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Sexo en casa al volver de la ofi

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–Hoy mi jefa me ha dado muchos azotes en el culo porque he metido la pata. –confiesa Marta.

Juan, sentado en una silla, observa a su chica mientras saborea un trozo de chocolate negro y amargo.

El traje, pantalón y chaqueta de color gris. La camisa blanca bajo la que se adivinan los pechos medianos que tantas veces ha saboreado. El cabello recogido en una coleta, la frente despejada que, junto a unas gafas de montura pequeña, ofrecen una imagen de inteligencia.

–¿Quieres un poco de chocolate?

La chica mira distraída la tableta, fijándose en la mano que la sostiene. Una mano grande, poderosa, viril. Involuntariamente contrae las nalgas para relajarlas solo un instante después sabedora de que, en aquel hombre, todo es ternura. De repente, provocadora, le increpa sin motivo.

–Es por tu culpa, me consientes todo y luego son otras personas las que tienen que corregirme.

Juan deja la tableta de chocolate en la mesa y mira intensamente a Marta.

La mujer tiembla ligeramente y, distraídamente, pasea su lengua por los labios resecos, notando que le falta saliva.

El hombre sigue el gesto con su mirada y pregunta.

–¿Quieres un poco de vino?

Ella asiente.

Mientras bebe Juan toma la palabra de nuevo.

–¿Escuece? ¿quieres que le eche un ojo?

Marta apura la copa, deja el vaso sobre la mesa y se ruboriza.

Luego, mecánicamente, se quita las gafas dejándolas en una mesilla, se desabrocha los pantalones y dando la espalda a Juan, se baja las bragas dejando su trasero al aire.

Su chico traga saliva, se pone en pie y acercándose a ella, comienza a acariciar las nalgas coloradas. Luego, sin dejar de tocarle el culo, con la mano derecha toma su mejilla y la besa. El sabor del vino y el chocolate se combinan de manera deliciosa con el sabor del propio beso. Las lenguas se encuentran con avidez.

Marta, con la respiración agitada, susurra.

–Tómame, hazme tuya.

–Pero el trasero, el escozor...

–Te necesito dentro, ahora, azótame si quieres, pero tómame ya...

Juan le da un azote en la nalga y Marta dibuja una mueca de dolor. Juan va a pedir perdón pero la mirada de ella, el deseo en sus ojos, la visión de ese cuerpo temblando lo acelera todo.

En menos de un minuto se quita la ropa mientras la chica hace lo mismo dejando al aire sus pechos coronadas por pezones oscuros y erectos. Luego se pone de cuclillas, agarra el pene de su chico y lo mete en su boca. La saliva se escapa por la comisura de sus labios mientras chupa el miembro palpitante.

Todo va muy deprisa, Juan, sin reconocerse a si mismo, llevado por la lujuria, se muestra rudo, salvaje. Sin miramientos empuja a Marta sobre el sillón.

–Boca abajo ramera. –dice empleando un lenguaje que suena soez en su boca.

Marta, sorprendida por el calificativo, pero dominada por su propia pasión. Obedece y se deja caer sobre su estómago abriendo las piernas para facilitar el acceso a su sexo. El dedo de Juan se introduce en la vagina empapada de Marta con suma facilidad.

Esta lista.

Sin perder tiempo, se coloca sobre ella, desliza su miembro crecido por la receptiva abertura y empuja con decisión. Marta, presa del placer, gime. Juan coge ritmo e inserta y saca el pene moviendo sus caderas cada vez más rápido, impulsado por los gritos de su compañera, animado por su propio deseo. No mucho después, incapaz de aguantar un segundo más todo el semen concentrado, saca su miembro, descarga el viscoso líquido sobre los glúteos de Marta y deja caer su peso sobre ella cubriéndola por completo mientras besa su cuello y nota en su piel las convulsiones propias del orgasmo femenino.

Luego, tras un ligero mareo. Ambos descansan rendidos sobre el sillón, sus cuerpos pegados, los líquidos pegajosos sobre la piel, el hilillo transparente de la punta del pene deslizándose sobre el muslo de él. Ninguno de los dos tiene prisa por limpiarse.

(9,00)