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¡Qué rico, por los pies!

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El señor Armando es un cliente externo de mi jefe; al parecer son tan buenos amigos que mi jefe le habló de mí, su empleado al que le gusta el travestismo y a quien se coge sin falta cada semana desde hace un año y medio. Al señor Armando también le gustan las TVs, así que no tardó en pedirme mi número y en insinuárseme; yo, por el morbo de que mi jefe me compartiera con uno de sus amigos como si fuera su puta, su objeto sexual del que puede disponer a su antojo y prestárselo a quien él quisiera, me dejé seducir y quedamos de salir alguna vez.

Nos citamos en un cafecito con un ambiente muy íntimo, donde pudiera andar de chica sin que me preocupara de que alguien nos reconociera, ya que el señor Armando es casado y además tiene una reputación de mujeriego. Platicamos rico, nos reímos, bebimos vino y en toda la cena, no paraba de sentir bajo la mesa su pie acariciándome, deslizándose de arriba abajo, por mis pantorrillas. Me recorría las piernas con su pie descalzo, a propósito llevaba mocasines para poder sacar cuando quisiera su pie y sentir la textura de mis medias; sus constantes caricias me parecían curiosas pero muy excitantes, tanto que cuando pedimos la cuenta, yo estaba deseosa de que nos retiráramos lo antes posible para ofrecerme a este hombre que en ningún momento dejó de insinuar que me quería en su cama para gozarme.

Fuimos caminando a un departamento suyo cerca del café; en el camino nos besábamos y me agarraba las nalgas, me las apretaba y me daba ligeras nalgaditas; yo correspondía con frotar mi muslo entre sus piernas para sentir su erección creciente.

Entramos al cuarto entre besos apasionados, a tientas me condujo al dormitorio, nos recostamos y seguimos nuestro acalorado faje; yo sentía mi culo ardiendo, pidiendo verga cuando antes, y entre los besos comencé a subirme la falda del vestido para bajar mis medias y dejar descubierto mi culito de puta, pero el señor Armando me pidió que me dejara las medias.

De inmediato se levantó, prendió una luz tenue y buscó una sillita; la puso junto a la cama y se sentó, con los pantalones abajo; yo veía su paquete bien erecto dibujarse debajo de su trusa. Me senté frente a él y me pidió que le acercara mis pies. Puse mi pie derecho en su rodilla y él lo tomó entre sus manos, aún con la zapatilla el señor Armando comenzó a besar frenéticamente mi pie, a lamerlo, a frotárselo por todo el rostro. Quitó mi zapatilla y empezó a lamer como si la vida se le fuera en ello mi planta. La experiencia me parecía desconocida, curiosa, muy extraña, pero también muy excitante.

Hizo lo propio con mi pie izquierdo y luego, cuando se sació de besarme, puso mi pie derecho sobre su bulto y empezó a sacudir la pelvis como si se estuviera cogiendo mi pie. Verlo tan excitado y sentir su erección en mi planta me puso súper caliente y sin darme cuenta de cuándo empezó, estaba excitadísima gimiendo como si la tuviera adentro del culo.

El señor Armando me decía: “¿te gusta mi pito, cabrona? Siéntelo, siente qué duro me lo pones, puta”; “Sí me gusta, papi, se siente durísimo, se te siente bien rico, tienes un pito rico, mi amor”. Armando se levantó, tomó mis pies y los juntó alrededor de su pene, ya liberado de la trusa, y mientras me los sostenía en el aire a la altura de su verga, comenzó a bombear, se estaba cogiendo mis pies envueltos en unas medias de nylon negras y yo lo disfrutaba como si estuviera bombeando mi culo. “Así, puta, estás bien buena, mira cómo te gozo completa. ¿Cuántos cabrones te han cogido por los pies, putita?, ¿cuántos?” “Ninguno, mi amor, tú eres el primero; me estás dando verga como nadie lo ha hecho, papacito. Dame más verga por los pies, corazón, termina en mis pies”. El señor Armando terminó en mis plantas, un chorrito incluso fue a dar a mis muslos.

Pasaron algunos minutos cuando empezamos a fajar otra vez; esta vez nos desnudamos por completo, aunque yo conservé mis medias. Ya en la cama, él me pidió que me sentara frente a él; cuando iba a ensartarme en su verga parada, me pidió que me alejara más, a la altura de sus pies. Yo obedientemente lo hice y quedé en cuclillas, con las nalgas sobre sus pies.

Entonces el señor Armando empezó a juguetear con los dedos de sus pies en mi ano; sentí tal placer indescriptible que de nuevo me vi sorprendida entre mis propios gemidos. “Pinche puta caliente, le entras a todo en la cama, ¿verdad?, por eso tu jefe no te suelta, una puta así no se encuentra diario”. Las caricias de sus pies en mi culo eran tan exquisitas que estaba llegando al clímax; seguro el señor Armando lo notó porque de momento se detuvo, prácticamente me cargó hacia él y me sentó sobre su verga dura, que entró con una facilidad impresionante en mi ano.

Yo me ensartaba frenéticamente sobre esa verga que bombeaba debajo de mi ser entre ruidosos gemidos. “Así, puta, así gime, gime como la pinche puerca que eres; vuélvete loca, enamórate de mi verga, pendeja”, “sí, sí, corazón, me fascina tu verga, me encanta lo que le haces a mi culo; no pares, dame más verga, corazón, usa mi culo, gózalo a tu antojo”. El señor Armando me llenó el culo de leche entre tremendos jadeos que dábamos ambos de lo rico que habíamos cogido. Yo me sentía más puta que cuando subí a su cama: había descubierto un fetiche nuevo, ¡y me encantó!

Luego de eso, no queda más camino que compartirlo con ustedes.

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