Nuevos relatos publicados: 6

Párrafos impúdicos

  • 30
  • 6.083
  • 10,00 (5 Val.)
  • 0

Mujer fogosa, ardiente como una antorcha y de sonrisa brillante, si tus ojos están escondiendo secretos lujuriosos, imagínate los míos. Tu oferta me tienta. Quiero juntar tu boca con mi boca, entrelazar tu lengua con mi lengua, que tiene ganas reales de pecar contigo, y pensar que estoy haciendo uno de los mejores viajes de mi vida. Poner mi mejilla contra la tuya y coquetear con la idea de que estoy realizando uno de los viajes más lindos de mi vida. Recorrer tu cuello con mis labios e imaginar que estoy haciendo uno de los viajes más inolvidables de mi vida. Meterme en tu cabello con mi nariz a ojos cerrados, usando la misma calma con que tarda en fundirse la miel en una taza de té de limón, y sentir que estoy realizando uno de los más hermosos viajes de mi vida. Explorar tus piernas con mis besos, descubrir tu espalda con mis besos, y fantasear con que estoy haciendo uno de los viajes más memorables de mi vida.

Quiero perderme sin remedio en todo tu cuerpo, contornear tu figura con mis manos, y soñar que estoy efectuando uno de los viajes más maravillosos en toda mi vida. Quiero encontrarme contigo, reunirme contigo, divertirme contigo, que me sobran las ganas. Recorrer con esmero tu cuerpo con la yema de mis dedos que son amigables, como quien recorre la autopista a pie: lentamente.

Estoy esperando por ti, mujer de ojos hermosos, más linda que una estatua griega, obra de arte –a la italiana– creada en cuerpo de fémina, de sonrisa fotogénica que ilumina más que una vela. Escuchar un “te quiero” de ti puede ser algo verdaderamente sobrecogedor, algo realmente conmovedor. Me haces olvidar de que existe la tristeza, el dolor, el mal humor. Quiero que no sólo tus ojos, sino que también tus cejas me miren. Que tu nariz me mire, que tu boca viciosa me mire con cada movimiento que haga y con cada palabra o cada sílaba que emita. Quiero que tu mentón me mire. Que tus pechos me miren, cuando están quietos colgando como dos ubres hinchadas, cuando los estás bamboleando o masajeando, cuando los estás apretando o abofeteando muy levemente, cuando juegas con ellos. Quiero que tu ombligo me mire, que la parte más privada de tu cuerpo me mire. Que tus miradas, tus muecas, tus sonrisas, tus parpadeos, tus manos calientes, tus suspiros y tus jadeos se conviertan en las más importantes protagonistas.

Me gusta cuando te mueves, cuando haces esos bailes improvisados con una libertad y un ritmo que encandilan. Cuando te recoges el cabello de la oreja o de la cara interminables veces, y más cuando lo hago yo. Cuando te lo atas y te lo desatas, cuando golpeas al aire con él al hacer un movimiento rápido con tu cabeza. Cuando te rascas donde te pica, y más cuando te rasco yo. Cuando cantas, balbuceas o tarareas la letra de una canción que te atrapa los oídos. Cuando meneas la cabeza por una melodía. Cuando me enseñas la lengua, cuando te la pasas entre los labios, o cuando te colocas un dedo entre ellos. Cuando te chupas un dedo, y luego lo sacas a recorrer tu mentón, tu cuello, y en algunos casos tu pecho también. Cuando te pasas los dedos entre tu cuello, inclinando un poco la cabeza hacia atrás. Cuando toqueteas con la yema de tus dedos tus mejillas como si fueran un teclado. Cuando pones las palmas de tus manos en tus mejillas. Cuando me guiñas un ojo, cuando me lanzas un beso al aire, cuando estiras los brazos haciendo aún más visible tu delantera. Cuando pones una mechón de tu cabello justo en medio de tu delantera, y haces un círculo rodeando uno de tus pechos con ella. Cuando te pones los dorsos de tus manos debajo del mentón. Cuando te rascas las orejas. Cuando estás con una prenda tuya de ropa a medio sacar, o a medio poner. Cuando tapas tus pechos con tus brazos o tu cabello. Cuando te metes las uñas entre los dientes. Cuando agarras tu labio inferior con unos de tus dedos. Cuando entrecruzas las piernas como dos serpientes en celo y ladeas a un lado y a otro.

Me gusta cuando acaricias tus pies, tus piernas, tu entrepierna o tus partes traseras con el acolchado. Cuando me enseñas las plantas de tus pies, cuando te acaricias el vientre con una de tus manos calurosas, mientras te estás mordiendo los labios, o cuando estás con la boca entreabierta. Cuando acuestas tu cabeza en tus manos, cuando me sonríes con los ojos, cuando acaricias tus piernas con tus manos. Cuando te cabalgas sobre la cama, moviéndote hacia arriba y hacia abajo. Cuando estás bocabajo y golpeas tus glúteos con tus pies, a través de movimientos rápidos con tus piernas. Cuando apoyas el mentón de tu boca en uno de tus brazos, cuando apoyas los labios y los dientes en una de tus muñecas. Cuando tus piernas se juntan chocando tus muslos entre sí, empezando a frotarse uno contra otro y buscando el calor del contacto mutuo. Cuando te revuelcas como si enserio lo estuvieras haciendo con otra persona, cuando acaricias tu cara con la almohada. Cuando apoyas las rodillas y los codos sobre la cama, y haces movimientos de lado a lado como si el aire sostuviera una gran pluma de pavo real de pecho azul, que está acariciando con lentitud y suma efectividad, tus zonas pudendas. Me gusta cuando te luces sin complejos.

Pensamientos fuera de lugar están flotando en el aire, pensamientos fuera de toda castidad están impregnando todo el ambiente, pensamientos fuera de todo pudor están invadiendo la situación, formando todos ellos un cúmulo. Nuestras excitaciones van a más según va pasando el tiempo, nuestras pretensiones se van haciendo más anhelantes y nuestras mentes están sin tapujos. Quiero contemplarte, emocionarme, excitarme e incluso reírme de tus sutilezas, de las que todavía presto mucha atención a pesar del gran detalle de que estás completamente desnuda, salvo por un pequeño collar que tienes puesto.

Desnudez imponente que invita al éxtasis. Desnudez solemne que invita a la fascinación. Desnudez majestuosa que invita al embelesamiento. Desnudez radiante que invita al arrobamiento. Desnudez hipnótica que invita al jolgorio interno. Desnudez, que se ve más clara que el pelaje de una cebra. Tan plena como la mañana a las diez horas. Poesía hecha mujer, la belleza existe y tú eres un buen ejemplo de ello. Deslumbrante de principio a fin. Increíble, con todas las extensiones de la palabra. Sugestivo o sugerente es una palabra que se queda más corta que la altura de una flor de balsamina.

Te quiero mujer de fuego, te aprecio mucho, y estoy bien gustoso de querer hacértelo saber. Deseo, anhelo probar tus labios, gustar de tus pechos atrevidos como dos porciones de torta a devorar, humedecer y endurecer tus pezones hasta que digan a grito pelado “¡aquí estoy!”. Incendiarlos con un calor intensificado sin gas ni fuego. Mimarte las aureolas, hervirlas. Besuquearte la nuca, el cuero cabelludo, la frente, la nariz, las mejillas, el cuello, el hombro, la clavícula, el dorso de tus manos y demás. Contemplar tu mariposa –que ya hace tiempo venía pidiendo salir del encierro– como si lo estuviera haciendo con una buena pintura o una buena fotografía. Saborear, tu preciosa mariposa, inquieta por recibir atenciones más y más mayores. Tomar aire y saborearla de nuevo, tomar aire y volver a saborearla hasta que estés absorbida por el momento. Alegrarla, divertirla, complacerla, contentarla. Subiendo y bajando por su centro, subiendo y bajando. Sorprenderla enrollando mi lengua para entrar y salir de ahí de forma majestuosa –mi lengua quiere ser, uno de tus mejores momentos–. Es mi ambición encariñarla con mis delgados dedos dentro de ella, sacándolos y metiéndolos a un ritmo constante, suave y relajadamente al principio y luego de manera frenética, enriqueciéndotela siempre de cosquillas, buscando tus valiosos gemidos y tus codiciados gritos. Con un dedo, dos, quizás sean tres, trabajando en ese pequeño valle. Todos, queriendo unirse a esa fiesta.

“Masajea, masajea, masajea”, “soba, soba, soba”, quiero que me diga. Que me dé la cálida bienvenida, quiero, mientras tu respiración se va tornando más irregular. Hasta que en las puntas de los dedos de tus pies sientas algo agradable. Hasta que tengas una sensación de hormigueo en tu estómago y te estés metiendo de lleno en tales sensaciones, colapsándote de ellas, y consumiéndote en tus reacciones con los ojos llenos de emoción. Por cada sensación de hormigueo que te agarre, te juro, que si pudiera te besaría y te lamería al mismo tiempo el vientre. Introduciría mi lengua en tu ombligo y recorrería su borde también.

Aumentar tu presión sanguínea y tu ritmo cardiaco a través de tu clítoris –que clama atención–, tu prepucio, tu monte de Venus, tus otros labios –esos que son los más recónditos y misteriosos–, y tu periné, que de adornos no tienen nada de nada. Degustarme con ese pequeño paquete de sorpresas, y con tus rodillas lo más separadas posible, tus ojos entreabiertos y mirando varias veces al techo, quiero que te agarren esos pequeños sobresaltos de los numerosos hachazos de placer, a intervalos irregulares, que te voy dando en ese lugar tan, pero tan candente. Tratar con un singular afecto a esa pequeña estufa quiero, mientras entrelazas tus manos con las mías, catapultándote a la gloria carnal, al edén carnal, al empíreo carnal. ¡Jugo, jugo, jugo! Quiero que salga jugo de ese pequeño pomelo. Que salgan gotas de esa fuente tuya, que es toda una divinidad, al mismo tiempo que una transparente untuosidad está empezando a salir de mi uretra, ¡aliéntame!

“¡Ah, ah, ah!”, “¡ay, ay, ay!”, “¡mmm!”, “¡oh, oh, oh!”, “¡uf!”, “¡uh, uh, uh!”, quiero que me digas con agudo entusiasmo, mientras estás arqueando tu espalda y moviendo tu cabeza de un lado y otro. Quiero hacerme un amigo fraternal de tu mariposa, ponértela blanda y tierna de amor, como un algodón. Hasta que te sobre el frenesí, formando la “V” de victoria con tus piernas casi sin darte cuenta, y agarrándome la cabeza acariciando mi pelo con tus uñas. Piernas que hacen ademán de querer seguir sintiendo. “Estoy disponible”, “estoy encantada”, “sigue, sigue, sigue”, me quieren decir. O será que una pierna querrá decir “amor” mientras la otra querrá decir “paz”.

A tu amiga íntima me la quiero comer, pero comérmela bien, que sólo con ella me puedo dar por satisfecho ahora, aprovechando que se despertó de su letargo. La quiero dejar más verde, más soleada y más enflorecida de lo que la pusiste en su estado de ánimo, magníficamente primaveral. Quiero dejártela con la misma benevolencia que un gato siamés a los pocos días de nacer. Apretarle el clítoris entre mis dedos, presionarlo con mi dedo pulgar o succionarlo, como más te guste. Quiero que te la frotes hasta que sientas que no puedes dejar de tocarte y te inundes de un cosquilleo cada vez más impaciente. Hasta que tus dedos, sin tapujos en su actuar, provoquen un terremoto en todo tu cuerpo, tambaleando sin equilibrio, y tu pelvis se mueva por sí misma de adelante a atrás, codiciando de nuevo un contacto que pronto te daré.

Al mismo tiempo que las pulsaciones disparadas de nuestros corazones están intentando derrumbar las paredes de nuestros pechos, quiero ir allí, donde está la perla de tu deseo sexual. Allí donde está el pistilo de tu placer sexual. Tocar esa llave. Que no quiera tener ningún motivo para irse a descansar temprano hoy, beneficiando paulatinamente mis intenciones. Después quiero ponerte bien bocabajo, mi corazón, que la zona perianal te la quiero dejar dulzona con mis movimientos de lengua. Rascar lingualmente todas las picazones que puedas llegar a tener ahí. Chocar repetidamente el vértice de mi lengua con tu anillo más secreto, más enigmático. Hacer pequeños círculos con el vértice de mi lengua en tu anillo más confidencial. Tu anillo menos conocido. Dejarte toda la zona pudenda, más empalagosa que la miel. Hacer del sexo oral una de las más estupendas tradiciones, contigo. Este placer sin tasa es necesario, y hay que darle rienda suelta. Este gozo es necesario, esta diversión es necesaria. Este entretenimiento, este deleite, este recreo, este regocijo, esta dicha, esta complacencia. Más para ti que para mí, no importa lo corto que pueda llegar a ser.

Verte bonita y de buen humor es lindo. Verte bonita, de buen humor y cachonda es algo que no tiene precio. Es un atracón de dicha. Soy partidario de tu placer, un seguidor de tu placer. Simpatizo con tu placer. Soy un aficionado, un afiliado, un adicto. Hay encuentros en donde me olvido íntegramente de dónde dejé mi ropa interior, de dónde dejé mi pantalón, de dónde dejé mi camisa, mis zapatos, mi abrigo. Pero no me interesa. No me interesa en absoluto, y quiero que tú te intereses aún menos en dónde dejaste tus costuras exteriores.

Quisiera tener una pequeña toalla, y entretenerte el clítoris –expuesto a mí– con ella. Quisiera tener un pañuelo, y rozarte el tulipán con él. Quisiera comprarme una franela, y hacerte repetidos movimientos circulares, en tu manzana de Eva, con ella. Quisiera tener una bufanda, y acariciarte alentadoramente la mariposa con ella. Quisiera agarrar una almohada y frotarte con ella tu pequeño cisne –de aspecto benigno–. Aunque tales acciones parezcan ser detalles pequeños, inocuos o insignificantes, a veces son capaces de hacer que la pasión esté agazapando, esperando para atacarte, arrancándote la impasibilidad y la frialdad, escondiéndolas en lo más inaccesible de tu mente.

Quiero besarte el lóbulo de una de tus orejas, mordértelo con la misma blandura que la arcilla húmeda. Abarcar en tu cintura, besar ese tatuaje que tienes, rozar mis labios con los tuyos, mis piernas con las tuyas, juntar mi pecho con tus pechos frondosos, mi abdomen con el tuyo, mis muslos con tus muslos, rozar mis brazos con tu espalda, que está queriendo huir de los escalofríos y no lo puede hacer sin ayuda. Besarte las rodillas. Ir por tu cuello y bajar lentamente con mi lengua hasta encontrar tus glúteos, para hacerles cosquillas. Para frotarlos, apretarlos, amasarlos, morderlos, dar suaves palmadas rítmicas en ellos y terminar besando y lamiendo tus muslos en la parte de abajo. Amorrar la cabeza hacia el surco que hay entre tus pechos y luego al surco entre tus glúteos, solamente para besarlos y lamerlos también.

Quiero mezclar mi fluido con el tuyo hasta que tus posaderas brillen como dos cucharas para helado nuevas, con tantos rebotes que me estás dando. Hasta llegar al cenit de la satisfacción mutua. Hasta que nuestras urgencias dejen de ser tales, sintiendo ambos una acaramelada humedad caliente justo, en donde más queremos sentirla. Hasta que mis ahora partes escurridizas tengan sus propios recuerdos de ti, y tus ahora partes escurridizas tengan sus propios recuerdos de mí. Sus propias marcas invisibles.

“Rico, rico, rico”, es lo que me haces pensar con cada cabalgada que me das en la cama. O a veces en el sillón, o a veces en una silla, cuando tu tórax sube y baja con gran vehemencia. La misma vehemencia con la que tus caderas se clavan y se desclavan sobre mi abdomen, fundiendo nuestras zonas pudendas en una sola. ¡Ta, ta, ta, ta! ¿Lo sientes al imaginártelo? ¿Lo sientes todo, bendita mujer? ¿Sientes el calor crecer desde tu vientre? ¿Sientes el calor crecer en la base de tu espalda? Me tienes la extensión venosa a punto de reventar, a punto de estallar, y me la vas a dejar seca. ¿Sientes cómo se va endureciendo y profundizando cada vez más adentro de tu vientre? ¡Pa, pa, pa, pa!

Ni bien a cuentagotas me abras todas las puertas, todos los portones, todas las aberturas y todas las entradas de tu cuerpo, quiero hacerte –y que me hagas– el amor sin inhibiciones, meterme en tu templo, penetrar en tu castillo, pasearme adentro de tu palacio. En ese aposento cobijarme. En ese reino que lleva tu nombre y apellido, hospedarme. Conquistar tu cuerpo tallado como la madera, de propiedades casi escultóricas, hasta que nuestra libido contagiosa cumpla con todas las promesas que nos hizo. Hasta que nuestras excitaciones dejen de gritar en voz alta. ¡Mira que empapados estamos!

Amarte durante una temporada prolongada, y no olvidarte por una temporada más prolongada, quiero también, dicho sea de paso. Que no sea más una idea frágil y tenue, como un rayo de sol en una mañana de invierno, que me impide vivir ilusionado. Desbotonar mi honda sensación de soledad y tu punzante sensación de soledad desde adentro, aunque sólo sea por unas horas. Tapar ese hueco grande llamado soledad. Le faltaba un condimento a mi vida, y ese condimento eres tú. Soy un espíritu que quiere volar lo más alto que nunca voló, y necesito que me hagas un empujoncito.

Sé que tu deseo por mí no será inagotable, y mi deseo por ti tampoco será inagotable. Tengo presente también el hecho de que el placer se agota mucho más rápido que el dolor, pero quiero olvidarme de todo aquello mientras inundamos del mejor gusto los escasos minutos que dure nuestro encuentro. Celebrarlo con largueza, que ya el estar siempre cortejando con la melancolía se me hizo un auténtico hastío. Las miradas de la melancolía no las quiero más. No quiero sus besos de tijeras heladas, ni tampoco sus abrazos de nieve, y eso que solía ser la que mejor me besaba y abrazaba, antes de conocerte a ti.

Vamos a mover esto, que debajo de la cintura me siento delicioso como un postre, sabroso como un bombón, exquisito como una barra de chocolate, deleitoso como una golosina, azucarado como el almíbar, por ti. Si la parte más privada de mi cuerpo tuviera un nombre, contigo se llamaría “apetito”. Podrías jugar con ella sin un mínimo de dificultad, que está más ansiosa que tú. Briosa como los ánimos de un caballo corredor, tiesa como un desodorante, casi tan levantada como una pared de ladrillo, más despierta que un gallo a la mañana y un grillo en la noche, la puedes agarrar con las dos manos si quieres. Quiero que la trates con el cariño de esos que no se olvidan nunca, especialmente la zona de la corona y el glande, haciendo tales movimientos con tu lengua que no dejarían con frío a nadie, amor mío. Quiero que hagas gestos como si la estuvieras mordiendo mientras estás codiciando lo que tiene guardado adentro para ti. Quiero que conviertas frases como “no siento nada”, o, “no me pasa nada”, en las mayores mentiras del mundo. “Mira como me pones”, te está queriendo decir mientras la estás meneando a puño cerrado, tesoro mío. Está más desbocado que la ausencia, el éxodo, el exilio de tu blusa y tu sostén, expatriados a lo que es el suelo. Se mueve sola, y no tiene ningún reparo en hacértelo ver. Lubrícamela con tu agua, que me tienes volando mujer, sostenido la evidencia más desubicada y arrogante de ello. ¡Azúcar, azúcar, azúcar! Dame más azúcar, que ni me fijo si te estás pasando. Haz más almíbar con él –a lo que es, probablemente, el reflejo más verídico de lo que generas en mí–, que la temperatura y los ingredientes ya los tenemos de sobra.

Haz que la vida se sienta más corta de lo que realmente es. Más breve de lo que debería ser. Más reducida de lo que quisiera. Haz que su tiempo de duración se sienta más y más escaso de lo que es, ahora que la pasión nos está haciendo una indiscreta visita dándole alas al apego. Haz que mis esperanzas, algunas de ellas, dejen de ser una utopía. Haz que mis decepciones, algunas de ellas, dejen de ser recuerdos y se conviertan en parte de la nada misma, en parte de lo que es el vacío en su definición más estricta. En parte de lo que es la nulidad en su concepto más conservador.

Quiero que tu boca generosa me diga “te quiero mucho” de esa forma, de esa manera también, sin decir una sola vocal, con la naturalidad y la confianza de lo impresionante. Que hagas de ella un instrumento para adormecerme las nociones de espacio y tiempo por un rato, bañándome con su cálida humedad uno de mis puntos más débiles, cuyas venas están temporalmente más marcadas que las de mi muñeca. Que te sientas una diosa poderosa aún estando arrodillada y apoyando los codos en donde los estés apoyando, usando como única prenda de ropa el aire. Y ya con sólo besarme la punta del pirulí o haciendo en ella círculos con tu lengua, te estás convirtiendo en una, dejándome bien en claro que tus talentos de orden erótico son mejores que los míos. Al fin y al cabo serás tú quien mantenga por más tiempo la sonrisa imperial.

“Estimula, estimula, estimula”, “frota, frota, frota”, “así, así, así”, “sí, sí, sí”, te está diciendo con su absoluta disponibilidad. Toma aire y luego prosigue, mi serafín terrenal, toma aire y luego continúa, atraviesa todas sus resistencias y redúcelas a su mínima expresión, hasta que sean más pequeñas que el ojo de una aguja. “Mmm, mmm, mmm”, “¿mmm? ¿mmm? ¿mmm?”, es lo que más quiero escuchar mientras me lo estás haciendo. Respira sobre ella. Presiona mi miembro con tus labios, ángel mío, aminora su obstinación a no querer hacer explosión. Sólo te faltarían los grandes y alocados lengüetazos de abajo a arriba, y de arriba a abajo. Se desvive por estar y refugiarse adentro tuyo, su necesidad más apremiante es esa, cielo mío. El revoloteo agradable que percibo en el interior de mi estómago, es grande y profundo. Mira cómo me estoy tocando el pecho.

Tu lengua es atrayente, es seductora, es encantadora. Cautivante. Satisfactoria. Complaciente. Simpática, alegre, risueña. Graciosa hasta en los momentos más infartantes. Afectuosa, cariñosa, afable. Adorable, deliciosa, apetitosa. Tu lengua es ahora mi momento, haciendo con ella increíbles trazos de pluma mojada. ¿Dónde está la inocencia? ¿Qué es la inocencia? ¿Existe la inocencia? Aquí y ahora, eso no existe. Tengo una pequeña picazón, un hormigueo más chiquito que una mariquita de siete puntos, justo en la punta de mi falo, y me gustaría que me la rascaras con tu lengua.

Mi prolongación venosa, cuyo bálano está acaloradamente alborozado –en estado de máxima tensión–, quiere aventurarse contigo. Entretenerse, divertirse, retozarse, quemar todas sus energías contigo. Lanzarse, apostar por ti. Pasarse entre tus mamas, entre tus bustos, entre tus esferas. Pasarse entre tus asentaderas, entre tus posaderas. Saludarse afectuosamente con tu monte de Venus, darse pequeños golpecitos y resbalarse varias veces con él o con tu periné. Tocar con su punta la cabecita de tu clítoris –ya no más tímida ni sonrojada–, como si fueran el dedo pulgar y el dedo índice de una mano, dándole máxima prioridad al tacto, el sentido que más manda, más gobierna y más se enseñorea con nosotros en esta parte. Pulsar ese botón y hacerlo latir como si tuviera voluntad propia.

¿Dónde está el pudor? ¿Qué es el pudor? ¿Existe el pudor? Pues aquí no creo que esté, su presencia no es ni siquiera nítida. Tus ojos calentorros no saben lo que es el pudor ni tienen idea de dónde está. Tus manos tocándome las debilidades como si fueran la cabeza de un pequeño cachorro, por ejemplo, tampoco saben. Ni tu boca transgresora. Ni tus sublimes pechos. Ni tus piernas vibrantes. Ni tus espléndidos y sedosos pies. Menos aún tu insolente y vanidoso trasero. El pudor fue tapado por el celo. Arrasado por la impetuosidad. Devorado por el desenfreno. Desdibujado por la lascivia. Opacado por el arrebato. Eclipsado por la libidinosidad. Derretido por la fogosidad. Difuminado por la concupiscencia. Diluido por el libertinaje. Borrado por el enardecimiento. Reemplazado por la desvergüenza. Todo sin la más leve beligerancia, el pudor aquí y ahora, se transformó en un concepto escurridizo como las gotas de lluvia.

En donde antes había hielo, ahora hay vapor. Si es cierto que la pasión es mágica, contigo quiero hacer varias pruebas empíricas. Puedes hacer lo que quieras conmigo que estoy en modo romántico, dispuesto y tan hambriento de ti. Como un plato de comida que rebalsa, me llenas el corazón de adrenalina, mujer hermosa y encendida. Te besaría con acaloramiento, te abrazaría con toda la fuerza reprimida, te acariciaría con afecto, te halagaría con admiración, te tocaría con devoción, como si me fuera a morir mañana, como si no hubiera un después. Lamería y relamería golosamente tu fascinante mariposa como si fuera un dulce. Tus risas, y tus repetidos gemidos de mujer acompasados a los míos, serían como melodías que entran en mis oídos, y yo quiero que formes una canción con ellos. También quiero que tus gritos de placer genuino formen una pieza de ópera, incluyendo los que tratas de tapar con tus manos, acallándolos de forma inane, mientras tus pechos y tu espalda están brillosos de la transpiración. Tus frases de aliento arderían por sí mismos sobre mi memoria, me harían enamorarme más de ti. Tus sonrisas y tus muecas lascivas me las almorzaría cada una de un bocado. Haría de tus pezones, caramelos rellenos en mis papilas gustativas carantoñas. En tus pechos divinos me gustaría dormir. Me gustaría que abras tus piernas y que hagas de mí tu hombre, aunque sólo sea por un periodo breve. Que transcurra lo más cadenciosamente posible, si va a ser por un corto tiempo.

Amo profundamente la temperatura de tu cuerpo cuando estás cachonda al cien por ciento. Adoro reverencialmente la temperatura de tu cuerpo cuando te pones así. La idolatro, estoy prendado de ella, enamorado de ella. Siento una total veneración. ¡Rediós, qué frío hace afuera! Quiero alimentarme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te alimentes de la mía. Quiero nutrirme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te nutras de la mía. Quiero sustentarme de la temperatura de tu cuerpo, y que tú te sustentes de la mía. La temperatura de tus manos y tus brazos es estimulante. La temperatura de tus piernas, tu abdomen y tu espalda es acogedora. La temperatura de tu cara y tu cuello exhalan ternura, y quiero estar más cerca de esa ternura. La temperatura de tus glúteos y tus pechos es embriagante. La temperatura de tu pequeño cisne es exaltante.

Benditas sean las inmensas ganas que tiene tu travieso cuerpo de hacer picardías. Bendito el sonido que hacen nuestros suspiros de amor. Bendito el sonido que hacen nuestras bocas cuando nos besamos con ansia enredada y juguetona. Bendito el sonido que hacen mis manos y mis brazos cuando te toco. Bendito el sonido que hacen tus manos y tus brazos cuando me tocan. Bendito el sonido que hace tu corpiño cuando te lo desabrochas como si fuera un traje caluroso, y lo lanzas a lo lejos liberándote de la represión de la lencería. Bendito el sonido que hacen tus pechos cuando los abofeteas. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando las estiras con tus dedos teniéndolas puestas, para luego soltarlos y que éstas vuelvan a pegarse a tu piel delicada estrellándose con ella. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando te las quito, y cuando te las pongo. Bendito el sonido que hacen tus bragas cuando la lanzas a cualquier lado. Bendito el sonido que hace mi lengua cuando te estimulo. Bendito el sonido que hace tu espectacular boca cuando te excitas. Bendito el sonido de tus risas y tus carcajadas. Bendito el sonido que hacen las sábanas cuando te retuerces de placer. Cuando te serpenteas del gusto. Bendito el sonido que hacen nuestros muslos cuando los agitamos y los golpeamos entre sí. Bendito el sonido que hacen tus palmadas. Bendito el sonido de nuestros jadeos. Bendito el sonido de todas nuestras respiraciones. Bendito el sonido que hacen nuestros corazones al latir. Bendito el sonido que hace tu entrepierna cuando le das pequeños golpecitos con tu mano derecha. El sonido de tus pisadas descalza. El sonido que haces al bañarte. El sonido que hace la espuma cuando juegas con ella. El sonido que hace tu cabello cuando lo peinas.

Benditos sean los movimientos que hace tu estómago cuando intenta resistir ese calor que recibe proveniente de un cuerpo extraño. Cuando intenta resistir los hormigueos que lo zarandean internamente. Benditos los movimientos que hacen tus manos y tus brazos cuando están creando los placeres que otras ciertas partes de tu cuerpo exigen al momento. Benditos los movimientos que hace tu lengua cuando me matas y me rematas el alargamiento venoso y sobresaliente con ella. Bendita la profundidad de tu garganta cuando me castigas de forma benigna con ella. La profundidad de tu ombligo cuando introduzco mi lengua casi hirviente en él.

Maravilloso sea el cubrecama en donde nos entregamos mutuamente, todo, hasta quedar vacíos. Maravillosas las sábanas en donde nos hacemos sentir exquisitos. Maravilloso el colchón en donde nos desvivimos sexualmente, haciendo desaparecer todo el color de la penumbra. Maravilloso el acolchado en donde unimos cada milímetro de nuestras pieles ahora algodonadas, recibiéndonos en igual cuantía. Maravillosa la humedad de tu boca cuando me acaricias de manera lingual. La humedad de tus jadeos cuando los exhalas cerca de mi cuello. La humedad de tus zonas pudendas cuando las entrelazas con las mías. Maravillosa la suavidad de tus labios cuando me besas. La suavidad de tu lengua cuando la usas conmigo. La suavidad de tus mejillas cuando derribo momentáneamente todas las fronteras invisibles contigo. La suavidad de tu nariz cuando quieres compartirla conmigo. La suavidad de tu cabello cuando me haces cosquillas con él. La suavidad con la que me arrullas manualmente, pintándome toda la piel de ella. Maravillosa la calidez de tus mimos cuando los expresas en alguna parte de toda mi anatomía.

Maravilloso es el calor de tu boca cuando me sosiegas las nociones de espacio y tiempo con ella. El calor de tus jadeos cuando los exhalas cerca de mi nuca. El calor de tus piernas cuando las cruzas con las mías. El calor de tus manos cuando jugueteas con mi elongación venosa. El calor de tus posaderas cuando te apoyas en mis muslos. El calor de tu espalda cuando la siento. El calor de tus pechos cuando me absorbo en ellos. El calor de tus pezones electrizantes cuando los quiero querer, haciendo pequeños círculos con el vértice de mi lengua en ellos. Maravilloso el calor de tu cuello cuando lo beso. El calor de tus mejillas cuando las unes con las mías. El calor de tu abdomen cuando lo adhieres al mío. El calor abrazante de tus muslos cuando se estrellan con los míos, mientras tus mamas suben, bajan, se adelantan o retroceden de acuerdo a cada embestida y a cada posición. El calor abundante de tu adorable y divino tulipán, cuando está muy encariñado conmigo. El calor de tu nariz cuando lo rozas en mi cara. Maravilloso sea el ardor de todas tus agitaciones.

Inspiradores sean tus besos más sonados, que se escuchan más claros que los siseos de una anaconda, haciéndome más merecedor de ti. Inspiradores sean tus suspiros más hondos, que se escuchan más claros que las ululaciones de un búho. Inspiradores sean tus jadeos más guturales y profundos, que se escuchan más claros que los aullidos de un lobo. Inspiradores sean tus gritos más indisimulados, que se escuchan más claros que los relinchos de un caballo. Inspiradores sean tus cabalgadas más ruidosas y aceleradas, que se escuchan más claras que la lluvia cayendo sobre un tejado. Inspiradores sean tus lamidas más mojadas y tus caricias más intencionadas. Los dos roncos y consumidos por un deseo melifluo, bañando nuestros semblantes con lo mejor de él, intercambiando abundante cantidad de sudor, confidencialmente cardiacos. Siento que estoy rozando el paraíso cada vez que sonríes cuando te estoy montando, con tus piernas en mis brazos y gotas están cayendo hacia el surco que hay entre tus glúteos. En el cielo me siento cada vez que sonríes cuando anexamos nuestros impudores, con tus piernas en mis hombros. En las nubes me siento, cada vez que ríes mientras vinculamos estrechamente nuestros impudores, que se aceptan sin ningún reparo. Los dos, estando idos de placer y haciéndole un homenaje, pareciendo durante segundos impermeables a cualquier distracción.

Quiero que tu admirable boca, caliente y húmeda, bendiga mi boca, mi frente, mis mejillas, mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi abdomen, mis brazos, mi espalda y mis piernas. Quiero que tu prodigiosa lengua bendiga mi glande, mi prepucio, mis venas dorsales y el resto de todo mi pequeño cuerpo impúdico.

Devuélveme las caricias que yo te doy, y yo te devuelvo las que tú me das. Regrésame los abrazos que yo te doy, y yo te regreso los que tú me das. El calor corporal que te haga falta yo te lo doy, y el calor corporal que me hace falta, deseo que tú me lo des también.

Mis miradas son tus miradas. Mis caricias son tus caricias. Mis abrazos son tus abrazos. Mis besos son tus besos. Mi ternura es tu ternura. Mi insomne deseo es tu deseo. Mi desvelada pasión es tu pasión. Mis excitaciones son tuyas. Desvísteme de mis miedos, de mi timidez, de mis prejuicios, de todas mis inseguridades, desatándome de todos sus nudos, y cúbreme con un manto de amor tuyo. Acógeme con beneplácito, envuélveme con un gran terciopelo de tu cariño. Vísteme de palabras bonitas, de palabras picantes y sicalípticas, de besos, de abrazos y de lujuria edulcorada, estando gozosos y totalmente despojados de ropa física. Hasta que nos dejemos a ambos con las sensaciones más sensibles que nunca. Si vas a estar afuera de mi cuerpo, que sea por cansancio, satisfacción o para cambiar de posición.

Después quiero dejarte mi semilla en donde no sean un peligro. En tus glúteos, o en tu abdomen, llenarte el ombligo de ella. O en tu espalda, o en tus piernas, o en tus mamas, o en tu cuello. Eso sí, jamás de los jamases en tu boca, en tu cara o en tu cabello. Eso no. Dentro de las relaciones sexuales consentidas tienen que haber reglas de oro, y esa para mí es una de ellas. Después quiero limpiarte con lo que haya a mano. Quiero vestirte, volverte a poner yo mismo tu ropa interior. Que me acomodes y te acomodes el pelo.

Cuerpos hechos de vicio, disolviendo todo el estrés –que es más feo que la herrumbre– como dos bolas de anís. ¿Cuál es el alboroto si hemos mojado el acolchado? ¿Cuál es el escándalo si hemos mojado las sábanas o el cubrecama? ¿Si hemos mojado nuestras toallas? ¿Si dibujamos varias manchas de humedad en las telas? ¿O si hicimos un enchastre? Lo lavaremos todo al terminar.

¿Quieres quedarte solamente hablando después de esto? Habla de todo lo que quieras, querida mía. Te lo debo. Habla de tu trabajo, de tus compañeros, de tus estudios, de música, de cine, de tus amigas y amigos, de tus sueños y ambiciones, o de cualquier nimiedad, mientras estás con la mirada tranquila. Después quiero que durmamos, y espero ser yo el último en dormirse, así te contemplo y descubro más detalles tuyos. Algún lunar, peca, punto rojo, cicatriz, mancha permanente o picadura de mosquito. Quiero que en el medio de todo eso me digas “te quiero” otra vez. No me importa si es susurrado, un hilito de voz casi inentendible –casi tan fino como un silbido– entre dormida y despierta, lo quiero escuchar. Si no, será otra noche. Ojalá que con todo esto, y un poco de suerte, logro que ocurra el milagro, de que después pienses en mí cuando estés ensimismada en tus secretos, de que tengas –producto de las huellas que dejé en tus silencios– fantasías conmigo, de que te sientas especial o segura conmigo, o lo más trascendental, de que suspires y se te humedezcan los ojos con tan sólo pensar en mí. El milagro, de quedarme en tu cabeza como una composición musical que se te mete al despertar. Como algo que te hace bien.

Valió cada arreglo que hice en mi aspecto físico para cautivarte. Cada prenda de ropa, y el perfume que me puse para intentar seducirte. Cada centímetro que recorrí para acercarme a ti. Cada pregunta que te hice con la intención de conocerte más. Cada voseo que hice con la intención de marcar más profundo en el terreno tu confianza. Cada muestra de interés o de atención que te di. Valió el tiempo que invertí pensando en las palabras justas para sacarte una sonrisa, y el que invertí pensando en las palabras justas para conquistarte. Cada mirada tierna o lasciva que te hice, y que funcionó. Cada llamada telefónica que te hice, y que fue oportuna. Cada regalo que te ofrecí, y que te gustó.

¿Dónde está la culpa? Mejor dicho, ¿por qué hay que sentir culpa de lo que sentimos? ¿De lo que hicimos? ¿De lo que estamos haciendo? Descarado aquél o aquella que desprecie todo lo relacionado al sexo, aunque sea un sexo consentido desde los cimientos hasta la cúpula. En un planeta en donde el sufrimiento fue convertido en un deporte de masas. Caradura aquél o aquella que aborrece toda cosa que tenga que ver con el placer sexual, aunque sea un placer sexual regado de amor. En un planeta en donde el dolor no tiene jerarquía alguna. Cínico aquél o aquella que siente repulsión hacia cualquier cosa relacionada al sexo, aunque sea un sexo arropado, abrigado y cobijado en el respeto mutuo. Farsante y de retórica ficticia, simulada, fingida, artificial y postiza sea aquél o aquella que dice odiar el sexo.

Amo esas noches escarchadas en las que bailas o te mueves como una total desprejuiciada en la habitación, enteramente vestida por obvias razones, sí, pero la sensualidad igual se convierte en algo casi tan omnipresente como el nitrógeno. Casi el mismo amor que siento por la mejor música, el mejor cine y el mejor teatro. Me enloquece cuando juntas y aprietas tus glúteos con mis partes bajas, como si de la nada se hayan convertido en imanes de gran carga magnética. Me rocían en la mente ideas de querer sacarte algo de lo que tienes puesto, y digo “algo” para no decir “todo”.

Pienso en meter mi mano dentro de tus bragas como si fueran una bolsa con monedas de oro, en meter mi mano dentro de tu corpiño como si fuera un pequeño maletín con dos gemas de diamantes en su interior, es así como quiero verlo. Sueño con sacarte las bragas como si fueran la envoltura de una golosina, sacarte el corpiño como si fuera la envoltura de un regalo, introducir mis dedos en tu boca como si los estuviera metiendo en un recipiente de agua tibia, es así como me lo quiero imaginar.

Disfrutar de nuevo y lentamente, de la desnudez de tu cuello. De la desnudez de tus hombros. De la desnudez de tus pechos. De la desnudez de tu vientre y tu espalda. De la desnudez de tus piernas y tus glúteos. De la desnudez de tu entrepierna besándola como a un girasol. De la desnudez de tus pies. De la desnudez de tus mejores sentimientos por mí. Hacer otra vez del erotismo un gran telón de fondo, hasta bombear nuestras vidas con más vida, palpitándonos bilateralmente. Volver a trazar delicadamente con mis manos, caminos imaginarios que vallan desde tu frente hasta tu espalda alta. Desde tu nuca hasta tu espalda baja. Desde tus orejas hasta tus codos. Desde tu cuello hasta tu pelvis. Desde tus hombros hasta tus caderas. Desde tu clavícula hasta tu ombligo. Desde la vibración más viva del surco entre tus pechos, hasta tus glúteos. Desde tus muslos hasta tus tobillos.

Gigantescas ganas me dan de darte un largo e intenso morreo. Un morreo extenso y potente. Un prolongado y enérgico morreo. Y al final un soñoliento morreo. Pausado, amodorrado. Un aletargado morreo. No sólo en la boca, sino también en tus mejillas, en tu cuello, en tus pechos, en tus hombros, en tu espalda, en tu vientre, en tus muslos, en tus glúteos. En tu zona más íntima y personal también, hasta que llegues a agarrarte una de tus piernas con tus brazos, juntando tu boca a tu rodilla y cerrando los ojos, alejando con todas las fuerzas de tus pies la distancia que existe entre sus dedos, agradables al tacto como piedras semipreciosas y del tamaño de uvas negras y blancas para vino de botella.

Tus pies, limpios como una sartén de teflón esmaltado sin usar –y perfectos como para meterles una violeta africana en cada surco–, son ideales para ir consumiendo oralmente sus dedos uno por uno, lamer sus plantas, besarle los tobillos ascendiendo por tus pantorrillas y alternándolas. Tus piernas, limpias como un vestido de seda que nunca salió del maniquí, son ideales para acariciar con mis dedos la parte de atrás de tus rodillas, lamerlas, besarlas, y seguir ascendiendo. Con tu piel más erizada de lo normal, quiero agudizarte lo más entrañable que tenga que ver con tu tacto.

Cada acción que hago para excitarte, y cada acción que haces para excitarme, es una gota más de felicidad que voy sintiendo, y espero que sea recíproco. Qué lástima que no sepa escribir poesía, así te dedicaría las palabras más bonitas del idioma español, usando como real inspiración tus emociones al descubierto. Tu tierno cabello, hambriento de besos y caricias. Tus ojos refulgentes y llenos de humanidad. Tus mejillas demandantes de cariño. Tu boca entusiasmada. Tu lengua traviesa, buscadora de un buen cómplice. Tu mentón pidiendo suavidad. Tu cuello y tus hombros arropados únicamente por el aire. Tus brazos queriendo rodearme. Tus pechos vestidos por la nada misma, suplicantes de unas buenas manos inquietas y una buena boca de hombre. Tus pezones resaltantes como la luz que emiten los lampíridos y jactanciosos de su estado. Tu ombligo expectante. Tu vientre, ansioso de sentir ese calor excepcional desde adentro. Tu espalda que ruega por una temperatura más cálida. Tus glúteos que apetecen de ardientes embestidas. Tu húmeda y a la vez sedienta entrepierna, tapada exclusivamente por el aire, deseosa de tener todas las agradables sensaciones posibles, y que ya se cansó de jugar monopólicamente con tus dedos. Tus piernas implorantes de una buena compañía. Tus pies exigiendo expulsar el frío.

Estrecharme a tu dulzura sin desprenderme de ella durante un buen lapso, y después dormirme una siesta, es para mí mejor que agarrar a todos los semáforos en verde en mi camino, mejor que comerse una buena ensalada, mejor que levantarme unos minutos antes de que suene la alarma del despertador, mejor que disfrutar de una buena parodia, mejor que ducharme sin premuras, mejor que escuchar a los pájaros cantar por las mañanas y sintiendo el olor a café con leche, mejor que escuchar las canciones que me traen buenos recuerdos, mejor que estar en un restaurante y ver que traen mi comida, mejor que hundir la mano en una bolsa con legumbres, mejor que llegar justo en el momento en que el colectivo, el subte o el tren hacen aparición en donde iba a hacer la parada, mejor que meter los pies en la arena y escuchar el sonido de las olas, mejor que quitarme el calzado cuando llego a casa, mejor que recibir el cumplido de alguien a quien admiro, mejor que reírme por algo que he recordado, mejor que salir del trabajo y que todavía haya luz, mejor que sentir cómo la lluvia me eriza la piel en un día sofocante y escucharla estando acostado, mejor que sentir el olor a jazmín, a libro nuevo o la fragancia del pan recién horneado, mejor que taparme en el sillón con una manta suave, mejor que tomar chocolate caliente en una tarde fría o comer una barra despacio, mejor que ver un amanecer, un atardecer, un arcoíris o la sonrisa de un extraño, mejor que sonreírle a ese extraño o tener una conversación amable con él, mejor que ver una puesta de sol en la playa y correr en ella, mejor que voltear la almohada en el lado frío. Casi mejor que reír hasta lagrimear.

Te venero mujer, te venero por cada beso que te doy, con tela o sin tela, en alguna parte de tu cuerpo. Por cada abrazo con tela o sin tela que te doy. Por cada palabra positiva que te digo y por cada sensación de bienestar que te transmito. La violencia no cabe, no tiene acceso a nuestra cama. Las burlas no entran en nuestra cama. Los insultos no entran en nuestra cama. Las amenazas no entran en nuestra cama. Las humillaciones no entran en nuestra cama. El menosprecio no entra en nuestra cama. Las bofetadas no entran en nuestra cama. Los puñetazos no entran en nuestra cama. Las patadas no entran en nuestra cama. Los estrangulamientos no entran en nuestra cama. La ridiculización no entra en nuestra cama y las miradas agresivas no entran en nuestra cama. Nada de eso ingresa, se mete o se adentra en nuestra cama, jamás de los jamases –cosa que debería suceder en todas las camas que se usan, se usaron alguna vez o se usarán para hacer el amor–. Nuestra cama es un nido de paz y respeto.

(10,00)