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Pecados capitales

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Dos meses enteros de reclusión, celibato, abstinencia de todo pecado, vicio y perdición. Santa, casta y bendita en la práctica diaria. Si no fuera porque tengo la mente atada al cuerpo hubiera podido engañar a Dios y ganar al paraíso. Eso sí, no importa cuán sano mantenga el cuerpo, mi mente con todo y pensamiento pertenece al cálido infierno.

Una vez al control de mi libre albedrío mis labios, pulmones y sentidos, cayeron bajo los efectos del primer cigarrillo en mucho tiempo. El primero lo fumas con glotonería, lo absorbes con hambre y terminas disfrutando de una leve y efímera borrachera; el típico mareíto rico que te abre el apetito a otro cigarrito. Pero esperé llegar a casa de la prima de mi amiga Elma que nos ahorraría los gastos del hotel para derrocharlos luego en otra exquisitez: alcohol.

Crucé la puerta de entrada con la extrema urgencia de cambiar mi ropa a algo más cómodo y menos formal, soltar mi pelo atado hasta la raíz y guardar en la maleta, junto con todo lo demás la seria y correcta personalidad que había tenido que crear para sobrevivir la precedente experiencia.

Con mi apuro olvidé la incomodidad que generan las casas ajenas. Entré como si fuera la mía propia para tropezarme en el comedor con un muchacho que apenas saludé siguiendo mi camino a la habitación para completar mi cometido.

Luego de almorzar acompañé mi segundo cigarrillo con el delicioso aroma y sabor de un cafecito cubano y entre retazos de anécdotas de mi entrenamiento y conversaciones al azar, noté la mirada curiosa del muchacho que me forcé a ignorar por creerlo pareja de la anfitriona; a la cual conocí tras una fría y distante presentación acompañada de un seco y protocolar saludo de bienvenida.

Los planes de convertir un aburrido lunes en una extensión divertida de un sábado desenfrenado se retrasaron a causa de la preocupación de Carlos -novio de Elma- de que saliéramos solas las dos en un estado desconocido nada menos que a una licorera.

El muchacho, viendo la posibilidad de banear lo desconocido, se ofreció a llevarnos so pretexto de hacer una parada en el mercado, para incluir a la velada un apetitoso buffet al barbecue.

Pero como dicen por ahí: “lo que no buscas te encuentra”; aun evitando cualquier intercambio de miradas o palabras, el chico, se abrió paso entre mi indiferencia y con confianza extrema lanzó preguntas como anzuelo que Elma contestó por mí con un poco de recelo. Actitud que validó mi primera impresión de su estatus civil y me hizo reforzar las defensas para ignorar los motivos de su curiosidad sin darle tanta importancia.

2 six pack de Smirnoff, una fortuna en shots, 2 botellas de Sweet Marcela y 1 de Apple Crown Royal. El perfecto inventario en el paraíso de un alcohólico o de un par de descarriadas buscando perder la cuarta rueda.

La boca se me hacía agua mientras abría un Smirnoff para saciar la sed en lo que aparecía el sacacorchos para la botella de vino; invitado de honor a mi paladar. Los shots se enfriaban en la nevera a la espera de su turno y la Crown Royal volaba de mano en mano sellando en nuestros labios su dulce sabor y en la garganta su ardiente fuego.

Llovieron bailes indecentes, karaokes desafinados, brindis sin sentido, amistades inesperadas y aclaraciones oportunas. Mi nueva mejor amiga de copas resultaría ser en realidad la madre del chico curioso; cuyos ojos se llenaban de sorpresa cada vez que me desprendía de los atuendos de las suposiciones y esa figura rígida, fría y distante que cruzó la puerta a la mañana se transformaba en todo lo que no hubiese imaginado.

El destino, travieso y juguetón, utilizó una botella de agua, ¾ vacía como desenlace de una serie de memorables acontecimientos. Nunca supe como un par de intentos del reto de la botella terminó siendo motivo de una tentadora apuesta.

-3 de 5 y si gano…

Su entusiasmo de ver la oportunidad que había estado esperando todo el día, casi reduce a cero los altos niveles de adrenalina que vienen con esos juegos secretos y furtivos. Se aseguró de nivelar el volumen de su voz a la distancia de terceros y continuó:

-me pagas con un beso.

Mis años y los grados de alcohol juzgaron el pago un tanto inocente, por lo que después de un fingido momento de meditación, asentí.

Entendí esa noche a los ludópatas y su incapacidad de romper los impulsos de seguir recibiendo esas descargas de emoción y entusiasmo generadas por los juegos de azar.

Siendo honesta jugué sin la intención de ganar. Ni siquiera puse condiciones de mi parte. No importaba quien perdiera los dos saldríamos ganando.

Sin fecha ni lugar establecidos para saldar mi deuda nos fuimos luego a jugar al dominó. El cual puso a todos a tono mientras las horas pasaban acercando el retorno a casa al día siguiente.

Estuvimos comprometidos con el nueve hasta que unos torpes forros pasaron inadvertidos, dejando en evidencia el estado crítico de la sobriedad. Sin nadie tocar fondo todavía empleamos las reservas de energía para hacer dúos, cuartetos y hasta coros con nuestros cantantes y canciones favoritas; de género en género, idioma en idioma y época en época.

Inmersa en la letra de una de mis baladas favoritas de Air Supply olvidé deuda, tiempo y mundo. Me trajo de regreso la sensual voz del muchacho que con cara de culpable me pedía que lo acompañara a buscar más cerveza. Lo seguí sin cuestionar su petición como el que sabe que llegó su hora.

Una vez fuera hablamos de negocios en lo que terminaba mi cigarro para montar al coche e irnos.

-Me debes tres besos.

Dijo caminando apresurado hacia mí y asaltando mi boca para calentar mis labios con el grosor de los suyos en un beso que por rápido, resultó indefenso. Saboreando las huellas de su beso lo miré con audacia desafiante diciéndole:

-Ahora solo te quedan 2.

Sin perder tiempo vino en busca de su pago. Esta vez, lo arrancó de un modo tan profundo, brusco y dominante que por segundos creí que le estaba pagando al Capo. Se erizó mi piel ante el peligro de su desafiante lengua persiguiendo la mía de una boca a la otra. Sentí el placentero dolor de sus dientes hincándose en mis labios junto con sus manos agarrando fuerte mi cintura, acercando mi cuerpo al suyo. Y cuando iba a incluir mis manos temblorosas a la fiesta, fuimos interrumpidos.

Subimos al coche con el nerviosismo infantil de casi haber sido pillados y creyendo en la ingenuidad e ignorancia del testigo.

Tanteando la suerte le pusimos el cinturón al 24 de corona y de regreso… caí víctima de la fantasía de ser llevada a lo desconocido por un extraño con evidentes malas intenciones. El coche se detuvo en la intimidad de la nada, lo secreto de la noche a la vista de cualquier curioso.

Dirigió su mirada al asiento del copiloto donde mi cuerpo entero vibraba de pasión. Con paciencia sobrehumana y calculadora calma espero que explotara alguna iniciativa de mi parte a cuyo silencioso reclamo conteste con voz apenada e insinuante:

-Solo te queda 1.

-El primero no cuenta -alegó.

Respondí con una pícara sonrisa al percatarme qué el juego continuaría.

No hay dos sin tres y como los números son infinitos paramos de contar los incisos derivados del último beso. Adoré su campaña publicitaria a gobernador de mis placeres y mi actuación intermitente de puritana y mojigata. Lo hice dueño de depravadas insinuaciones orquestando tras bastidores un roll play en vivo de cinco personajes y tres entradas.

Con ternura inmaculada con mi lengua dibujé caricias en su garganta, robé la esencia de sus labios y adorné su cuello, pecho y abdomen con finas hebras de aliento y estampas de ligeras mordiditas. Le frené la urgencia de sus manos bajo mi ropa, aunque le di la libertad de desnudar lo perfecto de sus más ocultos encantos. Con extrema delicadeza mis dedos testificaron el impecable acabado de tan magistral obra, al ritmo de ahogados suspiros, latidos acelerados y máximas 150 grados.

Los suyos, experimentados y violentos invadieron los confines de mi entrepierna para luego de sumergirlos en la fuente del pecado catar su frescura cual exquisito Cabernet. Leyó al instante la necesidad emanada de mi cuerpo de sentirlo dentro mío. Se acercó lo justo para que el calor de nuestros sexos se encontrarán y desatar en mi ser un impaciente episodio de locura. Clavé mis uñas en sus caderas y con ayuda de la gravedad lo obligué a fusionarse en la cúspide de infinitas lujurias. Até su movilidad entre mis piernas y me permití sentirlo en cámara lenta abrirse paso entre espasmos y contracciones para acomodarse perfectamente en el espacio. Probé la profundidad de mis límites al susurrarle al oído:

-Más duro, muchacho el Diablo.

Poseído por la orden rasgó mi esencia en un agresivo toque de tambores y le declaró la guerra a la humanidad al complacer el lívido de sus más primitivos instintos. Con salvajes danzas buscó liberar los caudales del santo grial, solo para desatar en su lugar la feroz incontinencia de un extenso clímax. Con licencia para abusar nos desgarramos los dos, nos arrebatamos todos los placeres y entregamos todas las ganas. Si eso no era el paraíso, que el infierno me sepa a gloria.

Aplacamos la sequía en la garganta con una refrescante cerveza esperando no mostrar evidencia alguna de los previos delitos cometidos. Me uní a Elma y su prima en la cocina en la preparación de un tentempié de pasada medianoche y un tutorial completo de “cómo ser una stripper exitosa”.

Con la vergüenza en el quinto sueño, la timidez escondida y el pudor en otra dimensión, sincronizamos los movimientos escandalosos de Sofía que reinaba en experiencia y hermosura. Se detuvo mi atención en el contorno de sus caderas meciéndose de un lado al otro con hipnotizante talento. Acomode mi embriaguez en el asiento ignorando cuán evidente se hacía mi deleite y Sofía no se molestó tampoco en disimular a quien iban dirigidos sus bailes de sirena.

La cerveza venció al muchacho que cayó en un profundo sueño en el sofá mientras que otros simplemente se retiraron al notar la energía unilateral que a la diva de la noche y a mi nos envolvía.

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