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¡Que viva la diversión!

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Con mi esposa tenemos claro que, si se despierta algún deseo o curiosidad sobre lo sexual en nuestro matrimonio, solo tiene que comunicarse, lo consideramos y vemos si es viable la aventura. Hasta ahora todo ha funcionado sin mayores contratiempos. A veces se dan las cosas, otras veces no. A veces la realidad supera la fantasía y otras veces no. En algunas ocasiones las situaciones simplemente surgen sin tanto preparativo ni planeamiento.

Es claro que ella aprovecha las circunstancias y, si la oportunidad aparece, por qué no hacerlo. Se trata de calmar las ganas si la energía sexual está disparada y las ganas aparecen. No siempre las cosas fluyen como quisiéramos, pero la mayoría de las veces las cosas se han dado. No hay interés de mi mujer de comportarse como una puta, aunque las experiencias que hemos tenido darían pie a pensar que es así. ¡No! Simplemente, ante la apertura que hay para que cada uno se sienta libre de expresar su sexualidad y calme su calentura como mejor le parezca y crea conveniente, se aprovecha cada oportunidad que se presenta.

Detrás del intercambio sexual con otros, fuera del matrimonio, existen un sin fin de motivaciones. Ella quiere sentir que es apreciada y deseada por los hombres, que sigue vigente su capacidad de seducción si lo desea, que los hombres la encuentren atractiva y darse el gusto de escoger y disponer de ellos a su antojo, que tiene la libertad para decidir cuándo, en qué momento y con quién tener un encuentro, y que puede disfrutar de su sexualidad de la mejor manera posible sin que la relación matrimonial se vea lesionada y se mantenga la aventura como un propósito de pareja.

No hay un patrón definido cuando le surge a ella el impulso de tener una aventura. Algo en su interior la motiva y, sabiendo que hay complicidad de mi parte, la posibilidad de tener una experiencia se pone a andar. Nunca tenemos claro los móviles de tiempo, modo y lugar. Aparece la tentación y activamos los mecanismos para tratar de lograr el propósito. A mí me gusta observar, claro está, y a ella, por supuesto, copular. Nunca está de por medio hacer algo para el otro. Si se da la aventura, los dos sacamos provecho.

Tenemos establecido, eso sí, que, si queremos lograr un ligue, pues tenemos que acudir a donde la gente, especialmente los hombres, van con esa intención. Nuestro escenario preferido son las discotecas, especialmente aquellas que están situadas convenientemente en proximidades de moteles, bares o sitios de encuentros swingers. Hasta ahora, esa estrategia no ha fallado. Si ella anda de cacería, de seguro en aquellos lugares encuentra la presa que le gusta. Pero no siempre es así.

Alguna vez, ella me acompañó a un evento académico, un congreso de la industria aeronáutica, que versaba sobre temas de seguridad aérea. El evento tenía lugar en Miami y la idea era que, mientras yo asistía a las conferencias, ella tuviera la oportunidad de conocer la ciudad y sus atracciones. Habíamos revisado las opciones cuando nos registramos en el hotel y ella había decidido visitar algunos lugares de interés. De ese modo estaría ocupada mientras yo atendía los compromisos académicos. Después, en la tarde, nos reuniríamos para compartir otras actividades, ya que parte de la programación incluía cocteles, comidas, presentaciones artísticas y demás.

Mientras yo atendía las conferencias, ella, disponiendo de su tiempo, decidía a solas su rutina de paseo y, en esa tónica, preguntó en la recepción del hotel sobre las opciones disponibles. Le propusieron realizar un city tour para que se familiarizara con las ofertas turísticas y sitios de atracción en la ciudad, de manera que pudiera decidir posteriormente qué lugar quisiera visitar con más disponibilidad de tiempo. Y, considerando que era una buena opción, optó por realizar el recorrido.

Poco tiempo después vino a recogerla un muchacho, morenito él, quien se presentó como su anfitrión para realizar el recorrido. Le indico, utilizando un mapa, cómo se desarrollaría el recorrido. No serían más de cuatro horas para estar de vuelta en el Hotel, así que mi esposa estuvo de acuerdo y, aprovechando que era un día soleado, partieron. En ese viaje, básicamente, le mostraron la ciudad, el centro, las playas, los parques, los museos, las atracciones acuáticas y le mencionaron algunos sitios de potencial interés, como “Hollywood”, una playa nudista.

En la tarde, cuando nos encontramos, ella se mostró muy animada con la actividad realizada durante el día, sin mayores comentarios. Todo era nuevo y le llamaba su atención. De hecho, hubo varios sitios que despertaron su interés y me comentó sobre la posibilidad de irlos a visitar juntos, si quedaba tiempo libre para hacerlo. Por lo demás, aquel día, atendimos una velada social preparada por los organizadores de los seminarios. Y todo transcurrió sin contratiempos.

Al día siguiente, en la mañana, me despedí para continuar con las conferencias del día. Ella, como habíamos acordado, vería que opciones tendría para pasar el tiempo y mantenerse entretenida. En la tarde, cuando nos encontramos, me contó que habían ido a realizar un recorrido por la costa, visitando las playas más renombradas, llegando incluso hasta West Palm Beach, donde visitaron el museo en la estación del tren. Me indicó que le habían propuesto realizar un tour nocturno para visitar los lugares de entretenimiento más renombrados, pero, dado que yo tenía compromiso con la organización, las actividades se cruzaban.

Bueno, pensé yo, podemos ir mañana. A qué hora, indicó ella. ¿Acaso no es la clausura de tu evento? Sí, es cierto, contesté. Tendremos que volver en otro momento, pensé en voz alta. Y vi contrariedad en la expresión de su semblante, así que pregunté ¿qué opciones tienes en mente? Pues, no sé. Me llama la atención hacer ese recorrido en vez de ir al evento de esta noche. Seguro es igual o parecido al que fuimos ayer.

De seguro así sería, también lo pensé, pero yo ya había dado mi palabra a otros colegas y no quedaba bien desistir a último momento. No me sentía a gusto evadiendo el compromiso, así que, siendo tolerante con ella y sus demandas, le sugerí que se adelantara y que, si me desocupaba temprano, yo me reuniría con ella donde estuviera en ese momento. Aunque, la verdad, no lo veía posible. De hecho, con aquella sugerencia, sabía que le estaba dando a ella licencia para hacer lo que quisiera, sin estar seguro de qué sería.

Ciertamente, el evento de aquella noche se extendió más de lo que yo hubiera querido, así que volví al hotel a eso de la 1 am. Ella aún no había llegado y pensé, de seguro, que no tardaría en hacerlo. No me equivoqué. Al poco tiempo ella también lo hizo. ¿Cómo estuvo aquello? Pregunté. Interesante, contestó. La oferta de entretenimiento es buena y hay actividades para todos los gustos. Hay que volver con más tiempo. Hablamos de varias cosas, la agenda del día siguiente, detalles del viaje de regreso y opciones para disponer de tiempo libre antes de nuestro viaje. Y la verdad, no había espacio, porque, terminado el evento de clausura, solo habían unas horas antes de emprender nuestro viaje de regreso.

A la mañana siguiente, la rutina siguió igual. Desayunamos juntos y nos despedimos. Ella visitaría algún lugar si era de su interés y yo atendería los compromisos del seminario hasta poco después del mediodía. En la noche acudiríamos al evento de clausura y a media mañana del día siguiente estaríamos saliendo hacia el aeropuerto para emprender nuestro regreso.

Llegué al hotel poco después del mediodía y decidimos ir a visitar el “Parrot jungle” para pasar la tarde realizando alguna actividad. Volvimos a eso de las 6 pm, tomándonos el tiempo necesario para alistarnos y asistir al acto programado. Tratándose de algo bastante formal, teníamos que disponer de nuestras mejores galas, así que ella se vistió con un traje negro de coctel, muy elegante y se arregló de manera muy llamativa y coqueta. Disfrutamos del evento y volvimos al hotel a eso de las 11 pm.

Cuando llegamos al hotel, a la entrada, ella saludó a un muchacho muy afectivamente. Se acercó a él y, volviéndose a mí, me invitó a que fuéramos a un lugar que recomendaban, un sitio para bailar, presenciar espectáculos para adultos y pasar un rato de esparcimiento. Al fin y al cabo, dijo ella, yo me había perdido las actividades del día anterior. Sin darle vueltas al asunto, aunque no tenía planes en mente, acepté. ¿Quién nos lleva? Pregunté. Felipe, contestó ella. ¿Quien? Pregunté. El, contestó ella señalándome a un hombre joven. Pero, ¿nos lleva y nos trae? Sí, respondió. Ya todo está arreglado. Ok, dije, sin darle tantas vueltas al asunto.

Subimos al auto, guiados por el joven Felipe, un mulato apuesto, quien nos llevó a un lugar llamado “Miami male strippers unleashed”, que, ciertamente, pudiera ser un sitio para distraer los gustos de mi esposa. En el lugar había hombres de todos los tamaños, colores y sabores. Y ciertamente, desde el principio, noté en mi esposa la satisfacción de ver tantos hombres, bonitos, como decía ella, atractivos, apuestos y provocativos. Los shows ya estaban en curso cuando llegamos al lugar y los hombres, desnudos, andaban por allí, haciendo las delicias de las damas presentes, quienes no perdían la oportunidad para acariciar sus pectorales bien formados y cuerpos trabajados.

Había sala de baile y los strippers se mezclaban con las damas que acudían a la pista para bailar picarescamente con ellos, acariciar y dejarse acariciar como parte de la diversión. Mi esposa, bien pronto, acudió a la sala de baile, en principio para bailar sola, al compás de la música, en medio de tanta gente, pero bien pronto se vio rodeada y acompañada de varios hombres, que, coquetos, le hacían el juego y parecieran querer captar su atención.

Uno de ellos, bastante atrevido, la despojó de su vestido de coctel, allí mismo, en medio de la pista de baile, dejándola expuesta tan solo con su ropa interior negra de fina lencería. A ella no le importó. Disfrutaba de la aventura sin recato alguno y se veía dispuesta a lo que sucediera. ¿Por qué no? Por alguna razón había escogido ir a ese lugar. Como había mencionado minutos antes: Ya todo está arreglado.

El hombre que bailaba con ella, con una idea clara en mente pensaba yo, parecía deleitarse con la sensualidad y coquetería que proyectaba mi esposa con su baile y sus ademanes, tanto, que más temprano que tarde la tomó de la mano y la llevó fuera de la pista hacia el segundo piso del lugar, donde había unas salas medianamente iluminadas, lugar propicio para desatar todas las ganas acumuladas y copular lujuriosamente si había posibilidad. Pues, bien, con mi esposa, excitada como estaba, la oportunidad se dio.

Yo, curioso, y también excitado, les seguí. El tipo llevó a mi mujer al fondo del lugar y, en un amplio sofá, de forma redonda, la recostó. Con mucha habilidad la acariciaba y, pronto, ya la había despojado de sus pantis. Era claro, que quería penetrarla y hacerla suya. Pero ella, quizá queriendo hacer más perdurable el momento, decidió cambiar de posición y prodigarle sexo oral a aquel hombre. El, por lo visto, gustoso, intercambió con ella de posición y permitió que ella lo atendiera.

Ella se inclinó sobre él, que permanecía recostado en el sofá, para empezar a chupar su pene erecto, pero se mantuvo de pie, de manera que exponía sus nalgas desnudas. Había gente que deambulaba por ahí, hombres, mujeres y parejas que se iban acomodando en los lugares disponibles, para hacer lo suyo. Pero, mi esposa, con sus nalgas paradas, resultaba provocativa. Tanto así que un hombre, desnudo, transeúnte, con su pene erecto, no tuvo reparo en acomodarse detrás de ella y, sin reparo alguno, penetrarla. Ella no se inmutó. Creo que lo esperaba. Se había colocado en esa posición, quizá pensando en que eso sucediera.

El tipo la penetró y empujó a gusto su miembro dentro de la vagina de mi mujer, que, disfrutando aquello, sin duda, parecía no inmutarse mientras seguía mamando el pene de aquel afortunado caballero. Otro hombre se hizo presente. Quien penetraba a mi mujer se retiró y fue el recién llegado, un hombre más corpulento, quien tomó su lugar y puso su gran miembro dentro del sexo de mi ansiosa esposa, que, sin duda, se deleitaba con tanta atención. Ese par de hombres, quizá amigos, decidieron intercambiar posiciones y usaron la vagina de mi mujer como objeto de diversión, pues se gozaron de ella turnándose en dos ocasiones. Agradezco que practicaran sexo responsable y que usaran condón, aunque a mi esposa aquello no parecía importarle.

Y así como aquellos hombres aparecieron de la nada, desfogados sus apetitos sexuales, también desaparecieron. Fue entonces cuando el caballero, que recibía las caricias bucales de mi mujer, tomó la iniciativa para hacer lo suyo. Se incorporó y se dispuso a penetrarla. Ella, simplemente se colocó en posición de perrito sobre aquel sofá, permitiendo que aquel accediera a ella desde atrás, igual que lo habían hecho aquellos tipos instantes antes.

La verga de este macho era imponente y, penetrada mí esposa, rápidamente empezó a gemir del inmenso placer que el contacto con aquel miembro le producía. El cuerpo de mi mujer empezó a contorsionarse, respondiendo efusivamente a las embestidas del insistente hombre. Una pareja, se situó muy cerquita de ellos, y, curiosa, miraba como aquella pareja, mi mujer y aquel macho, copulaban a gusto. Tuve la sensación de que quizá querían integrarse, pero no hicieron movimiento alguno y, cuando el hombre, acabada su faena, se retiró. Ellos, discretamente, también lo hicieron.

El tipo se despidió de mi mujer. Creo que ninguno hablaba español. Y no había necesidad. Se comunicaron sexualmente y eso era lo que importaba. No había necesidad de más, pero, habiendo terminado el acto y, tal vez, queriendo decir algo, agradecer o simplemente despedirse, el hombre optó por agitar su mano en señal de despedida: ¡adiós!

Mi mujer se puso sus pantis y se dispuso a bajar al primer piso. Me encontró al salir de la sala, pues tenía en la mano su vestido. Se lo puso allí mismo y bajamos a la planta baja para tomarnos unos tragos y bajar la calentura después de tremenda faena. La música sonaba fuerte y no podíamos hablar muy bien, así que, sin más tentaciones, después de haber follado a su gusto, optamos por salir de aquel lugar. De todos modos, estaba entretenido el ambiente cuando abandonamos el lugar.

Nos encontramos con Felipe, el conductor, quien nos llevó de regreso al hotel. Tardamos quizá unos cuarenta minutos en el viaje de regreso, tiempo en el cual no pronunciamos palabra alguna. Después de lo acontecido, quizá lo recomendado era descansar y prepararnos para el viaje al día siguiente. Pero, todavía había una sorpresa más, pues, llegados a nuestra habitación en el hotel, mi esposa dijo que quería ver si podía encontrar algo de beber en las maquinitas que se hallaban en la recepción. Y que no demoraba.

Tardó varios minutos, así que, salí de la habitación para echar una mirada y asomado al balcón, me pareció verla a ella en el estacionamiento, charlando con Felipe, el conductor. Me causó curiosidad que, habiéndome dicho que iba a buscar algo de beber, la sorprendiera en compañía de aquel hombre. No pasaba nada, sin embargo, pero me asaltaba la duda acerca de los motivos para que ella buscara su compañía. Apenas terminaba de imaginarme cosas, cuando ellos se mueven detrás de automóvil en que habíamos viajado, ella se coloca de espaldas a él, apoyadas sus manos en el baúl del coche y el hombre, habilidoso, levanta su falda, y accede a ella desde atrás.

Para un voyeur como yo, aquella escena, más que molestarme por tratarse de mi esposa, me cautivó. Vi como el tipo empujaba su verga dentro de ella, quien se recostaba su torso sobre el baúl del coche. La cosa pudiera ir a más, pensé, porque me parecía incómodo que hicieran el amor de esa manera y en ese lugar, sin embargo, no dejaba de mirarlos. Decidí bajar y acercarme a ellos, que, distraídos como estaban, no se percataron de mi presencia hasta que estuve prácticamente a su lado.

Oye, le dije a mi mujer, ¿no estás incómoda haciéndolo en este lugar? No quería molestar, respondió ella con cierta sorpresa por mí presencia. Bueno, pero si querías más por qué no dijiste. Qué vas a pensar, contestó. Pues nada, respondí. Ahora soy yo el que quiere ver cómo este tipo se da mañas contigo. ¿De verdad? replicó. Sí, de verdad. ¿Por qué no? Ya te echaste tres al pico esta noche, uno más, qué importa. Pero, repuso, a dónde vamos, ya está amaneciendo. Pues a nuestra habitación, contesté. Y acabemos de una vez.

Fuimos a nuestra habitación y, una vez llegados, y ya entrados en gastos, aquellos no repararon en preliminares ni nada por el estilo, sino que, afanados por hacer lo suyo, se desnudaron de inmediato y se dispusieron a tener su encuentro con todas las de la ley. Ella se tendió sobre la cama y él, con unas ganas que se le notaban a leguas, se abalanzó para penetrarla en posición de misionero. Le dio y le dio garrote, como decimos en nuestro país, hasta que ella, gimiendo de la dicha, le pidió descansar.

Pasaron unos minutos y el miembro del hombre, que no dejaba de ser acariciado por mi mujer, volvió a despertar. Esta vez ella le pidió que se acostara, permitiéndole cabalgarlo a su antojo. Ella hizo su trabajo, movió su cuerpo para buscar sus mejores sensaciones y disfrutó de aquel joven hasta que ya no más. Y él, para rematar, le pidió penetrarla desde atrás y venirse con todo vigor. No usaba condón, pero, muy caballeroso, cuando llegó el momento, tuvo la cortesía de venirse fuera de ella y rociar su espalda con su semen. La jornada había llegado a su fin.

Ciertamente el ambiente académico de aquella visita había derivado en otra cosa. A donde fuere haz lo que vieres dice un refrán en mi país y mi esposa ciertamente lo había aplicado al pie de la letra. Supe después que ella ya había probado la verga de Felipe previamente. El día que visitaron la playa nudista en Hollywood, él se desnudó para acompañarla, la sedujo y, allí mismo en la playa, le hizo el amor. Cómo no iba ella a querer probar de nuevo ese miembro si ya nos despedíamos de aquel lugar y quizá nunca más lo volveríamos a ver. Bueno, la aventura, tal como se habían dado las cosas, hacía parte del viaje.

Vi muy golosa y puta a mi mujer aquella noche, y muy dispuesta a todo. Me sorprendió, pero me deleitaron en exceso las escenas memorables que presencié. ¡Qué viva la diversión!

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