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Puerta trasera

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Era un martes por la tarde en un café de moda, donde había quedado de verme con algunas de mis antiguas compañeras de la universidad. Mis amigas y yo tratábamos de mantener el hábito de reunirnos al menos una vez cada quince días para no perder el contacto; aunque por supuesto con el tiempo esto era cada vez más difícil. De manera que el grupo original de hasta diez amigas en este tipo de reuniones, se fue reduciendo a cinco o menos.

En esa ocasión en particular éramos sólo tres: Silvia, Paty y yo. Aunque las tres estábamos casadas todavía no teníamos hijos lo cual, como es de esperarse, es un factor determinante a la hora de hacer espacio en el calendario para este tipo de actividades sociales.

Estábamos conversando amenamente de cosas sin importancia (sobre todo de las amigas ausentes), con un delicioso cóctel en mano para hacer más amena nuestra reunión. Sin perder la oportunidad de coquetear traviesamente con un guapo y joven mesero que se encontraba atendiendo nuestra mesa esa tarde. Compitiendo entre nosotras, tan sólo para divertirnos, por quien de las tres le debería resultar más atractiva.

—¿Vieron cómo me sonrió? —preguntó Silvia en forma retórica con cierto aire de vanidad, haciendo referencia al joven mesero—, creo que le gusté.

—Alucinas, tú piensas que todos los hombres quieren tener algo contigo —comentó Paty en tono de broma, haciendo burla de nuestra presumida amiga—. Lo único que quiere es que esta vez sí le dejemos propina —agregó con un poco de sarcasmo.

—Bueno, no sería la primera vez que le pago a un hombre por una buena cogida —agregó Silvia de forma desvergonzada, desatando las risas de las tres.

De todo nuestro grupo de amigas, Silvia siempre fue la más desenfrenada en lo que respecta a las relaciones con el sexo opuesto. Sus aventuras dentro de la alcoba (y muchas otras fuera de ella), durante nuestra época de colegialas eran épicas en todo el instituto donde estudiábamos.

Amante de las emociones fuertes, se había acostumbrado a salir con dos o más chicos a la vez; volviéndose adicta a esa dosis de adrenalina que le provocaba el riesgo de que sus pretendientes se enteraran de sus ‘aventuras’ paralelas.

Para Silvia una noche de ‘sexo casual’ con algún hombre no significaba más que eso, una sola noche. No existía motivo porque el que debiera haber consecuencias o repercusiones, más allá de placer físico que pudiera disfrutar con su amante en turno. Aunque por supuesto, si el nivel de placer experimentado hubiese sido realmente alto, siempre cabría la posibilidad de que le apeteciera repetir la experiencia.

Como era de esperarse, su fama de mujer fácil le ocasionó algunos conflictos con otras compañeras de la generación; quienes veían en ella una amenaza para la estabilidad de sus propias relaciones de pareja.

Sin embargo, aún con este inconveniente debo confesar que en varias ocasiones llegué a sentir envidia de mi amiga y sus aventuras; no sólo debido a que me hubiese parecido atractivo alguno de sus amantes, sino también por su valor y firmeza ante las críticas que pudieran hacer de su persona.

“Si te critican por coger, coge más duro”, era la frase de batalla que Silvia solía pronunciar (más como promesa que como amenaza), cada que se enteraba de algún comentario mal intencionado de una de sus detractoras. Si ese era el precio que ella debía pagar por la libertad de disfrutar de su sexualidad, estaba más que dispuesta a hacerlo.

Pero eso había sido hace más de tres años, ahora con dos años de casada, ella se consideraba a sí misma toda una dama respetable. Aunque eso no le impedía coquetear con algún chico que le pareciera atractivo; sobre todo si Juan, su esposo, no estaba presente.

Paty, por el contrario, era un poco más conservadora en cuanto a las relaciones de pareja. El típico caso de la chica que se casa con su primer novio al terminar sus estudios, perdiéndose la oportunidad de conocer a otros hombres con quien poder compartir su juventud y sexualidad. Pero que, en una gran muestra de tolerancia, lejos de juzgar a sus amigas aceptaba sin prejuicios los puntos de vista diferentes al suyo.

Para mujeres como Paty, desde mi particular punto de vista, es inevitable que tarde o temprano durante su vida de casadas lleguen a preguntarse si hicieron realmente lo correcto al casarse tan prematuramente. O si por el contrario se perdieron de alguna etapa importante en sus vidas en su afán de alcanzar una fantasía romántica.

Yo por mi parte, me veía a mí misma en un punto medio entre mis dos amigas. Asidua a las fiestas y bares, como muchas otras chicas durante mi etapa de soltera; pero que definitivamente no me metería en la cama con cualquier chico. Para mí, era sumamente importante haber conocido bien a mi pareja antes de tener intimidad. Quizás un poco idealista en cuestiones de amor y sexo, pero sin considerarme una mojigata anticuada.

Claro está, todo ese idealismo romántico casi siempre desaparece tan pronto se seca la tinta en el acta de matrimonio. Razón por la que es perfectamente normal, que algunas personas o parejas cambien sus hábitos y costumbres después de casarse. Tal parecía ser el caso de éstas tres chicas y sus respectivos maridos.

—No tienes que decirlo, eso ya lo sabemos —dijo Paty en tono de burla, haciendo referencia al último comentario de Silvia, donde sugirió haber pagado por sexo en el pasado—. Como en la despedida de soltera de tu prima en el club de desnudistas.

—Como olvidarlo —comenté yo, con una sonrisa sarcástica en mis labios—, donde se cogió a uno de los bailarines en un privado. Lo malo fue que nosotros se lo pagamos —agregué continuando con la broma trayendo a colación el hecho de que, en aquella ocasión, Silvia nos había pedido dinero prestado para poder pagar el erótico 'baile' del atlético danzante con quién ella había tenido sexo.

—Y hoy es fecha que no nos ha pagado aún —agregó Paty, haciéndome segunda en la broma acerca de aquella indiscreción de nuestra 'loca' amiga.

—No recuerdo que hubiese sido así —dijo Silvia dando un sorbo a su bebida, tratando inútilmente de ignorar nuestras burlas.

—Si se llega a ir con el mesero, mínimo que esta vez ella pague la propina sola —sentencié sin dejar de reír.

Como era de esperarse en este tipo de reuniones entre antiguas amigas de juerga con unas cuantas copas de más el tema principal es siempre el sexo; con quién lo hicimos y con quien nos hubiese gustado hacerlo, utilizando como excusa el recordar los viejos tiempos durante el último año en la universidad. Situación ideal para desahogar nuestros deseos más íntimos y posibles fantasías frustradas.

—¿Recuerdan al chico guapo de la biblioteca? Aquel que andaba tras de Paty —preguntó Silvia haciendo un fútil intento por desviar de su persona la conversación actual—. ¿Por qué no te lo cogiste amiga?

—¡Como crees! —respondió Paty con pudor—, en ese tiempo ya estaba de novia con Miguel.

—Amiga desde que yo te conozco, ya salías con Miguel en plan de novios —comenté con exageración, bromeando por el largo noviazgo de Paty.

—Casi se casó el mismo día que la bautizaron —dijo Silvia en tono de broma, haciendo también burla de Paty; quizás buscando un poco de revancha de la broma previa.

—No exageren; nos hicimos novios un año antes de graduarnos —intentó aclarar Paty, molesta por ser ella ahora el centro de las bromas.

—¡Claro que no! —refutó Silvia levantando la voz para contradecir a Paty—, ¿recuerdan cuando fuimos de paseo a las cabañas del lago en el tercer año de estudios? Tú no fuiste porque Miguel no te dio permiso de ir sola —acusó sin bajar el tono de voz.

—Eso es verdad —concordé dándole la razón a Silvia.

—De acuerdo —asintió Paty, dándose por vencida al tratar de negar lo prolongado de su noviazgo—, es que tuve mucha suerte con mi primer novio —agregó con una sonrisa de satisfacción, haciendo referencia a lo supuestamente bien dotado, anatómicamente hablando, que estaba su esposo.

Es perfectamente normal que entre amigas de confianza se presuman unas a otras las bendiciones que la vida les ha otorgado, por más superficiales que puedan estas parecer. Una buena figura, un cabello sedoso, una casa hermosa o un gran empleo salen casi siempre a relucir a la menor oportunidad. Y en el caso de Paty, el famoso miembro de su esposo; el cual sólo tenía el placer de conocer por ‘boca’ de su propietaria, literalmente.

“¡No me entraba completo!”, aún escuchó resonar esas palabras en mis oídos al recordar la ocasión que Paty nos narró la odisea que vivió el día que le practicó por primera vez sexo oral a su, en aquel entonces, novio Miguel; dando a entender que el miembro viril de su pareja era de un tamaño tan considerable que simplemente no consiguió introducírselo completamente en la boca.

“Exageras”, fue la respuesta que le dieron sus amigas, incluyéndome. Obvio que le pedimos una fotografía como evidencia de lo que ella nos contaba, pero la muy santurrona se negó; más por miedo a que alguna de nosotras intentara robarle a su novio que por modestia.

—No importa que tan grande lo tenga —argumentó Silvia, fastidiada por la supuesta buena suerte de Paty—, a veces es bueno probar algo nuevo, sólo para combatir la monotonía. Y sobre todo cuando se trata de sexo, ¿a poco sus esposos nunca les han pedido que los complazcan con practicar alguna fantasía en la cama? —preguntó pícaramente en voz baja.

La pregunta de Silvia no pudo ser más oportuna, pues el siguiente fin de semana sería el cumpleaños de mi esposo; y aun que originalmente yo le había sugerido salir a cenar y beber unas copas para celebrar, él me había pedido que hiciéramos algo un poco diferente para salir de la rutina de nuestra vida de pareja.

—¿Quiere llevarte a un motel? —preguntó Silvia sorprendida, después de que les confié los deseos de mi esposo—. ¿Qué clase de motel? —preguntó ahora, más por morbo que por curiosidad.

—A alguno de los que están por la carretera antes de salir a la autopista; no lo sé con exactitud, los que frecuentan las parejas que no están casadas, los amantes —expliqué a mis amigas la extraña solicitud de mi esposo para su cumpleaños.

Silvia y Paty intercambiaron miradas, mientras una sutil sonrisa de complicidad se dibujaba en sus rostros antes de apresurarse a levantar sus copas para dar un sorbo más, echando a volar su imaginación acerca de los posibles inconvenientes que atravesaba mi relación de pareja.

—¿Por qué se ríen? —pregunté intrigada por lo que ellas estarían imaginando.

—Amiga, ¿no es obvio? —dijo Silvia, con una sonrisa sarcástica—, tu esposo ha caído en la monotonía sexual y busca una forma de salir de ella. ¿Segura que no te pidió algo más? —preguntó como si ya conociera la respuesta.

—Bueno, creo que puede haber algo más… —confesé tímidamente sintiéndome acorralada por mis dos amigas.

Y de hecho sí que lo había, ¡una muy grande! No habían pasado ni dos semanas desde la última ocasión en que mi esposo me había solicitado tener sexo anal. Por supuesto que no era la primera vez que me solicitaba que lo complaciera con tal acto, pero sí la ocasión en que más vehementemente lo había hecho; prácticamente me lo había suplicado llorando.

Sin embargo, en mis complejos, para mí eso era tema tabú. Algo que no podía ser de ninguna manera placentero para mí, y por el contrario sí de muchos riesgos; pues en mí rígida manera de pensar, simplemente ‘aquello’ no era para eso.

—Así que de eso se trata —dijo Silvia sonriendo burlona después de escuchar el complementario deseo de mi esposo—, te quiere meter la verga por detrás. Pues será mejor que te vayas preparando para no sentarte en una semana querida —agregó antes de soltar una sonora carcajada que contagió a Paty.

Yo reí nerviosa, fingiendo no sentirme aludida por la broma. Pero por más que me esforzara, era obvio que la posibilidad de ser penetrada analmente por mi esposo me incomodaba en gran manera. Aún antes de hacerlo.

—Los hombres son tan predecibles —declaró Silvia sonriente, antes de dar un nuevo sorbo a su copa.

Según mi experta amiga, el plan de mi esposo era llevarme a un sitio lejos de nuestro hogar, fuera de mi zona de confort, un territorio neutral por decirlo de alguna manera. Un lugar donde yo me sintiera cómoda de expresarme libremente y sin inhibiciones. Donde él me pudiera seducir y embriagar fácilmente. Y justo ahí…

—¡Darte bien duro por el culo! —exclamó Silvia bruscamente soltando otra fuerte carcajada, olvidando por un segundo el lugar donde nos encontrábamos.

Imposible tener una conversación seria con este par de amigas. Pero en algo tenía razón, al no tratarse de nuestro hogar el lugar donde suponía que mi marido quería satisfacer sus impúdicos deseos, habría mayor posibilidad de que yo lo relacionara con un ocasional juego de rol, un evento de una única vez en lugar de algo que se fuera a ser habitual en nuestra relación.

—Preocúpate cuando no te lo pida querida —dijo Silvia levantando una ceja como gesto de gran sabiduría mundana—, porque las amantes normalmente no les niegan nada a los hombres con el propósito de engancharlos —concluyó.

—Odio decirlo, pero tiene toda la razón —concordó Paty con lo comentado por Silvia—, es mejor que complazcas a tu marido de vez en cuando para que se le quite la curiosidad y no ande buscando en otro lado quien le haga el ‘favor’.

Las palabras de mis amigas permearon en mi subconsciente. ¿A caso tendrían algo de razón, y estaría yo indirectamente propiciando una infidelidad de mi esposo al negarle sexo anal? Pues si mi esposo deseaba tan vehementemente cumplir su fantasía sexual, era seguro que no la quitaría de su mente hasta que la hubiese realizado, aunque fuera con otra mujer. Definitivamente eso sería algo que yo no podía permitir que sucediera.

Con todo, lo bueno es que él recién me había pedido que lo complaciera por ‘detrás’, lo cual me indicaba que nadie más le estaba haciendo el dichoso 'favor', al menos no aún. Todavía tenía una oportunidad de complacerlo en ese aspecto y demostrarle de paso, que aún tenía algunas sorpresas que enseñarle en la cama.

—¿Y duele mucho por atrás? —pregunté preocupada, considerando la idea de finalmente ceder a los deseos sexuales de mi esposo.

—Querida, somos mujeres, el sexo siempre nos duele la primera vez —respondió Silvia con sarcasmo—. Pero ya te irás acostumbrando amiga.

Silvia pasó a explicar, en voz baja por supuesto pues recién recordó que nos encontrábamos en un lugar público, la importancia de la lubricación y un buen ángulo de penetración para semejante faena. Según ella, si yo no tenía una buena lubricación el dolor se incrementaría exponencialmente, pudiendo llegar incluso a ocasionarme un desgarre en la abertura del esfínter.

Todo esto me hizo sudar frío, pues no era algo a lo que yo estaba acostumbrada. Para mí el acto sexual debería ser un momento de expresión de amor puro entre dos personas que se aman profundamente, la definición romántica del sexo. La idea de provocar o dejar que te provocarán alguna clase de dolor físico intencionalmente, era para mí otro de tantos temas tabú, que relacionaba con la práctica del sadomasoquismo. ¿Sabía a ciencia cierta en que me estaba metiendo? O, mejor dicho, ¿sabía lo que me iban a meter y por dónde?

—Pero tranquila amiga —continuó Silvia—, si lo hacen correctamente, comenzarás a gozar desde la primera vez que lo practiques.

Continuando con su tutorial Silvia me explicó que es necesario que mi esposo y yo tomáramos las cosas con calma, tratáramos de no acelerarnos, ni ponernos nerviosos. Por lógica, una buena higiene antes de empezar ayuda a crear la atmósfera y sentirte confortable y confiada.

—Utiliza una lavativa o agua caliente, para tu aseo personal previo al encuentro; una crema con una dulce fragancia ayudará a humectar y suavizar la piel—recomendó Silvia, incitándome a tomar notas mentales.

Como en otras situaciones, el viaje resulta ser mejor que el destino, por lo que ella sugirió que mi esposo me estimulara primeramente con un masaje alrededor de mi orificio de entrada. Haciendo círculos lentamente con sus dedos por todo mi anillo exterior; para después introducirme primero un dedo y luego dos, y de esa manera conseguir progresivamente estimular la dilatación de mi ano.

Mis ojos se abrieron grandes como un par de platos mientras veía como Silvia utilizaba sus manos para ilustrar su explicación de la mejor manera. Cerrando el pulgar y el dedo índice de la mano izquierda para hacer un círculo, que se abría cada vez más, al simular ser acariciado por los dedos de su mano derecha. ¡Por un segundo me sentí excitada!

—Se siente como un pequeño cosquilleo, que sube por toda tu espalda desde tu coxis hasta la nuca —comentó Silvia, antes de ser invadida por un ligero espasmo, excitada por su propia explicación.

¡Cielo santo!, me sentía como la primera vez que iba tener sexo con un hombre con aquella extraña sensación de sentir ‘mariposas en el estómago’; ante la expectativa de entregar tu virginidad a quien una piensa que amará por siempre, ansiosa y nerviosa a la vez. Pero con un grado de curiosidad que despertaron en mi interior los más oscuros deseos carnales que hasta ese momento ignoraba que tenía.

—Bueno, eso sí me lo ha hecho antes —repliqué, haciendo referencia al masaje anal, riendo nerviosamente antes de dar un trago a mi cóctel buscando recobrar la compostura—, sólo que no le hallé el gusto.

—Es porque tú sabías perfectamente que no iba a suceder, pero ahora las cosas serán diferentes —dijo Silvia—; tu no tendrás el control de nada y no hay nada más excitante que perder el control en la cama, y no estoy hablando del control del televisor —agregó en tono de broma, desatando una vez más las risas de todas, necesarias para romper la tensión que se estaba generando en nuestra mesa.

Yo reía nerviosamente mientras Silvia continuaba explicando la posición que mi cuerpo debería adoptar durante la penetración. Según ella, lo mejor era arrodillarme sobre la cama y colocar una almohada entre mis piernas pegada a mí vientre; inclinando mi torso hacia el frente, hasta recargar mi rostro sobre las sábanas. Y de esta forma dejar mi trasero al aire con el mejor ángulo de entrada posible.

—¡Estarás completamente indefensa! —bromeó Silvia con sarcasmo—. Pero es la mejor posición para reducir el dolor de ser penetrada la primera vez.

—Eso es verdad —asintió Paty, concordando una vez más con la extensa explicación de Silvia, pero con un ligero tono irónico en su voz—, pero al final todo depende de que tan grande y gruesa tenga la verga tu pareja. No es lo mismo pasar una hebra de hilo por el ojo de una aguja, a querer pasar una soga —sentenció riendo con actitud burlona.

Esa última aportación de Paty a la conversación fue tomada de mala manera por Silvia, quien vio en el comentario cierta dosis de presunción de nuestra amiga. Como si tratara de restregarnos en la cara el 'gigantesco' miembro de su esposo; lo que, viéndolo en retrospectiva, no sonaba tan mal después de todo.

—¡Otra vez con eso! —exclamó Silvia torciendo la boca al golpear la mesa—. Creo que ya es tiempo de que nos des alguna prueba —desafió a Paty con un tono retador en su voz que sólo podía significar una cosa.

—¿De qué tipo de pruebas hablas? —preguntó ingenuamente Paty frunciendo el ceño.

—¡Fotos! —exigió Silvia molesta.

—¡Estás loca! —respondió Paty rechazando con firmeza la solicitud de su inquisidora.

Yo me encontraba todavía atónita por la explicación de Silvia acerca del tema en cuestión, por lo que me resultó imposible sopesar lo inapropiado de sus exigencias hacia Paty; y estando con algunas copas de más...

—Vamos, que estamos entre amigas —dije incitando a Paty, con actitud pícara, para que le pidiera a su esposo una foto de su miembro—, prometemos no hacer ninguna burla de sus partes.

—Yo no prometo nada —aclaró Silvia mezquinamente.

—No lo sé —dudó Paty teniendo válidos motivos para no realizar lo que le estábamos pidiendo—, tendría que llamar a Miguel y pedirle una foto de su pene, le parecerá algo raro.

—Quizás le parezca un poco raro, pero a los hombres les gusta siempre alardear acerca de su pene —dije yo tratando de persuadir a Paty.

—¿Qué nunca llevas fotos de tu esposo desnudo en tu teléfono? —preguntó Silvia con incredulidad—. Si te hace sentir más cómoda, les muestro primero una foto de Juan —agregó desvergonzadamente.

Silvia sacó su teléfono y procedió a activarlo, tratando de encontrar algunas fotografías de índole personal que compartir con nosotras. Después de haberlas localizado nos las mostró sin ningún pudor, olvidando una vez más que nos encontrábamos en un lugar público.

Según Silvia, las imágenes eran de una sesión de sexo de hacía un par de semanas, en la que ella y Juan habían bebido de más en un bar de la localidad. Animados por el alcohol, ellos aprovecharon para encerrarse en el sanitario de caballeros, y con esa escasa privacidad ella practicarle un 'rapidín' oral a su esposo. Por lo que la imagen mostraba el miembro de Juan visto desde arriba, desde el punto de vista de Silvia.

Aunque la historia de Silvia parecía excitante, las imágenes distaban mucho de serlo. Era fácil suponer que la inusual situación en que las imágenes habían sido capturadas, había repercutido en la nitidez y calidad de las mismas. Una escasa iluminación y un mal ángulo de la cámara ocasionaban que el miembro de Juan no se pudiera apreciar correctamente. Con un poco de imaginación, se podía distinguir que su tamaño debería ser ligeramente superior al promedio, nada porque jactarse en lo absoluto.

—“Creo que mejor pediré otra copa” —dije con una sonrisa mordaz, despreciando la imagen que Silvia nos compartía.

Mi aparentemente inocente comentario no había sido al azar, sino todo lo contrario, tenía toda la mala intención de traer a colación un ingenioso juego de palabras que mis amigas y yo solíamos utilizar como una especie de código cifrado; en cada ocasión que algún chico 'poco atractivo' se nos acercaba para coquetear en algún bar o club nocturno.

Tal frase era utilizada en dos contextos diferentes. El primero, en el que dábamos a entender que rechazaríamos cortésmente a nuestro pretendiente con la esperanza de conseguir 'algo mejor' antes de que terminara la noche; y el segundo, el cual era un poco más atrevido, implicando que deberíamos estar muy ebrias para considerar la posibilidad de fornicar con nuestro actual 'galán'.

Aun cuando intentó tapar su boca, Paty no pudo evitar dejar escapar una pequeña carcajada al recordar las innumerables ocasiones, en que ella había atestiguado como sus amigas libraban una situación utilizando ese mensaje en código. Siendo ella una santurrona consumada, yo no podía recordar alguna ocasión en que ella hubiese utilizado esa frase, a no ser que fuera para realizar una parodia de sus amigas.

—Aquí tengo otra foto —dijo Silvia al percibir la desilusión en nuestros rostros, mientras contemplábamos las imágenes de su más reciente aventura—, aquí se ve un poco mejor.

La nueva imagen era un poco más antigua y había sido tomada en su casa, posiblemente en su recámara. En ella se podía apreciar el miembro de Juan muy bien iluminado por lo que su tamaño se podía apreciar mejor; pero igual distaba mucho de ser algo que presumir, por lo que Paty y yo intercambiamos miradas de decepción.

—Yo ya les mostré, ahora es su turno —desafió Silvia dirigiéndose hacia mí, molesta por nuestra apatía y actitud burlona.

¡Mierda! “Si hubiese sabido que Silvia me pediría lo mismo que a Paty, no hubiera hecho broma de los atributos de Juan”, pensé en mi interior. Sin embargo, casualmente yo tenía en mi teléfono algunas fotografías del miembro de mi esposo, las cuales él me había enviado a modo de broma en una ocasión que él había salido de viaje de negocios hacía un par de meses. Según él, para que no me sintiera sola durante su ausencia.

—De acuerdo —accedí a la presión de Silvia, tomando mi teléfono de la mesa para mostrarles esas íntimas imágenes.

Silvia me arrebató mi teléfono, ansiosa por juzgar los dotes de mi pareja. Creo conveniente aclarar en este momento que, anatómicamente hablando, mi esposo tampoco tenía mucho de que presumir; si había accedido a la petición de mi amiga era única y exclusivamente en el espíritu de una 'sana' convivencia.

La imagen que les mostré a mis amigas era un acercamiento en primer plano del miembro de mi esposo. Aparentemente él la había tomado desnudo de frente al espejo, por lo que estando completamente erecto en dirección de la gravedad se apreciaba ligeramente más largo que el de Juan.

—Creo que he visto mejores —dijo Silvia con desdén en modo de broma, después de haber analizado la imagen en mi teléfono antes de cedérselo a Paty.

—¡No seas ridícula!, si prácticamente pudiera ser el hermano gemelo de Juan —refuté molesta, tratando de alegar que nuestros esposos tenían miembros muy similares.

—¡Claro que no, el de Juan es más grande! —alegó Silvia con vehemencia, captando la atención de algunos comensales a nuestro alrededor.

—No discutan chicas, que somos amigas —dijo Paty intentando apaciguar la inverosímil discusión.

—Tú mejor no opines, que todavía no nos has mostrado ninguna foto de tu esposo —acusó Silvia molesta.

—Eso es verdad, tú todavía no nos muestras ninguna foto —concordé haciendo un mismo frente contra nuestra recatada amiga.

Después de que Silvia y yo instigamos a Paty, ella se sintió obligada a ausentarse unos minutos para llamar a su esposo y conseguir una evidencia, en forma de una fotografía, del magnífico miembro de su hombre. Evidencia irrefutable que nos dejó a ambas con la boca abierta... ¡Y babeando!

Ignoro la forma en la que Paty le solicitó la fotografía a su esposo, pero debió haberlo hecho de una forma muy convincente, porque él se había esmerado mucho en la calidad de la misma. ¡Su miembro se veía realmente impresionante!

La imagen había sido tomada de perfil, de tal forma que su enorme miembro, largo y ancho, estaba en ángulo recto con sus piernas. Su glande en forma de un hongo de color rojo y morado, simulaba ser la cabeza de un pesado ariete, duro y rígido dispuesto a derribar cualquier obstáculo que se interpusiera en el camino de su afortunado dueño.

Como Miguel estaba depilado en la zona de sus genitales; podía apreciarse perfectamente bajo el tallo de su miembro como sus dos enormes bolas colgaban majestuosas, una a lado de la otra como dos grandes naranjas. ¡Ahora podía entender claramente porque Paty decía que había tenido mucha suerte con su primer novio!

—¡Amiga, que guardadito lo tenías! —exclamó Silvia, abriendo los ojos como un par de enormes platos, al tiempo que se mordía los labios tratando de contener sus lascivos instintos.

—¡Cuidado! —advirtió Paty—. Te recuerdo que puedes ver, pero no tocar —agregó con una actitud amenazante, muy rara en ella, dejando bien claro quién era la dueña de semejante espécimen.

Yo estaba estupefacta, completamente paralizada al grado que ni siquiera podía parpadear, maravillada por el enorme miembro del esposo de Paty. Por un lado, sentía un poco de envidia, por tener ella la oportunidad de disfrutar las veces que quisiera de buen sexo con ese gran pedazo de carne; pero, por otro lado, me sentía aliviada de no tener que ser penetrada por el ano con ese mismo miembro.

—¿Como hiciste para meterte eso por atrás sin que te doliera? —pregunté sorprendida después de unos segundos de examinar minuciosamente la imagen que Paty nos compartía; ansiosa por recibir un gran consejo, suponiendo que la calidad del consejo debería ser proporcional al tamaño del asunto por el que indagaba.

Paty desvió la mirada al escuchar mi pregunta y se mordió los labios un poco apenada, tratando de ocultarse detrás de su cóctel para evitar responder; cosa que no conseguiría, pues era claro que una 'espinita' clavada en su ser la obligaba a hacerlo.

—La verdad es que... no lo he hecho —confesó con voz baja antes de beber un sorbo más de su copa.

—¡¿Como?! —exclamó Silvia sorprendida—, tienes 'eso' en tu casa todas las noches y no le has sacado partido, me has decepcionado amiga —sentenció Silvia riendo burlona, fingiendo desencanto por lo confesado por Paty.

Con semblante serio, Paty pasó a relatarnos lo angustioso que había sido la ocasión en que ella y su esposo habían intentado tener sexo anal por primera y única vez. Según ella, su genética la había hecho propensa a las hemorroides; por lo que cuando Miguel penetró su esfínter en esa ocasión, le causó pequeñas hemorragias que convirtieron la experiencia en un total calvario por el que incluso terminaron en el hospital.

—Mi doctor prácticamente nos prohibió volver a realizarlo como pareja —confesó Paty con los ojos vidriosos al relatarnos su triste experiencia.

Aunque no habían sido sus palabras exactas, el mensaje del doctor había sido bastante claro: si Paty y Miguel querían practicar el sexo anal, sería mejor que lo hicieran cada uno por su cuenta en lugar de como pareja.

Entre líneas, a Paty le sugirió buscar un hombre con un miembro de tamaño menor al promedio con quien el riesgo de producir una lesión interna en el colon sería mínimo. Por otro lado, a su esposo le sugirió buscar una mujer con un esfínter lo suficientemente elástico para ajustarse a su enorme miembro, preferentemente una mujer más joven. ¡Definitivamente un diagnóstico médico muy extraño!

—¡Por favor amiga, tienes que hacerlo sino por ti, hazlo por las que queremos hacerlo y no podemos! —urgió Paty con un semblante ridículamente serio, dando la debida importancia a un asunto que hasta ese momento yo consideraba banal.

—Si te va bien, quizás enviemos a Miguel contigo para que se lo hagas —interrumpió Silvia haciendo una pesada broma acerca de la desdicha de nuestra amiga.

Por fortuna, Paty estaba tan concentrada en su propio infierno que ignoró la broma de mal gusto de Silvia. Es decir, tenía que ser eso, o quizás era que ella no lo tomó como una broma, sino como un presagio de lo que estaría dispuesta a hacer con tal de complacer a su esposo.

¡Cielo santo, no podía creer la clase de presión que caía sobre mis hombros! Ser penetrada analmente ya no se trataba sólo de mí, de mis miedos y complejos, ahora tenía otro significado; uno más profundo (en todos los sentidos). Ahora se trataba de mostrar empatía y solidaridad con mi mismo género. De ser un modelo para seguir, ¡una verdadera heroína!

De acuerdo, quizás exageraba un poco, pero una cosa era más que segura: mi esposo tendría que ser quien más feliz estuviera con mi nueva perspectiva respecto al tema. Sin embargo, pensé que sería mejor no ponerlo al tanto hasta el día de su cumpleaños, de esa forma la sorpresa sería mucho mayor para él.

Pasaron los días y el aniversario de mi esposo llegó; como lo habíamos planeado salimos primero a cenar y beber unas copas para después dirigirnos al motel. Como él aún ignoraba mi cambio de pensar respecto al sexo anal se había asegurado de que yo ingiriera bastante alcohol; anticipándose a las posibles objeciones que pudiera yo tener. Traviesamente decidí seguirle el juego bebiendo sin control.

Tan pronto entramos en la pequeña y mal iluminada habitación del motel, él comenzó a besarme en los labios con lujuria, deseando comerme a besos. Mientras que con sus manos desabrochaba los botones de mi vestido, ansioso por desnudarme como si se tratase de la primera vez que hacíamos el amor.

—¡Te quiero coger como nunca perra! —exclamó mi esposo entre dientes, bien adentrado en su papel de un macho dominante que se encuentra con una ramera en un motel de mala muerte.

—Cógeme como tú quieras —cedí sumisamente a sus deseos, en lo que sus labios recorrían mi cuerpo desde mi cuello hasta mis ahora desnudos senos.

Mi esposo sonrió complacido por mis palabras y procedió a desnudarme completamente dejando que mi vestido se deslizara hasta mis pies; sólo para después con un fuerte empujón arrojarme a la cama en lo que él se desnudaba. Al terminar, se arrojó sobre mí colocando su erecto miembro justo bajo mi vagina.

—Quiero darte por el culo —dijo mi esposo con voz muy baja directamente en mi oído, como si estuviera predispuesto a que me negara. ¡Pobre ingenuo!

—¡Sí, dame por el culo papi! —exclamé tomándolo por sorpresa.

La respiración de mi esposo se paró junto con su corazón, ¡casi puedo jurar que la saliva que escurría de sus labios quedó congelada en el espacio y el tiempo, en el momento que escuchó mi respuesta! Pobre, eran tantas las ocasiones en que yo me había negado a sus deseos, que por más que él me hubiese embriagado esa noche, jamás se hubiera imaginado que yo cedería al primer intento.

—¡Cógeme por el culo bebe! —repetí mi exigencia para desterrar cualquier asomo de duda que mi esposo pudiera tener en la mente.

—¿De verdad? —preguntó él con incredulidad una vez que hubo recuperado el aliento.

—Así es, cógeme por el culo como siempre lo has deseado, como si no existiera un mañana —cité de manera cursi en mi papel de prostituta complaciente.

Los ojos de mi esposo se iluminaron como dos estrellas que titilan en la noche, al tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios, extasiado por lo que estaba por suceder; por aquellos perversos placeres que hacía tiempo estaba ansioso de disfrutar con mi cuerpo.

Cambiando diametralmente su semblante, mi esposo se puso de pie junto a la cama y sujetando su erecto miembro comenzó a blandirlo hacia mí, soberbio y orgulloso. Como si al tratarse yo de su presa, intentara atraerme hacia una peligrosa trampa con una suculenta carnada.

—¡Ven aquí perra! —ordenó mi esposo, recuperando su rol de hombre dominante.

Sumisamente giré mi cuerpo para, poniéndome en cuatro patas, gatear seductoramente hasta él y olfatear su viril miembro. Claro que podía haberlo engullido inmediatamente hasta que se perdiera en mi garganta; pero sabía que mi esposo no quería perderse la oportunidad de abofetearme en el rostro con su miembro, mientras yo fingía intentar atraparlo entre mis labios.

—¡Eres una perra muy mala! —exclamó mi esposo pasando su pene por mi rostro de lado a lado—¿Y sabes lo que les pasa a las perras malas? —preguntó en forma retórica.

Yo enmudecí, pues sabía que el hombre que estaba enfrente de mí no necesitaba que respondiera pregunta alguna, igual haría conmigo lo que a él se le antojara; como yo imaginaba debería de ser siempre para un verdadero hombre, aquellos que no sólo saben lo que quieren, sino que también conocen los medios para conseguirlo. Al menos por esa noche, le estaba regalando a mi esposo la oportunidad de adoptar esa identidad. ¡Que afortunado resultó ser él de tener una mujer tan generosa como yo!

—¡Les caen a palos! —sentenció mi esposo con una risa burlona al momento que golpeaba mi rostro con su pene.

Una vez que mi esposo detuvo su pene frente a mí, con la punta de mi lengua comencé a acariciar su glande, lenta y sugestivamente, desesperada por introducirlo en mi boca y de esa forma utilizar hábilmente mi saliva para lubricarlo mientras mi esposo cerraba los ojos entregándose completamente a mis caricias.

Aunque, siguiendo el consejo de Silvia, yo había traído en mi bolso un aromático aceite lubricante, en ese momento no tenía el valor para romper la atmósfera que yo misma me había esforzado en crear; por lo que era mejor que me fuese preparando para lo que viniera.

—Así es perra, chúpamelo así —murmuró mi esposo entre roncos sonidos guturales echando su cabeza hacia atrás.

Como había mencionado con anterioridad, ciertamente el miembro de mi esposo era algo que estaba muy lejos de poder presumir. Pero sus bramidos animales y orgásmico jadeo me fueron contagiando de poco su frenesí carnal; a tal grado que podía predecir con gran exactitud, su reacción antes de que siquiera lo llegara a tocar.

En determinado momento, mi esposo bajó la guardia y flexionó sus rodillas para apoyarse sobre la cama sin quitar su vista del techo. Justo ahí, vi mi oportunidad para engullir de una buena vez todo su miembro, el cual pasó sin ningún problema por mi paladar hasta golpear mi garganta.

Sin pensarlo dos veces, comencé a producir toda la saliva que pudiera para asegurarme de impregnar cada centímetro de esa dura estaca, que en pocos minutos sería utilizado para yo ser empalada. Inevitablemente una espesa espuma blanca de saliva y semen empezó a escurrir por las comisuras de mi boca.

—Estás hambrienta —concluyó mi esposo, sonriendo sarcásticamente, al notar la voracidad con que devoraba su miembro—, mira como lo has dejado —agregó sacando su pene de mi boca para exhibirlo frente a mí, totalmente cubierto de una pegajosa sustancia blanquecina.

Yo sonreí en lo que olfateaba el miembro de mi marido una vez más, satisfecha por haber conseguido mi objetivo de lubricarlo completamente; ¡sin que él lo hubiese llegado a sospechar! Definitivamente, me estaba gustando demasiado este juego.

—Llegó tu hora —sentenció mi esposo dando un paso hacia atrás, en lo que me instaba a ponerme de pie sujetándome sólo por la barbilla.

Una vez frente a él, mi esposo giró mi cuerpo bruscamente y de un empujón me arrojó nuevamente sobre la cama; sólo que ésta vez me dejé caer boca abajo apoyando mi rostro sobre las sábanas y levantando mi cadera para dejar mi trasero al aire.

—Hasta parece que ya lo has hecho antes —dijo mi esposo en tono de broma, ignorando el tutorial que una semana antes había recibido acerca del tema.

Mi esposo se inclinó hacia mí para olfatear como un vulgar perro el aroma que se desprendía de mi trasero; el cual, siguiendo los consejos de mis amigas, yo previamente había aseado con una lavativa de un dulce aroma.

—Hueles a rosas —suspiró mi esposo, abriendo sus fosas nasales para llenar con esa suave fragancia sus pulmones.

Una vez que se hubo embriagado de mi aroma, él colocó su mano izquierda firmemente en mi cadera y, sin previo aviso, soltó una fuerte nalgada en mi glúteo derecho con su mano libre.

—¿Dime si ya te han cogido por el culo, pinche puta?

—No —respondí tímidamente, ignorando el vulgar adjetivo utilizado por mi marido.

—¡Más fuerte, que no te oigo puta! —exigió repitiendo ese léxico tan extraño en él.

—¡No, nunca! —exclamé casi gritando

El momento de la verdad había llegado. En pocos segundos mi esposo me penetraría por el ano con su miembro por primera vez en mi vida. ¿Como sería? ¿Me dolería o lo disfrutaría? Yo estaba tan nerviosa, que sólo podía pensar en la almohada que me faltaba; la que mi amiga Silvia me había aconsejado debería colocar entre mis piernas para ayudarme a mantener una correcta posición durante la pervertida faena.

“Ésta va por ti, Paty”, pensé en mi interior; dedicando mi valiente acto a mi querida y sufrida amiga; como si se tratase de un matador de toros que ofrece su futuro triunfo sobre una indomable bestia a uno de sus leales fanáticos.

Repentinamente, tal como lo había predicho mi amiga Silvia, un escalofrío invadió mi cuerpo recorriendo toda mi columna desde el coxis hasta la nuca. ¡Era la fría y húmeda cabeza del pene de mi esposo haciendo círculos alrededor de mi esfínter! ¡Había llegado al punto de no retorno!

—¡Ay! —exclamé espontáneamente, más por los nervios que me invadían, que porque me molestara realmente.

—¡Silencio puta de mierda! —exigió mi marido soltando otra nalgada en mi glúteo derecho, bien compenetrado en su papel de macho dominante.

Instintivamente, cerré fuerte mis ojos y me mordí los labios para evitar producir vocablo alguno que arruinara la magia de tan sublime acontecimiento entre nosotros dos.

—Así me gusta, perra... —elogió mi esposo, genuinamente satisfecho por mi sumisión.

De a poco, los círculos que eran dibujados alrededor de mi ano fueron cerrándose hacia el centro; como si mi esposo intentara taladrarme girando su miembro a manera de un tornillo. Fue inútil, yo estaba tan nerviosa por la penetración anal, que inconscientemente me resultaba imposible relajarme para conseguir dilatar mi esfínter; por lo que el pene de mi esposo terminaba doblándose en medio de mis glúteos dolorosamente; los graves gemidos que vociferaba así me lo hacían saber.

Preocupada por no poder abrir mi pequeño orificio y provocar involuntariamente un desastre en nuestra relación de pareja comencé a pensar en mi interior: “¿cómo diantres habría hecho Paty para meterse la enorme verga de Miguel por el culo, la única vez que había tenido sexo anal?”.

¡Simplemente no encontraba una explicación!, si Paty había conseguido introducirse por el ano, aunque fuera por unos pocos segundos, el enorme tronco de Miguel, por lógica yo no debería tener ningún problema para hacer lo mismo con el miembro de tamaño ‘promedio’ de mi esposo.

Sin previo aviso, la respuesta que estaba buscando llegó providencialmente de la forma más insospechada. ¡Ahora yo estaba completamente excitada!, y no se debía al miembro de mi esposo escarbando en la entrada de mi ano; ¡era debido al recuerdo del enorme y venoso miembro de Miguel!

Sin que yo me hubiera dado cuenta, el vívido recuerdo de la fotografía del pene del esposo de Paty, la que detenidamente yo había examinado, regresaba una y otra vez a mi pensamiento. ¡Y es que como olvidar aquel gran pedazo de carne rojinegro, grueso y largo que terminaba en una enorme cabeza de hongo! Como deseaba tenerlo frente a mí en ese preciso momento y mordisquear, golosa, las enormes albóndigas que Miguel tenía por testículos. ¡Delicioso!

Poseída por esa indecente y prohibida fantasía, inconscientemente introduje una de mis manos en mi vagina humedeciéndose ésta de inmediato con mis propios fluidos; alcanzando a comprobar lo mojada que me encontraba, apenas un segundo antes que un nuevo cosquilleó se plantara de forma furtiva en lo profundo de mi colon. ¡Exacto!, se trataba del miembro de mi esposo que exitosamente había conseguido introducirse poco a poco a través de mi ano.

—Así me gusta perra, flojita y cooperando —susurró mi esposo complacido por el involuntario reflejo de dilatar la entrada de mi esfínter; ignorando que de hecho esto debería de ser agradecido a uno de sus mejores amigos.

Con el miembro de mi esposo casi totalmente enterrado en mi trasero, comencé a fantasear traviesamente con el esposo de mi amiga y su enorme miembro. Resultaba imposible evitar las odiosas comparaciones; pero, si un pene de tamaño promedio como el de mi esposo, era capaz de provocarme ese delicioso cosquilleo en lo profundo de mis entrañas, ¿qué clase de sensaciones podría experimentar si en lugar de mi esposo fuera Miguel quien me estuviera empalando por el ano?

—¡Mierda! —exclamé presa de un involuntario espasmo que recorrió todo mi ser, al sentir el primer empujón de mi esposo por detrás una vez que hubo conseguido introducir todo su miembro.

—¡Silencio puta! —ordenó mi esposo con autoridad, creyendo equivocadamente que los reflejos de mi cuerpo se debían exclusivamente a sus acciones. No había ninguna necesidad de corregirlo.

A un ritmo semi lento, mi esposo comenzó a embestir mi cuerpo proyectando su cadera contra mis glúteos con firmeza. Mientras que, con mis dedos hundidos en lo profundo de mi vagina, alcanzaba a percibir como avanzaba y retrocedía el pene de mi esposo detrás de la pared de mi útero; tratando de calcular empíricamente, el grado en que esa presión interna podría ser incrementada por un intruso de mayor tamaño como el de Miguel.

Extasiada, ignoraba la fricción que aquellas inmundas sábanas de motel me provocaban al frotarse contra mi rostro; al tiempo que las mismas eran humedecidas por mi saliva, creando una pegajosa mezcla de flujos corporales que se impregnaba en mi mejilla. ¿Quién podría saber a cuantas personas se podría identificar si se analizara el ADN contenido en aquella repugnante mezcolanza?

—¡Oh cielos! —exclamó mi esposo a medida que su miembro era oprimido por mi apretado colon.

Aunque como he mencionado mi marido no tenía mucho que presumir, anatómicamente hablando, desde esta nueva perspectiva daba la impresión de ser gigantesco, la sensación era indescriptible, placentera y morbosa. “¿Como era posible que no lo hubiéramos intentado antes?”, me recriminé a mí misma sin conseguir darme una explicación.

Poseída por el placer que me provocaba esa nueva sensación, comencé a acariciar mi clítoris lenta y deliciosamente en la entrada de mi vagina; dibujando círculos con las puntas de mis dedos consiguiendo incrementar mi excitación, a tal grado que los espasmos ya no sólo se limitaban a mi colon, sino más bien se dejaban sentir por toda la zona de mi abdomen, provocándome una descarga de endorfinas que nunca antes había experimentado.

—¡Oh mierda, que rico culo tienes puta!

Si yo estaba excitada con ésta nueva perspectiva del placer sexual que podría decir de mi esposo; que no dejaba de gemir y maldecir, preso de un estado de enajenación que hacía mucho tiempo no le veía durante nuestras secciones de sexo. ¡Era como un niño en una confitería!

—¡Mierda, ya no aguanto! —amenazó mi esposo entre jadeos indicándome que estaba a punto de conseguir llegar al orgasmo.

Tratando de alcanzar a mi esposo, incrementé el ritmo con que mis dedos masajeaban mi vagina frenéticamente, alternando entre mi punto G y la pared posterior de mi útero, ansiosa no sólo por conseguir el orgasmo, sino también por percibir con el tacto el momento exacto en que mi esposo eyaculara su semen dentro de mí.

—¡Ya! —exclamó él con un grito antes de venirse en mis entrañas.

Como si estuviéramos sincronizados, yo alcancé mi clímax casi al mismo tiempo en que el miembro de mi esposo disparó un chorro de leche dentro de mí, a manera de un cañón que retrocedía para cargar nuevamente dejando sentir un fuerte culatazo. ¡Tres cañonazos logré percibir perfectamente antes de entregarme al éxtasis!

—¡Oh mierda! —exclamó mi esposo extrayendo su miembro de mi colon, antes de dejarse caer a mi lado.

Yo me tendí a lado de él, desdoblando mi espalda adormecida por la inusual posición mientras exhalaba extasiada. No recordaba la última vez en que ambos habíamos alcanzado el orgasmo con tanta facilidad, ¡vaya, ni siquiera habíamos quitado los cubre camas! Era obvio que el salir de la rutina para experimentar algo diferente había sido de mucha ayuda para alcanzar el clímax.

Los dos nos arrastramos de espalda sobre la cama para meternos bajo las sábanas y fundirnos en un tierno abrazo, en lo que nos recuperábamos después de tan placentera actividad; pues ambos estábamos conscientes de que esa noche estaba muy lejos de terminar. ¡Gracias al cielo, así sería!

—¡Espera a que los muchachos se enteren! —exclamó mi esposo sin pena; riendo orgullosamente y tomándome por sorpresa.

¡No lo podía creer! Acababa de permitirle desvirgar mi ano, y lo primero que se le ocurría era fanfarronear acerca del hecho con sus amigos. La actitud de mi esposo era totalmente reprobable, como si en lugar de un hombre maduro se tratase de un pequeño niño que, después de recibir un obsequio de sus padres, su primer instinto es mostrárselos a sus amigos; sea para presumirlo o compartirlo con ellos, no lo sabía a ciencia cierta en ese momento. Que infantiles pueden ser los hombres.

—¡Claro que no vas a decir nada! —reaccioné con enojo regañándolo por lo inapropiado de sus intenciones, olvidándome que ese día se trataba de su cumpleaños—. ¡Lo que pasó aquí, de aquí no sale! —ordené con autoridad.

—¡Amor, pero es que los chicos se burlan de mí porque saben que todavía no te había cogido por atrás! —suplicó mi esposo con ojos de perrito regañado esperando conmoverme.

—¡Si se burlan de ti, no son tus amigos! —sentencié recriminando el comportamiento hostil de los esposos de mis amigas para con él.

Mi latente instinto maternal, hizo que respondiera al último comentario de mi esposo sin detenerme a pensar en el contenido de el mismo. Como mujer y futura madre, en ese momento me preocupaba más el maltrato psicológico del que mi esposo pudiera ser objeto que su misma indiscreción.

Unos cuantos segundos después, una vez que me detuve a pensar en lo que acababa de escuchar decir a mi esposo, una duda llegó a mi mente: ¡¿cómo diantres sabían los metiches de sus amigos lo que yo hacía o dejaba de hacer en la cama?! Claro que conocía la respuesta, pero eso no evitaría que indagara un poco más.

—¿Y ellos cómo se enteraron de que nunca me habías cogido por el culo? —pregunté molesta.

Si mi esposo fuera más inteligente, debería haberse mantenido callado en ese mismo punto y limitarse a disculparse aprovechando que era su cumpleaños, pero es bien sabido que los hombres no pueden pensar correctamente después de tener sexo, o antes de tener sexo, y mucho menos mientras lo están teniendo; por lo que de nueva cuenta mi esposo cometió el error de hablar de más, tratando inútilmente de apaciguar una situación que sólo podía empeorar.

Él tragó saliva, tomándose su tiempo para calmar sus nervios, antes de comenzar a contarme como en una ocasión él y los otros chicos, los esposos de mis amigas, después de haber bebido unas copas de más, habían estado calificando los dotes físicos de sus parejas; para decidir quién de ellos tenía la esposa más delgada, de más bello rostro, mejor busto, etcétera. En general en todas las categorías había habido decisiones divididas; pero en la importante categoría de mejor trasero la decisión había sido unánime, resultando yo como la poseedora del mejor y más antojable culo.

Los chicos felicitaron con envidia a mi esposo por tener la oportunidad de disfrutar de mi valorado atributo todas las noches; ¡pero el muy idiota, cometió el error de confesarles que yo nunca le había permitido nada por ahí! Después de eso, en cada ocasión que podían, los esposos de mis amigas hacían mofa de él con bromas de muy mal gusto: “que si él no podía ellos lo hacían con gusto por él”, “que si no me daba por detrás era un desperdicio de culo”, o “que seguramente alguien ya me estaba dando por ahí” y cosas por el estilo.

Obviamente, después de escuchar la explicación de mi esposo mi primera reacción fue la de sentirme indignada. “¿Qué clase de enfermos se dedica a calificar los atributos físicos de sus cónyuges?”, pensé en mi interior iracunda. Pero una vez más, después de pensarlo unos segundos, recordé que unos días atrás mis amigas y yo habíamos hecho exactamente el mismo reprobable acto, ¡hasta con fotografías!

En mi mente resonaba las bromas que en forma burlona hice al referirme a los miembros de sus esposos, en la última ocasión que me había reunido con mis amigas. ¿Cómo era posible que ahora me sintiera ofendida por algo que yo también había realizado? ¡Que hipócrita resulté ser! Me sentía muy avergonzada de mí misma; por suerte, mi esposo hasta ese momento ignoraba este hecho.

—De acuerdo cariño, puedes contarles a tus amigos si así lo deseas —concedí tratando de limpiar mi consciencia.

—¿En serio amor? —preguntó mi esposo sorprendido de nueva cuenta, saliendo de debajo de las sábanas para ir a buscar su teléfono y tomarme la palabra, antes de que yo pudiera cambiar de opinión.

Sin esperar a que yo respondiera, él bajó de la cama para tomar su teléfono, el cual junto con su ropa seguía en el piso de la habitación. De pie desnudo a lado de la cama, con su flácido miembro escurriendo una sustancia blanquecina y pegajosa procedió a teclear un corto mensaje; tiempo que yo aproveché para tomar mi propio teléfono, y después de haber revisado que no había nada que requiriera mi atención, colocarlo en la mesita de noche a mi lado.

—¿Qué escribes amor? —pregunté con una más que justificada curiosidad morbosa; después de todo, sabía que el mensaje se trataba de mí.

“Misión cumplida”, fue el vago, pero conciso mensaje de texto que mi esposo envió a sus amigos, colocando de inmediato su teléfono en la mesita a lado suyo, sin esperar por una confirmación de recibido. Resultaba obvio que él había compartido el plan del motel con sus amigos mucho antes que con su esposa.

Aunque como mujer por un lado tenía todo el derecho de sentirme ofendida, por la manera en que mi esposo y sus amigos habían estado calificando a sus parejas como si se tratase de una competencia de ganado; por otro lado, al haber resultado yo favorecida por su veredicto me hacía sentir sumamente halagada y deseada; aumentando mi autoestima y vanidad en gran manera.

Y éste hecho no era para menos pues ahora sabía que para todos los amigos de mi esposo, dentro de los que también se encontraba Miguel, yo les resultaba suficientemente atractiva como para considerar engañar a sus esposas teniendo una aventura conmigo. Y dado que el enorme miembro del esposo de Paty también me había dejado bastante impresionada, esa era una información de gran valor para mí.

Si recordaba bien mis lecciones de álgebra: si un pene de tamaño promedio me había hecho gozar como loca esa misma noche; por regla de tres simple un pene de mayor tamaño me haría gozar como nunca en la vida. ¿Y dónde yo podría encontrar un pene con esas características? ¡Exacto, en uno de los receptores del mensaje que recién había convenido enviar!

Tan pronto mi esposo entró nuevamente en la cama me abracé a él con fuerza y comencé a besarlo con lujuria; ignorando la húmeda y pegajosa sensación que sentía en mis piernas al momento que su agotado miembro se frotaba contra la blanca piel de mi abdomen.

En otras circunstancias, yo hubiese forzado a mi marido a que primero fuera a asear su cuerpo antes de regresar conmigo a la cama. Pero debido a que la habitación en la que nos encontrábamos no se trataba de nuestro hogar, la higiene y asepsia paso a segundo plano. ¡Qué gran idea había tenido mi esposo al llevarme a ese sucio motel de carretera!

Conociendo bien a mi pareja, sabía que tendría que esperar al menos unos quince minutos antes de que él volviera conseguir una erección. Razón por la que comencé a buscar con mis manos su pegajoso miembro para ayudarlo a acelerar el proceso y de esa manera reducir el 'tiempo muerto' en la cama. Pero justo cuando comencé a instimular su pegajoso pene con mi mano, un sintético sonido rompió el silencio a nuestro alrededor.

—Es mi teléfono —dijo mi esposo, deteniendo abruptamente sus caricias y amagando con soltar a su esposa, para ir a atender el impertinente dispositivo de comunicación.

Una vez más, mi reacción estaba muy lejos de ser la habitual para con mi esposo. En nuestro hogar, el sólo hecho de que él hiciera una pausa mientras hacíamos el amor al escuchar su teléfono sonar, hubiesen provocado que yo automáticamente disparara una serie de recriminaciones hacia él; molesta por su falta de concentración en la intimidad.

Pero en esta ocasión era muy diferente, mi esposo tenía tanta curiosidad como yo, por saber lo que sus amigos habían respondido al enterarse que por fin me había penetrado por el ano. Y claro está, como después de todo se trataba de su cumpleaños, tenía la excusa perfecta para permitirle revisar su teléfono.

—¿No vas a atender amor? —pregunté con una sonrisa pícara—. Quizás sea un mensaje de felicitación por tu cumpleaños —agregué inteligentemente, tratando de disimular que yo estaba tan ansiosa como él, por saber cómo habían respondido sus amigos.

—Estoy muy seguro de que es un mensaje de felicitación, sólo que no por mi cumpleaños —dijo él, sonriendo sarcásticamente sin caer en mi trampa.

¡Mierda, que vergüenza!, mi esposo había adivinado mis reales intenciones, por saber que habían opinado sus amigos de que por fin hubiésemos practicado sexo anal. Me sentía profundamente avergonzada y expuesta, no había nada que pudiera hacer, excepto...

—¡Grosero! —exclamé riendo antes de golpearlo con mi almohada, con la actitud traviesa y juguetona de una chica de 16 años, que no puede aceptar que ha sido atrapada infraganti en su propio juego.

Lo siguiente que recuerdo es que se desató una torpe batalla por ver quién de los dos tomaba el teléfono de mi esposo. Yo me lancé tratando de pasar sobre él, aprovechando que le había cubierto el rostro con mi almohada, en lo que él sujetaba mis brazos para evitar que alcanzara mi objetivo; mientras el teléfono seguía vibrando sobre la mesita de noche incitándonos a forcejear un poco más. Un par de revolcones después, mi esposo resultó triunfador tomando su teléfono en lo que yo me sujetaba a su espalda, intentando alcanzar a leer las respuestas que sus amigos habían enviado.

“Eres mi héroe” o “ya eres un verdadero macho”, fueron el tipo de frases con las que respondieron la mayoría de los miembros de ese exclusivo grupo social al que pertenecía mi esposo; alabando su supuesta hombría de líder alfa de la manada.

Tales mensajes fueron recibidos por mi esposo con una amplia sonrisa de orgullo y soberbia; pues por esa ocasión sentía la genuina admiración y real envidia de todo el grupo. ¡Solo el cielo sabe el grado de vanidad que mi esposo llego a experimentar!

Pero no todo fueron mensajes de elogios. Algunos chicos un poco más osados, hicieron algo más que sólo alabarlo, solicitando a mi esposo que compartiera el objeto de su dicha con ellos. “Yo también quiero” y “ahora me toca a mí”, fue como un par de sus amigos insinuaban sutilmente que mi esposo les permitiera fornicar conmigo. Como una broma del destino, en ninguno de los dos casos se trataba de alguien por el que yo me sintiera atraída sino todo lo contrario, se trataba de dos hombres mayores los cuales me causaban repulsión por su actitud misógina.

“Par de viejos pervertidos”, estuve a punto de exclamar al leer ese par de mensajes. Sin embargo, me contuve, pues deseaba saber qué opinaba de nuestra experiencia el esposo de Paty, Miguel, quien hasta ese momento brillaba por su ausencia en el grupo de amigos de mi esposo. Así que por el momento decidí no sólo tolerar este tipo de insinuaciones, sino también incitarlos.

—Diles que lo voy a pensar, amor —insinué traviesamente a mi esposo que respondiera a sus amigos, abriendo la posibilidad de que yo estaba dispuesta a consentir fornicar con algunos de ellos.

Mi próximo movimiento ya estaba planeado; si yo era capaz de conseguir mantener el interés de los amigos de mi esposo en mí vida sexual, muy probablemente Miguel también revelaría su pensar tarde o temprano; más aún, considerando que yo tenía la ventaja de conocer de primera mano, las ganas que él tenía de practicar el sexo anal, información que pensaba utilizar a mi favor inescrupulosamente.

Por otro lado, por supuesto que estaba consiente que se avecinaba una lluvia de mensajes de lo más grosero y vulgar de todos los miembros del grupo, pero la oportunidad de saber qué opinaba Miguel respecto a la posibilidad de fornicar conmigo hacía que esto valiera la pena. Era un riesgo muy bien calculado de mi parte. Claro, primero había que convencer a mi esposo de que me siguiera el juego.

—¿Hablas en serio? —preguntó mi esposo incrédulo, abriendo sus dos ojos negros tan grandes como pudo.

—Como crees amor —respondí dándole a entender que sólo se trataba de una broma que quería que le jugáramos a sus amigos—, sólo quiero ver que se pongan como locos.

—Ya lo creo que se pondrán como locos, si todos creen que tienes un culo riquísimo —dijo mi esposo entre risas, accediendo a realizar la 'supuesta' broma que yo le acababa de proponer.

Con su último comentario, mi esposo confirmó lo que yo ya suponía: el hecho de que, para todos los hombres de su grupo de amigos, yo era quién tenía el mejor y más antojable trasero. Ya sólo faltaba saber la opinión de Miguel directamente de él, sin intermediarios.

“Mi esposa dice que lo va a pensar”, escribió mi esposo en su teléfono, compartiendo el mensaje con todos los miembros de su grupo de amigos. Ingenuamente, mi esposo había sido el primero en caer en mi trampa.

—¡Se van a poner como locos! —exclamó él entre risas, colocando su teléfono devuelta en la mesita de noche; anticipando la avalancha de respuestas que estaba por llegar.

Mi esposo y yo nos abrazamos riendo divertidos intentando ocultarnos con las sábanas; como un par de chiquillos que en completa complicidad se ocultan de sus padres después de realizar una de sus travesuras. No pasó un minuto antes de que un familiar sonido electrónico comenzara a sonar repetidamente, la alerta de mensaje recibido del teléfono de mi esposo.

—Déjalo que siga sonando —ordené a mi esposo riendo con falsa modestia, pues las ansias por saber si Miguel había respondido a mi indirecta me comían por dentro. Más específicamente por mi ano.

—Quieren saber en qué cuarto estamos —razonó mi esposo antes de soltar una carcajada, reconociendo lo que yo ya sospechaba; qué sus amigos conocían el plan del motel antes que yo.

—Pues que toquen en todas las puertas hasta que nos encuentren —dije yo riendo, poseída por el morbo de mi propia broma.

Toda esa excitación que nos invadía había traído otros beneficios; entre mis piernas algo comenzaba a crecer sin control. Se trataba del miembro de mi esposo, ese pene de tamaño promedio, el cual no podía haber escogido momento mejor para recuperarse.

Torpemente mi esposo intentó colocarse sobre mí, para intentar penetrar en mi vagina; besando locamente mi cuello con una clase de libido que no le recordaba. Mientras yo me mordía los labios tratando de adivinar lo que no sólo Miguel, sino más bien todos los miembros del grupo, estarían respondiendo cada vez que el teléfono vibraba justo a mi lado.

¡Mierda! Como me hubiese gustado tomar ese animoso teléfono e introducirlo profundo en mi vagina, y de esa forma sentir que era fornicada por todos esos pervertidos. Sin embargo, en ese preciso momento tenía a mi esposo dentro de mí, penetrándome con mayor intensidad cada que una nueva alerta de mensaje era recibida.

Un dilema me afligía. Por un lado, quería seguir gozando con mi esposo, aún con su pene promedio, pero completamente real en mi interior. Y por otro lado deseaba que mi esposo terminara para revisar su teléfono y comprobar si Miguel, y su enorme miembro, tenía tantas ganas de fornicar conmigo como yo con él; eso era hasta ese momento sólo una fantasía.

Sin poder controlarme, una serie de espasmos invadieron mi cuerpo obligándome a arquear la espalda aún con el peso de mi esposo encima. Él lo tomó como una señal de que yo estaba a punto de llegar a mi clímax, por lo que procedió a aumentar el ritmo de sus embestidas empapándose de sudor en el proceso. Unos segundos después, el morbo de la situación traicionó a mi esposo y alcanzó el orgasmo sin que yo lo hubiese podido alcanzar.

—¡Mierda! —gritó mi esposo soltando un potente chorro de semen en mi interior.

Completamente exhausto se dejó caer sobre mí, aún con su pene en mi interior; removiendo de un tirón la húmeda sábana que cubría nuestros entrelazados y sudorosos cuerpos desnudos; en lo que se esforzaba afanosamente por comerme a besos prendiéndose a mi cuello.

—¡Eso fue grandioso! —exclamó mi esposo orgulloso entre jadeos, completamente extasiado.

—Me cogiste como nunca amor —mentí, intentando no destruir la ilusión de mi esposo de que me había provocado otro orgasmo.

Sin haber podido desahogar mi libido de mujer, decidí concentrarme en como leer los mensajes en el teléfono. Comencé a morder los labios de mi esposo al tiempo que acariciaba su espalda, intentando que deslizara su cuerpo lentamente a mi derecha y de esa manera, quitarlo del camino hacia su teléfono, el cual no paraba de vibrar.

—¿Quieres ver que han respondido? —preguntó mi esposo apoyándose en su brazo izquierdo; sonriendo burlón al haber descubierto mis intenciones una vez más.

No sé exactamente qué fue lo que pasó, pero ya no me sentía avergonzada por haber quedado expuesta ante mi esposo; ya no existía ninguna duda o temor porque él se diera cuenta del grado de excitación, que la sola idea de saber lo que sus amigos opinaban de mi cuerpo me provocaba.

Quiero creer que era tanto el morbo que ambos estábamos experimentando en ese momento, que simplemente hicimos a un lado cualquier otra emoción humana normal. ¡Súper erótico!

—¡Sí! —respondí cerrando los ojos y frotando mi nariz contra la suya, sonriendo complacida porque mi esposo comprendiera y aceptara mis morbosos deseos.

—El teléfono está de tu lado amor, alcánzalo.

¡Él no tenía que decírmelo dos veces! Inmediatamente estiré mi brazo izquierdo y alcancé el teléfono de mi esposo prácticamente sin ver; trayéndolo rápidamente hacia mí y colocándolo entre mis senos, careciendo sorpresivamente del valor para averiguar si Miguel había respondido.

Por unos segundos se sintió tan grandioso tener ese pequeño y frío aparato electrónico en mi pecho vibrando sin parar. ¡Erotismo puro! Como me hubiese gustado concretar mi fantasía e introducirlo en mi vagina y no volverlo a extraer hasta que se agotara la batería; pero pensándolo bien, quizás eso hubiese arruinado la garantía.

Era un poco absurdo. Momentos antes me moría por leer la opinión de los amigos de mi esposo, y segundos después carecía del valor para leerlos. Una extraña sensación de morbo y adrenalina se había apoderado de todos mis sentidos.

—Yo lo hago amor —dijo mi esposo gentilmente, intuyendo el dilema en que me encontraba.

Para mi fortuna mi esposo tomó su teléfono de en medio de mis senos alcanzando a rozar accidentalmente con su antebrazo uno de mis, en ese momento, duros pezones; provocándome un involuntario espasmo que se apoderó con malicia de mi cuerpo.

“¡Santo cielo!”, pensé a medida que leía los mensajes que mi esposo hacía avanzar en su teléfono cronológicamente, muy lentamente, para asegurarse de que no me perdiera ni uno sólo de los atrevidos comentarios de sus amigos. ¡No podía creer la clase de vulgaridades que habían sido capaces de escribir conmigo como protagonista de sus fantasías! Me encantaba.

“Ya sabíamos que era bien puta”, o, “desde aquí se ve que le encanta la verga”, fueron el tipo de contenido que ellos incluían en sus mensajes. Algunos más subidos de tono que otros, pero casi siempre dentro del mismo contexto; donde sin utilizar eufemismos, absolutamente todos expresaban sus deseos de fornicar conmigo.

Mi esposo y yo nos abrazábamos mutuamente en total complicidad; riendo eufóricos a medida que cada nuevo mensaje que leíamos superaba al anterior con aquella ingeniosa poesía prosaica.

—Se ve que tienen muchas ganas de coger contigo amor —dijo mi esposo, riendo altanero; orgulloso por ser la envidia de su grupo de amigos.

“Pobre ingenuo”, pensé en mi interior, sintiendo algo de lástima por él. Si tan sólo supiera que yo sentía las mismas ganas de ser penetrada por uno de ellos, Miguel para ser exactos; quién para mi mala suerte seguía sin mostrar señales de vida en el grupo. Me sentía completamente desilusionada.

“Quizás se encuentre dormido a lado de su esposa”, fue lo primero que llegué a pensar al buscar con la vista infructuosamente en el teléfono de mi esposo un mensaje proveniente de él. “Después de todo ya casi era media noche”, razoné tratando de encontrar una explicación lógica para su ausencia.

—Pues diles que por lo pronto se tendrán que masturbar —ordené a mi esposo que les respondiera a sus amigos; dando a entender que no me apetecía fornicar con ninguno de ellos, lo cual era en parte verdad.

—¡Oh!, eso es cruel —lamentó mi esposo mordiéndose los labios con un semblante ligeramente serio.

El seco comentario de mi esposo me dejó estupefacta. Como si mostrando empatía para con sus amigos, se sintiera desilusionado por mi fría reacción hacia las necesidades biológicas de ellos. Sería acaso que muy en su interior, él también atesoraba la fantasía de verme tener sexo con otro hombre; y quizás, su recién consumada petición de que practicáramos el sexo anal era el inicio de un nuevo despertar sexual en nuestra vida de pareja. Eso era algo que me urgía tener que averiguar.

—‘Por lo pronto’ —agregué sugestivamente; consiguiendo que el rostro de mi esposo cambiara su semblante casi de inmediato, iluminándose con una insospechada sonrisa de aprobación que despejó todas mis dudas.

En efecto, parecía que a mi esposo también le excitaba la idea de verme tener sexo con otro hombre; eso era algo que tenía que aprovechar a mi favor.

Tan pronto hube concretado de leer la expresión en su rostro, en un instante pasaron por mi mente una infinidad de hombres con los que imaginé podría satisfacer su fantasía; siendo para fines prácticos el primero en la lista Miguel. Sólo el cielo sabe que otras fantasías sexuales tenía mi esposo en mente; en ese momento sólo podía rezar por qué, preferentemente, todas me incluyeran a mí. ¡Estaba excitada!

“Mi esposa dice que ‘por ahora’ se tendrán que masturbar”, escribió mi esposo en su teléfono enfatizando el 'por ahora' en el mensaje; tomándose un segundo para pedir mi aprobación antes de enviarlo a sus amigos.

—¡Se van a encabronar! —dijo mi esposo riendo burlón, después de enviar el corto mensaje.

¡Y estaba en lo cierto! Las reacciones de los miembros del grupo no se dejaron esperar, obvio eran puras quejas y reproches que hacían ver su inconformidad con mi desprecio por sus necesidades, o necedades, actuales. No vi necesidad de seguir leyendo esa clase de mensajes. Pero justo cuando iba a solicitar a mi esposo que hiciera el teléfono a un lado para volver a entregarnos a la pasión; un nuevo mensaje captó mi atención.

“No sean cabrones, la justicia básica exige una foto para que ahora yo pueda juzgar a tu esposa de modo imparcial”, fue el contenido del último mensaje que apareció en el teléfono; con el que uno de sus amigos exigía, aparentemente molesto, que les compartiéramos una imagen de lo que esa noche nos encontrábamos realizando en ese motel de mala muerte.

Siendo el remitente de tan enérgica demanda alguien al que yo conocía bien, quizás demasiado bien gracias a la última reunión con mis amigas. Se trataba de Juan, el esposo de Silvia, quien aparentemente estaba al tanto de lo que mis amigas y yo habíamos estado conversando una semana atrás.

—Amor, ¿porque Juan está pidiendo que les compartamos una foto? —preguntó mi esposo intrigado, por la actitud demandante de su amigo.

Atrapada en mi propio juego, no tuve más opción que contarle a mi esposo, las bromas que había hecho cuando Silvia nos mostró las imágenes del miembro de su marido. Mortificada porque mi propio esposo no entendiera mi sentido del humor; pues en ese momento ignoraba que opinaría él al enterarse que su esposa estuviera intercambiando fotos de los penes de otros hombres. Para mi buena fortuna, él lo tomó de buena manera.

—¡Pues claro que está enfadado! —exclamó mi esposo riendo abiertamente—. Le diste donde más le duele, en su ego, cuando despreciaste su verga —agregó sin dejar de reír.

—¡Yo no tengo la culpa de que haya nacido con tan mala suerte! —excusé mis acciones en la herencia genética, declarándome inocente del hecho de que el miembro de Juan fuera de un tamaño promedio.

Obviamente, no iba decirle a mi esposo que yo había argumentado que él y Juan tenía miembros muy similares. Eso por lo pronto sería mejor que lo mantuviera en secreto; implorando al cielo que no llegara a enterarse por el quejoso. Razón por la que decidí que lo mejor, era otorgar al demandante lo que exigía lo más pronto posible.

—¿Qué te parece si le enviamos la foto para que me perdone amor? —pregunté traviesamente a mi esposo con voz dulce, pegando mis labios a los suyos.

—¿Estás segura cariño? —preguntó ahora él sonriendo maliciosamente, tan sólo para confirmar mi decisión.

Le expliqué a mi esposo que yo no tenía ningún inconveniente con realizar lo que Juan nos solicitaba, siempre y cuando en la imagen que les compartiéramos no apareciera mi rostro, siendo de ésta forma casi imposible que se le llegara a dar un mal uso. Y como el tema de esa noche, el que al parecer todos nuestros amigos conocían y comentaban, era el que mi esposo y yo practicáramos el sexo anal; pues no había ningún problema con compartirles una imagen adhoc al tema.

Una vez que las especificaciones de la imagen que capturaríamos fueron establecidas, inmediatamente retomé la posición con la que mi esposo me había penetrado analmente minutos antes. Incitándolo a que se colocara de rodillas detrás de mí para, utilizando su teléfono, capturar la dichosa fotografía.

—Sonríe —bromeó mi esposo haciéndose el gracioso, mientras apuntaba la cámara directamente a mi ano.

—¡Ya toma la maldita foto! —ordené molesta, sin que su broma me pareciera graciosa.

Dado que mi esposo nunca había sido un experto en fotografía; se vio en la necesidad de tener que hacer varios ajustes a la iluminación automática y otros parámetros de la cámara para conseguir una imagen con buena iluminación.

—¡Listo amor! —exclamó mi esposo victorioso, después de varios intentos, una vez que consiguió capturar la imagen perfecta.

La imagen era de mi ano, un anillo oscuro rodeado por un círculo rosado sobre un fondo de piel blanca. Nunca en mi vida había visto mi ano con esa nitidez y resolución, para ser un simple aficionado a la fotografía, mi esposo realmente se había lucido. Una obra de arte digna de estar en museo (hay museos para todo).

Pero la mejor parte era que como la imagen había sido tomada a pocos centímetros de distancia del objetivo a capturar; no había ningún punto de referencia que revelara la identidad de la hermosa y sensual modelo por lo que no tenía absolutamente nada de qué preocuparme.

—Envíala —consentí dando mi aprobación sin pensarlo mucho, preocupada porque a estas alturas Juan ya estuviera hablando de más.

Tan pronto mi esposo envió la imagen se dejó caer a mi lado sobre la cama, abrazándome fuerte y besándome completamente excitado, después de haber realizado nuestra ‘inocente’ travesura. Su miembro, el cual se había recuperado más rápido de lo normal, comenzó a abrirse paso en medio de mis piernas intentando introducirse nuevamente en mi vagina.

Sin embargo, como era de esperarse, antes de que mi esposo y yo pudiéramos entregarnos al frenesí carnal que debería corresponder a esa noche de aniversario; un sin fin de nuevos mensajes ya nos esperaba en su impertinente teléfono clamando por ser atendidos.

“Que delicia”, o, “que rico culo” fueron el tipo de mensajes que, en ésta ocasión, empezamos a leer en el teléfono de mi esposo sin que nos causara sorpresa.

Pero un mensaje en particular llamó una vez más mi atención: “ahora una foto donde te la coges por el culo”, decía el mensaje de uno de los vulgares e inmaduros amigos de mi esposo; exigiendo que la siguiente imagen mostrara una penetración anal cruda.

A estas alturas ya no podíamos echarnos para atrás. El momento de intimidad que tan meticulosamente mi esposo había planeado por varios meses tener conmigo, se había transformado en una especie de actividad social en tiempo real del siglo 21. La cual gustosos compartíamos con nuestros amigos sin ninguna clase de pudor.

—¿Qué opinas amor? —preguntó mi esposo sonriendo traviesamente. ¿Cómo podría decirle que no?

—¡De acuerdo, pero que tu verga salga bien grande! —respondí exigiendo que mi esposo pusiera su 'mejor cara'; pues si esa imagen se la enviaríamos a nuestros amigos a manera de tarjeta de navidad, tendríamos que esmerarnos un poco más para salir lo más presentable posible. Detallista y vanidosa hasta el fin.

Aunque, por un lado, realmente me preocupaba que alguien que llegara ver la imagen, pudiera hacer mofa del miembro de mi esposo; por otro lado, estaba el hecho de que si, valiéndonos de algún truco fotográfico, yo podía mostrar a Miguel una imagen de mi ano siendo penetrado por un miembro 'relativamente grande', el mensaje de que yo estaba dispuesta a incluir el sexo anal en mi vida sexual estaría suficientemente claro. ¡Miguel tendría que ser un verdadero idiota para no entender la indirecta!

—Como tú digas amor —respondió mi esposo sumisamente; arrodillándose sobre la cama, en lo que comenzaba a frotar su miembro enérgicamente intentando incrementar su erección como nunca en la vida.

Yo me arrodillé frente a mi esposo, y utilizando mi lengua logré acariciar la punta de su pene, para ayudarlo a estimularlo y de paso aprovechar para lubricarlo con mi saliva una vez más. Él complacido estiró su mano libre hasta alcanzar mis senos y sin dejar de masturbarse comenzó a jugar con ellos. Unos minutos después, nuestra tarea estaba hecha. Su pene lucía grande como pocas veces, ¡impresionante!

—¡Ya no aguanto amor, ahora o nunca! —exclamó mi esposo, angustiado por no poder contenerse más tiempo.

Al recibir su señal, inmediatamente giré mi cuerpo e incliné mi torso al frente como la primera vez que me había penetrado y, sujetando mis glúteos con cada una de mis manos, intenté separarlos tanto como me fue posible.

—Aquí va —anunció mi esposo su embestida.

De repente, mi cuerpo fue atacado con una fuerte y profunda estocada que se abrió camino con suma facilidad en lo profundo de mis entrañas. Gracias al cielo, la lubricación había funcionado perfectamente.

—¡Ay! —exclamé dolorosamente al momento que la cadera de mi esposo chocó en mi trasero.

—¡Qué rico! —dijo él suspirando, excitado al sentir la pared intestinal de mi colon apretando su miembro.

—Toma la foto rápido —ordené a mi esposo, previniendo que pudiera eyacular antes de tiempo.

Con sumo cuidado, mi esposo se echó para atrás, extrayendo su miembro unos centímetros de mi ano, buscando conseguir el mejor ángulo para la imagen; y en esa posición comenzó a sacar fotografías, tantas como pudo contener su eyaculación.

—¡No puedo más! —exclamó mi esposo antes de alcanzar su clímax en mi interior.

En una fracción de segundo sentí una extraña sensación en mi abdomen, como si algún intruso me estuviera haciéndome cosquillas por dentro. Era el semen de mi esposo que saliendo disparado como un potente chorro de fluido corporal chocaba con la pared de mi intestino, desatando un involuntario reflejo en mi interior. ¡Sublime!

Nuevamente nos dejamos caer sobre la cama, uno a lado del otro, jadeando de placer. Mientras que, con la mirada borrosa, intentábamos seleccionar en el teléfono de mi esposo una nueva fotografía que compartir con sus amigos.

—Enviemos ésta —decidí sin pensarlo mucho, un poco fastidiada.

—De acuerdo —asintió mi esposo con la respiración entrecortada, enviándola inmediatamente.

En lo que mi esposo colocaba nuevamente el teléfono en la mesa de su lado, yo me entregué completamente a fantasear en el impacto que ésta nueva imagen causaría en el esposo de Paty. ¿Entendería la indirecta?

Me resultaba imposible dejar de pensar en él y su enorme miembro. “¡Cielos, como deseaba que Miguel ocupara el lugar de mi esposo en la cama y así conseguir probar la hipótesis de que 'el tamaño si importa'!”, pensé en mi interior antes de recordar un conocido refrán: “ten cuidado con lo que deseas, porque puede...”.

Sin que lo estuviese yo esperando, el teléfono volvió a romper el silencio de la habitación; sólo que en esta ocasión no se trataba del teléfono de mi esposo, exigiendo ser atendido. No, esta vez se trataba de mi propio teléfono vibrando repetidamente sobre el taburete a lado mío; con dos mensajes urgentes de mis amigas Silvia y Paty; las cuales al parecer ya se habían enterado de lo que yo estaba realizando esa noche con mi esposo en el motel.

“Te dije que te iba gustar”, fue el mensaje que me envió Silvia, jactándose de su gran sabiduría acerca del sexo anal. El otro mensaje, el de Paty, parecía más urgente. “¿Puedes hablar?”, era el mensaje que acababa de enviar mi amiga solicitándome que me comunicara con ella. Un escalofrío corrió por mi cuerpo una vez más sin una razón lógica pues sabía que Paty no podía haber leído mi mente toda esa noche; de igual manera esperando lo peor procedí a llamarla para salir de dudas.

—Hola —saludé a mi amiga.

—Hola, ¿cómo estás amiga? —saludó tontamente Paty riendo nerviosa.

—¿Qué puede ser tan urgente? Sabes que estoy con mi esposo en el motel —pregunté curiosa con un tono de molestia.

—Justo por eso te llamo —enfatizó ella.

Conversando con Paty, pude darme cuenta de que, al parecer los amigos de mi esposo, no eran los únicos que estaban al tanto de mi vida sexual esa noche en especial. Tanto Juan como Miguel, habían cometido la indiscreción de compartir las privadas conversaciones y las íntimas imágenes con sus respectivas esposas (lo cual era de esperarse).

Lo cual realmente no me sorprendió, pues yo deseaba permear en la psiquis de Miguel la posibilidad de practicar el sexo anal conmigo. El que los amigos de mi esposo se comportaran como 'unas auténticas viejas chismosas' era un daño colateral solamente.

Pero en el caso de Miguel, me intrigaba que él nunca hubiera comentado nada en el grupo de amigos de mi esposo, y sin embargo si se lo hubiera comentado a su esposa; lo cual no me parecía normal, por lo que decidí indagar un poco más.

—Si es para avisarme de lo que están hablando nuestros esposos no me sorprende, ya sé que los hombres son unos chismosos; no tenías que hablarme para eso —dije dando a entender a Paty que no me mortificaba que mi trasero estuviera en boca de todos... literalmente.

—No, ¿cómo crees?, no te hablo para eso —aclaró Paty.

Lo siguiente que dijo mi amiga me dejó con la boca abierta, ¡no daba crédito a lo que mis oídos escuchaban! Al parecer todo este asunto del sexo anal que se había estado compartiendo en el grupo de amigos de mi esposo; había afectado tan profundamente a Miguel, que él le había rogado a Paty que me hablara para preguntarme si él podía unírsenos a mi esposo y a mí para formar un trío, ¡esa misma noche!

—¿Hablas en serio, tu esposo me quiere coger por el culo ésta misma noche? —pregunté en voz alta fingiendo estar sorprendida para despabilar a mi esposo quien yacía fatigado a mi lado.

—Exacto —confirmó Paty—, pero sólo si ustedes dos están de acuerdo.

—Tendré que preguntar primero a mi esposo, recuerda que es su cumpleaños —aclaré a mi amiga.

—Sí es verdad, pregúntale primero —dijo Paty riendo nerviosa por la posible negativa.

Giré mi rostro hacia mi esposo, quien ya lucía despierto y visiblemente intrigado por la conversación que estaba teniendo por teléfono.

—Parece que las imágenes que les compartimos a tus amigos los excitaron más de lo que esperábamos —dije con una sonrisa maliciosa.

—Dime ya, ¿quién es el cabrón que te quiere coger por el culo? —preguntó al no haber entendido de quien estábamos hablando, pero sí su petición.

—El único que no comentó nada en el grupo, ‘tu gran amigo’ Miguel —dije sonriendo, enfatizando la frase ‘tu gran amigo’ al intentar usar una técnica de programación neurolingüística para manipularlo.

—¡Pero sí ese cabrón tiene un enorme ‘pitón’ como verga! —exclamó mi esposo riendo burlón por la dificultad que representaría para mí la singular hazaña.

Era de esperarse que mi esposo estuviera enterado del tamaño del miembro de Miguel; después de todo eso es algo que a todos los hombres les gusta presumir. Sus burlas estaban más que justificadas, pues recién yo estaba descubriendo el placer del sexo anal y ya estaba dispuesta a aventurarme a un nuevo desafío.

—¡Qué listo salió Miguel! —exclamó mi esposo riendo, continuando con su broma—. Como a su esposa Paty no se la puede coger por el culo, quiere cogerte a ti a nombre de ella.

Un punto a favor de Miguel: no sólo había compartido con mi esposo el tamaño monstruoso de su miembro, también le había confesado las dificultades de alcoba que pasaba actualmente con su pareja. Al parecer mi esposo y Miguel eran tan buenos amigos como para compartir sus problemas sexuales. Imploré al cielo porque también compartieran sus 'juguetes'.

—¿En serio tiene un pene tan grande como para que no me entre por detrás? —pregunté fingiendo ignorancia.

—Es enorme, ¿segura que te lo quieres coger por el culo? —preguntó mi esposo, sonriendo burlón como si me estuviera retando—. Te va a doler —advirtió.

—Yo sólo aceptaré si tú estás de acuerdo —respondí con voz dulce, dejando en claro que mi esposo tenía la última palabra respecto al asunto.

Inteligentemente pasé toda la responsabilidad a mi esposo de decidir si aceptábamos o no la propuesta de Miguel. Después de todo, razoné en mi interior que como mi esposo conocía el problema de Miguel y Paty directamente de él, podía suponer que entre ellos hubiesen hablado previamente de la posibilidad de realizar un trío ellos dos conmigo; y así saciar de una vez por todas las necesidades del esposo de mi amiga, quedando él en deuda para siempre con mi propio esposo.

—Eso me gustaría verlo —confesó mi esposo, revelando su más íntima fantasía; la de verme fornicar con otro hombre frente a sus ojos.

¡No lo podía creer, mi plan había salido mejor de lo que esperaba! No solamente contaba con la venia de mi amiga y mi esposo para fornicar con Miguel esa misma noche; además daba la impresión de que yo estuviera haciéndoles un favor a los tres.

Ahora sólo restaba enviar el número de habitación a Miguel y esperar a que llegara al motel. Pero antes era necesario que dejara algo bien claro.

—De acuerdo amor —acepté sonriendo inocentemente, intentando ocultar mis emociones—, pero sólo porque es tu cumpleaños.

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