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Necesitaba un masaje
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Soy Antonio, tengo 21 años. Vivo en la casa que he vivido siempre con mis padres, desde que ellos se fueron al pueblo para atender a mis abuelos, me he quedado solo para poder ir a la Universidad. Estudio arquitectura. Tres días a la semana voy a unas clases sobre biohuertos, porque me gusta más la agricultura que la arquitectura, además soy el único heredero de mis cuatro abuelos, pues mis padres son hijos únicos y yo lo mismo. No me falta dinero y no soy gastador, gasto más en ropa deportiva y complementos deportivos, gimnasio, cintas, zapatillas que en otras cosas. Y mi vida es bastante feliz.

¿He dicho que es bastante feliz? No; Es demasiado feliz. Tengo amigas, pero cada vez son más las amigas que tienen novio. Me da la impresión de llegar tarde porque me lo pienso demasiado. Tengo pocos amigos, pero no sé por qué, aunque lo imagino. Me da miedo juntarme con chicos, siempre pienso que me puedo desviar.

Una tarde de sábado me equipé para dar un largo paseo en bicicleta. Era por la tarde, porque había ido por la mañana al gimnasio y a la una, tras comerme la comida que me había comprado en el súper, no supe que hacer. Solo se me ocurrió ponerme el equipo de ciclista, sin chaqueta, solo el culotte y una camiseta de manga corta por si acaso.

Al cabo de un buen rato, sin caerme, sin tropezar, sin haber hecho un ejercicio raro, comenzó a dolerme el hombro. Aguanté cuanto pude, pensando que pasaría, pero el dolor era persistente y profundo. Puse freno, me arrimé al arcén y, montado sobre la bici, llamé para pedir una cita y que me dieran un masaje. Me dieron de inmediato la cita para una media hora después, pues aunque estaban desocupados, calcularon que desde donde yo me encontraba tardaría algo así como 30 minutos. Eso significa que me había alejado bastante.

Por fin llegué a la hora prevista. Es un lugar de masajes deportivos, totalmente legal y fiable. No tiene nombre asiático ni nada de esas monsergas. Ya había estado una vez y me atendió una mujer de mediana edad que me dio un buen masaje fundamentalmente a los cuádriceps y gastrocnemio, como ella decía, y que me ayudó a solucionar algunos problemas musculares. Cuando entré, el terapeuta era un chico de unos 20 años. Se le veía un poco inseguro, pero era realmente profesional, por los certificados que había en la pared de la habitación y todo lo que se manejaba. Me preguntó:

— Dime, ¿vienes habitualmente o es que te duele algo?

— He venido una vez para las piernas y ahora me duele el hombre izquierdo.

— ¿Cómo ha ocurrido?

— Repentinamente…

— ¿Ejercicio fuerte?

— No.

— ¿Algún movimiento forzado o tropiezo?

— Nada de eso.

— ¿Cuanto tiempo has estado en la bicicleta?

— Esta tarde dos horas y media hora o más antes ha empezado a dolerme…

— Y ¿esta mañana?

— Solo he ido al gimnasio sin problemas.

— ¿Te gustó el último masaje que recibiste?

— Sí, mucho.

— Muy bien, desnúdate, descálzate y métete en la camilla, bajo la suave toalla.

Me desnudé y me metí bajo la suave toalla, tal como me había dicho. Por cierto, la toalla no era más grande que dos servilletas unidas, no era más grande de 70x35cm, tapando lo justo en relajación.

Al principio, todo era totalmente normal. Estaba boca abajo, y él trabajaba en mis hombros y espalda. Todo era muy normal, pero me dolía cuando masajeaba el hombro, pero me alegré porque al rato dejó de dolerme tanto como antes. Luego bajó a mis piernas. Mientras trabajaba en mi primera pierna, fui notando gradualmente algo… diferente. No cuidaba tanto el mantener la suave toalla cubriéndome todo lo que no trabajaba como hacía la mujer que me atendió la vez anterior. Simplemente la tenía apoyada encima de mí, sin preocuparse de sujetarla a ambos lados. Pensé que la otra vez era mujer y ahora es hombre y me pareció normal. A medida que subía por mi pierna, empujaba la toalla para que no le dificultara. Luego la enrolló sobre mi cintura y masajeó mis glúteos directamente. Nunca me habían hecho eso así antes, solo una vez me lo hicieron por debajo de la toalla. Pensé que cada especialista tiene sus modos. Yo me encontraba bien a gusto y las manos eran suaves y muy delicadas. Entonces… mientras trabajaba en el interior de mi muslo, las puntas de sus dedos rozaron ligeramente mi agujero.

Esto sí me resultó inesperado. Nadie se había acercado antes tanto a mi agujero, mucho menos tocarme allí. Pero sucedió tan rápido que pensé… ¿será tal vez un error? Puede que él ni siquiera sabe que lo ha hecho.

Luego cambió a mi otra pierna. Ocurrió lo mismo, pero esta vez, además, las puntas de sus dedos rozaron también mis bolas. Pensé: ¡Mierda…! ¿Sabrá que acaba de tocarme las pelotas? Empecé a pensar… Bueno, tal vez considerando que soy un hombre y él es otro hombre, está más relajado y no le preocupa lo que toca sin querer. Esto debe ser normal cuando el terapeuta es otro hombre.

Antes de que pudiera pensar demasiado en ello, me dijo:

— Date la vuelta.

Se puso a un lado y levantó un poco la toalla. Me acomodé bien de espaldas. Lógicamente él tuvo que verme, pero de inmediato dejó caer la toalla sobre mí y nuevamente olvidó sujetarla a los lados. Sólo la dejó apoyada ligeramente sobre mí. Con lo pequeña que era, no podía cubrirme el pecho como hacen otros fisioterapeutas. Sólo me cubría las partes por debajo del ombligo y justo. Mis brazos, mi pecho y mis abdominales estaban descubiertos, y yo me encontraba bien.

La verdad es que aún no me había puesto duro, pero yo estaba definitivamente muy consciente de lo que estaba sucediendo, y me dije: «ya veremos en qué acaba esto». Empezó por mis pies. Sinceramente me lo hizo pasar muy bien, porque eso sí me gusta, me encanta que me toquen los pies. Cuando se me enfriaban los pies en invierno mi madre me los calentaba tocándomelos y dándome masajes. Me gustaba mucho y en ese momento en que el físico me los estaba acariciando con sus suaves y aceitadas manos, ¡buff…, qué rico! ¡Cómo me amasaba la fascia plantar! Me producía un enorme placer aliviando el dolor de talón, daba la impresión de ir en volandas, ¡cómo lo disfruté sin ningún tipo de preocupación! Luego subió por una pierna lenta pero firmemente. A medida que subía por mi muslo, llegó también al interior, y de nuevo… sus dedos rozaron mis pelotas. No pude evitarlo; mi polla empezó a ponerse dura. Cambió a la otra pierna. Ocurrió lo mismo, primero suavemente y apretando con firmeza y cuando llegó al muslo, debió haber visto que mi polla se animaba, y no solo rozó las pelotas, las tocaba acariciándolas. Para ese momento mi polla estaba completamente dura, lo cual era bastante obvio que ocurriera, teniendo la toalla ligera enrollada como un cinturón en la cintura. Claro… mi polla había empezado a endurecerse, se estuvo saliendo de debajo de la toalla, lo había visto y había doblado la toalla enrollada en mi cintura. Así que la cabeza, tronco y extremidades estaban totalmente al descubierto, y sus manos descansando sobre mis abdominales inferiores. No había ninguna duda. Estaba observando mi fisiología, anatomía y voluntad, ya todo lo había visto. En ese momento, él ya era conscientemente sabedor de que mi cuerpo le respondía.

Se acercó para colocarse detrás de mi cabeza. Yo tenía los ojos cerrados, pero sospecho que mientras estaba de pie masajeando mi cuello… probablemente estaba mirando mi polla dura totalmente expuesta y erecta.

Cuando terminó con mi cuello me preguntó:

— ¿Continúo con los pectorales?

— Sí, por favor, —le dije sin abrir los ojos y dispuesto a lo que viniera.

Escuché cómo dejaba algo de ropa en algún lugar y yo tiré de la toalla enrollada dejándola caer al suelo, aunque se enganchó en la camilla. Luego, comenzó a trabajar en mi pecho. Al poco rato terminó con las palmas de las manos sobre mi pecho e inició un toqueteó de los dedos sobre mi piel, a continuación comenzó a deslizar lentamente sus manos por mi torso, por encima de mis pectorales y luego por los abdominales hasta que sus manos quedaron planas, con las palmas hacia abajo en mis abdominales inferiores, sus pulgares tocaban mi polla mientras los demás dedos se deslizaban por debajo de mi pene duro y se deslizaban hacia abajo hasta llegar a la base de mi polla. Yo estaba con los ojos cerrados. Con sus pulgares, empujó mi dura polla hasta que se puso del todo erecta, apuntando al techo. Así la mantuvo durante varias respiraciones en el más absoluto silencio. Solo noté su aliento suave y cálido por mi pecho y me encendía más solo de saber que su cara estaba sobre mí. Ninguno de nosotros dos decía nada. Mis ojos seguían cerrados. Pero sabía que obviamente lo estaba haciendo a propósito. Lo repitió varias veces, deteniéndose así al final de cada pasada… sus manos planas en la zona de mi ingle y mi polla dura sobresaliendo. Yo estaba flipando… Mi polla estaba a tope de dura, tanto como nunca lo había estado… Aquí estaba un hombre sosteniendo mi polla de manera que apuntaba hacia el techo. Pero ninguno de los dos queríamos frenar lo que estaba pasando. Fue una locura, un momento de auténtica locura.

Después de unos minutos, su aliento me daba en la cara y me susurró al oído preguntándome:

— ¿Qué más puedo hacer por ti?

Yo que quería que lo hiciera, aunque a la vez estaba muy asustado, sólo dije:

— ¿Como qué? —No imaginaba que faltara nada más.

Él tomó eso que le dije como darle luz verde y simplemente me besó suavemente en los labios. No abrí aún los ojos y me relamí con la lengua. Luego agarró mi polla. Me roció con un poco de aceite de masaje, envolvió su mano alrededor de ella y comenzó a acariciarla. A estas alturas, la suave toalla ya había caído por sí misma al suelo por completo. No pude evitarlo, mi cuerpo empezó a retorcerse. Era tan erótico. Lo que le estaba haciendo a mi pene me puso en contacto con él. Por momentos me llevaba a un punto en el que sabía que estaba cerca. Y luego retrocedía. Tras un minuto, empezaba a acelerar de nuevo y una y otra vez se frenaba. Al principio usó su otra mano para recorrer ligeramente mis abdominales y mi pecho. Luego para pellizcar mis pezones. Sin embargo, ninguno de los dos dijo nada. Y todavía no abrí los ojos. Pero mi cuerpo ardía. Mi corazón latía con fuerza. Mi líquido seminal fluía locamente por el meato. Yo gemía. Ya no pude aguantar y abrí los ojos. Él se encontraba desnudo, arqueado por encima de mi cuerpo y su polla a la altura de mi cara rozándome la nariz. Abrí la boca, encajó su polla en mi boca y siguió con su trabajo. Mis ojos estaban clavados en sus pezones rosados y erectos, mi boca chupando su glande, mi nariz oliendo su pubis, mis manos violenta y fuertemente amarradas a los laterales de la camilla, mi cuerpo encendido y él seguía con lo suyo. Por fin me corrí, descargué una enorme carga por toda mi cara y mi pecho. Bien supo dirigir mi polla en el momento en que él mismo se hacía a un lado sacando su glande de entre mis labios. Sinceramente, fue uno de los orgasmos más intensos que tuve hasta ese momento. Tal vez el más intenso. Y que me ha dejado marcado de por vida. No tardó en descargar su polla sobre mi pecho y mi cara y al terminar me dio un enorme, húmedo y viscoso beso, recogiendo semen quizá mezclado de mis labios que ambos compartimos

Luego, al momento, trajo una toalla caliente. Me limpió suavemente. Mirándome fijamente sólo dijo:

— Gracias —y salió de la habitación.

No podía creer lo que acababa de suceder. Tuve una repentina sensación de culpa y miedo. Pero me vestí, salí, me paré en el mostrador para pagar y me fui. Y, por supuesto, me masturbé pensando en ello durante semanas.

Esa fue la experiencia que me abrió una puerta a otra dimensión.

¿Que si sigo yendo? Por supuesto, siempre pido una cita con Felipe. Ahora me hace masaje anal. Mientras su polla está en mi agujero, sus manos trabajan mis pectorales. Felipe es de enorme agilidad, puede estar follando y haciendo su trabajo. Se embadurna con aceite sus manos y su polla y me la mete dejándose caer, me besa y se pone a darle con las manos a mi pecho, me vuelve a besar y reiniciar sus movimientos simultáneos, adentro y manos arriba, afuera y manos abajo, a veces lo hace al revés. Solo me pide que no gima fuerte por si espera un cliente o escucha la secretaría. La última vez que fui me hizo un masaje a la polla con su ano, bailaba sobre mi polla. Jamás me encontré tan bien.

Ese mismo día, cuando ya habíamos acabado, me preguntó si sabía de alguna habitación que se alquilara, le dije:

— Vaya, ¿para qué has de irte solo? A mí me sobran habitaciones en mi casa, y puedes pagarme con masajes.

Siguen sobrando todas las habitaciones, porque con la mía nos servimos los dos. Ahora grito, gimo, berreo…; ahora he descubierto que Felipe gime fuerte cuando me folla, berrea cuando le llega el orgasmo y ruge cuando lo follo yo. Si nos venimos los dos juntos, que es lo que suele ocurrir, aquello parece una jauría de canes en una montería.

Pensé que necesitaba un masaje y encontré un masajista.

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