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Ojalá mi vecina fueras tú

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Ocurrió una noche de abril. Me encontraba sólo. Así que me dispuse a pasar una noche aburrido, viendo un poco la tele. La verdad que no me atraía nada de lo que emitían esa noche, y me metí en internet.

Mientras, me asomé a la terraza. Hacía una noche espléndida.

Nuestro piso se encuentra unido al de unos amigos, más bien mi amiga y su chico, tiene una parte techada y otra más amplia con el cielo al descubierto, con un balcón donde tenemos plantadas flores en un arríate, pues, aunque nuestros pisos están juntos, no coinciden las escaleras de entrada. Por ese arríate, asomándose un poco se ve aparte de su terraza, las cristaleras y parte del salón. Pensé en pedirle alguna película, y me asomé a ver si estaban allí. Se veía luz en el salón, pero no había nadie, así que cogí el teléfono inalámbrico y llamé por teléfono. Sonaba cerca, pensé que el teléfono lo tendrían en la terraza y volví a mirar. Mi amiga salía en ese momento, llevaba una camiseta de tirantes blanca que no llegaba a cubrir su tanga, también blanco.

Pegué un respingo hacia atrás, pues temí que me hubiese visto asomado por entre las ramas del jazmín que separa nuestras casas. Me contestó dulcemente, con un dígame que entrecortó mi respiración... Tengo que reconocer que me puso nervioso aquella visión, pues siempre pensé que mi amiga estaba muy buena, es una morena, y unas curvas insinuantes que le sienta muy bien lo que se pone.

Pregunté por mi amigo y me dijo que esa noche quedó con los amigos del trabajo y llegaría tarde. Me excusé diciendo que no llamaba para nada importante, tan solo para preguntar si tenían alguna película para dejarme. Lamentándolo mucho, no tenía nada y que pensaba ver cualquier cosa de la tele. No me atreví a pedirle ver juntos la tele, pues me pudo más el pudor que el deseo. Así que le dije que no importaba y que me metería en internet.

La noche avanzaba lentamente y el recuerdo de la visión en tanga de mi amiga no se alejaba de mi pensamiento, así que volví a mirar, asomando la cabeza por entre las plantas. Por fortuna, delante de nuestro edificio se extiende una frondosa hilera de árboles frutales y de hortalizas, por lo que no temí que otros vecinos me estuvieran observando.

Asomado, con un poco de temor por si estuviera en la terraza. Vi que estaba sentada en el sofá mirando la tele mientras comía una ensalada. Seguía con la camiseta, pero solo le podía ver las piernas hasta las rodillas. Así que cogí la escalera de cuatros peldaños que tenemos para la despensa, y la coloqué en la terraza para asomarme mejor sobre la pared que separan nuestras terrazas, en la parte no techada que tiene. Desde allí, la visión era mucho mejor. Ella, comiendo, y la camiseta que dejaba entre ver sus pechos sin sujetador, con unos pezones que pinchaba la tela de algodón como queriendo traspasarla. Debajo, se veía las piernas que se juntaba para formar un pequeño triángulo con el tanga. Me desengañé; no veía mucho, sinceramente yo esperaba más. Y esperé un rato por si había algún cambio, pero dejó de comer y se sentó con un cojín en los brazos, cómodamente. ¡Esto es lo único que verás! me dije y supuse que sería mejor dejarlo.

De repente se levantó, recogió los cubiertos de la cena, y los llevó, supuse que a la cocina. Bueno, por fin conseguí ver a mi amiga en tanga; me estaba alegrado más la vista.

Volvió con algunas frutas en una fuente, comió unas fresas y se dejó caer en el sofá y se tendió reclinada hacía atrás con la cabeza apoyada al cojín, aquello era muy erótico para mí, ahora si tenía buena perspectiva y por primera vez envidié lo que cada noche tiene su chico. Continué mirando algún rato más.

Ahora tenía las piernas un poco más abiertas, y el tanga había cogido la forma de su sexo. ¡Bien! pensé, esto se pone más interesante que cualquier película. De reojo miré para el televisor. Justo en el momento en que mi amiga se llevaba una mano a su tanga y los dedos se introdujeron debajo. Pregunte para mí en plan jocoso "¿te pica?". Aquello era algo más que un picor, pues se frotaba insistentemente. Esto sí que no me lo esperaba. Iba ser una noche fantástica, mi amiga se estaba masturbado delante de mis narices

Empezó con suavidad, los dedos se clareaban a través de la fina tela y se notaba como buscaba por la separación de su raja, el clítoris. Yo la animaba mentalmente. Yo para entonces estaba tan empalmado que mi capullo iba a reventar, todo encendido, rozando la pared de la cual tenía que despegarme para no hacerme daño. Mi mano buscó mi verga empalmada y dura y la deslice por ella suavemente, ayudado con un poco de saliva, para que corriera mejor.

Mi amiga paró, sacó la mano de su tanga y temí que hubiera terminado su masturbación, pero para mí satisfacción, levantando un poco el cuerpo, se quitó el tanga y me dejó ver toda la hermosura de su sexo, lucía los labios mayores bien afeitados, bien almohadillados que formaba como dos pequeñas lomas, pues no eran nada planos sino curvos y carnosos. De entre ellos sobresalía el hermoso botón de su clítoris, que adornaba como si de un broche se tratara.

Se abrió de piernas y el clítoris se transformó en alero de tejado de la entrada de esa cueva cóncava que me invitaba a entrar y descubrir los más recónditos de sus secretos. Ahora la mano de mi amiga, se movía con más rapidez y su culo se movía en círculos, su cuerpo se levantaba de vez en cuando y otras veces, sus manos se ocultaban, apretadas por las piernas. Mi amiga se levantó y se fue a buscar algo. Imaginé que era mi mano y aumente la velocidad del masajeo de mi miembro, sube... baja... sube... baja.

Cuando se sentó otra vez, vi había ido a la cocina y se trajo un helado. Esa manera de lamer ese helado de nata, como del mismo calor caían gotas blancas por su barbilla, lo estaba haciendo aposta, dejándolas caer hasta sus pechos, los cual cogía con una mano y lamia sus pezones. Ella suspiraba y se dedicaba a su sexo con la mano introduciendo hasta tres de sus dedos, que los introducía con una exquisita agilidad. De vez en cuando miraba hacía donde yo estaba, pero le era imposible verme pues mi terraza estaba oscura, aunque ya no me importaba.

Le vino un vigoroso y prolongado orgasmo, que debió escuchar media barriada. Lo intensificó con unos quejidos intensos y fuertes. Yo no pude aguantar más y derramé mi leche sobre la pared de la terraza.

Descansó unos instantes y volvió a mirar hacia donde yo estaba, cogió el tanga, limpió cada rincón de su sexo y salió a la terraza. Yo me oculté rápidamente. La escuché llamarme por mi nombre y asomándose entre las ramas del jazmín, me había pillado, me vio desnudo subido en las escaleras, me lanzó su tanga, para que lo oliera. Me preguntó si me había corrido; y no le pude mentir. Entonces me pidió que limpiara los restos de mi semen con su tanga y se lo pasara.

Dicho y hecho. Estaba oliendo su tanga empapado con mi semen cuando llegó su chico, la besó. Los vi hablar, él de espalda a mí, no se extrañaba que mi amiga estuviera con el tanga en las manos y le lanzó un piropo, insinuándole que se iba a acostar, y desapareciendo por el salón. Mi amiga le siguió, apagando las luces, mientras levantaba un poco la camiseta para enseñarme en su plenitud, su culito respingón.

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