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Pasillo escondido

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No siempre podemos innovar en casa. Pero afortunadamente no nos aburrimos. A mi marido y a mí nos encanta coger. En todos los ambientes, en todas las posiciones. Ambos somos versátiles y disfrutamos mucho. Pero no siempre podemos innovar en casa.

Por eso, aprovechamos al máximo el resto de las situaciones. Esta vez fue una fiesta de disfraces en un menguante verano. Para alimentar la fantasía, asistimos a esos festejos por separado. Eso nos da la oportunidad de jugar a los celos e incrementar la tensión sexual.

Llegué. Mi marido disfrazado de lobo feroz bailaba con una conejita. Estaban demasiado cerca y ella apoyaba las nalgas en su miembro. No duró mucho tiempo: en cuanto me vio, él se distrajo de su compañera.

Con una bata color vino, un body blanco (con ganchos en la zona genital) y unas medias hasta la mitad del muslo emulaba una vampiresa. Pronto se me acercó un pirata. Bailamos bastante apretados y seductoramente le dejé mis marcas en el cuello. Entonces, sentí que desde atrás alguien me mordisqueaba la oreja. Reconocí el mordisqueo y me recargué contra mi lobo feroz. Nos alejamos del pirata y nos acomodamos en un sillón. Me senté en sus piernas, mirándolo.

Me besó con furia. Me reí y le pregunté si estaba celoso. No me respondió, así que me puse a comerle el cuello y logré arrancarle algunos gemidos. Con mi bata, oculté parte de la escena y pude llevar sus manos a mis pechos. Me manoseó por encima del body hasta ponerme los pezones puntiagudos. Me estaba mojando mucho, me estaba provocando muchísimas ganas de saciarme con su erección.

Nos levantamos. Empezamos a recorrer la casa, ansiosos. Las habitaciones estaban ocupadas y en el patio había demasiada gente. Sin embargo, delante de ese lugar había un breve pasillo. Estaba oscuro, pero levemente iluminado por la luz de la luna que se colaba por la puerta. Nos miramos, cómplices. Me apoyó contra la pared, dándole la espalda, y me besó desesperadamente el cuello y la nuca. Corrió mi bata, liberó su verga y la restregó contra mi culo. La tenía durísima y potente. Me quitó la bata, bajó los breteles de mi body y sacó mis tetas, para amasarlas, pellizcarlas y acariciarlas mientras continuaba masturbándose contra mis nalgas. Gruñía y a mí me palpitaba el sexo.

Volteé, hirviendo. Desprendí los ganchos de mi body. Le pedí al oído que me cogiera allí mismo. No tuve que repetirlo. Estábamos tan calientes y mojados que pudo meterme su pene de un primer y exquisito empujón. Grité. Levanté una pierna y la flexioné alrededor de sus caderas. Al compás de las mías se clavaba en mí una y otra vez. Y me mordía los pezones, sin piedad. Gemí más fuerte hasta que tuve que taparme la boca para no alarmar a nadie. Me tomó por el trasero, rodeé su cuello con mis brazos y así, en vilo, estuvo dándome. Mi espalda chocaba constantemente contra la pared.

Nos corrimos casi al mismo tiempo, agitados, con taquicardia. Me observó y sabiéndome llena de su leche sonrió y me beso con pasión. Nos acomodamos como pudimos y regresamos a la fiesta, a ver si podíamos crear otro espacio para una segunda ronda.

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