Unos diez años atrás participaba en la comida anual de la empresa donde trabajaba. Ya con treinta era el decano de la mesa donde estábamos seis solteros. Al lado de la nuestra había una de mujeres, donde distinguía tres solteras compañeras de trabajo y otras que no conocía. Justo dándome frente estaba una de las desconocidas que resaltaba por su belleza, y ante la cual había caído encandilado de manera fulminante.
Como consecuencia de esa súbita atracción, y pese al esfuerzo para no resultar cargoso o grosero, mi vista volvía con demasiada frecuencia hacia esa preciosura, algo que sin duda no le pasó desapercibido.
Finalizada la comida y comenzado el baile, de pronto me encontré sentado solo, momento en el que la dama admirada junto a otra, también bonita pero menos voluptuosa, se acercaron. Me puse de pie para recibirlas e invitarlas a sentarse.
– “Les puedo servir algo?”
– “Un gin-tonic y una Coca Cola”.
– “Denme unos minutos, voy hasta la barra y les traigo”.
Servidas las copas me senté enfrente.
– “A qué debo el honor de esta preciosa compañía”.
La que había sido objeto de mi atención, respondió con cierta incomodidad.
– “Quería decirte que estás cerca de gastarme con la mirada”.
– “Te pido disculpas, la tentación de deleitarme con tu figura me venció totalmente. A todo esto no nos hemos presentado, mi nombre es Leopoldo”.
– “Yo me llamo Carmela y mi amiga es Lea. Menos mal que no la miraste a ella porque su novio es muy celoso”.
– “Entonces cabe una doble felicitación a ese caballero, una por la belleza de su pareja y otra por ser cuidadoso. No sería raro que alguien trate de robársela. Se podrá suponer que vos no tenés compromiso y eso me abre una posibilidad de disfrutar de tu compañía?”
– “Muy difícil, porque no me atraen los viejos”.
– “Debo darte la razón, la lozanía de la juventud es impagable y además los viejos tenemos mañas difíciles de erradicar”.
Cuatro o cinco segundos son poco tiempo, pero cuando trascurren en silencio y con la mirada fija, parecen eternos.
– “Te quedaste callado”.
– “Así es, porque nada tengo para agregar”.
– “Los hombres luchan para conquistar”.
– “Seguramente algunos, pero no es mi caso”.
– “No vas a intentar convencerme?”
– “La atracción no funciona así, no es un repaso de las virtudes del candidato, tampoco una serie de razonamientos correctos, y menos el resultado de una argumentación convincente. Se da o no se da, y en este caso no se dio, así que el asunto está concluido. Cambiando de tema, Lea, cuál es tu actividad?”.
– “Soy estudiante de diseño gráfico y el próximo será mi último año”.
– “Qué bien. Me viene a la memoria un amigo que está en tu misma situación académica, y hace poco ganó un concurso; como su obra le gustó a la empresa que patrocinaba el evento ahora le encargan trabajos y le proveen material nuevo para que lo pruebe. A tal punto anda bien que, a veces, necesita ayuda. Querés que te ponga en contacto con él, por supuesto, sin compromiso”.
– “Encantada, me vendría bien hacer práctica”.
De inmediato hice la llamada
– “Hola Benjamín, estoy con una dama que el año que viene también termina diseño gráfico. Sé que a veces necesitás ayuda y pensé que podría ser este caso. Además es muy bonita, te mando foto”.
La respuesta fue graciosa y elocuente.
– “A ese bombón dale mi teléfono aunque no sepa leer ni escribir”.
– “Hecho, un abrazo”.
– “Lea, querés copiarlo?”
– “Mejor mándame el contacto a mi celular”.
– “Para eso necesito tu número y no te conviene, a ver si un día me da por acosarte”.
– “Quiero que lo tengas”.
Estaba terminando el trámite cuando le escuché a Carmela.
– “Ya está, vamos”
Por supuesto me levanté para despedirlas.
– “Fue un gusto, que sigan bien”.
La preciosura que me había sorbido el seso se fue sin hablar mientras que Lea se despidió besándome la mejilla.
Si ver ese cuerpo aproximándose era para que se desbocaran los deseos y los sueños quedaran cortos, apreciarlo de atrás te dejaba al borde la esquizofrenia. Un par de nalgas moviéndose armónicamente, en elegante ondulación y buena tonicidad muscular, le dan la razón a un renombrado psicólogo cuando dice: El hombre camina con las piernas, la mujer lo hace con el cuerpo.
Nuevamente solo no pude menos que felicitarme. Había logrado salir airoso del contacto con esa dama, disimulando que su belleza me tenía atado de pies y manos. Si no estaba a mi alcance por lo menos evitaría su coqueteo sabiéndome inerme.
Estaba en esas cavilaciones cuando al levantar la vista la encuentro frente a mí.
– “Bailarías conmigo?”
– “Encantado”.
Mi contestación fue sin mover un músculo de la cara.
– “Estás enojado?”
– “De ninguna manera, estoy asombrado”.
– “Me podés contar por qué?
– “Sería un necio negar que me atraés, pero de nuestra charla anterior di por sentado que esa atracción sería nada más que un deseo insatisfecho por inalcanzable. Sin embargo te tengo entre mis brazos, aunque sólo sea bailando”.
Y ahí el mundo se me puso patas para arriba cuando me dijo al oído.
– “Es que me gustás viejito”.
– “Alto, alto, es una broma o pretendés matarme de un infarto?”
– “Ninguna de las dos cosas. Quisiera conocerte mejor, nada más”.
A partir de esa charla empezamos a frecuentarnos, pasados unos meses nos pusimos de novios y a los dos años nos casamos. Una sorpresa se dio a los pocos meses de noviazgo cuando me invitó a su casa para presentarme a sus padres. Casi se me caen los pantalones cuando descubrí que su padre, el dueño de la empresa y el gerente general eran la misma persona.
Eso explicaba su presencia en la fiesta, si bien podía deberse a que Lea estaba de novia con otro empleado, a quien conocía de lejos, más o menos de la edad de ellas, de nombre Eduardo. La amistad de las mujeres se amplió abarcando a la pareja y así empezamos a frecuentarnos. De esa manera pude constatar que compartía más cosas con Lea que con su marido; este muchacho, con un físico muy cultivado de esos que solo sirven para exhibir, intelectualmente era lastimosamente básico y sus intereses se limitaban a mujeres, fútbol y dinero. La pareja llevaba casada casi el mismo tiempo que nosotros y tenían una hija de ocho años. Esta encantadora criatura había sido favorecida por la suerte, era un calco de su madre.
En una de esas reuniones el mujeriego toco uno de los temas de su preferencia, preguntándome.
– “Perdonarías una infidelidad?”
– “Si es producto de una debilidad ocasional, sí”.
– “O sea que si viene Carmela y te dice que tenés unos buenos cuernos, la perdonás”.
– “Segurísimo que no”.
– “Y lo que dijiste antes?”
– “Los cuernos producto de una debilidad ocasional son incipientes, pequeños. Los que son buenos, importantes, frondosos, tienen origen en un engaño querido y prolongado”.
– “A ver, explicate un poco”.
– “Una debilidad ocasional tiene rasgos de espontaneidad, es algo no pensado ni buscado, como si cayeras en una trampa, una sorpresa que te agarró con las defensas bajas y te venció”.
– “Pero puede ser que un tipo ejerza tal atracción en tu mujer que ella no pueda vencerla cada vez que se encuentran”.
– “De acuerdo, pero en ese caso ya no es ocasional. Ahí la mujer, sabedora de su claudicación, tiene dos opciones, evitar los encuentros o hacerle saber al esposo que no va a luchar para sobreponerse. De esa manera el marido no va a sentirse traicionado y podrá tomar una determinación sobre el futuro de la pareja”.
– “Podrían haber más perdones”.
– “Imposible, porque el primer perdón excluyó cualquier otro”.
– “No necesariamente”.
– “Al contrario, lo puso como necesario. Si bien la actitud de perdonar fue instantánea, no se borraron los sentimientos originados por el engaño. Dolor, bronca, repulsión, asco, tristeza y todo lo que quieras agregar se irán apagando con el tiempo; tiempo de paciencia en el engañado y de esfuerzo en la infiel, mostrando palpablemente que se arrepiente de lo hecho y de que algo así no va a suceder de nuevo”.
– “O sea que vos nunca te sumarías a las parejas liberales”.
– “Francamente no me siento capaz de soportar ver a mi mujer con otro. Ahora va mi pregunta. Decime Lea, qué opinás del interés de tu esposo sobre mi postura. Cualquiera podría pensar que, o tiene intenciones, o la tiene a tiro, o ya se la tiro a Carmela”.
Eso lo dije observando detenidamente las reacciones de mi mujer y, al verla palidecer, bajar los ojos y cerrar fuertemente los labios, me toqué la frente por si el tacto me indicaba alguna protuberancia.
– “Eduardo, te cedo la palabra”.
– “¡Cómo se les ocurre! solo fue simple curiosidad”.
– “Menos mal, porque estoy muy conforme con mi matrimonio, amo a mi mujer y no quisiera perderla”
Unos seis meses atrás le llegó la jubilación al gerente de finanzas y en la línea sucesoria normal estábamos los dos jefes de departamento que integraban esa gerencia. Para cubrir ese cargo mi suegro lo promovió a mi par. Sin duda yo hubiera querido ocupar ese puesto ya que significaba un progreso en la estructura, pero cualquiera de los dos era apto para desempeñar esa función, así que no me sentí molesto. Unos días después don Samuel me hizo llamar, algo poco frecuente pues en dieciséis años de trabajo creo haber entrado dos o tres veces a ese despacho.
– “Don Samuel, me hizo llamar”.
– “Sí hijo, me acompañás con un café”.
– “Encantado”.
Después de charlar un rato sobre distintos temas y habiendo consumido lo que teníamos servido, ya de pie para irme soltó la pregunta que no esperaba.
– “Me ha llegado un rumor que estarías incómodo por no haber accedido a la gerencia de finanzas, es verdad?”
– “No es verdad. Que me hubiera gustado no tenga dudas, pero mi postura es la siguiente. Desde que estoy en la empresa usted la ha manejado muy bien, los números y el ambiente de trabajo son testimonio de ello. Justo ahora que mi nombre está en danza va a cometer un error o una injusticia? No me parece razonable”.
Mi suegro es un hombre parco, poco afecto a mostrar sus sentimientos por eso, si lo que sucedió me lo hubieran contado, diría que no puede ser. Cuando terminé de hablar, en su cara seria, empezó a dibujarse una sonrisa mientras me daba dos palmadas en la mejilla.
– “Andá a trabajar, ya hemos vagado bastante”.
Pasaron tres semanas y esta vez fue don Samuel en persona quien me llamó.
– “Tengo ganas de tomar un café, me acompañás?”
– “Encantado señor”.
Con los pocillos a medio consumir me sorprendió con una interrogación
– “La vez pasada me dijiste que confiás plenamente en mis decisiones, seguís en la misma postura?
– “Desde luego señor”.
– “Lo que he decidido te va a afectar bastante”.
– “No importa, seguro que usted no me va a perjudicar”.
– “Bien, vamos a la reunión dispuesta para dentro de cinco minutos”.
Media hora atrás se había convocado a reunión en la sala de directorio y abarcaba hasta el nivel jefe de división. Cuando llegamos ya estaban todos y mientras yo me dirigía hacia el lugar que me correspondía mi suegro ocupó la cabecera.
– “Señores los reuní porque quiero hacerles saber que he decidido dedicarme a la vagancia, estoy harto de verles las caras, y pretendo rascarme el ombligo a tiempo completo. Dentro de una semana asumirá como gerente general el caballero Leopoldo Benavídez. Su reemplazo será designado por el gerente respectivo. Escucho lo que quieran decirme”.
La sorpresa fue general, incluyéndome. Don Samuel, luego de ver que no había preguntas, saludó y se retiró. El anuncio y la manera de hacerlo me permitió conocer más de cerca a los participantes. Ante algo inesperado es difícil preparar una actuación. Las felicitaciones se hicieron, algunas sinceras y otras pesarosas. Con esto mi situación económica pegó un salto importante porque, además del lógico incremento en mi remuneración, el dueño de la empresa me obsequió un quince por ciento del paquete accionario.
Poco pudo rascarse el papá de Carmela. Una mala jugada de su salud lo hizo fallecer a los cinco meses de su retiro.
La alegría por mi promoción tampoco duró mucho. Unas semanas después de la muerte de mi suegro, estando ambos mirando televisión, ella se levantó para ir al baño y en esa ausencia entró un mensaje a su celular. Al tocarlo se abrió la pantalla de whats app mostrando que el recién llegado era de Eduardo. Con la natural intriga lo dejé donde estaba y al regresar Carmela me avisé del sonido. En lugar de consultarlo donde estábamos se levantó. Al volver, sin que le preguntara, me dijo que era el chisme de una amiga.
Esa noche cuando se durmió, luego de media hora, cuando es la fase de sueño profundo, me levanté y conociendo la clave, busqué el intercambio de mensajes. Al verlos la incómoda duda inicial se transformó en tristísima certeza. En el diálogo, el primer envío era de ella a Ricardo.
– “Hoy hace un año nos dimos el primer beso en la cocina de casa”.
– “Es verdad, pero eso fue el comienzo”.
– “Sin duda, pero fuiste un hijo de puta, porque de inmediato me diste vuelta apoyándome sobre la mesa y, luego de levantar la pollera y correr mi bombacha me la metiste sin darme tiempo a lubricar”.
– “Pero en tres minutos te dejé lubricada con leche, y bien que ahora te encanta”.
– “Tenés razón, tu pija me tiene loca. Un beso en la cabeza de un solo ojo que lagrimea delicioso. Chau”.
Después de fotografiar el diálogo volví a la cama aunque esa noche no dormí a pesar de la pastilla que tomé, pues todos los sentimientos negativos que uno pueda imaginar se juntaron para mi tormento. Esta situación no era ocasional, no respondía a una calentura, no era un desliz, esto ameritaba venganza a la máxima potencia y era imprescindible que planearla y ejecutarla debían hacerse con la mente fría. De todos modos tenía que ponerla al tanto a Lea aunque eso le trajera dolor.
A la mañana la llamé pidiéndole reunirnos para tomar un café y charlar. Nos juntamos antes del mediodía cerca de su casa. El saludo, como siempre, fue muy afectuoso mirando, ella mi cara ojerosa y yo la suya intrigada.
– “Te veo mal amigo”.
– “Sí querida, es para estar mal”.
– “Por Dios, contame qué sucede”.
Simplemente tomé el teléfono, busqué la imagen y se lo extendí. Su cara enfocada en la pantalla mostró sorpresa, pero nada llamativo, lo cual me extrañó.
– “Esto no es raro en él, pero nunca lo esperé de Carmela. Eduardo es una porquería, esta unión fue la peor elección de mi vida, lamento en el alma haber estado metida con él cuando te conocí, de lo contrario no te me habrías escapado”.
– “Gran honor para mí, que también hice una mala elección”.
– “Mi situación es mala, en la práctica soy una muerta de hambre, para todo dependo de él. Maldita la hora en que le hice caso de no ejercer mi profesión, para dedicarme solo a la casa. Si no fuera así hace rato me hubiera separado. Aguanto por Rocío que no tiene la culpa de mis errores”.
– “Por favor Lea escuchá bien lo que te voy a decir, y te suplico que aceptes. Mi casa es tu casa, no esta donde vivo sino la que tengo desde antes de casarme, equipada al completo y a la cual solo tenés que llevar los enseres personales tuyos y de tu hija. Además yo voy a solventar todas tus necesidades, que no me cuesta nada porque estoy muy, pero muy bien económicamente. Y por último el estudio que lleva todas nuestras cuestiones legales te va a diligenciar el divorcio”.
– “No puedo aceptar todo eso”.
– “Sí podés y te ruego que lo hagas. Dejame que maneje los tiempos, yo te iré avisando. Mientras tanto haremos vida tan normal como esté a nuestro alcance. Primero les pondremos todas las trabas posibles para que no puedan juntarse y así incrementar el deseo, luego será el momento de facilitarles las cosas y entonces, con las defensas bajas, será el momento de arreglar cuentas”.
Una decena de días coordinamos con Lea de manera tal que, siempre, uno de los amantes estuviera impedido de reunirse, sea con llamadas a concurrir de urgencia, sea con presencias inesperadas, sea con viajes imprevistos, etc.
Como parte de las maniobras de acoso, un sábado, luego de la cena acordamos salir a tomar algo a una discoteca. No pasó mucho tiempo desde que llegamos hasta que el esposo de Lea la sacó a bailar a mi mujer y en seguida hice lo propio con esta amiga. Pasó un rato en que nosotros nos manteníamos expectantes sobre la otra pareja. Al ver que los amantes pegaban las pelvis, con los torsos separados y mirándose a los ojos, decidí intervenir. Apenas nos distinguieron se separaron abruptamente, sonriéndonos como quien nada reprochable hace.
– “Te la robo un rato a mi señora”.
– “Me parece muy bien si me devolvés la mía”.
Realizado el cambio evolucionamos un rato al son de la música mientras la observaba tratando de leer en su interior.
– “Me parece que Eduardo, si no lo hizo, está al borde de cruzar el límite de cercanía corporal con vos, cuidate”.
– “No me digás que estás celoso”.
– “No estoy, soy celoso, y mis celos se basan en que te amo. Si no te quisiera me importaría una mierda que te coja todo el Regimiento de Granaderos a Caballo, incluyendo los animales”.
– “Esa no es tu manera de hablar”.
– “Es verdad, a veces me pasa. Tocando este tema, suele suceder que las palabras no dan una idea cabal del significado de algo. Vamos a sentarnos, así la explicación será más clara”.
Ya ubicados con la mano izquierda la tomé del pelo a la altura de la nuca inmovilizándola, mientras la derecha, abierta sobre su cuello, empezaba a cerrarse como tenaza.
– “Lo que estoy haciendo es llamado, por los forenses, asfixia mecánica. Si veo que Eduardo invade tu intimidad, aunque sea poniendo sus labios sobre los tuyos, esto que sentís te va a parecer una caricia comparado con lo que tengo pensado para vos”.
Cuando la palidez viró a ceniza la solté, coincidiendo con la llegada de nuestros amigos. Lea, viendo sus facciones desencajadas y la boca abierta buscando aire, se alarmó.
– “Carmela, te pasa algo?”
Por supuesto contesté yo.
– “Sí, le estaba explicando, de manera práctica, lo que puede sucederle si observo un mínimo desliz en su conducta de mujer casada”.
Como el ambiente de la reunión se había enrarecido decidimos regresar a casa. Recién ahí mi esposa rompió el silencio.
– “Nunca me imaginé pasar por lo que me hiciste. Sos un monstruo “.
– “Quizá no supe explicarme hace un rato. Si te hubiera dicho, en caso de infidelidad, voy a asfixiarte y luego arrancarte la tráquea lo hubieras entendido, sin embargo sentir que te falta el aire y ni siquiera podés articular palabra pidiendo auxilio, es la percepción de una vivencia y así lograste un conocimiento más profundo y amplio. Por mi parte estoy muy contento pues has entendido sin duda alguna lo que quise decirte”.
– “No me animo a dormir en la misma cama, a ver si soñás que estoy con otro y me estrangulás. Me voy a la habitación de huéspedes”.
– “Andá y no te olvides el celular, seguramente vas a tener mensajes o llamadas para que des detalles de lo que te pasó”.
Era la declaración suficiente para que supiera que nosotros sabíamos, y de paso aumentar su nerviosismo.
Transcurrido el lapso previsto anulamos toda presión, aunque no la vigilancia y un cierto direccionamiento para que la reunión fuera en casa.
El aviso de él diciendo que llegaría más tarde, el llamado de Lea indicando el momento de salida de su casa, más la imagen de la cámara mostrándolo frente a mi domicilio eran la prueba de que había llegado el momento esperado.
Le dije a mi secretaria que durante la próxima hora no me interrumpiera, pues deseaba concentrarme en el estudio de un contrato; si terminaba antes se lo haría saber. Esta comunicación la hice ya preparado para retirarme por la salida privada, vistiendo buzo de mantenimiento de una conocida empresa de servicios con la correspondiente caja de herramientas, y gorra bajo cuyos bordes asomaba una peluca.
Un taxi me dejó a una cuadra de casa. Al entrar cambié la gorra por una capucha y anteojos oscuros, llevando a mano una correa, el celular robado, recientemente adquirido y una fusta con alma de acero. Al aproximarme al dormitorio, en el primer piso, los sonidos de un encuentro amoroso no dejaban lugar a dudas sobre la actividad en desarrollo. Desde la puerta filmé a los amantes hasta que sus caras se hicieron visibles y el macho comenzó el orgasmo. Ese momento de máxima indefensión era el elegido para acercarme pasar la correa por su cuello, ahorcarlo hasta que perdiera el conocimiento y luego llagarle el cuerpo a fustazos sin olvidar pene y testículos.
Luego me volví hacia Carmela, que estaba desnuda y en posición fetal contra el cabecero de la cama tapándose la cara con las manos. Saqué su camisón de bajo la almohada y se lo tiré a la cara; como no reaccionó le bajé las manos para darle dos cachetadas e indicarle que se lo pusiera, y ya vestida tomándola del pelo, la llevé a los tropezones hasta la escalera donde, de un empujón la hice rodar.
Me asomé al dormitorio y, al constatar que el averiado amigo y galán empezaba a moverse, volví sobre mis pasos. Luego de comprobar que mi mujer, aunque inconsciente, respiraba, recompuse mi atuendo anterior y regresé a mi oficina. La parte inicial de mi venganza había insumido cuarenta minutos. Ya con mi vestimenta habitual salí del despacho avisándole a la secretaria que estaría a media cuadra pues quería tomar un café al aire libre.
Reflexionando sobre lo sucedido en la última hora vi que estaba todo razonablemente encadenado. A Carmela, seguramente la empleada la encontraría avisándome en seguida. De hallarla desnuda podría haber dudado, pero en camisón era más fácil suponer un accidente. A favor también estaba que ninguna superficie de mi cuerpo había estado visible y mi boca no había emitido sonido alguno. Desde luego que tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no decirle <Buen viaje> en el momento de empujarla. Por último mi celular, dejado en el despacho, registraba tres mensajes entrados, atestiguando mi ubicación.
Como resultado de la caída quedó sin movilidad en los miembros inferiores y con una reducción importante en los superiores.
El hecho de que su madre tuviera una salud precaria, la ausencia de hermanos y los bienes de su padre en trámite de juicio sucesorio, hizo que yo fuera su único sostén para todo. Pese a estar convencida de que sus percances eran culpa mía, ningún hecho concreto lo corroboraba. No tenía más remedio que comerse doblada mi presencia.
Su compañero de placer no se quedó muy atrás. Al día siguiente, cuando avisó que no podría presentarse a trabajar por una ligera indisposición, la oficina de personal mandó el médico auditor, que por supuesto no fue recibido. Cuatro días en la misma situación dieron pie para ser despedido. Era el momento de que Lea hiciera la mudanza.
Para la inválida acondicioné una habitación de la casa con las comodidades y equipamiento necesario para su correcta atención, actividad que era llevada a cabo por un grupo de personas, amén de los profesionales de la salud. De esa manera mi presencia era esporádica y por una razón específica. Uno de esos días fui porque había soñado con ella y, al despertarme, sentía una cierta compasión por su estado. Entonces me acerqué a verla, dándole un rato libre a la enfermera que la cuidaba.
– “Quién diría que hace un año vos recordabas, en un mensaje emotivo y nostálgico, el primer beso con tu amante. Al enterarme de eso caí en cuenta que yo también tenía algo para conmemorar aunque con tristeza; y el motivo eran los doce meses que, ignorante de todo, llevaba portando importantes y frondosos cuernos”.
– “Hoy, las vueltas de la vida, te hacen esperar el segundo aniversario de ese acontecimiento postrada en una silla de ruedas, y con serias probabilidades de no vivir el tercero. Todavía dudo si acelerar tu deceso o seguir un tiempo disfrutando el padecer que muestran tus ojos. Con inmensa suerte el grupo económico construido por tu padre, y que yo manejo por disposición de él mientras aún vivía, da más que suficiente para pagar la gente que se ocupa de tus necesidades. Eso me permite venir solo cuando tengo ganas de contemplar la mísera situación en que estás y de paso renovar mi odio”.
– “Quizá alguien podría tacharme de cruel y es posible que algo de razón tenga. Para contestar apelaría al conocido dicho <Al que critique mis pasos le presto mis zapatos>. Por el momento me resulta imposible atenuar el encono. Cuando me vienen a la mente los trecientos sesenta y cinco días luciendo puntas en la frente, ante la mirada de cientos de empleados, compasiva en los que me aprecian y complacida en los que me odian, se renueva con mayor fuerza el deseo de venganza, y disfruto verte hecha mierda”.
– “Yo no fui la excepción e inexorablemente se cumplió el dicho <el cornudo es el último en enterarse>”.
– “De todos modos, en esta espantosa situación hay algo que no logro comprender. La fortuna familiar te permitía ser totalmente independiente. El hecho de grabarse en tu memoria el día del beso hace presumir que con tu amante había una relación algo más que carnal. Pudiendo disfrutar en total libertad elegiste el riesgo, el peligro, las excusas mentirosas, las limitaciones en horarios, duración y lugar de los encuentros. No teniendo hijos que cuidar la única razón, que atisbo probable para seguir a mi lado, es aparecer ante el entorno como una señora respetable”.
El tiempo se llevó, primero a su madre y después a ella, quedando como socio mayoritario de la empresa y dueño de las propiedades de ambas.
Rehíce mi vida con Lea y de ella espero un hijo. El amor de madre e hija, profundo, íntegro y espontáneo, es el bálsamo que va sacando de mi corazón el odio que albergaba.