En los últimos meses la vida de Ricardo había pasado a ser más tranquila. Después de unos meses en los que le saltaron tres problemas al mismo tiempo ahora se habían alineado los astros para que su vida volviera a ser “normal”. Durante unas semanas, su triple paternidad le había provocado dolores de cabeza, pero poco a poco todo fue encajando.
El tema más complicado había sido Andrea. Esta niñata de 23 años estuvo amenazándolo durante un tiempo con “tirar de la manta” y hacer público el nombre del padre de su hijo. Ricardo no se podía permitir un escándalo sexual ante su mujer. Una cosa eran sus infidelidades y otra bien diferente era verse obligado a abandonar a su familia para tener que hacerse cargo de la manutención de dos hijos. Uno el que tenía con su mujer y otro el bastardo que engendraba Andrea. Al final le costó convencer a la joven camarera con más de 3.000 pavos. A saber lo que haría con el dinero. Aunque lo sospechaba prefirió no saberlo.
El otro tema se cuadró solo. No es que fuera un problema serio, pero no terminaba de gustarle la idea de que su compañera de trabajo, Carla, gestase una criatura suya. De acuerdo que la mujer le había dicho que se lo cargaría a su marido, pero nunca se sabe cómo piensa una mujer, y menos si su matrimonio no funciona y está encoñada con un compañero como era él. Por eso, cuando ella le anunció que dejaba el estudio de arquitectura para emigrar a Londres junto a su marido, Ricardo sintió un enorme alivio. Como si le quitasen un peso de encima.
Su tercera paternidad, aun siendo familiarmente más compleja de aceptar, era menos problemática que ninguna de las otras dos. Su cuñada Ana, la hermana pequeña de su mujer, era exactamente igual que él. Una mujer morbosa y sexualmente muy activa, de mentalidad tan libre como abierta y le había dejado más que claro que nunca le complicaría la vida. Menos aún a su hermana, pese a que su relación no era todo lo fraternal que debiera. Por otro lado estaban sus padres. Ana nunca descubriría un escándalo de dimensiones bíblicas a los ojos de sus padres, personas mayores y conservadoras.
Por todo eso, Ricardo se había levantado de muy buen humor ese jueves de semana santa. No tenían pensado salir de Madrid, pero serían cuatro días para desconectar en familia. Nada de problemas…
Desayunaba en la cocina mirando en una tablet como se le había complicado a su Atleti la Liga. De perder en el Pizjuán y ganar sus perseguidores la sombra de “el pupas” volvería a sobrevolar sobre sus cabezas. Su mujer le sacó de sus cuentas deportivas:
-¡Ricardo! –llamó su atención su mujer
-¿Eh? –contestó él levantando la cabeza de la tablet.
-Te decía que mi hermana Ana va a venir a pasar el puente aquí en casa.
-Ah… vale… perfecto…
Ricardo sonrió a su mujer y volvió los ojos al aparato aunque ahora su mente estaba en otro lugar. Se le dibujó una sonrisa al recordar a su cuñada Ana. Recordó la primera vez que pasó unas vacaciones en su casa. Era una jovencita de apenas 19 años recién cumplidos y entre ellos ya había habido una tensión sexual más que resuelta. El hombre se asombró de su falta de escrúpulos a la hora de serle infiel a su mujer. Pero a la “niña” le iba la marcha. Desde que la desvirgara en casa de sus padres como regalo de su 18 cumpleaños.
Pero fue en aquellas primeras vacaciones en su casa cuando comenzaron a tener una relación de amantes. Ana era una estudiante de medicina con una agitada vida sexual de universitaria. Una chica guapa con un cuerpo trabajado por horas de gimnasio. Aunque no tenía demasiado pecho si lo tenía bien puesto.
Durante los dos primeros días, las bromas entre ellos tenían una enorme carga sexual haciendo referencia al polvo que habían echado un año antes. Esto hacía que Ricardo estuviese excitado todo el tiempo. No perdía la oportunidad de mirar a su cuñadita y recrearse en el buen culo que se le marcaba con un vaquero de talle bajo. O el virginal escote que asomaba con alguno de los tops que solía vestir.
La noche del viernes al sábado, Ricardo se despertó de madrugada. Después de un extraño sueño, Ricardo decidió levantarse de la cama e ir al baño. En el trayecto oyó un ruido proveniente del dormitorio de su cuñada. Pese a que la idea no era la mejor el morbo le podía. El ruido era perfectamente reconocible. Aquellos gemidos ahogados, esos suspiros entrecortados no podían ser otra cosa que una paja. Su cuñada de 19 años se estaba masturbando en la cama justo en la habitación contigua a la suya.
Lentamente, se fue acercando a la puerta y los sonidos se hacían más identificables. En la penumbra del dormitorio pudo adivinar la figura de aquella joven mujer cubierta solamente por una sábana. Ricardo se acercó notando como bajo el pantalón de deporte con el que dormía se levantaba su polla. A pocos centímetros de la cama, su cuñada ya se había percatado de su presencia y aceleraba el movimiento sobre su clítoris bajo la sábana.
El hombre se bajó el pantalón y ofreció a Ana toda la erección de su polla. Sin duda, el marido de su hermana estaba mucho mejor dotado que el chico con el que salía actualmente. Ella alargó la mano hasta agarrar y comprobar la dureza del miembro de su cuñado. Recorrió la polla en toda su longitud con suavidad. Su mano comenzó a masturbarlo.
Él se agachó y se colocó de rodillas junto a la cama. Ana se volteó hacia su cuñado y abriendo las piernas le ofreció su sexo. Ricardo le bajó las bragas y se recreó oliendo el joven coño de la hermana de su mujer. Ante él un sexo cubierto por una fina capa de vellos con un penetrante olor a hembra en celo. Con delicadeza separó los labios vaginales y paseó su lengua por la raja ardiente de la mujer. El suspiro de Ana delataba sus ganas de sexo.
Ricardo comenzó una magnífica comida de coño que Ana recibía con placer agarrada a la cabeza de él e impidiendo que se separase. El hombre succionaba el clítoris de su cuñada y lo trillaba con los labios antes de masajearlo con la lengua. Ana tenía que morder la sábana para evitar que sus gemidos fueran audibles en el silencio de la madrugada. Un calambre recorrió su columna cuando el orgasmo le llegó. Intentó cerrar las piernas entorno a la cabeza de él que no dejaba de trillar el clítoris de su amante.
El hombre se incorporó y dirigiendo la cabeza de su polla hacia la entrada del coño de Ana la penetró despacio. Pudo sentir la estrechez de su conducto vaginal casi virgen aún. Y la humedad caliente que desprendía cuando su polla avanzó con cierto esfuerzo hacia el fondo. La chica, abierta de piernas, echó su cabeza hacia atrás sintiéndose empalada por la polla del marido de su hermana. Ricardo comenzó a percutir, cada vez más rápido contra el coño de Ana. Ella le cogió por la nuca y le rodeó con sus piernas. Para evitar gritar por la follada le mordió el cuello a riesgo de dejarle una marca inexplicable.
Cuando sintió que su cuñado aceleraba las embestía contra su coño y ante la inminente corrida, Ana le pidió que lo hiciese fuera. Ricardo, salió de dentro de la chica y se masturbó sobre ella. Varios chorros de leche caliente mancharon el cuerpo de su cuñada que se retorcía de placer pellizcándose los pezones…
El sonido del timbre de su casa trajo a Ricardo de sus recuerdos. Segundos después aparecían por la cocina, su mujer y su hermana pequeña. Ana estaba embarazada de casi 7 meses y su barriguita era indisimulable. Su pecho había crecido considerablemente y se veía, al menos a los ojos del hermano de su mujer, tremendamente sexy.
Como varios años antes, aquella noche, Ricardo tuvo un extraño sueño que le llevó a despertarse en medio de la madrugada. Sintió la necesidad de levantarse y esta vez no tuvo que oír ningún ruido para ir al dormitorio de su cuñada. Ana le esperaba:
-Sabía que no te resistirías de venir a verme. –Dijo Ana entre susurros.
Totalmente desnuda, permanecía apoyada sobre la pared y sentada en la cama. Una tenue luz en la mesita de noche le permitía ver como se acercaba su cuñado, también desnudo y con una tremenda erección. El hombre pudo admirar como los pechos de Ana habían crecido bastante. Ahora su aureola era de un color marrón más oscuro y sus pezones parecían más gordos. Su sexo no estaba rasurado y su barriga era redonda. Ricardo se arrodilló junto a la cama y Ana le ofreció su sexo:
-Cómetelo cabrón, Cómetelo como hiciste aquella noche.
Ricardo hundió su cabeza entra las piernas de su cuñada y comenzó una magnífica comida. Pasando su lengua caliente desde el ano hasta el clítoris para luego penetrarla y explorar cada pliegue de la mujer. Esta se retorcía de placer, con las piernas abiertas y pellizcándose sus gordos pezones de embarazada. El hombre aprovecho la gran cantidad de flujo vaginal para lubricarse dos dedos y masajear primero y dilatar después el ano de Ana:
-¿Qué quieres cabrón? ¿Darme por culo? Siempre serás un cabronazo, hijo de puta.
Ricardo se puso de pie y Ana se colocó muy cerca del borde de la cama a cuatro patas. Acomodó su barriga con sus piernas un poco abierta, dado el avanzado estado de gestación, y colocó su cabeza en el colchón. De esta manera ofrecía al marido de su hermana una excelente visión de sus agujeros. Con las manos separó sus nalgas para que su cuñado pudiese ver el ano enrojecido y dilatado:
-Vas a disfrutarlo cabronazo.
Ricardo agarró las nalgas de su cuñada y acercando la cabeza escupió en el ano de la mujer. Después colocó el glande en el ojete de Ana y presionó. Sin apenas esfuerzo el esfínter de la mujer tragó cada centímetro de aquella polla que no le era desconocida. Un resoplido de Ana acompañó a un suspiro de Ricardo:
-Joder, cabrón, que grande tienes la polla.
-Qué guarra eres Ana. No respetas ni que tu hermana está durmiendo en la habitación de al lado.
-Párteme el culo, joder. Haz lo que tu mujer no te deja, hijo de puta.
Ricardo comenzó a bombear sobre el culo de su cuñada. Agarrado a sus caderas movía las suyas cada vez más rápido. La imagen era tremendamente excitante. En una habitación con una tenue luz, una embarazada era sodomizada por el marido de su hermana mientras esta dormía, ajena a todo, en la habitación de al lado. La mujer se agarraba a las sabanas aguantando las embestidas del hombre que se esforzaba en penetrarla cada vez más profundo. El hombre se deleitaba con el movimiento hipnótico de las nalgas de su cuñada cada vez que su pelvis olpeaba contra ellas. Se agarró bien a las caderas y, ahogando un grito, echo la cabeza hacia atrás y empujó todo lo dentro que pudo su capullo para correrse abundantemente en las entrañas de la mujer.
Ana sintió como se le rellenaba de leche caliente sus intestinos. El marido de su hermana le había dado por culo hasta correrse dentro de ella. Sentía como el capullo de Ricardo estaba incrustado muy dentro de su recto provocándole escalofríos a medio camino entre el dolor y el placer.
El hombre se salió con la polla todavía dura y con las últimas gotas de semen saliendo del capullo, cayó rendido en la cama boca arriba. Con mucho más esfuerzo y dolorida, Ana se puso de pie. Andando con trabajo fue al baño para limpiarse los restos de semen de su cuñado que salía del ano y resbalaba por las piernas.
Unos minutos después la mujer volvió a aparecer por el dormitorio. Ricardo la esperaba tumbado en la cama. El desnudo de la hermana de su mujer era realmente bonito. Sus tetas habían crecido de tamaño por culpa del embarazo. La barriga le daba un punto de belleza inexplicable. Su coño aparecía totalmente cubierto por una fina capa de rizos negros. Esa naturalidad con la que se mostraba le dio un morbo especial a la situación para Ricardo que se levantó y fue al encuentro de Ana. En medio de la habitación, los dos cuerpos desnudos se abrazaron y se fundieron en un morboso beso. Ricardo se despidió y se acostó junto a su mujer.