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Nalgotas

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Raúl vive en un pueblito costeño llamado San José pero su familia es de las montañas. Es blanco, un poco gordito, ojos café y cabello abundante. Mide como 1.73 y lo conocí mientras buscaba unos materiales cerca de donde yo laboro. Estaba cargando bloques y sacos de cemento y me le quedé viendo porque el pantalón se le bajaba un poco y le notaba las nalgotas, blancas, al igual que su piel, tenía cara de niño, aun cuando luego me enteré que ya tenía dos hijos. A sus 26 años no era lo que se podía decir un adolescente. A pesar de trabajar bajo el sol, seguía teniendo ese colorcito característico de la gente de las montañas del Oriente de Panamá.

Apenas lo vi supe que había material para un buen polvo. Cada vez que interactuaba con él le preguntaba sobre su vida, su familia, sus intereses y así fuimos tomando confianza y al final lo invité a mi casa. No me sorprendió que estuviera nervioso porque a pesar que no habíamos hablado de lo que íbamos a hacer, era tácito y sobreentendido que dos hombres solos no iban a conversar en una tarde de un sábado. Le dijo a la mujer que iría a hacer un trabajito extra y cuando llegó a mi casa arrancó tomándose de golpe 3 cervezas. Le serví un trago fuerte de ron y me le acerqué lentamente por detrás.

Tenía el cuerpo duro, firme, macizo, con cierto aire rústico que me arrecha mucho. Comencé acariciándole la espalda y arañándolo un poco para ver como se le marcaban mis uñas en su lomo blanco. Le fui quitando la ropa rápidamente y mientras tanto el me apretaba con ganas, como si necesitara que lo trataran rudamente, que fue justo lo que hice. Le agarré el culón, grande, lampiño. Me sorprendió que tuviese una verga totalmente rasurada, lampiña. Nos metimos a la ducha y enjabonamos bajo el agua caliente. De verdad que ninguno de los dos sabía por dónde agarrar. El me sobaba la pinga porque la tengo bien peluda y mis huevos cuelgan como dos bolas de navidad. Cuando llegué a hurgarle el culo con un dedo se me resbalaba porque de verdad este chico no tiene vellos por ninguna parte.

Le di vuelta y me regodeé con sus nalgotas blancas. Ahí me pongo a mordisquearlas y chupetearlas, era como si me estuviera comiendo un filete de carnes en el mejor restaurante. Yo levantaba las nalgas, metía mi cara, mordía, arañaba y volvía a comenzar. Metí la cara justo entre sus nalgotas mientras las sobaba con más y más ganas. La verdad el trataba de agarrarme la verga para mamármela pero yo estaba tan entusiasmado con ese culo que no lo dejé. Llegó un momento en que me pegué a morderlas y chuparlas que vi como empezaban a quedar marcas de mis chupetes. Morados, rosados de todos los colores.

Lo abrí y vi su huequito, tal como lo imaginé. Rosadito, lampiño, chiquitito. Le metí la lengua y chupé, succioné y mordí. Era como una pequeña vulvita, apretadita y a la vez ansiosa. Con los dedos separé su conchita y traté de meter la lengua hasta adentro. Me sentía desesperado por ese culo, era hermoso. El hecho que estuvieran gorditas y paradas me ponía mucho mas caliente.

Mi pinga no es muy grande, si acaso 7 pulgadas pero es gruesa. Le puse jabón y comencé a zurrarla de arriba abajo y a pegarle con ella. Cada vez que lo hacía, ese nalgón rebotaba y me excitaba aún más. El agua caliente de la ducha lo había puesto como un camarón, rojo. Le agarré del pelo y comencé a tratar de meterle el pico entre sus nalgas. Ahí si chilló la perra y me dijo que le dolía, que aguantara, que fuera suave. Tuve que salir de la ducha a buscar la crema lubricante y con dos dedos traté de metérselos dentro del ano. La segunda vez le sostuve las dos tapas del culo con mis manos porque las nalgas portentosas no me dejaban entrar y volvió a chillar cuando lo trabé, la cabeza de mi huevo parecía que se había trabado en la misma entrada de su culo de lo apretado que estaba.

Por fin logré entrar completo a su culo pero la verdad era bastante incómodo de pie así que nos fuimos a la cama. Comenzamos todo de nuevo y yo lamí ahora si suavecito ese huequito delicioso. Le metí la lengua para babearlo y lo puse a él a abrirse las nalgas. Su pinga estaba dura como una piedra pero definitivamente lo que le gustaba era que le hurgaran el culo. Ni siquiera se pajeaba. Yo me concentré en culeármelo y cuando el soltó el nalgamen sentí que esas dos masas de carne apretaban mi pinga mucho más rico que dentro de su culo.

Lo que hice fue seguir zurrándome y restregándome entre esos montes blancos mientras los apretaba con mis manos y seguí con ese metesasca hasta que la leche se me salió solita. Me quedé encima de él, chupeteándole la espalda y mordiéndole los hombros. Me pregunto que cuento le pudo haber echado a su mujer para explicarle de donde habían salido esos chupones.

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