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Se reavivó el trío en el balcón con Diego y Gonzalo (4)

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Quedamos un poco desmadejados en el espléndido balcón del pent house, Gonzalo y yo nos recostamos en una de las reposeras acolchonadas y Diego se fue a lavar al baño. Increíblemente seguíamos al palo, así que no desaprovechamos el tiempo y empezamos a besarnos y a magrearnos en la reposera, como si no hubiésemos tenido sexo en semanas.

Se puso sobre mí, en la posición del misionero, con mis piernas abiertas, meneando su pelvis como si me estuviera cogiendo. Nuestras pijas se pajeaban sobre nuestros cuerpos y él se movía como una odalisca, besándome como si fueran a chocar los planetas. Devoró mi lengua hasta el fondo y le retribuí con decenas de lengüetazos, recorriendo con furor su boca suave y cálida.

Cada tanto, parábamos para respirar, mirándonos a los ojos con lujuria y retomando los besos y chupones cada vez más profundos. Le crucé las piernas sobre la cintura invitándolo a apretarse más contra mi cuerpo, comprendió lo que quería y, sin dejar de besarme con pasión, se retiró un tanto hacia atrás hasta que su pija pasó por debajo de mis huevos, alcé un poco la cadera y pudo penetrar mi culo, de un saque hasta el fondo, pues ya estaba bien dilatado y lubricado por la cogida de Diego y su semen, lo que me provocó una descarga eléctrica en todo el cuerpo que se arqueó de placer ante la estocada que había recibido y di un grito ahogado.

-¡Guau! ¡Qué bien me la pusiste!, le dije mirándolo a los ojos.

-¿Te gustó?

-¡Me encantó! ¡Quiero más, dame más!

Subí la cadera un poco más para sentir su poronga más en mi interior y empezó un meneo enloquecedor de meta y saca constante, rítmico y apasionado. Veía reflejado el movimiento de su cuerpo en el vidrio polarizado del balcón y enloquecía de placer.

-¡Mirate! ¡Fijate en el vidrio, mirá que fuerte que estás, cómo te movés! ¡Qué hermoso culo tenés! ¡Cómo me gustás!, le dije absolutamente fuera de mí. ¡No parés de cogerme!

Se fijó en su reflejo y aceleró sus meneos y acometidas, arrancándome jadeos y gemidos agudos de lujuria, mientras le pedía que me diera más y más, presionando con mis piernas sobre su cintura para que me enculara más adentro aún, si fuera posible. Tras unos minutos se oyó la voz de Diego que se acercaba filmando con su celular:

-No me dejen afuera, nos dijo y apoyó el teléfono sobre una mesa que había cerca, sin apagar la cámara.

Se arrodilló a un lado de la reposera, quedando su pija recién lavada y bien parada a la altura de nuestras bocas, por lo que no dudé en atrapar su glande con mis labios al instante y empezar a mamarla ávidamente, mientras Gonzalo no dejaba de cogerme y yo acompasaba su ritmo frenético dilatando y contrayendo mi ano, según su pija entraba o se retiraba. Al notar mis movimientos, gritó:

-¡Buenísimo!, aceleró sus acometidas y tensó su cuerpo.

-¡No acabes! ¡Aguantá!, le grité con voz ahogada. Bajá un cambio y ayúdame a chuparle la pija a Diego que está para comérsela.

Muy a desgano, ralentizó su meneo, que además me volvía loco de placer y me acompañó en la faena de darle una mamada espectacular a dúo a Diego. Nos alternábamos entre glande, tronco y sus huevos suaves y depilados, para juntar nuestras bocas en besos apasionados con el glande de por medio, luchando por retomar cada uno su porción de poronga, limpia pero de nuevo jugosa.

El chop, chop de nuestra chupada se volvió a mezclar con los jadeos y gemidos de Diego, y Gonzalo recomenzó el tremendo meneo que tanto me gustaba, dejando a cargo de mi boca la pija enhiesta y palpitante de mi potro. Me dediqué a él sin perder de vista el reflejo del precioso culo de Gonzalo en el vidrio subiendo y bajando como un martillo neumático por varios minutos, hasta que aceleró el meneo bien a fondo, me avisó que se corría, apreté más mis piernas sobre su cintura para que me la metiese más adentro hasta que las volví a abrir abandonándome a su cogida espectacular y prometedora, mirándolo ansiosamente a sus ojos lujuriosos y pidiéndole más y más.

Gonzalo se arqueó, bufó, jadeó, gimió y gritó con voz sofocada cuando eyaculó media docena o más de chorros cálidos de semen en mi culo aún sediento de carne y leche. Pensé que iba a detenerse, pero siguió con su meneo, esta vez en círculos y vaivenes que me sacaban de quicio porque masajeaban mi próstata y me tenían a mil.

Aceleré mi mamada en la pija de Diego, que ya me cogía por la boca sin freno, aunque sin metérmela tan adentro para que no me dieran arcadas. Lamí, chupé y engullí toda su pija hasta la pelvis, una y otra vez, sin dejar de gozar la cogida interminable de Gonzalo, que no aflojaba en su meneo y tampoco la dureza de su miembro.

Tenía dos sementales a mi disposición y los estaba gozando a pleno, así que los aproveché, seguí chupando con la boca, dilatando y contrayendo mi esfínter anal y acariciando los preciosos cuerpos de mis amantes durante largos minutos hasta que, cuando ya se me acalambraban los maxilares de tanto tener abierta la boca con el miembro adentro, Diego empezó a respirar más fuerte, más hondo, a suspirar, gemir y jadear como el potro que era y se vino dentro de mi boca con tres o cuatro chorros de leche aún cálida, pero no tan espesa como el semen que había derramado en mi ano, siempre sediento y hambriento.

Gonzalo paró de cogerme y sin salirse de mi interior se fue apoyando sobre mi pecho y me comió la boca chorreante del semen de Diego, saboreando juntos el mismo néctar. Lo tomé de la cara mirándolo a los ojos y le dije que era la mejor cogida que me habían dado nunca.

-A cuántos les habrás dicho lo mismo, me respondió con una sonrisa.

-A Diego se lo dije hace poco, a fin de año y era cierto, tan cierto como la que me diste recién. Cuando vi mover tu cuerpo y tu culo reflejado en el vidrio, me volviste loco de placer. Me parecía estar viendo una película. Pero la noche recién empieza, les dije. Descansemos algo y después vamos a ducharnos porque en una hora debe venir mi mujer.

Nos volvimos a morrear y a magrear, pero con más dulzura que pasión y unimos las reposeras, para seguir gozando de más besos y caricias entre los tres.

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