Estamos en pleno siglo XIX.
Hay una familia rica con una casona a las afueras de Oviedo. El padre es el dueño de una mina de carbon, es Asturias al fin y al cabo. Tienen criadas, mayordomo, caballos y su propio carruaje. Son de la buena sociedad, socios del casino, amigos del gobernador, alcalde y obispo.
El caballerizo de la familia es hombre fuerte y velludo, todo un ejemplar de macho. Cualquiera diría que tiene loquitas a todas las criadas de la comarca.
En verano se exhibe con la camisa abierta y las mangas remangadas o bañándose desnudo en la poza del río. Todas las que lo ven lo desean. Pero desde una rama en lo alto de un árbol cercano otros ojos lo miran. Los de un chico guapo, rubio y dulce.
En realidad él esta enamorado del joven hijo de la familia, Luis, un chico dulce de diez y nueve años y este le corresponde. Se miran con deseo. Pero en esa sociedad provinciana es difícil decidirse a proponerle algo así a otra persona y aún más entre personas de diferente clase social.
Mira al chico, tan guapo, su piel tan blanca, su cuerpo delgado, su cabello rubio, el culo tan redondo y duro y sus ojos azules y lo desea desde que pasó su mayoría de edad También lo espía cuando se baña al fin y al cabo él es quien tiene que llenar de agua la bañera a base de cubos.
Duerme en un cuartucho junto a la cuadra, en invierno son los animales los que le dan calor en el viejo jergón. En verano si no llueve, las menos noches, sobre la hierba de la pradera. Es un hombre sencillo, sin muchas necesidades, pero enamorado.
Cuando tiene que llevar al señorito a clase o a visitar a alguno de sus amigos solo desea parar en medio del camino, desnudarlo dentro del coche y lamer todo su cuerpo. Lleva tanto tiempo deseándolo.
Luis, que no sabe que es correspondido, no puede evitar echar una ojeada a los ajustados pantalones del cochero en el pescante cuando se sube al vehículo. Piensa en el culo duro y en la polla que esconde esa prenda.
Pero no se terminan de realizar sus deseos. Por fin la ocasión surge en una de esas calurosas tardes de verano. El caballerizo está cortando madera con un hacha para la cocina. Sin camisa, con el poderoso torso al aire. El sudor corre por su pecho velludo.
Luis pasa por su lado camino del riachuelo que corre detrás de la casa. Allí donde el caballerizo realiza sus abluciones en ese tiempo. Sólo viste un pantalón y una camisa blanca y fina que lleva abierta y suelta. Va descalzo pisando la suave hierba.
El hombre mayor lo mira de reojo al pasar, con deseo. Casi está terminando su tarea y puede dejarlo para el día siguiente. Al fin y al cabo la madera no se va a terminar. Piensa que será buena idea quitarse el sudor, lavarse en el río. Así que emprende el camino detrás del muchacho.
Este oye sus pesados pasos detrás de él y sonrie para sí mismo.
Luis, tímido, empieza a desnudarse al llegar a la orilla. Pero lo hace despacio, sin prisa, luciendo su cuerpo delicado. Colgando sus ropas de la rama de un árbol. Piensa en que quizá consiga que el hombre que lo sigue le vea en ese acto tan íntimo de exponer su piel.
Efectivamente el caballerizo, apenas escondido tras un arbusto, lo admira con deseo.
El chico piensa si quitárselo todo y esperar desnudo acontecimientos. Al final decide quedarse los calzones largos sin darse cuenta de que al mojarse esa prenda expondrá su cuerpo de forma más erótica que si lo hubiera descubierto por completo.
Entra despacio en el agua, mojándose, cogiendola con las manos y echándola por el pecho desnudo y lampiño. Las manos del joven acariciaban su propia piel con sensualidad sabiéndose observado.
Pellizcaba sus pezones, que entre el frescor del agua y sus dedos se habían puesto muy duros, igual que su polla. Esta casi se trasparentaba en la fina prenda que apenas lo cubría pegada a su piel mojada.
El caballerizo por fin salió de su escondite. Se aproximó despacio a la orilla, como con miedo. La sonrisa de Luis descubriendo sus dientes lo recibía con calor.
Fue bajándose los pantalones según cruzaba el pequeño trozo de hierba hacia el agua quedando desnudo del todo antes de llegar. La polla poderosa morcillona colgaba entre sus muslos saliendo de una tupida mata de vello negro. Luis tiene los ojos clavados allí hipnotizado por el órgano masculino.
Ninguno de los dos se atreve a abrir la boca por temor a romper el momento mágico. El hombre dirige su mirada a la cadera del joven. Este dándose cuenta de ello empieza a bajar los calzones para quitárselos.
Sensual, como ha hecho todo hasta ahora. Su polla dura, muy dura, sale de entre sus vellos muy rubios, rizados y suaves. Termina de quitarse la prenda y la arroja a la orilla donde queda colgada de una rama baja, olvidada.
El moreno entra en el riachuelo acercándose al joven hasta llegar a su lado. Mirándose dulcemente a los ojos, se besan, empiezan suave, mordisqueando los labios del otro con los propios. Pero pronto no se conforman con eso.
Las lenguas entran en acción repartiendo saliva entre las dos bocas. El joven se pega al poderoso torso y el hombre le rodea con sus brazos. Toma el rabo del hombre con su mano y allí termina de endurecerse. Lo pajea suave pero con firmeza y el caballerizo gime en su oído mientras lame la orejita.
Tiene que separar esa mano que le está dando tanto placer por el riesgo de correrse. Se arrodilla frente al chico como adorándolo para besar su glande. Baja lamiendo por el tronco mirando a los ojos azules que lo ven con deseo.
Llega a los huevos y los besa, los lame. Desea extraer toda la leche del chico y degustarla, pero también la quiere dentro de su culo durísimo de tantas horas montando a caballo. Lo desea de todas las formas posibles.
Se sientan juntos sobre una laja plana de piedra medio sumergidos mientras se susurran palabras de amor al oído abrazados y se acarician con lascivia. Nada conseguiría bajar sus erecciones. Solo el que uno de ellos hiciera correr al otro.
Luis es el que consigue llevar primero sus dedos al ano de su amante y dilatarlo con mimo. El maduro se deja, por supuesto lo está deseando. De hecho se recuesta hacia atrás apoyando la espalda en la inclinada orilla y levanta los muslos para facilitar la tarea. Por suerte la piedra sobre la que se apoyan pulida por los siglos de agua que han corrido sobre ella es suave y amplia.
El joven se sitúa entre las piernas y dirige el glande hacia el agujero que se le ofrece. Así pueden mirarse, ver las caras y gestos de placer que pone el otro. El caballerizo pellizca los pezones del chico mientras va siendo penetrado dulcemente.
El cuerpo delgado de éste engaña y posee más fuerza de la que parece. Consigue sujetar las piernas por las corvas y empezar a follarlo con energía. El moreno se sujeta a unos hierbajos de la orilla y se muerde el labio para evitar gemir y gritar tan alto su placer que lo oigan desde la casa.
Luis gira la cabeza y alcanza un tobillo que empieza a lamer. Ágil, sigue por el pie, por la planta, por los dedos, usando la lengua en la piel dura y callosa, sin dejar de mover la cadera. Pero no le importa, está consiguiendo todo lo que deseaba.
La polla del maduro golpea su propio vientre, el glande llega al ombligo, al ritmo que le imprime el joven.
Ninguno de los dos aguanta mucho tiempo ese placer que se dan. Luis es el primero en correrse dentro del culo y sigue moviéndose sin sacarla hasta que se queda floja y se sale sola. Con la agilidad que ha demostrado hasta ahora se inclina y recoge la dura polla que lo espera con la boca.
No necesita usar las manos para ello mientras se mete el duro glande en la boca y lo acaricia con la legua. Con una mano sujeta los peludos testículos y los acaricia mientras usa la otra para pellizcar un pezón y acariciar el velludo pecho. Para tragarla todo lo que podía sin que el otro le obligara a nada.
Mientras tanto como sucede a menudo en el norte el cielo se iba encapotando. Casi sin previo aviso una lluvia de verano empezó a caer sobre los dos. Corriendo desnudos, con la ropa en las manos, atravesando la pradera escondidos de las ventanas de la casa por los arbustos se refugiaron en la cuadra. Riendo llegaron hasta el cuarto donde dormía el caballerizo.
Luis se arrojó sobre el colchón boca abajo dejando sus duras nalgas a la golosa vista del hombre. Este lo contemplaba, casi babeando, desde la puerta asombrado de tenerlo así. Se acerca despacio y se inclina sobre el cuerpo del joven.
Deposita un dulce beso en una de sus nalgas como promesa del placer que vendrá. Las separa con sus fuertes y callosas manos, la lengua empieza a recorrer la piel suave, recorriendo la raja y buscando el ano.
Cuando la húmeda se clavó en el cerrado agujerito un gemido profundo, desde el interior de su pecho, escapó de la garganta de Luis. El culito poco acostumbrado a ese trato se fue abriendo, despacio y relajándose.
A esas alturas esperaba ansioso más que una lengua. Pero el otro era paciente, primero la sin hueso y luego dedos de uno en uno, bien ensalivados y dilatando despacio y con ternura.
Va subiendo lamiendo la columna y la espalda mientras el duro rabo va buscando el camino entre los muslos y las nalgas. El caballerizo se va subiendo encima del joven.
El blanco culito de Luis recibe la polla del hombre en su viejo jergón mientras le lame la nuca y lo besa con pasión. Los jadeos de ambos llenan la cuadra y los únicos que los oyen son los caballos.
Todo su deseo se hace realidad. Por fin se lo está follando y después de que el chico se lo hubiera follado a él en el río. Luis ha conseguido lo que quería, el masculino cuerpo aplastándolo contra el colchón. Ya no hay nada que los pare.
Siguen follando hasta que ambos llegan de nuevo al clímax. El semen del chico se une al de todas las pajas que el caballerizo se ha hecho antes pensando en él. Mientras su culo se llena con la lefa del otro.
Lo han pasado de maravilla. Descansan abrazados sobre el viejo colchón. Los brazos del caballerizo rodean el cuerpo del señorito como si no quisieran dejarlo nunca.
Es una relación difícil. Pero ellos están dispuestos a continuar con ella. Nadie se lo tomaría bien en esa época. Pero no les importa, se aman. Aunque tendrán que llevarlo en secreto.