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No me sigas

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Marcela es rubia. Tiene una cara bonita, un talle espléndido y unas piernas bien torneadas y carnosas, diríase que mullidas. Marcela es mayor. No sé, quizá ronde ya la sesentena. No por ello es menos apetecible, sobre todo cuando luce falda corta y camiseta de tirantes. Me imagino que follo con ella y me empalmo en cuestión de segundos. A pesar de que la conozco desde hace años, me creo que desde siempre, nunca le he declarado mis intenciones respecto a llevármela a la cama. Hasta hoy. Marcela me ha mirado incrédula y ha aceptado. En estos momentos estamos follando: yo estoy sobre ella y me muevo con energía; mis caderas impulsan mi polla dentro del coño de Marcela; todo es calentura, compenetración. "Aahh, sí, sigue, más, más", gime ella con su cálida voz; "Oohh, Marcela, Marcela", grito yo a punto de correrme; "Aahh, aahh", chilla Marcela de placer. Mi semen inunda su coño y me desplomo sobre el cuerpo de Marcela, exhausto. "¿Te ha gustado?", me susurra Marcela al oído. Mi cabeza reposa junto a la suya sobre la almohada. "Sí, mucho, Marcela", murmuro casi sin respiración; "A mí también..., ¿por qué no me lo has pedido antes?", pregunta Marcela; "¿Qué?", repregunto; "Qué va a ser, follar conmigo". Puedo responder que su edad me infunde respeto, pero no es cierto. "Soy raro", respondo; y Marcela ríe.

Nos levantamos de la cama. Completamente desnudos como estamos, nos besamos largamente y nos acariciamos. Una leve luz, la del atardecer, se cuela por una rendija del visillo opaco. "No te vas a enamorar de mí, ¿verdad?", dice Marcela. Pienso la respuesta. Digo: "No", aunque no estoy seguro. Tampoco soy tan joven: ella quizá me saque quince..., veinte años, nada. Y sigo soltero. Marcela se separa de mí y da unos pasos hacia el fondo de la habitación para recoger su ropa, que está sobre el respaldo de una silla. Me deleito viendo su carne expuesta a mis ojos. Inclina Marcela el tronco en un leve ángulo y sus tetas cruzan graciosas la atmósfera. "Tito", llama, "me tengo que ir, mi marido me espera para cenar"; "Lo sé". Se acerca a mí sólo con la falda puesta y me besa en los labios; después empuña mi polla. "Quiero otra vez", dice picarona, y se vuelve.

"No, yo con mi marido ya no follo", le está diciendo Marcela a su amiga Inés por teléfono; "Mujer, ¿qué tienes, un amante?", le pregunta su amiga; "Bueno, algo así"; "Ja, ja, ja, Marcela, ay Marcelita..., y ¿quién es?"; "¿Te acuerdas de Tito?"; "No caigo"; "Ese que cuando niño se cayó en las aguas del puerto y casi se ahoga"; "Ah, sí, claro, lo rescatamos entre tú, yo y las demás que nos reuníamos en el bar del muelle"; "Ese"; "Pues está bueno, ¿sigue soltero?"; "Al parecer, sí": "Ese chaval era diferente".

Marcela me chupa la polla con fruición. Parece que le va la vida en ello. Chupa y gime, chupa y gime. Está semitumbada en la cama, de costado. Yo, de rodillas frente a ella sobre el colchón, muevo la cintura al mismo ritmo que su cabeza: adelante, atrás, adelante, atrás..., ambos, a la vez. El cuerpo desnudo de Marcela se me muestra como si se me mostrara el Paraíso: sus femeninos hombros, sus tetas grandes y carnosas, su acogedor vientre, su pubis ralo de vello en el que ella introduce sus dedos. Eyacularé en la boca de Marcela en cualquier instante; entretanto, disfruto del paisaje. Se ha sacado Marcela mi polla de su boca sólo para decirme: "Tito, córrete fuerte, quiero sentirte", y ha continuado. Gime, se ahoga, chupa, gime, se ahoga, chupa; chupa, chupa, chupa... "Oouuggh", rujo. Marcela, aún relamiendo las gotas que mi corrida ha dejado sobre su barbilla, ha acercado a mi cara su mano, la que ha tenido todo el tiempo que ha durado la mamada moviéndose en su coño. "Huéleme", me ha dicho en voz baja. He lamido su mano, literal, y me han entrado ganas de comerme su coño. Lo hago. Me sitúo entre sus ancas abiertas y saco la lengua. Doy cabezazos hacia delante, impetuoso hasta dar con la dureza del clítoris. Ahí me entretengo en dar lametones suaves y amplios. La respiración de Marcela se vuelve ruidosa y lastimera. Continúo mi exploración. Marcela grita, grita, grita. Y se mueve, se mueve, se mueve y grita hasta que sufre un espasmo, dos, tres. Saboreo el dulzor del flujo y, con mis labios empapados, me elevo sobre Marcela para impregnar los suyos.

He visto a Marcela por el barrio. Iba con su marido. Las piernas desnudas de Marcela, sus pies desnudos en las sandalias... La he deseado. Ahí, en ese momento. Ella se ha girado al cruzar la calle y me ha visto. Súbitamente, se ha separado de su marido y se ha dirigido a mí. Ya cerca, a escasos metros, me ha dicho: "No me sigas".

Marcela ya no se acuesta conmigo. Parece ser que su marido se ha enterado de su infidelidad y la ha amenazado. No obstante..., en fin, he pensado: "Nada es para siempre".

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