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Sexo con la chica delivery

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Verla dormir es una visión del mismísimo paraíso. Su pelo largo, color trigo. Su espalda morena, brillante como un oasis. Y sus piernas. Sus piernas hermosas, que parecen medir kilómetros. Un aura especial e incandescente desprende de su figura convirtiendo a la habitación en un cubículo bañado totalmente de luz. Respira tranquila, serena. Quisiera detener el tiempo en este momento para siempre, pero los fuegos artificiales que me encandilaron horas atrás vuelven en forma de pequeñas sacudidas. Intento mantenerme quieta, ya que no quiero perturbar su paz que, también, es mi paz. Pero no consigo enfocar mis pensamientos en ese presente mágico. Se me acelera el corazón. La cabeza, en forma de flashes, comienza a mostrarme imágenes que tampoco quiero borrar. Y, esta vez en mi mente, todo vuelve a suceder.

Eran las once de la noche y acababa de terminar la cuarta película que veía en el día. Últimamente, los domingos no existo para nadie, ni siquiera para mí. Por un instante intenté recordar las tres películas anteriores, pero no lo conseguí. Me pasa todo el tiempo, y cada vez más, eso de olvidar cosas tan simples. Abandoné esos pensamientos al darme cuenta de que moría de hambre. No se me cruzó ni por un segundo la idea de cocinar, así que directamente tomé el celular y pedí una pizza. Necesitaba ingerir algo sólido lo antes posible.

Veinticinco minutos después, suena el timbre. Una voz cálida me dice desde el otro lado: “delivery”. Le pedí por favor que subiera y así lo hizo. Un par de minutos después, un suave golpe en la puerta anunció su llegada. Le abrí, recibí la pizza, le di la propina y nos despedimos. Minutos después, vuelven a golpear la puerta. Observo por la mirilla y ahí estaba de nuevo la delivery. Abro y lo primero que noto son sus ojos llenos de lágrimas.

─¿Estás bien? ─pregunté.

Obviamente que no lo estaba, por lo que noté de inmediato lo estúpido de mi pregunta.

─¿Puedo pasar al baño, por favor? ─preguntó casi en un susurro.

─Sí, claro ─respondí y le indiqué el camino.

En el cuarto de baño sus lágrimas se volvieron ruidosas. Pasaron cinco minutos en los que no hizo más que llorar y quejarse en voz baja. Me acerqué hasta la puerta, la golpeé suavemente y le pregunté si estaba bien. Como respuesta, abrió la puerta, intentando ocultar su pena mientras trataba de forzar una sonrisa.

─Lo voy a estar. Gracias ─dijo y me abrazó con fuerza.

La invité a que me siguiera hasta la cocina y le ofrecí un vaso de agua, lo que aceptó con gusto. Bebió todo el líquido de una vez, como si hubiese llegado de una larga caminata por el desierto. Estuvimos varios minutos sin hablar, generándose entre nosotras una gran incomodidad. De repente, comienza a sonreír con una sonrisa tibia, apenas perceptible, pero que, a causa de las lágrimas derramadas, le daba un brillo especial a sus ojos verdes. La sonrisa, de inmediato mutó a una carcajada estruendosa, que no tardé en imitar. Luego de varios minutos en los que nada tuvo sentido, se serenó.

─Gracias. Y perdón. No suelo comportarme así cuando trabajo. Soy sofi.

─No hay problema, aunque toda la situación se me hace algo extraña. Soy Martina.

Nos quedamos un rato sin hablar.

─¿Querés contarme algo? Quizás te sientas mejor… ─comenté.

─Creo que no. Ya estoy bien. Gracias.

Recién ahí noté lo hermosa que era. El pelo largo y rubio hasta la cintura me encantaba. Algo sucedió adentro mío que me hizo comportar como una lunática. Me acerqué hasta quedar a escasos centímetros de ella, la miré con intensidad y rodeé su cintura con mis brazos, acariciándola con suavidad. Su mirada expresaba gran sorpresa y algo de desconfianza. No sé por qué, pero la besé. Y ella respondió al beso. Sus manos imitaron a las mías, deslizándose sin un sentido concreto por mi espalda. Ya no había ninguna distancia entre las dos. Fue su boca la que se despegó de la mía para recorrerme el cuello y bajar por mi escote. Fueron mis manos las que abandonaron su silueta para quitarme la blusa, dejando liberadas a mis tetas. Su boca siguió bajando, para luego ir de una teta a la otra, chupando, mordiendo. Sus pequeñas manos no pudieron contener a mis tetas, pero no por eso se reprimieron el apretar y pellizcar.

Totalmente encendida, me tomé unos segundos para quitarle la ropa. Primero la campera, después la remera y, finalmente, el corpiño. Sus tetas eran hermosas, casi del mismo tamaño y forma que las mías, pero totalmente naturales. Disfruté de ellas por varios minutos, mientras sus manos se entretenían con mi culo. Me bajó un poco el pantalón y metió una de sus manos debajo de mi tanga, entreteniéndose con mi concha cada vez más húmeda. Retrocedí algunos pasos y terminé de desnudarme y de desnudarla. Volví a besarla, para luego tomarla de la mano y llevarla hasta el living. La empujé sobre el sofá, me arrodillé y le abrí las piernas. Sin perder ni un segundo, me sumergí en esa conchita pequeña, delicada y suave. El primer orgasmo llegó casi de inmediato. El sabor de sus jugos era intenso y delicioso.

Mientras disfrutaba de ellos, me tomó de un brazo y me tiró hacia ella. Me senté sobre sus piernas, poniendo mis tetas en su cara. Supo perfectamente que hacer. Las chupó sin nada de delicadeza, cosa que me fascinó. Cuando la cosa ya empezaba a doler, me senté a su lado. Ella me empujó, haciendo que me acueste y ubicó su cara entre mis piernas. Me dio la mejor chupada de concha de mi vida. Fue tanto el placer que me dio, que luego de diez minutos solté dos orgasmos al mismo tiempo. Se recostó sobre mi cuerpo y volvimos a besarnos, mientras una le acariciaba la concha a la otra. Estuvimos un rato así, hasta que una hermosa idea se me cruzó por la mente.

La llevé de la mano hasta mi habitación, sin dejar de besarnos en el camino. Me separé por un momento y fui hasta el placard. De uno de los cajones saqué el arnés que había comprado meses atrás y que aún no había tenido la posibilidad de estrenar. Varias veces lo armé, me lo puse y fantaseé con usarlo alguna vez. Por fin, esa vez había llegado. Sus ojos se iluminaron hermosamente y su sonrisa perversa me devastó. Tardé apenas unos segundos en colocármelo. Ella, sin que se lo pida, se acomodó en el extremo de la cama, apoyando las rodillas sobre el colchón y exponiendo ante mí su hermoso culo. Me acerqué y me arrodillé para darle otra chupada a su concha hermosa. Estaba totalmente empapada.

─Dale Martina, culiame ─dijo entre risas.

Me acomodé detrás de ella y empecé a apoyarle mi pija de silicona de 18 x 6. Iba del culo a la concha, cuando otra fantasía se me cruzó por la mente. La tomé del pelo y la obligué a ponerse de rodillas.

─Chupame la pija, puta ─dije en tono serio.

Ella sonrió y comenzó a besarme la pija con gran delicadeza. La recorría de extremo a extremo dándole besitos cortos y ruidosos. Después hizo lo mismo, pero con su lengua. A pesar de que físicamente no me generaba nada, la situación me excitaba demasiado. Poco a poco empezó a comerse la pija con gran destreza. Era hermoso verla desde mi posición. Le entraba casi toda adentro de la boca, por lo que, tomándola del pelo, la ayudé a llegar hasta el fondo. Me volví loca al verla atragantarse con mi pija. Las ganas de cogérmela fueron más fuertes, por lo que, tomándola del pelo, la hice poner en la posición inicial. Ya no tenía ganas de jugar a apoyarla, así que le metí la pija de una vez en la concha. Su estremecimiento fue instantáneo. Nos costó un poco al principio coordinar el ritmo y los movimientos, pero cuando lo conseguimos fue increíble. Siempre fantasee con la idea de tener pija. Y aunque físicamente seguramente hubiese sido una sensación diferente, me sentía plena, poderosa. Y me encantaba estar dándole placer.

Luego de un rato de cogerla así, me recosté en la cama y la invité a sentarse sobre mi pija. Verla cabalgar sobre mí fue hermoso. Su pelo yendo y viniendo y sus tetas moviéndose para todos lados es una imagen que estoy segura de que jamás me voy a olvidar. De a ratos bajaba hacia mi boca y nos besábamos con fiereza. Luego volvía sentarse y me cabalgaba con más intensidad. En el preciso momento en el que largué un potente orgasmo, ella cayó encima de mí. Agitadas y transpiradas, nos dormimos abrazadas.

Verla dormir es una visión del mismísimo paraíso. Solamente sé su nombre. ¿Por qué lloraba anoche? ¿A dónde irá cuando despierte? ¿Será que volveremos a vernos alguna vez? Preguntas que me movilizan, pero que no sé si estoy lista para conocer las respuestas. Por eso, voy a quedarme quieta, sin hacer ruido. Cuando despierte, el universo decidirá como continúa esta historia.

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Este es mi último relato, al menos, por mucho tiempo. Aprovecho para agradecer todos los buenos mensajes que he recibido. Me quedan por contestar, y prometo hacerlo cuanto antes. A pesar de mi “retiro”, dejo abierta la posibilidad de seguir en contacto por correo electrónico [email protected]. ¡Gracias!

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