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Siento curiosidad

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Ciertamente, como lo expresé en otro relato, nuestra estadía en Alemania supuso que viéramos las relaciones de pareja de otra manera y nos atreviéramos a experimentar situaciones impensables para una joven pareja de recién casados, de origen latino, cuyas costumbres y cultura diferían bastante de lo que en aquella época se percibía en el lugar donde residíamos y sus alrededores. En aquellos tiempos, visitar Hamburgo y su barrio rojo era agenda obligada para los turistas procedentes de muchos lugares del mundo. Y nosotros no éramos la excepción.

Habían pasado sólo dos meses desde nuestra llegada a Kiel, nuestra residencia por el próximo año, cuando los compañeros de comisión nos alentaron a conocer la vida nocturna y, para llevarlo a cabo, nos invitaron a visitar y conocer diferentes opciones de entretenimiento, bares, discotecas y clubes nocturnos. En una discoteca en especial, llamada “La Florida”, los jueves, principalmente, presenciábamos un aparente cambio de roles entre hombres y mujeres. Ese día el lugar era frecuentado en su mayoría por público femenino y observábamos que eran ellas quienes tomaban la iniciativa para realizar cualquier actividad.

En el lugar se realizaban diferentes concursos, dirigidos a las mujeres, como “el busto más bello”, o “la camiseta mojada”, o “el beso más largo con alguna pareja masculina asistente”. Y veíamos como esas mujeres, sin recato alguno, participaban y parecían disfrutar del entretenimiento. Ciertamente, en ese país, hay una actitud abiertamente amplia hacia el desnudo corporal, de manera que ese tipo de juegos eran aceptados socialmente. En otra ocasión, estando allí con mi esposa, una de las visitantes, sin importar si yo estaba en pareja, me invitó a bailar. La orquesta interpretaba ritmos latinos, tal vez debido a nuestra presencia, de manera que sacábamos lo mejor de nuestro repertorio de baile cuando éramos requeridos y aquello parecía gustarles a esas damas.

Lo ambiguo de la situación, con respecto a nuestras parejas, era que las damas se entretenían tanto con nosotros y nuestra manera de bailar, que seguían invitándonos a bailar, una y otra vez, casi sin parar. Supimos que esas damas eran de nacionalidad sueca y que visitaban el puerto. Bailar era lo de menos. Otras damas, sin reparo alguno, invitaban a algunos de los asistentes a salir del lugar para disfrutar de un encuentro sexual y, en ese sentido, nuestros amigos de piel morena, no tan blanca, o de color, eran bastante apetecidos. En ese sentido mi esposa, no tuvo que recriminarme que la dejara sola o que me la pasara con aquellas damas toda la noche.

El espectáculo mayor, sin embargo, era visitar la ciudad de Hamburgo y su barrio rojo. Kiel quedaba a 40 minutos en tren, de modo que podíamos ir de visita a este lugar y regresar a nuestra residencia en la misma noche, aunque, para ese plan de turismo sexual, preferíamos quedarnos alojados en un hotel todo el fin de semana. Allí, en Sankt Pauli, en uno de tantos teatros donde se presentaban espectáculos de sexo en vivo, había por aquella época un show muy promocionado con el nombre de “Sansón y Dalila”. Y claro, como era la novedad, fuimos con mi esposa a presenciarlo.

En el lugar, instalaban a tres parejas por palco, si así puede llamarse a este tipo de acomodación, compartiendo una mesa donde se ofrecía champaña u otro tipo de licores y pasabocas, a requerimiento, para ser consumidos durante el espectáculo. Sansón, era, ni más ni menos, un hombre de color, acuerpado, calvo, bastante grande y con un miembro descomunal. Su pareja, Dalila, era una mujer rubia, alta y delgada, bastante menudita, que contrastaba con su par masculino. El miembro de Sansón era casi del tamaño de uno de los antebrazos de Dalila, de allí que aquel espectáculo atrajera la atención de los asistentes, generalmente parejas.

En su representación, los actores desarrollaban una historia donde, al final, ambos ya desnudos, Sansón sometía sexualmente a Dalila, y era esa la parte atractiva del espectáculo, porque los diálogos, en idioma alemán, nunca los entendimos. Para nosotros, sin embargo, aquello no tenía importancia. Los actores procuraban que se viera explícitamente todos los detalles del intercambio sexual y, de verdad, tanto mi esposa como yo, estábamos fascinados con aquello, porque, de donde veníamos, jamás habíamos tenido la oportunidad de presenciar algo similar. Alguna de las asistentes, pareció burlarse de lo que Sansón hacía, así que este, con señas, la invitó a que subiera al escenario. Y, lógico, ella se negó. Su marido estaba muy apenado con lo sucedido, pues todas las miradas reposaban en ellos.

Era evidente que aquellas escenas despertaban nuestra curiosidad y calentura. Durante la presentación se podía ver cómo nuestras parejas femeninas miraban con atención el accionar de Sansón y cómo cambiaban de postura en sus asientos mientras los actores desarrollaban su rutina, que incluía sexo oral, penetración vaginal y penetración anal. A nuestros ojos eso, simplemente, era el espectáculo de los espectáculos y, después de aquello, uno salía dispuesto a explorar todas las posibilidades que el barrio rojo nos ofrecía. Como, por ejemplo, probar sexualmente a una de tantas hermosas mujeres que por allí deambulaban y abiertamente se ofrecían para tener sexo, ya que en este país la prostitución, y especialmente en este lugar, es legal.

Era un viernes cuando llegamos al Cityhotel Monopolo, en el barrio Sankt Pauli, con la intención de quedarnos allí todo el fin de semana. Las experiencias vividas en Kiel habían despertado nuestra curiosidad y, con tanto que se hablaba de la vida nocturna en Hamburgo, decidimos irnos de excursión y confirmar si era cierto todo aquello que se nos decía. El hotel estaba situado en medio del barrio, cerca de la calle Reeperbahn, conocida también como la “milla del pecado”. Nuestro principal objetivo era presenciar el espectáculo de “Sansón y Dalila”, de modo que, muy temprano, 9 pm, acudimos allí.

Terminado el espectáculo y bastante excitados con lo visto, salimos a caminar y, en nuestro recorrido, probamos entrar a diferentes sitios, simplemente para observar cómo se daba aquello. Así que entrábamos a los bares, pedíamos una cerveza, nos quedábamos un rato, y luego acudíamos a otro lugar. En aquellos lugares, generalmente, las dependientes atienden a la clientela en “Top less”, lo cual ciertamente era un espectáculo para mí, aunque creo que mi esposa también lo disfrutaba. En otros lugares había shows de sexo en vivo, menos elaborados que lo visto en los teatros, pero todo alrededor del intercambio sexual.

Para nosotros, jóvenes, con poco tiempo de casados y sin hijos, aquello era toda una novedad y una invitación a la exploración. Mi esposa, un poco desinhibida, comentó que le causaba curiosidad cómo Dalila podía recibir el miembro de Sansón de la manera que lo habíamos visto y se preguntaba si aquello no le produciría ningún dolor. Pues, por lo visto, yo diría que no, apuntaba. ¿Por qué lo preguntas? Simple curiosidad, respondía. También me comentó que aquello era algo hecho para hombres, porque lo que más veíamos en los shows eran mujeres. Bueno, decía yo, seguramente hay hombres que ofrecen esos servicios, pero, me pregunto, ¿acaso será igual el número de mujeres al de hombres que demandan ese servicio? Tocaría preguntar, decía yo.

Esa noche nos cansamos de caminar, entrar aquí y allá, visitar tiendas de artículos para sexo y otros artículos. Incluso entramos a un cine para ver qué tipo de películas presentaban. En una de estas tiendas, observando la amplia oferta disponible de consoladores, me atreví a comentar, si estás interesada, te puedo comprar uno. Pero eso es artificial, contestó ella, yo preferiría que fuera natural. ¿De verdad? ¿En serio? ¿Serías capaz? Pregunté. No sé, siento curiosidad. Y, a través de los años, aprendí que cuando ella dice “siento curiosidad” es que está experimentando mayúscula calentura. Pero en aquella ocasión su comentario, lejos de parecerme inadecuado, sirvió de excitador. Bueno, si ella se da la oportunidad, por qué no yo también, pensé.

Llegamos muy de madrugada al hotel, pero andábamos tan excitados con el ambiente, que no teníamos muchas ganas de dormir y sí de hacer algo más. Sin embargo, como no teníamos claro qué hacer ni a dónde ir, nos detuvimos en el bar del hotel, pedimos lo habitual allí, cerveza, y seguimos conversando sobre lo acontecido aquella noche. Bueno, pero con la verdad, increpé a mi esposa, ¿te gustó Sansón? Me encantó dijo. El tipo es espectacular. Y, si él te invitara a subir al escenario, como lo hizo con aquella señora, te le medirías. Pues, en público, no me atrevería. O sea, en privado, sí. ¿Por qué no? Contestó.

Bueno, pero concretemos, dije. ¿Cuál es tu aventura? ¿Qué es lo que quieres experimentar? Es que yo nunca he estado con un tipo de esos, respondió. Por eso te pregunto. ¿Qué sería, entonces, lo que quieres probar? Pues, si soy capaz de compartir con un hombre así. ¿Cómo Sansón? Sí, respondió. Y… ¿Qué tan intenso es el deseo? Pues, estando aquí, podríamos probar ¿No? Si tú quieres, dije. El tema es que no dominamos el idioma y, la verdad, no sé cómo hacer ni por dónde empezar.

Se me ocurrió que, al otro día, podríamos volver al teatro aquel y preguntar, por qué no, si Sansón estaría disponible para ese servicio, o cómo funcionaba la oferta de prostitutos y dónde buscarlos, si era el caso, precisando las características del servicio que nosotros estábamos buscando. Así que, con eso en mente, finalmente, ahora sí, rendidos, nos fuimos a dormir.

Al día siguiente, sábado, nos levantamos casi al mediodía. La mañana estaba opaca y lluviosa, así que no daban muchas ganas de salir. Decidimos quedarnos en el hotel, almorzar en la habitación y ver la oferta de canales para adultos en la televisión. Como era natural, nuestra atención se dirigió a ver películas de sexo interracial, de modo que al finalizar la tarde ya estábamos de nuevo estimulados para seguir adelante con el plan. La verdad no sabíamos ni qué hacer, con quién hablar o cómo hacer.

Llegamos al teatro a las 9 pm, como la noche anterior, y fuimos acomodados de la misma manera junto a otras dos parejas. Eran de habla hispana, argentinos, de modo que nos pusimos a hablar; lo normal, de dónde viene, dónde están alojados, cuándo se van, etc. El show era igual al día anterior, así que me propuse averiguar si Sansón estaría disponible para una atención individual. Me levanté de la mesa, fui a la recepción y pregunté si había alguien que hablara en español, ya que no me sentía con la capacidad para expresar mi idea en inglés, y mucho menos en alemán. De ese idioma, ni idea.

Llamaron a una muchacha joven, tal vez de procedencia española, que muy amablemente se aproximó a mí, me saludó y me preguntó en qué podía ayudarme. Le comenté que nosotros, mi esposa y yo, como pareja, nos llamaba la atención conocer a Sansón en privado. Entiendo que lo que usted quiere es que su esposa tenga sexo con él. Sí, dije sonrojándome ante lo inesperado de esa pregunta. Es su deseo. Me comentó que los fines de semana él no estaba disponible para ese tipo de servicio, debido a su trabajo. Una cita podría concretarse entre semana. Es que no vivimos aquí y estaremos tan solo hasta el domingo en la noche, le dije. Bueno, tal vez los pueda contactar con Rolando. Quizá él los pueda ayudar. Bueno, sí, respondí. ¿Dónde lo puedo ubicar? Ya mismo lo llamo. Disfruten su estadía y visítennos cuando lo deseen. Buenas noches, dijo alejándose.

Yo me quedé allí un rato, esperando, pero nadie se acercaba. Llegué a pensar que había entendido mal a la muchacha, pero me quedé allí, de pie, observando el show que se desarrollaba en el escenario. Pasados unos minutos, escuché una voz grave a mis espaldas. Soy Rolando. ¿Me buscaba? Cuando volteé me encontré con un tipo guapo, bastante moreno, de contextura similar a la de Sansón, un tanto más bajo, pero igual de acuerpado y musculoso, con la particularidad de que hablaba español. Su acento me pareció del Caribe, tal vez de Puerto Rico, República Dominicana o Cuba.

Bueno, dije, me parece que usted ya sabe para qué lo busco. Si, dijo sonriendo, ya supe cuál es el interés. ¿Dónde están alojados? En el Cityhotel Monopolo, cerca de aquí. Perfecto. Hoy no es posible, pero mañana puedo atenderles. Indíqueme número de habitación y hora. Bueno, no sé, ¿a qué hora le sería más conveniente? Pregunté. Mañana es domingo y no hay mucha demanda. ¿Podría ser a las 8 pm? Me conviene. El servicio tiene un costo de 300 euros. Perfecto, contesté, no hay problema.

Puedo pedirle un favor. ¡Seguro! contestó. Me gustaría que se le acercara, le indiqué señalándole dónde se encontraba mi esposa, se le presentara y le comentara acerca de nuestra cita para mañana. Ya mismo, dijo. Y rápidamente transitó el espacio que nos distanciaba de la mesa donde ella estaba ubicada. Observé la cara de sorpresa de mi esposa cuando este hombre se sentó a su lado y le conversó durante unos minutos. Luego vi que se levantó, volvió a donde yo estaba y dijo, todo va a ir bien. Nos vemos mañana. Lo estaremos esperando, gracias, contesté.

Salimos del lugar y, nuevamente, empezamos a caminar, repasando los sitios que habíamos conocido la noche anterior y nos propusimos recorrer otras calles para explorar y conocer otros lugares. Mientras caminábamos ella, observando una tienda de artículos para sexo, me pregunta, ¿será que una indumentaria de esas es muy costosa? ¿Por qué la pregunta? Dije. Rolando me dijo que él funciona mejor cuando la mujer se esmera por motivarlo y excitarlo, vistiéndose especial para él, y supuse que podría comprar una de esas indumentarias, para no desentonar, porque la verdad, así, como andamos vestidos, tan informales, de blue jean y tenis, no es que surja mucha excitación...

Estuvimos mirando y probando varis modelos hasta que se decidió por una lencería negra, incluidos los infaltables zapatos negros de tacón alto, complementado, a su gusto, con aretes, collares y pulseras. La aventura ciertamente iba a resultar un tanto costosa, porque había que comprar un vestido que cubriera esa lencería. No fue tan difícil, pues se decidió por un conjunto de chaqueta y falda corta de color blanco. Lógico, complementado con un pequeño bolso negro, de correa larga, que podía colgar desde el hombro. Y, bueno, pensaba yo, para qué tanto adorno, si es poco lo que va a durar puesta la vestimenta.

Esa noche, después de tanta compra y complacencia con la dama, me atreví a preguntar si, así como yo estaba dispuesto a que ella tuviera su aventura, ella estaría dispuesta a compartir una experiencia mía. Y ¿cuál? Preguntó ella. Pues tú vas a estar con un muchacho de estos, qué posibilidades hay de que yo esté con una muchacha de por acá. Bueno, si tú quieres. ¿Qué tienes en mente? Pues, no tengo nada en mente, porque no sé cómo se hacen las cosas aquí. Tomemos algo, por aquí, y vemos qué se nos ocurre. Y así fue. Entramos a un sitio de espectáculos, con la idea de seguir mirando y, si algo aparecía, pues, tomar la opción, sin saber realmente qué. Pero pasó el tiempo, nos entretuvimos con los shows, y ya, siendo tarde, decidimos volver al hotel.

Al día siguiente nos levantamos algo temprano, así que decidimos desayunar y salir a realizar un city tour, ya que lo único que habíamos visto de Hamburgo era el Barrio Rojo. Pregunté en la recepción si habría un city tour disponible y reservamos el servicio. Nos recogieron a las 10:00 am. Estuvimos recorriendo la ciudad y diferentes lugares de interés, el puerto y lógico, como no, el barrio rojo, ya que figura entre las atracciones turísticas de la ciudad. Regresamos al hotel hacia las 4 pm, y, teniendo una cita en mente, la idea fue preparar el escenario para lo que iría a pasar, así que, nuevamente, y mientras llegaba la hora, nos pusimos a ver la televisión para adultos, excitando los sentidos para la esperada noche.

Siendo las 6 pm, ella dijo, bueno, yo creo que me voy a alistar. ¿Tan temprano? Pregunté. La cita es a las 8 pm. Rolando me dijo que nos viéramos en el bar del hotel a las 7 pm., si yo no tenía inconveniente. Ok, dije, no sabía. ¿Cuándo acordaron eso? Cuando me hablo de que lo impresionara y motivara para que todo fuera bien. Bueno, ya tu sabes más que yo. Dale, entonces. ¡Arréglate!

Tardó casi la hora en bañarse, peinarse, perfumarse y vestirse para la ocasión. Y, la verdad, se veía muy elegante para el mencionado encuentro. Así que, una vez estuvo lista, y siendo ya casi las 7 pm, bajamos al bar del hotel y nos acomodamos en una mesa a la espera de Rolando quien, muy puntual, no tardó en llegar.

¡Hola! ¿Cómo están? ¡Qué bueno encontrarlos! Son ustedes muy puntuales. Siempre, contesté; la ocasión lo amerita. Bueno, es que a veces se cita uno y la gente no es cumplida con los horarios y, por eso, le dije a ella que nos citáramos más temprano. De esa manera, si hay demoras, pues se cumple el horario previsto de las 8 pm. Me disculpo por haber desconfiado y les pido excusas. Bueno, dije, si no le molesta, acompáñenos a beber un trago mientras se llega la hora. O ¿tiene algún compromiso? No, está bien, respondió, conversemos un rato.

Pedimos unas Apfelwein y, mientras las bebíamos, conversamos. Rolando resultó ser cubano y, en el ejercicio de su rol, comenzó a coquetear con mi esposa desde el comienzo, a halagar su gusto, su vestido, su forma de hablar, su inteligencia, su voz, su cuerpo, sus piernas. En fin, todo. Y como el tipo tenía el tono de voz que encanta a mi mujer y no estaba para nada mal de presencia, ella se sintió a gusto desde el principio y, si tenía algún temor o prevención, el trato de aquel y las bebidas fueron relajando el ambiente y haciéndolo más atractivo.

Oye, nena, le decía, esta noche la vas a recordar toda tu vida. Deja que empiece a desnudarte, que me desnudes y que empieces a sentirme cerquita para que veas cómo te vas prendiendo de emoción. Prometo no defraudarte. Y, diciendo esto, colocaba la mano de ella sobre su pantalón, para que percibiera el tamaño y dureza de su miembro. ¡Déjame darte un beso! Y ahí, sin vergüenza alguna, en frente de mí, la besó como si fueran novios. Ella, por supuesto, se calentó de inmediato. Y él, continuando con la seducción, le dijo, espero que, así como besas de bien en la boca, beses mi sexo… sé que no me vas a defraudar ¿Verdad? Sí, tímidamente respondía ella.

¿Me invitas a tu habitación? Continuó. ¿Ya? Pregunta ella. Sí, ya, responde él. No podemos dejar enfriar el momento. Y, levantándose, la invitó a salir por delante de él, colocando ambas manos en sus caderas y caminado detrás de ella, muy juntico, de manera que debió ser inevitable que ella no sintiera su masculinidad acosándole en sus nalgas. Y ya entrados en el ascensor, los tres, Rolando se colocó de frente a ella y la besó nuevamente, y así, además acariciándola por encima de la ropa, llegamos al séptimo piso, donde estábamos alojados.

El recorrido a la habitación fue bastante corto. Dos metros a la derecha al salir del ascensor y ya estábamos allí. Yo me adelanté para abrirles, de manera que entraron sin mayor dificultad. Rolando, de una, sin demoras, la dirigió hacia la cama. Estando de pie, al borde del lecho, Rolando, hábilmente, suelta y deja caer la corta falda al piso. Ella, con sus pies, aparta la prenda a un lado. El, entonces, le acaricia el sexo por encima de la ropa, y le dice: Nena, estás mojada, Tu sexo reclama el mío. Mira cómo me tienes. Y apresurándose a soltar sus pantalones, expone su miembro a la vista de ella y coloca una de sus manos sobre su enorme pene. Ya soy todo tuyo. No me hagas esperar más…

Ella estuvo un tanto dubitativa. Me miró como sin saber qué hacer. Entonces dije, si sientes que no debe ser, no pasa nada. Simplemente paramos. No hay obligación. No, dijo, si ya llegué hasta aquí, es mejor enfrentar la situación. Vamos, nena, dijo Rolando. Satisface tu curiosidad y calma tu deseo. ¿No era eso lo que querías? Sí, dijo ella. Pero es que nunca antes había estado en esta situación. Es algo nuevo para mí y voy paso a paso, lentamente, mientras lo asimilo. ¿Nunca habías visto y tenido entre tus manos un miembro como el mío? No, respondió ella. Es la primera vez. Entonces, dijo él, comprueba que es una realidad y disfrútalo. ¡Tócalo!

Ella, entonces, recorrió con una de sus manos ese enorme miembro de arriba abajo, concentrándose en la punta del pene, que tenía forma de hongo, palpitaba y se veía reluciente. Siguió frotando con una de sus manos aquel pene y, con la otra, empezó a acariciar los testículos del hombre, también bastante prominentes. ¿Te gusta, nena? Preguntó Rolando. ¿Quieres probarlo? ¡Adelante! No te inhibas. Y ella, atendiendo su invitación, poco a poco empezó a lamer la cabeza turgente de aquel sexo. ¡Vamos! La alentaba, Rolando. Lo estás haciendo bien, decía. No me equivocaba, usas bien tu lengua, nena. Sigue así… un poco más.

Ella, totalmente perpleja con la experiencia, chupaba aquel glande con inusitada vehemencia. Y tener aquel miembro dentro de su boca al parecer le provocaba una inmensa excitación y las palabras de Rolando la motivaban a ir más allá y actuar con soltura, sin prevenciones. ¡Eso! Decía aquel mulato, así se hace. No pareces tan novata como dijiste. Tienes lo tuyo y lo sabes usar. Y ella, ante esos halagos, arreciaba la intensidad de sus chupadas. Bueno, nena, te quiero devolver el favor. ¿Me lo permites? Ella se detuvo y quedó atenta a lo que se vendría. Recuéstate en la cama, dijo él. ¿Me dejas quitarte los pantis? Preguntó, mientras procedía a retirar la prenda, dejando descubierto el sexo de mi sonrojada y acalorada esposa, que, muy colaboradora, levantó sus caderas apoyándose en sus piernas, facilitando que Rolando realizara la labor.

¡Vamos! Dijo, acomódate un poco más arriba. Ella, en respuesta, se desplazó sobre la cama y se recostó sobre las almohadas. ¿Así estás más cómoda? Preguntó aquel. Sí, respondió ella. Bien, abre tus piernas a los costados, lo más que puedas. Y ella, así lo hizo. Perfecto, dijo él. Se ve rico tu sexo. ¿Me lo dejas probar? Ella, sin decir palabra, asintió afirmativamente con la cabeza. Y él, sin perder más tiempo, atacó el sexo de mi esposa con su lengua, se aferró a sus piernas y empezó a comerse, literalmente, la vagina de mi mujer. Complementaba la estimulación introduciendo sus dedos, bien profundo dentro de ella, quien jadeaba, se retorcía y gemía cada vez que aquel procuraba esas deliciosas caricias.

Estás muy excitada, dijo él. ¿Estás lista para recibir mi miembro? Sí, dijo ella. Y, deslizándose, de abajo a arriba, su cuerpo fue cobijando el cuerpo de mi mujer. Rolando apuntó su miembro a la vagina de mi esposa y, lentamente, la fue penetrando. Aquel miembro entró muy justo dentro de ella, pues los labios vaginales se veían comprimidos ante tal tamaño, pero la penetración se dio suave y sin dificultad. Ella, tan pronto se sintió invadida, empezó a gemir de la emoción. El muchacho, con práctica en estas lides, movía su miembro lentamente, adentro y afuera, mientras su boca besaba frenéticamente la boca de mi mujer, quien, excitada, agitaba su cuerpo debajo de aquel musculoso muchacho.

¿Cómo me sientes, nena? Te siento rico, respondía ella. ¿Quieres que siga? Sí, respondía ella como en tono de súplica. Y, por las apariencias, de verdad, lo estaba pasando súper bien. Rolando se movía a su antojo sobre ella, variando la posición de penetración y yendo más profundo en la medida que ella lo permitía. Sus piernas, totalmente abiertas a los costados, se movían al ritmo del bombeo de Rolando, arriba y abajo, como aleteando. Su cara se veía congestionada, sonrojada totalmente, y no paraba de jadear. Nena, decía él ¿la estás pasando bien? Sí, respondía ella, que no cesaba de contorsionarse debajo de su dominante macho.

Estás muy húmeda, comentó él. Intentemos algo diferente, ¿te parece? Qué tal si te levantas y te paras aquí, al pie de la cama. Ella, sin musitar palabra, tan solo se limitó a obedecer sus instrucciones, con evidente agrado. Bueno, ¿estás cansada? Preguntaba. Un poquito, respondía ella. Tal vez el peso de mi cuerpo sobre el tuyo podría estar aprisionándote un poco. Vamos a intentar otra cosa y de seguro te vas a sentir más cómoda, espero, decía él. Bien, voltéate, inclínate sobre la cama y apóyate en tus brazos. ¿Lo tienes claro, nena? Sí, contestaba ella mientras se colocaba en la posición que le requerían. ¡Eso! Así está mejor, afirmaba. Aparta las piernas un poco. ¡Muy bien! Ya está. Y, agarrando los muslos de ella con sus manos, poco a poco, empezó a penetrarla de nuevo. Esta vez desde atrás.

La sensación debió impactarle a ella, porque tan pronto se sintió penetrada lanzo un sonoro ufff, empezando a jadear casi desde el mismo instante en que aquel hombre empezó a bombear. El Vigor con que aquel hombre se adentraba dentro del cuerpo de mi mujer acrecentaba en cada embestida. Ella, en algún momento, pareció desfallecer. Dejó caer su torso sobre la cama, lo cual levantó más sus nalgas, invadidas totalmente por la corpulencia del macho que la taladraba incesantemente. Aaayyy, ya, ya… pronunciaba ella mientras con ambas manos parecía querer contener el empuje de su amante.

Lo estás haciendo bien, nena. ¿Quieres un respiro? Si, dijo ella. Bueno, entonces siéntate, pero recompénsame. Quiero ver como me deleitas. ¿Te atreves? Sí, dijo ella, sin saber qué esperar, mientras se iba sentando al borde de la cama, sus piernas abiertas, su sexo convulsionando de la emoción y ella, incierta, expectante. Perfecto, dijo él. Nena, cierra tus ojos, abre bien tu boca y deléitame. Y, apenas lo hizo, aquel colocó su pene en la boca de mu mujer, quien empezó a chuparlo, pudiendo degustar el sabor de su propio sexo. Lo haces muy bien, decía Rolando, lo haces muy bien… me tienes a punto.

Rolando retiró su sexo de la boca de ella y, masturbándose él mismo, para provocar la eyaculación, dijo, bueno nena, abre tu boca de nuevo, y ahora sí que me vas a probar. Ella volvió a abrir su boca y él, acercó su glande a los labios de ella y, tan pronto su boca se cerró sobre su pene, él se descargó, casi que al instante. Eso quizá la tomó por sorpresa y, sin saber de qué manera reaccionar, mantuvo el pene de aquel hombre dentro de su boca y no tuvo más remedio que tragar su semen. Al parecer no le dio importancia al evento, porque ella siguió chupando aquel miembro como si nada hubiese pasado.

Él se retiró y ella abrió sus ojos, y no dejaba de mirar el sexo masculino que tenía en frente de su cara. Bueno, decía el hombre, para ser tan joven, toleras muy bien esto. ¡Qué bueno! Me anima querer penetrarte una vez más. ¿Puedo? Sí, dijo ella. Dime de qué manera, como te sientas más cómoda. Ella dijo, normal, como al principio. Perfecto, anotó él, acomódate. Ella, entonces, se recostó en la cama y abrió sus piernas para recibir de nuevo a tamaña aventura. El, sin perder tiempo, procedió a penetrarla, con firmeza y vigor varonil, apoyando el peso de su cuerpo en sus brazos, para que ella tuviera más libertad de movimiento. Ese miembro parecía no caber en el sexo de ella, pero una vez más, sin resistencia, pronto estuvo totalmente adentro.

Juguetearon un rato más los dos. Rolando se esforzó por ponerla a jadear, sin mucho apuro, la verdad, y al poco rato estaba ella lanzando un grito agudo de placer mientras se contorsionaba, fuera de control, presa de las intensas sensaciones que estaba experimentando. Su hombre, la aventura de la noche, sacó su pene, descargando un chorro de líquido blanquecino y viscoso, que se manchó el body que vestía mi mujer. Pasado aquello la beso y, acariciando con vehemencia todo el cuerpo de ella, se incorporó mientras decía, nena, creo que ha sido todo por hoy. Si te vuelven a dar ganas, ya sabes dónde buscarme. Seguro, dijo ella. ¡Gracias!

Rolando entró al baño de la habitación y, cuando salió, ella aún estaba acostada sobre la cama, con sus piernas abiertas, tal vez rememorando los momentos vividos hacía apenas unos minutos. Bueno, deseo que terminen de disfrutar la velada, la noche aun es joven. Creo que merezco una recompensa por el servicio, dijo, dirigiéndose a mí. ¿No es cierto? Sí, claro, respondí, procediendo a pagar lo acordado. Espero no haberlos defraudado, comentó. Creería que no. ¿Qué dices tú? Le pregunté a mi esposa. Fue una sensación inolvidable, contestó. La voy a recordar toda la vida. Esa es la idea, dijo aquel muchacho, despidiéndose: Auf Wiedersehen!

Bueno, dije, si quieres vamos a comer, o beber algo, o a darnos una vuelta por ahí. ¿Te parece? Sí, vamos, dijo, necesito relajarme. Déjame arreglarme, que quedé hecha un desastre. Procedió a recoger su panti y dirigirse al baño, de donde salió, al poco rato, totalmente maquillada y vistiendo el mismo atuendo. ¿Vas a salir así? pregunté. Pues sí, contestó, porque será de las pocas veces que pueda lucir esta vestimenta en público. Y, además, en este sector y a esta hora, a quien le va a importar. Pues sí, dije, por qué no.

Anduvimos por la calle principal, repasando el recorrido que habíamos hecho los días anteriores, detallando con más pausa algunos lugares, tiendas y anuncios en los teatros. Y, finalmente, entramos en un bar, que nos llamó la atención porque las camareras atendían en bikini y, al parecer, se notaba concurrido y animado. Nos sentamos en una mesa, pedimos dos cervezas y empezamos a conversar.

Ella, de antemano, no había mencionado nada relacionado con su experiencia, de manera que, mientras empezábamos a degustar unas cervezas, me atreví a preguntar. Bueno, cuéntame, ¿cómo estuvo eso? Te vi muy confortable en medio de la faena. Yo te creía muy reservadita en esos aspectos y me sorprendió verte así, como tan desenvuelta. Sí, respondió ella, lo pasé muy delicioso y me pareció que tenía que estar a la altura de la situación, porque, si no, para qué diablos me habría metido en el embrollo. Yo también dude si iba a ser capaz, porque nunca antes lo había hecho y mucho menos estando tú presente.

Pero, la verdad, continuó, gran parte del resultado está en la cabeza de cada uno. Yo imaginaba que aquello iba a ser lo máximo y, aunque estuvo muy bueno, tampoco fue algo que yo dijera que fue del otro mundo, pero, sí, no puedo negarlo, la presencia de ese hombre, su trato, su voz y su accionar en la parte sexual, ciertamente me excitó muchísimo. Y más me emocionó el sentirme atendida, el centro de atención, el objeto de deseo… no sé… las cosas, tal como se dieron, la situación, el lugar, la vestimenta, la pareja, influyeron para que las sensaciones fueran algo más intensas. Eso no lo puedo negar…

Yo pensaba, por ejemplo, que no iba a poder recibir ese miembro en mi vagina y me emocioné mucho cuando vi cómo aquello entraba con facilidad. Mi sexo se dilató bastante, estaba muy lubricada, y el pene de ese hombre se insertó sin dificultad. La sensación fue bastante diferente a lo habitual. Era algo incierto, inesperado y novedoso. Y, cualquier cosa que sintiera, creo yo, se iba a magnificar. Yo también me sentí diferente, como más desenvuelta. Y cuando él entró en mí, me sentí totalmente llena y llegué a pensar que iba a sentir dolor, pero no, la expectativa se transformó en un intenso placer. No sé, la incertidumbre se transformó en seguridad y, al final, me pasó por la cabeza disfrutar las cosas como se venían presentando y ya. Creo que tal vez me liberé de prevenciones…

¿Dirías tú que se liberó la putita que llevabas dentro? Pues, dijo ella pensativa, si estamos hablando de tener otra actitud con relación a estar con otros hombres, y no sentirme limitada por el hecho de estar casada y comprometida en una relación monógama, sí. La verdad es que influye mucho el ambiente, lo que estamos viendo las 24 horas del día. Esto no es la realidad, muy diferente de nuestras rutinarias vidas, pero emociona, excita, libera y tal vez uno se deja contagiar y se da cuenta de lo que puede llegar a hacer si se lo permite. Al fin y al cabo, es una aventura que nos hemos permitido. Mañana estaremos enfrentados a otras situaciones y tendremos otra actitud. Por ahora, a donde fueres haz lo que vieres.

Me contó que le había excitado mucho sentir la firmeza del pecho y musculosos brazos de Rolando y que, contrario, a lo que yo pensaba, la fascinación con el pene de aquel hombre no era el tamaño sino el sentir como crecía y palpitaba cuando ella lo tenía dentro de su boca. Eso la excitó, porque la hizo sentir con control y dominio sobre su macho. En fin, era un desborde de imágenes y sensaciones que experimentó y que, recordándolas, volvía a excitarla y desear que algo se repitiera. Y ¿Qué quieres hacer? Pregunté. No sé, algo diferente, siento curiosidad…

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