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Rutina de pies

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Pasadas las 10 de la noche terminé el entrenamiento en el gimnasio, pude haberme ido nada más acabar, pero la fatiga me detuvo. Me senté sobre una banca cerca de la entrada del salón de yoga, sudando y jadeando, tenía los bíceps y antebrazos duros y bombeados, no tenía suficiente aire y casi me derrumbaba.

Un entrenador me preguntó sí estaba bien, supongo que se preocupó de verme con ese aspecto, tan machacado por la intensidad de la rutina.

Fue un tipo muy amable, me regaló algo de agua y abrió el salón de yoga para mí diciendo que ahí podría recostarme un rato si me apetecía, porque ya no tenían clases programadas por esa noche. Yo le tomé la palabra. Él se fue. Me tumbé sobre el piso de madera y estuve algún tiempo. Pasados tal vez dos minutos la vi llegar.

Una mujer mayor, de unos cuarenta y tantos, bajita y con caderas muy marcadas entró extendiendo su mat de pilates y soltándose el pelo rubio. Por su figura y sus expresiones daba la apariencia de estar casada con algún cabrón adinerado. Tal vez lo está.

Iba con unas mallas elásticas que parecían expandirse demasiado por su descomunal trasero y muslos, y a esa sexualidad se le sumaba una tela roja de encaje asomándose por sobre los mallones. De arriba usaba un sujetador deportivo que le apretaba las tetas hasta marcar sus pezones finamente, eran unos pechos redondos y brillantes por los cuales bajaban líneas de sudor los que los contenían.

Sin notar mi presencia suspiro como cansada, estaba roja. Puso su tapete en el suelo y se acomodó los leggins tapando de nuevo el elástico de su tanga, luego se sentó con las piernas cruzadas en posición de meditación.

La madura comenzó a hacer sus estiramientos. Primero una pose boca abajo, sus tetas tocando el suelo, las manos extendidas y las nalgas elevadas al aire, se le notaban unos labios carnosos entre las piernas debido a su sobresaliente coño. Para ese momento mi verga ya se marcaba sobre el pantalón, buscando ser vista.

Su siguiente posición fue una especie de misionero, extendiendo sus piernas a los lados como en "V" y tomando con sus manos los tobillos, como buscando ser penetrada. Al verla tan abierta y transpirada no pude evitar acariciarme por encima de la ropa.

Luego se levantó, respiró hondo, cerro los ojos y separando las piernas lo más que pudo bajo el torso, tocando el suelo con las manos dejando ver más la pequeñez de su cintura. Pude escuchar un leve gemido cuando logró bajar completamente. Yo me manoseaba la polla como si estuviera en un trance.

De pronto abrió los ojos y me vio. La sorprendió verme con la mano por debajo de la ropa. Yo me aterré porque pensé que iba a llamar al de seguridad.

Primero se cubrió los ojos, y soltó un grito, como ofendida por mi indecencia, se le notaba asustada. En seguida respiró hondo, parecía estar pensando, fue directo a la puerta.

Yo ya estaba viendo la demanda por acoso y se me iban las tripas al piso. Me incorporé para escapar y solo la escuché decir "shhh…" de manera calmada, sonriendo levemente.

Me hizo la seña de silencio y se oyó el seguro en la puerta. Yo estaba genuinamente confundido. Se me acercó lentamente y con una cara de guarra, venía soltando risitas, y en ese pequeño trayecto pude apreciar mejor su figura, sus caderas tan anchas, sus piernas tan gruesas, sus tobillos tan finos.

Ella se sacó las zapatillas de correr junto sus calcetines olorosos y se paró frente a mí. Sus deliciosos pies con esmalte rojo y aroma transpirado me hipnotizaron, uno de ellos comenzó a sobarme tímidamente la polla por sobre el pantalón.

Me hizo una seña con el dedo para que me bajara la prenda y la obedecí, ella se acomodó en el suelo frente a mi, y con ambos pies empezaba a masajear mí verga erecta, lubricada ahora más por su sudor descalzo.

Se notaba que aquella madura sabía cómo hacer gozar a un hombre, pues utilizaba los pies como una diosa, a la cuál, de ahora en adelante iba a adorar. Estaba fascinado con ese espectáculo visual, ese sube y baja aceitoso y con ritmo. Ver esas piernas extenderse hacía mí con naturalidad femenina. Ver su vulva marcarse por sobre sus mallones, transpirada y con aroma. Ver esos deditos redondos y enrojecidos en sus pies retorcerse acariciando las marcadas venas de mi miembro. Presenciar esas nalgas tan inmensas que eran visibles desde frente, y su cintura tan pequeña que acrecentaba aún más el tamaño de esas caderas.

Yo comencé a respirar más fuerte, más hondo, porque me costaba más. Ella se dio cuenta de esto y sonriendo me guiño un ojo.

La muy golfa fue experta en calentarme y aumento la velocidad con un movimiento de rebote en sus tobillos, las plantas sus pies ruborizadas se deslizaban en mi polla radiante y lubricada, emitiendo un resbaloso sonido.

Los movía ansiosamente de arriba hacia abajo y luego los curveaba delicadamente. Con el pie izquierdo me masajeaba la cabeza y con el derecho el tronco, atrapando mi glande entre sus dedos pulgar y anular. Sus dedos daban la apariencia de arándanos colorados y dulces frotándose de arriba hacia abajo, sobando. Arriba, abajo, masaje y repetía. Arriba, abajo, masaje y repetía, disfrutando de verme aguantar ese tormento tan orgásmico.

Yo estaba a punto de explotar, ella me miró a los ojos y se mordió los labios con una cara lujuriosa. Esa mirada de puta me hizo estallar. Chorro tras chorro, tras chorro, tras chorro, salieron disparados sobre sus pies brillantes y llenos de color, hilos blancos y viscosos que la impregnaban, mientras mi polla seguía palpitando rojiza por el flujo sanguíneo y la fricción. Ella jadeó sonriendo y le dio una última caricia a mí glande con la planta del pie derecho, como despidiéndose de mi polla. Yo también jadeaba.

Al final tomo sus cosas, abrió la puerta y se fue descalza cargando su calzado y riéndose de sí misma la muy cerda, satisfecha de su logro.

Al irse me regaló un último vistazo a ese magnífico y descomunal culo. Desde entonces no me pierdo una clase de yoga.

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