecho alguna vez?, —preguntó.

— No, no tengo ni idea, pero… ¿es peligroso?, —dije.

— Algunos lo hacen con peligro, yo lo hago para disfrutar los dos, —me contestó.

Me dejé atar por las muñecas y los tobillos con una correa que tenía una cadena y un gancho. Al frente y en medio de la habitación había un marco en madera noble algo mas alto y ancho que una persona estirada y en cruz. Estaba unido a dos soportes. Hizo descender el marco como si fuera una cama y me metí dentro sentado en el piso. Había cuatro anillas una en cada extremo del gran marco. Me ató las manos y los pies con los garfios en lascas cuatro anillas. Elevó el marco y, al levantar mi culo del piso y quedarme en el aire, sentí dolor en las muñecas. Mi cuerpo quedaba tirante pero su peso afectaba a mis extremidades. Luego poco a poco fue poniendo el marco en vertical. Entonces me dolían solo las muñecas que sujetaban todo mi cuerpo. Los pies podían apoyarse en una pequeña plataforma. Mi cuerpo quedaba ajustado y me quedé como un aspa. Como me molestaba un poco la tensión en las muñecas por el peso que sostenían, aunque por suerte yo estaba muy flaco, no se me produjo ninguna erección y tenía mi polla totalmente caída. Demasiado nervioso y preocupado estaba yo por lo que podría ocurrir.

Como Edgardo era fortachón pero no excesivamente alto puso una banqueta delante de mí, se subió en ella y comenzó a mamarme la polla. Quería levantarme la polla y yo mentalmente me resistía para obtener mayor placer. Entonces noté en mi culo un objeto frío y húmedo, lo fue moviendo por mi agujero y ya me di cuenta cuenta que estaba colocando algo para dilatarme el ano. Entró bien, no parecía ser más grueso que un dedo, pero yo no sabía que se trataba de un especulo anal. Miré cómo iba a una mesa y se puso un delantal que no alcanzaba a cubrir toda su polla, porque era tan pequeño como la bolsa de un tanga. Sabía que la sicología de esta gente es muy rara y que en cualquier momento podría propasarse y dañarme, pero como había visto como cuatro cámaras de vigilancia, pensé sin duda que alguien vigilaba para socorrer en caso de necesidad. Fue en este momento cuando mi polla comenzó a erectarse. Edgardo tomó de la mesa una especie de plumero más pequeño que los de quitar polvo y comenzó a hacerme cosquillas en mi escroto y en mi perineo. Se sentía bien, era suave y yo me revolcaba conmigo mismo por los placeres que me provocaba. Se me puso tiesa y a Edgardo también se le puso muy dura. Se fue detrás de mí y no sé cómo manipulaba lo que me había puesto en culo, sentí un frescor de líquido en mi culo, pero a la vez noté mayor presión en mi ano y algo más profundo. Ya no era como un dedo, notaba mi ano abierto a la fuerza.

Se sentó en una silla a contemplarme. Intenté hablar y me mandó callarme. Me callé. Se levantó, agarró unas cosas con cadenitas y se subió a la banqueta. Me puso una pinza en el pezón derecho. Miró mi cara dolorida, se sonrió y al otro extremo de la cadenita había otra pinza y la pinzó en el pezón izquierdo. Sentí dolor y exclamé:

— ¡Aaaahg! ¡Joder esta ha dolido!.

Me miró severo y me impuso de nuevo el silencio. Entendí que había que aguantar el dolor en silencio. Mi polla con estos dolores, aunque estaba sumada por el presemen, se bajó. Volvió a hacer cosquillas. Volvió a hacer funcionar lo que tenía en mi culo y me produjo gran dolor que aguanté. Pero al empujar hacia dentro, el dolor era más agudo y grité:

— ¡Aaaahg! ¡Owhg! ¡Aaaahg!

No me pidió silencio y entendí que podía quejarme sin hablar ni decir por qué. Solo podría, pues, dar quejidos, gemir y poco más, pero sentí alivio.

Cogió de la mesa una especie de pala y supe qué iba a hacer, me iba a dar una paliza en las nalgas, pero me equivoqué. La paliza me la dio en mi abdomen. Dolía, dolía y pensando en el dolor, mi polla se bajó del todo pero la notaba húmeda.

Se sonreía de satisfacción. Cogió una pinza grande y levantando mi polla, la clavó en mi escroto, separando los dos testículos. Lo miró y remiró y al parecer le gustaba lo que veía. Ahora me dolían las muñecas, me dolía el culo, me picaba el abdomen, me dolía la pinza de mi escroto y no veía final con lo pasmoso que Edgardo era haciendo todo. Se notaba que disfrutaba este hombre mirando mi sufrimiento. Pero lo que más me dolía era mi alma, por las cosas que ocurrían en mi vida. Podía soportar este dolor porque había soportado el otro para mí más grande. De nuevo forcejeó en mi trasero y me sentí aquello dentro mí totalmente al fondo, y un dolor que comenzó a convertirse en un placer.

Me sorprendí cuando se abrió la puerta y vi la silueta de dos personas casi de la misma estatura. No los podía reconocer porque tenía los ojos llenos de sudor y me picaban. Pero caminaron hacia en interior y por el andar uno de ellos era Facundino, así que el otro era su compañero.

Se pusieron los tres delante de mí y comenzaron a tocarse el culo unos a otros, cada uno se comía el culo del otro o metía dedos. Aquello era una orgía de tres mientras yo pendía de aquel marco de sufrimiento. Edgardo y su amigo, que luego supe que se llamaba Gonzalo, se pusieron en el suelo en 69. Edgardo quedaba arriba y Facundino le follaba el culo. Sacó la polla y los otros dos se dieron la vuelta y Facundino se puso a follar a Gonzalo. Viendo aquellas escenas se me olvidaron los dolores y comencé a sentir mucho placer. Pocas posibilidades de movimiento tenía, pero me podía retorcer un poco sobre mí mismo y mi polla se me puso totalmente erecta en dirección mirando al techo. Miré que sobrepasaba el ombligo. Ellos me miraron y deshicieron lo que estaban haciendo. Edgardo puso el marco en horizontal hacia delante, de modo que me quedé mirando al piso.

Gonzalo se puso en el suelo de rodillas mirando hacia mí al nivel de mi polla. Fueron bajando el marco hasta que mi polla, ayudada por Gonzalo, entró en su boca y me la comenzó a mamar. Eso fue delicioso y me hizo retorcerme, lo cual aliviaba el dolor de muñecas y tobillos.

Entraron en mi marco cerca de mi culo Edgardo y Facundino. Sacaron de mi culo el especulo anal. De inmediato, sin dejar que se cerrara mi culo, ambos, Edgardo y Facundino metieron a la vez sus pollas dentro de mí. Edgardo estaba de pie entre mis piernas y Faculdino con las manos en el suelo y los pies rodeando la cabeza de Edgardo. Pero las pollas juntas entraron y sin descanso comenzaron a follar con movimientos alternativos, cuando uno salía el otro empujaba. Gonzalo, mientras, estaba comiéndome la polla de modo delicioso, no pude hacer otra cosa que correrme y me corrí tan abundante que Gonzalo no pudo contener todo en la boca.

Mientras me estaban follando. Gonzalo agarró de los hombros a Facundino, mientras Edgardo lo sujetaba con sus manos por los muslos. Gonzalo lo condujo a mi polla. Facundino me daba un doble placer, compartía mi culo con Edgardo y mi polla con su compañero Gonzalo. Volví a correrme al tiempo que me inundaban los dos casi a la vez mi trasero. Se corrieron todos. Yo retenía con placer el semen de ambos en mi culo. Levantaron mi potro de suplicio y comenzaron a darme vueltas primero despacio y a la tercera vuelta dieron varias rápidas hasta que me obligaron a soltar la lefa de mi culo. Como se habían puesto delante de mí a la correspondiente distancia, recibieron en sus cuerpos todo lo que salió de mi culo, semen y luego semen con mierda.

Me bajaron, me sacaron las pinzas de los pezones y del escroto; los cuatro estábamos llenos de semen y mierda. Así y todo los tres me besaban y lamían mi cuerpo. Edgardo lamía mis muñecas que tenían las marcas rojas del roce pero sin sangre.

Salimos por una puerta que nos indicó Edgardo y llegamos a unas duchas. Nos duchamos y nos abrazábamos. Me felicitaban por aguantar. Edgardo dijo:

— Has aguantado como si estuvieras acostumbrado.

— Me estoy acostumbrando a un dolor más profundo que tengo, —respondí

Fuimos a relajarnos un rato al jacuzzi y después de otra ducha, nos vestimos los cuatro para ir al bar a tomar una copa a la que nos invitó Edgardo. Se fueron los dos juntos cogidos del brazo y besándose. Facundino me dijo:

— Son pareja.

Facundino y yo seguimos nuestro camino a casa.

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