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Silvana y Alejandro

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Nuestra vida estaba perfectamente ordenada. En diciembre del 2019, salió mi nombramiento como juez de primera instancia mientras que mi señora, Silvana, venía desempeñándose como secretaria de un tribunal, desde tiempo atrás. Éramos una pareja envidiable y encantadora, porque a los 33 años, mi posición era muy buena y distinguida y la de ella también, aunque de menor jerarquía, dado que era tres años menor que yo y venía haciendo carrera en el ámbito judicial. Nos habíamos casado jóvenes, varios años antes y teníamos dos niños de 7 y 5 años.

Las fotos de la recepción en la Asociación de Magistrados con motivo de nuestro nombramiento nos mostraban felices y encantadores, la envidia de muchos: Silvana lucía una estampa formidable, más bien baja, ojos y pelos castaños, melenita, delgada, con un aire de jovencita, y una figura perfecta. Silvana no tenía nada que le faltara ni le sobrara, era una preciosura, fina y elegante; a su lado yo, un poco más alto con mi metro setenta y cinco, delgado y también elegante en mi traje y corbata, acompañados por los niños.

Yo había sido el primer y único novio de Silvana, criada en un ambiente recatado, seguro y formal, al margen de los avatares de la vida; fuimos novios desde muy jovencitos, se casó conmigo sin conocer varón y me entregó su virginidad serenamente, esa noche conforme lo previsto. Nuestra vida, se desarrolló en el ámbito asegurado del Poder Judicial, sin apremios, dificultades ni sobresaltos. Digamos que teníamos una vida pacífica y asentada, sin mucho trabajo, bien remunerados, sin que mediaran alteraciones, ni locuras de ninguna especie. Nuestra vida se desarrollaba en un ámbito familiar, cerrado, tranquilo y conocido. Era una vida perfecta. A nivel íntimo, habíamos sido siempre formales, sin experiencias extrañas, de modo que lo que no fuera sexo tradicional y austero, estaba fuera de nuestras prácticas: léase que ni hablamos de formas de sexo que para Silvana eran extrañas y aberrantes, como el sexo oral o anal, a los que se negaba a considerar siquiera. Y se horrorizaba con otras prácticas como las parejas abiertas, los swingers o los cuckold, temas de los que no quería ni oír hablar.

La designación como juez me pareció un evento para celebrar y le propuse que nos fuéramos unos días solos, a Calamuchita. Allí había tenido casa mi familia, alquilaríamos una cabaña y nos pasaríamos quince días solos, dejando los chicos con mis padres en La Falda. A Silvana le encantó la idea y a nuestros padres también. Así, a principios del 2020 estábamos instalados en una cómoda cabaña, en un complejo sito al lado del río, con cancha de paddle, tennis, pileta, sum, rodeados por la oferta de excursiones y entretenimientos. En otros términos, un lugar ideal. El ambiente, era el habitual de esos lugares, distendido, gentes de todas las edades, ansiosos de hacer amistad. Enseguida nos hicimos amigos de un vecino de cabaña que aparentemente estaba solo, un hombre mayor, bien conservado, de unos 50 o 60 años, amable y simpático, que se arrimó a conversar con nosotros y se hizo habitual que normalmente charlara con Silvana a la que llamaba m’hijita, con la confianza que le daba la diferencia de edad. Era un poco más alto que yo y se lo veía fuerte y en forma; además tenía una mirada fuerte, avasallante, que sugería una personalidad poderosa; fue él quien primero se arrimó y llevó la iniciativa de esta amistad. Yo, por mi parte, guardaba la distancia y compostura que corresponde a un magistrado de mi posición, sin dar demasiada confianza, que tampoco se la tomó nuestro vecino, sino que se mostró prudente y correcto. José, que así se llamaba el vecino, se nos arrimaba constantemente, y nos atendía, nos invitaba a comer o a participar de juegos y entretenimientos, con un trato amigable, simple y correcto, un tanto invasivo, como ocurre en esas situaciones. Yo me disculpaba siempre, porque me parecía impropio de un juez de primera instancia estuviera jugando esos jueguitos como los llamados de mesa, o el vóley en la pileta, o participando de otros juegos que organizaban en el complejo, pero Silvana no, ella lo veía de otro modo y se integraba en todo.

De mañana, tras desayunar, nos vestíamos con malla de baño e íbamos a la pileta; ya el primer día José nos pasó a buscar y desayunamos juntos en una sombrilla al lado del agua, no lo esperábamos, pero así se dio. Silvana vestía, como habitualmente lo hacía, una malla enteriza azul, creo que era la única así vestida en el lugar; yo le había sugerido la posibilidad de usar dos piezas o bikini, pero siempre se negaba pudorosamente, no era su estilo. Al filo del mediodía, acalorado, me metí al agua y estando allí, alcancé a oír casualmente la charla entre ellos. José la halagaba diciéndole lo bonita que era, y lamentaba que usara malla entera, al tiempo que se ofrecía a regalarle un bikini, si ella se decidía cambiar. Silvana escuchaba con la cabeza gacha, sin decir palabra, sin discutir. Con el bochorno del mediodía, decidimos entrarnos sin comer; José nos invitó a almorzar, pero declinamos su oferta, para recluirnos al fresco de la cabaña. Silenciosamente y sin previos indicios, fuimos al dormitorio donde Silvana se desnudó y me abrazó fuertemente. Me dio un beso profundo en la boca y sin más palabras, cogimos. Fue un polvo suave, pero satisfactorio en posición misionero, como siempre. Cuando nos desacoplamos y me bajé de ella, Silvana sin ir a lavarse, comenzó a hablar, sacándose lo que tenía adentro:

-Ese hombre me da cosa. Es como que tiene una personalidad muy fuerte ¿no lo ves así? A veces me parece que se quiere apoderar de nosotros… Es como si en un día ya nos conociera a fondo ¿verdad?, es muy intenso, muy intenso-. Yo, que había oído la charla anterior, la escuchaba en un mar de dudas, sin saber qué decirle, ya que algo de razón tenía, pero no alcanzaba a ver claramente. Y luego siguió: -Me ha dicho que, si quiero, me regala un bikini, que es una pena que esconda tanta belleza en una malla enteriza; él es el que quiere que use bikini, es como si ordenara ¿Qué piensas? -. Para mi, que usara bikini era una buena idea, aunque encontraba desubicada la oferta de José, un no sé qué de improcedencia o impertinencia. No sé por qué repuse:

-Me parece fenómeno, andá a comprártela esta misma tarde, si querés-.

-Sos divino-, me respondió y se dio vuelta para hacer una siestita, desnuda como estaba. Yo me dormí también, cuando me desperté, Silvana no estaba; la busqué por toda la cabaña y al asomarme, la vi en la galería de la cabaña de José, conversando con él. No pude menos que advertir que estaba preciosa, era una muñequita con su remerita sin mangas y el short que vestía. Justo en ese momento se levantó y vino a nuestra cabaña en mi busca:

-Voy con José a comprarme el bikini, ¿venís? -. Yo preferí quedarme, mientras ellos partían al pueblo a la compra. Volvieron como a las dos horas ¿tanto tiempo para comprar un bikini? Silvana me relató lo ocurrido, se había estado probando: de acuerdo con ella, todas las que le gustaban le quedaban grandes, según le había dicho José, hasta que consiguió una que le iba bien a su talla. La traía puesta, se sacó la ropa y me la mostró, era un diminuto bikini blanca que le cubría justo las tetitas y poco la cola y el pubis. A decir verdad, quedaba deliciosa con ese bikini blanco, aunque muy sugerente y medio desnuda.

Personalmente me parecía escandalosamente chica, pero no dije nada, para no parecer pacato; no dejaba de enorgullecerme que esa mujercita me perteneciera. Pero me quedé en un mar de dudas, no entendía por qué José le compraría un bikini a Silvana, y, además, ¿cómo había sido la compra? ¿Se había probado delante de José? ¿Cómo había sido?

Era media tarde cuando vino la animadora del complejo a invitarnos a participar en el campeonato de vóley en el agua, que se jugaba al día siguiente. Yo, decliné la invitación, pero la anoté a Silvana sin preguntarle, sabía que la entusiasmaría y no me equivoqué. Para ese día tenía planeado una jornada de independencia, para mi, sentarme a leer a la sombra, junto a la pileta, y ni se me ocurría meterme al agua y menos jugar Vóley; que me parecía impropio de un magistrado, además que no tenía ganas.

La mañana siguiente mi mujercita partió contenta hacia la pileta a jugar, vestida con su bikini blanco y pareo; estaba preciosa pero audaz. Lucía la cola al aire y las tetas casi no estaban cubiertas, era una tentación, un bocadito, yo la miraba orgulloso y enamorado. Quiso la fortuna o la mala fortuna que le tocara integrar el equipo que integraba José, y jugaron toda la mañana en el agua. No estaba atento ni podía ver bien, pero me pareció advertir que a lo largo del partido se rozaban demasiado y que José no se privó de manosearla como quiso, sin que ella se atreviera a protestar. Era sorprendente el dominio que tenía sobre ella, la influencia, tanto que la había hecho usar bikini. De los cinco jugadores de su equipo, dos eran mujeres, y los otros tres, varones, Silvana jugaba justo delante de José, y no era raro que chocaran. Cada jugada, cada tanto, él la abrazaba y aprovechaba el lance. Durante todo el partido ella estuvo acomodándose el corpiño de su bikini, que parecía salirse continuamente de su lugar. Esa mañana los partidos se sucedieron: jugaron tres y los tres ganaron, y alborozados los celebraron entre abrazos y felicitaciones. Los tres días que duró el campeonato, lo tuvieron ocupados en partidos, charlas, festejos y consideraciones, hasta que resultaron campeones con su equipo. Estábamos tomando un copetín esa tarde, festejando, distendidos y de tertulia, cuando pasaron ofreciendo cuadriciclos para pasear por las sierras: el día siguiente sería muy lindo y sugerían subir al Champaquí. Silvana se entusiasmó con la idea y me invitó, pero yo no tenía ganas de ir, no me parecía que un juez podía andar paseándose en cuadriciclo. Ella no escondió su decepción, pero intervino José ofreciéndose:

-¿Se anima que la lleve yo m’hijita?- le preguntó solícito. Ella se entusiasmó y me miró interrogante, para conocer cuál sería mi parecer, pidiendo permiso. La vi tan entusiasmada que no pude sino asentir:

-Andá, mi amor, aprovechá y conocé-. Ahí nomás comenzaron los preparativos, acordaron cómo irían vestidos, hora de salida, y demás cuestiones. Partirían después del desayuno, previendo estar de vuelta a la hora de almuerzo. Nos fuimos a acostar temprano.

Me levanté al día siguiente a primera hora y me senté a leer en la galería. Como a las 9 apareció Silvana ya preparada, con una mochila pequeña, una remera y shorts, sobre el bikini, que parecía que no se iba a sacar más. Hablamos dos palabras y apareció José en el cuadriciclo, una máquina hermosa con sitio para dos; vestía un short de perneras anchas y una camisa que tenía abrochados solo algunos botones. Saludaron y Silvana subió atrás, poniendo sus manos en los hombros del vecino, que ahí nomás arrancó. Los vi partir tranquilamente rumbo a las sierras grandes, parecían padre e hija de excursión, contentos y entusiastas. Cuando volvieron, eran como las 3 de la tarde. José dejó en nuestra cabaña a Silvana y siguió a la suya. Con visible mal humor y enfado, ella entró y se fue derecho al dormitorio, sin saludarme. La encontré echada en la cama, me senté a su lado y le pregunté cómo le había ido. Reaccionó airadamente, levantándose y golpeándome el pecho, mientras me gritaba:

-¡¿Por qué me dejaste?! ¡¿Por qué me dejaste?!- y se echó a llorar en mis brazos. No habían cesado sus sollozos cuando me besó en la boca, un beso ansioso y ardiente, diría que desconocido en ella, siempre tan moderada y modosa; ahora parecía posesa, desesperada, como si me quisiera comer la boca, su lengua se revolvía en la mía y hurgaba los recovecos de la mía; su beso tenía un sabor desconocido. Me acarició sobre la ropa y me sacó la pija, la sobó hasta ponerla bien parada y para mi sorpresa mayor, se agachó y se la metió en la boca, cosa que no había hecho nunca antes y de lo que no había ni querido oír. Yo estaba perplejo, delirando de placer al mismo tiempo. Me la chupó un poco, y siempre con una modalidad desconocida antes, me pidió:

-¡Cogeme! ¡cogeme!-. Era un lenguaje desconocido en ella, no me hice rogar y nos enredamos en un torbellino de sexo que no era habitual entre nosotros. Por primera vez en nuestra vida, nos revolcamos apasionadamente, mientras se la metía con entusiasmo. Silvana estaba desconocida, me abrazaba con sus piernas como queriendo que se la meta más, me apretaba, empujaba con su vientre y se movía recibiendo la pija como nunca antes lo había hecho. Mi muñequita dulce, estaba desconocida y cogía como una leona. Fue un polvo delicioso, formidable. Acabamos juntos y quedamos derrengados en la cama donde agotados, nos dormimos sin cruzar palabra. Allí estábamos, cuando como a las cinco o seis de la tarde, oímos el llamado a la puerta, nos levantamos a atender, yo con una bermuda y Silvana con su bikini. Era José, que con la confianza que había tomado, entró sin esperar que lo invitáramos; Silvana me tomó la mano y como si fuera algo programado, así nos sentamos en el sillón grande del cuarto de estar, a recibir la visita, mientras José se quedaba de pie frente a nosotros. Era como la figura de un maestro frente a sus alumnos, de una autoridad, en una posición de superioridad, yo asistía satisfecho e inocente y Silvana lucía como apocada, sumisa:

-Ha cogido la parejita-, nos dijo con una sonrisa. -¿O no?- Silvana, con la vista baja, asintió. ¿Qué era esta pregunta? Yo me trabé con semejante situación. José se dirigió entonces a ella aprobatoriamente, diciéndole que estaba bien que le hubiera hecho caso, y luego la interrogó: -¿Se la chupaste?-, Silvana asintió sin levantar la vista. Yo no cabía en mi sorpresa ante el comportamiento del amigo, y mucho menos el de mi mujer, pero me pareció comenzar a comprender: Ella estaba actuando según deseos de él; era él quien la había mandado a chuparme la pija y coger y ese gusto en la boca de Silvana comencé a sospechar que no era casual ¡Le había chupado la pija! La miré asombrado e interrogante, pero ella no levantó la vista. Yo no podía dar crédito a lo que veía y oía, conjeturaba torpemente, confuso y desubicado. José tomó la palabra:

-Bien m’hijita, bien. Se lo debía a este muchacho, le debía un buen polvo y una buena mamada ¿No?-. Silvana no me había soltado la mano, no decía nada y miraba al piso, con pesadumbre ante el dominio de José, y como avergonzada ante mi por lo que estaba ocurriendo. Qué era esto que José nos hablara de ese modo, que se dirigiera así a ella, revisando si había cumplido sus órdenes; no conseguía ubicarme. José, que se arrimó un poco más a ella, preguntando: -¿Te acabó en la boca?-, y ella negó con la cabeza gacha. Entonces le dijo, dirigiéndose solamente a ella, increpándola, algo enojado:

-No sabes hacer caso. Lo debías hacer. No hiciste caso, no te había dicho que lo hicieras. ¿Qué te parece que debes hacer ahora?- Calló y esperó su reacción. Ella estiró la mano que tenía suelta y la metió por la pernera del pantalón short, para acariciarle la pija y los huevos, sin soltarme la mano. Entre tanto, yo asistía alelado y sin reaccionar, mientras José seguía con lo suyo:

-A ver, enseñale lo que has aprendido hoy-. Silvana le desprendió el pantalón, sacó la verga de su encierro, la tuvo un momento en la mano y se la metió en la boca, para empezar a chuparla. Era una pija larga y gruesa que palpitaba en su manita, que parecía que no la podía agarrar. Abrió mucho la boca para admitir ese trozo enorme y comenzó a mamar. Ella, que nunca había querido ni besármela, ahora le chupaba la pija a un viejo en mi presencia, poniendo un esmero increíble. Era todo tan fuerte, que no podía reaccionar en ningún sentido, estaba perplejo. Asistí pasmado a la mamada que mi mujer le hizo a José, fueron varios minutos hasta que éste acabó en su boca, en medio de bufidos; ella, cuando advirtió que él iba a acabar, la sacó un poco, sin sacarla del todo de su boca, para tener espacio en su boquita donde recibir el lechazo cuando acabara, recibió toda la leche, que tragó cuidadosamente sin derramar una gota. José le hizo una caricia en la cabeza y le dijo:

-Bien, m’hijita, muy bien; así debiste hacérselo. Ahora, un beso la parejita feliz-. Silvana se volvió a mi y me besó cálida y profundamente en la boca, un beso que acepté nuevamente era un beso voraz, caliente, profundo. Pero… ¡Si tenía el mismo sabor que esta siesta cuando volvió del Champaquí! Se me prendieron todas las alertas, era seguro que antes le había chupado la pija cuando salieron, y que le habían llenado la boca de leche, no era la primera vez. La miré interrogante y le pregunté:

-¿Le habías chupado la pija esta mañana?- Silvana no me miró, pero me respondió apenas, con un hilo de voz:

-Dos veces-. Me volvía loco de dudas y emociones. No me podía imaginar a mi Silvana, mi virginal Silvana, chupándole la pija a José en medio de las montañas y luego venir a besarme con su boca pringada de su sabor. José intervino:

-Contale bien; o acaso fue una atrás de otra-. Lo miré entre sorprendido y acobardado, todo demostraba que había algo entre ellos, y que era José quien tomaba las decisiones. Ella volvió a hablar:

-Primero me hizo que se la chupara, me acabó en la boca y me hizo tragar. Después, me sacó la bombacha del bikini y me cogió, me la metió profundamente; demoró mucho en acabar, porque ya antes había acabado en mi boca. Yo acabé varias veces mientras él me la tenía metida, es muy grande, yo creía que no me iba a entrar. Después descansó un rato y, cuando veníamos, me hizo que se la chupara y me tragara su volcada, para que te besara con su gusto en la boca.- Yo no podía creer lo que oía, y no entendía por qué no reaccionaba violentamente contra ese degenerado y esa perra perdida, que se calló por momentos, y luego emprendió a contarme, sin soltar mi mano en ningún momento:

-José me lo ordenó. Por eso esta siesta te la chupé un poco y cogí contigo. Él quería que acabaras en mi boca, pero no me atreví, temí que lo tomaras a mal, no lo había hecho nunca; te lo había negado tantas veces... Me gustó mucho. Apenas salimos rumbo al Champaquí, José me dijo que me agarrara bien. Yo iba tomada de sus hombros, pero él me puso las manos en su cintura. Tenía la camisa abierta, de modo que mis manos se asentaban sobre su piel y por la pose al conducir el cuadriciclo, quedaban peligrosamente cerca de su entrepierna. Apenas anduvimos un poco, pude ver que, por la pernera izquierda de su short, se le aparecía un huevo y la cabeza de su pija; él parecía no haberlo advertido, pero yo lo veía claramente desde atrás, y durante todo el trayecto no pude dejar de mirarlos y mover un poco mis manos, acariciando la piel de este hombre que desde hacía días me tenía convulsionada-.

Se detuvo un instante y prosiguió:

-Desde el primer momento de nuestra estadía, me había acechado como un lobo y me había subyugado con su personalidad y su mirada. Me había obligado a comprar un bikini, para que estuviera vestida a su gusto y desde que me había comprado el bikini, porque no le gustaban mis mallas, había actuado a su placer y yo había hecho lo que él quería; tanto que mientras lo comprábamos y me probaba, se mantuvo dentro del vestidor apreciando mi cuerpo desnudo en cada ocasión, en medio de mi vergüenza. No fui capaz de echarlo afuera ni negarme, aunque no me dijo nada, ni me tocó, pese a que yo esperaba alguna reacción suya. Cuando estuvimos en la pileta, advertí que habías visto algo, que cada vez que podía me manoseaba, al punto que en muchas ocasiones me sacó el corpiño del bikini al manosearme las tetas; no puedo negar que me sentía bien y me gustaba que me atendiera, y tuviera atención para mi culito, que hurgó innumerables veces. Yo estaba dispuesta para él, pero no me prestaba demasiada atención al margen de eso. Cuando subimos al Champaquí, fui pegada a su espalda por temor a caerme y en más de una ocasión, sin quererlo, toqué sus genitales por arriba de la ropa, lo que me fue poniendo a cien. La calidez de su piel, donde se aferraban mis manos, me transmitía emociones que antes no había sentido. Cuando por fin llegamos y paramos, estacionamos el cuatri en un lugar solitario y recoleto, en el cerro Los Linderos. Yo volaba de calentura-.

Entonces habló él:

-Bueno, ya estamos- dijo José -¿Y ahora?-. Se planteó un vacío, porque normalmente él dirigía la excursión y de pronto me pasaba a mi la responsabilidad de decidir a dónde ir o qué hacer. Yo no propuse ni bajar, ni seguir, nada. No sé por qué, estiré mi manito izquierda y agarré la cabezota de esa pija que se aparecía ahí, provocativamente. -Ay, m’hijita,- dijo José, y dándose vuelta, me tomó en aire y me pasó delante de él; yo no soltaba esa cabeza caliente y babosa que me pringaba la mano. Me miró extrañado, y comenzó a besarme en el cuello, la cara y tocarme las tetas mientras yo, desesperadamente buscaba su boca. Me besó profundamente hurgándome con su lengua y luego me separó para preguntarme:

-¿Has chupado la pija de tu marido? ¿has hecho sexo anal? ¿Con cuántos has cogido?-. Avergonzada de mi inexperiencia y mi torpeza, yo iba respondiendo cada una de sus preguntas con una negativa, le confesé que sólo había cogido con mi marido y que ni hablar de sexo anal o mamadas. No sabía de qué se trataba. José tomó la palabra nuevamente y dijo con decisión:

-Ok, le pondremos solución. Empecemos por la mamada: sácame la pija.- Obediente, lo desprendí y saqué esa pija que no me cabía en las manos. Yo no había visto otra que la de mi marido; esta no tenía nada que ver, aquella era educada, mensurada, formal si puede decirse. Esta era un trozo grueso y largo, salvaje y agresivo, algo novedoso y desconocido para mi que ya estaba ardiendo y no sabía por qué.

-Metétela en la boca y chupala- me ordenó, la miré un poco asombrada de su pedido, no había hecho eso nunca, ni había visto una pija de su tamaño y grosor y sin más lo hice, la tomé entre mis inocentes labios, que jamás habían tenido una pija entre ellos. Tenía la preocupación de hacerlo bien, que le satisficiera, que me entrara, que me aprobara. Creía que no me iba a entrar, por su tamaño, pero pude, entró y se la chupé con deleite, acariciándola con la lengua. No se cuánto demoró, pero su pija comenzó a convulsionarse y me echó en la boca una cantidad increíble de semen, que me atoró, no pude tragar en su totalidad, tosí y me salió por la nariz. Pero me lo tragué a todo. Era mi primera vez que había mamado una pija y me había tragado una volcada. Me enderecé, esperando su aprobación, pero no dijo una palabra, sino que me sacó el corpiño del bikini, me trajo hacia él y me abrazó por la espalda, agarrando mis tetitas. Yo, que había quedado caliente, volaba. Me apretó y me tuvo un poco así, mientras yo volví a agarrar su pija con una manito en tanto con la otra me deleitaba acariciando esos huevos que acababa de conocer. Me subió a su falda, con las piernas abiertas, y me ensartó con soberano pijón, que me pareció que me partía en dos, pero que me llevó al cielo. Comencé a moverme, y al poco me sobrevino un orgasmo violento, que me dejó derrengada sobre este macho formidable, que abrazándome evitó que cayera al suelo-.

No me podía recuperar de semejante polvo y estaba confundida, porque no entendía cómo había llegado a eso y cómo había ocurrido; cuando recuperé la compostura, me reacomodé la ropa y me bajó una angustia profunda ¿Cómo le había hecho esto a mi marido? ¿Cómo me presentaría ante mi querido marido? ¿Cómo le iba a explicar lo que había pasado? ¿Cómo se lo iba a decir? ¿Y si me dejaba? ¿Se me notaría y se daría cuenta, aunque no se lo diga? No tenía duda de quererlo, y tampoco podía olvidar esa pija que me había abierto y llenado de ese modo. Comencé a llorar, en el hombro de José, que me consolaba tiernamente. Estuvimos un rato largo así, hasta que de alguna manera pude digerir la situación y me tranquilicé un poco, sobre todo cuando José me dijo:

-¿Por qué llora m’hijita, le he hecho doler, la he lastimado, o ha disfrutado con mi pija?-. Era un lenguaje brutal para mi, para lo que estaba habituada a oír, pero me agradaba y me limité a negar y negar. Lo cierto era que había disfrutado enormemente, al ser atravesada por semejante poronga, y estaba agradecida, acurrucada contra el macho que acababa de cogerme. Así pasó un largo rato, un silencioso momento que José lo cortó diciendo:

-Mejor que emprendamos la vuelta, para llegar temprano, no preocupemos al muchacho-. Yo, que no tenía noción de la hora, me mostré conforme. -Subimos al cuadri, tal como habíamos venido, pero cuando me tomé de su cintura, José bajó mis manos, y las puso sobre su miembro. Lo acepté serenamente y allí quedaron, para que yo lo apretara y acariciara todo el viaje. Así volvimos, yo, en las nubes. Pero cuando estábamos aquí cerca, José paró el cuadri en el bajo de una barranca, y volvió a hablarme:

-Quiero que ahora me chupes la pija y te tragues todo. Quiero que cuando llegues le des un beso en la boca a tu marido, con el gusto de mi volcada, y después te lo cojas ¿Entendiste?-. Vaya si lo había entendido. Se la mamé, me llenó la boca de leche y tragué todo lo que me echó. Luego volví a subir y le dije:

-Vamos-. Estaba determinada a cumplir sus órdenes, pero cuando me encontré a la puerta de mi casa, me bajó un sentimiento de culpabilidad y una angustia enormes ¿Cómo podía hacerle eso a mi Alejandro? ¿Cómo hacerle saborear la volcada de otro? Podía desobedecer, pero mi voluntad no era mía. Entonces, de pronto, me sentí que todo había sido culpa de Alejandro por dejarme, y llena de ira, entré a casa.

Cuando Silvana se calló, José nos miraba sonriente y dirigiéndose a mi, preguntó formalmente con amabilidad:

-¿Has entendido muchacho?- No buscaba mi conformidad, sino asegurarse que yo entendía; no tenia respeto alguno por mi, ni le inspiraba mi cargo que a mi me parecía tan importante; simplemente era un muchacho, para él, un muchacho cuya mujer se cogía, sin que yo levantara una protesta, un muchacho que debía entender cómo sería su vida futura y su papel en la familia. De alguna forma quería perfeccionar este lado de la relación, aclarando los términos en que se desarrollaría. Silvana me miraba atentamente, sin soltar mi mano. Yo, asentí con la cabeza, claro que había entendido, aunque no sabía cuál sería mi papel de aquí en adelante. No sabía por qué, pero la voluntad en esa casa la tenía José, que se dirigió a mi:

-Traémela al dormitorio, me la quiero coger nuevamente-, dijo José con toda calma mientras se prendía el pantalón, que había quedado abierto tras la mamada de Silvana, iba a marcar territorio cogiéndose mi mujer, frente a mi, en mi cama. Sin soltarnos de la mano, con los dedos entrelazados, nos pusimos de pie, y me encaminé al dormitorio llevándola a coger con él. Silvana estaba alegre, como distendida, y fue conmigo a sentarse en la cama: era una hermosura con su rostro de muñeca, su figurita fina, delicada y el bikini, que de verdad le sentaba muy bien. Sonreía, sin mirarme. Entró José y me preguntó:

-¿Ya está lista?- No entendía la pregunta, pero me sentí obligado a responder. La miré y ante el silencio de mi mujer, asentí. Entonces José agregó:

-¿No la vas a soltar? No me la voy a coger con vos agarrado de su mano, ¿No te parece?- me increpó José y yo me sentí desubicado y fuera de lugar. Silvana soltó mi mano y me levanté de la cama para ir a un sillón, como un espectador discreto, cuando advertí que ella, me miraba con un ruego mudo, no quería que él se la cogiera en mi presencia, no quería, no quería que la viera en ese trance, imploraba que no la viera coger. Entendí, me puse de pie, y me fui al cuarto de estar sin cerrar las puertas. La cabaña era tan pequeña, que el dormitorio quedaba completamente a la vista desde el cuarto de estar, yo esperaba que no lo advirtiera, y se moviera con libertad, así fue. La vi pararse y fundirse en un tórrido beso con José, que enseguida le desprendió el bikini, dejando sus tetitas al aire; se la veía tan hermosa desde allí. No sé en qué momento perdió la bombacha del bikini, pero vi claramente cuando ella, siempre abrazada a él, sostenida por sus brazos, saltó y aprisionó su cintura con las piernas. La tremenda pija de José se apoyó en la entrada de su conchita, y fue entrando hasta quedar ensartada en él. El suspiro que soltó resonó en toda la casa. José era mucho más grande que ella y cada vez que pujaba la levantaba y sacudía, hasta que se echó en la cama, sobre ella. La cubría totalmente, y si no fuera por los frenéticos movimientos de vaivén que hacia introduciéndole la pija, ella quedaba escondida debajo de este macho que la cogía tan deliciosamente. Acabaron juntos: ella con suaves gemidos y él en medio de sonidos guturales. José se relajó y se quedó un rato cubriéndola, sin sacarle la pija, que seguía medio parada, ensartada en ese papo que había sido solo mío. Cuando José se hizo a un lado, quedó tirada con las piernas abiertas, rezumando leche de su zorro, abierto como nunca. José me llamó:

-Vení muchacho, vení-. Y yo acudí presuroso. Mi querida mujercita no se movía, era una hermosura verla relajada, recién cogida, desnuda y despatarrada, rezumando leche. Me dirigió una mirada cuando entré y me estiró la mano que tomé entre las mías.

-¡Cómo coge! Alejandro ¡Cómo coge!-, me dijo con una sonrisa. -¿Has visto el tamaño de esa pija? Yo creí no me cabría ¡Y cómo me llena! He gozado como una perra-. Yo le acaricié la cara, no entendía bien, pero seguía siendo el amor de mi vida, aunque viniera de ser cogida por otro, y me sentía bien de verla contenta. La vista de la escena era rara, porque la pija de José se veía enorme al lado del delgado cuerpito de ella ¿cómo habría hecho para metérsela? José, que estaba mirando intervino:

-¿Querés echarle un polvo? Está lista para que le metas tu pitito muchacho. ¿O preferís que te la mame?-. Era José el que disponía de nosotros, ella seguía sonriendo atenta a lo que quería el que era su macho en ese momento, y yo no sabía qué contestarle. José agregó:

-El culito no se lo podés usar hasta que se lo inaugure. No las has culeado hasta ahora y me deberás esperar-. Silvana me apretó la mano, gesto que agradecí y correspondí; sabía que José la iba a culear y estaba dispuesta a lo que fuera, que fuera José quien le rompiera el orto, pero hasta que lo hiciera, hasta que le rompiera bien el culo, no se lo podía tocar. Su transformación era increíble. Allí estaba mi mujer en mi cama matrimonial, completamente desnuda, de piernas abiertas, expulsando el semen que hacía unos momentos le había echado otro, que estaba a su lado y me ofrecía que yo también la cogiera, pero me prohibía el culito. El mismo culo que nunca había podido gozar. Paradójicamente, la situación me excitó y José, al ver que yo no me decidía, complaciente y atento se dirigió a mi mujer:

-Chupásela, es tu marido-. Ella obediente, se enderezó, me desprendió la bermuda y sacó mi pija que engulló de inmediato. Su boquita se aplicó a mi placer, aunque tenía la impresión de que quería quedar bien con José, y que estaba pendiente de él, antes que de mi. De hecho, era sorprendente que se aplicara a mamarme la pija y más, en presencia de otro, y por decisión de él, pero me caló hondo, me excité muchísimo y en un instante le llené la boca de leche, que ella tragó cuidadosamente. José le acariciaba la espalda:

-Bien, bien. Descansemos-, dijo -me gustaría dormir un poco-. Y cerró sus ojos plácidamente, haciéndose dueño de mi cama. Así se hizo la noche. Me fui a la galería y me senté a pensar un rato, tratando de ordenar todo mi interior, ante lo que venía ocurriendo. Cuando volví a entrar, José dormía en mi cama plácidamente y mi delicada mujercita se abrazaba a él, dormida, con la pija entre sus manos. Cuando me di vuelta para irme, José se despertó:

-Esperá muchacho, sentate en la cama que tenemos que hablar-. Más que hablar, sonaba a instrucciones. Obedecí y me senté de frente a ellos, al lado de mi mujer, presa de emociones contradictorias. José retomó el discurso: -Amigo, veo que has comprendido. Te has dado cuenta que tu mujercita ha cambiado y que ahora goza con mi pija, como no había gozado antes. Tu vida también ha cambiado y creo que de aquí en adelante compartiremos la hembra, ella está aquí y está de acuerdo, Supongo que vos también. La tendrás en tu casa, será tu señora y nada cambiará para el exterior, pero yo podré disponer de ella como quiera y en el lugar que quiera. ¿Me comprendes? Me gustaría que dieras tu asentimiento-. Silvana había tomado mi mano y me la acariciaba, había estado besando la punta de la pija de José, abrazando con sus labios la boquita de la cabeza, mientras él hablaba, hasta ese momento. La soltó y me miró sonriente, estaba preciosa. No pude menos que asentir con la cabeza, mientras ella me apretaba la mano que no me soltó, cuando volvió a lo suyo con la pija de José.

-Veo que no te molesta que me chupe la pija, y que le haya enseñado que te la chupe a vos. Espero enseñarle muchas cosas más. Por de pronto, le he enseñado a coger, como has visto y has podido disfrutar. Ahora la tengo que bautizar: dicen que una mujer que da el culo pertenece para siempre al que se lo rompió, y yo tengo previsto romperle ese culito delicado y hermoso que tiene, ser yo quien la inaugure, pero quiero que sepas que aún así, seguirá siendo tu señora y no perderás tu lugar. Lo que no se, es si te dejaré culearla, porque me gustaría que eso fuera para mi-. Silvana de apretó nuevamente la mano, y dejando un instante de besar y mamar la pija, me sonrió y obtuvo mi asentimiento y conformidad.

-Sé que tendrás dudas, que no puedo despejarte ahora, por ejemplo: ¿Cogerá con otros? No lo se, no puedo predecir el futuro, pero no creo que lo haga sin permiso. ¿La compartiré con amigos? No lo sé, me gustaría, pero no quiero poner en peligro ni su figura, ni su reputación, ni tu matrimonio. Tengo amigos que se volverían locos por cogerse este biscuit. Sería hermoso prostituirla, además de buen negocio, pero no sé…, no se-. José cortó su discurso, dio un profundo suspiro y como un gruñido, y comenzó a llenar la boquita de Silvana con su lechada. Ella pegó sus labios a la poronga y recibió gustosa todo lo que le echó, que era mucho, tanto que medio se atragantó y dio un tosido, que hizo que le saliera leche por la nariz, no había aprendido a recibirla y tragarla y sufría estos accidentes. Yo asistía perplejo, porque no reaccionaba ni me oponía, al tiempo que sentía una excitación notable y una suerte de orgullo de que esa fuera mi esposa. José se relajó, y dirigiéndose a mi, me dijo:

-Listo. Ahora es hora de dormir y aquí no tienes lugar. Andate al sillón del cuarto de estar, muchacho, que yo me quedo aquí y ella conmigo, tiene su chupete para dormir-. No tenía dónde dormir, me acomodé en el sillón de la sala de estar, y pensando que solamente habían pasado cinco días de nuestras vacaciones, me dormí. Me despertaron con el desayuno: ella con su bikini y él con su short del día anterior. Nos sentamos a desayunar, y José tomó la palabra:

-A ver m’hijita, arrímese que quiero verla-. Yo paré de tomar mi café y miré atentamente, mientras Silvana se ponía de pie y se arrimaba a José, junto a la mesa. Él puso su mano en la corva de mi esposa y fue subiendo hasta el culito; allí se coló bajo el bikini y se puso a hurgar entre las nalgas, hasta encontrar el virginal huequito que quería violar, donde se detuvo, a acariciarlo con sus dedos. Silvana exhaló un suspiro y se apoyó en la mesa, mientras él, sacó su mano, buscó la manteca y untó sus dedos, para luego volver a donde estaba y zampárselos en el ojete. Ella dio como un brinco, pero se quedó quieta mientras José hacía su trabajo. Entonces se dirigió a mi, como quien comenta con un amigo:

-¡Cómo lo tiene de cerrado! Se ve que no la han culeado nunca, pero le han entrado dos dedos, y ahí los tengo ¿Cómo no te la culeaste nunca?-. Callamos. Que le metieran dedos en el culo de Silvana era increíble; como era impensable que ella lo aceptara y que ocurriera en mi presencia. Sin sacárselos, José me dijo, aunque el mensaje era para ambos:

-Esta siesta te rompo el culo m’hijita, estate pronta después de almuerzo. Se fue luego a su casa o no sé. Quedamos solos con Silvana, frente a frente y se dio una conversación significativa, en cuanto dábamos por sentado que José le rompería el culo.

-¿Estás bien amor?-, le pregunté ansioso.

-Si ¿Por qué?

-Bueno… por lo que dijo José…-. Yo no podía ocultar mi inquietud y mi ansiedad.

-Sabía que iba a llegar, amor, ojalá que sea bueno.

-Pero, y si te lastima. Mirá que tu culito es tierno y chiquito y él tiene un pijón.

-No me puedo negar; no puedo. Es él quien decide, ya lo has visto antes. Espero comportarme de acuerdo a lo esperado, sin escándalos.

La charla siguió de este tenor y se nos pasó la hora del almuerzo conversando, abrazados en el sillón, esperando el momento de su bautismo. Así estábamos cuando entró José. Nos saludó, casi sin detenerse y mirando mi mujer, le extendió la mano como para tomarla y llevarla. Ella se tomó de su mano, se soltó de mi abrazo, se puso de pie, y él la trajo hacia otro sillón, donde se sentó, ubicándola en su falda. Le desprendió y le sacó el corpiño del bikini, dejándola a su disposición, y le dio un beso profundo en la boca, que los tuvo unidos mucho tiempo. Luego la tomó, como si fuera una muñeca, y la apoyó de bruces en sus rodillas y comenzó a acariciarle el culito, al tiempo que iba sacándole la bombacha del bikini. Silvana se dejaba hacer pasivamente sin decir palabra. José se entretuvo un largo rato en ese culito prieto, acariciándolo, abriéndolo y hurgándolo con sus grandes dedos, que se entretuvieron largamente en el ojete, sobándolo, hasta que comenzaron a entrar, haciendo suspirar a mi mujer. José se rio, al advertir que ella lo recibía con gusto, mi mujer le buscaba la pija con su manita, entonces él le dio un chirlo en la cola y le dijo, que se estuviera tranquila, y agregó:

- Pasemos, que ya estás lista-. Luego, sin soltarle la mano, nos dijo:

-Bueno, un último beso de despedida, para que ella sepa que tiene la aprobación de su marido. El último beso con el culo sano-. Se pusieron de pie y yo también, y nos fundimos con mi mujer en un beso de lengua profundo y largo, mientras él seguía hurgando el culito de Silvana. Cuando por fin nos separamos, calientes y emocionados, José dijo, riéndose:

-No tenía gusto a leche ¿No?, esta vez no la había chupado-. Y se la llevó al dormitorio, adonde ella lo siguió mansamente, y yo por detrás.

-¿No le pondrás vaselina, o algo?-, pregunté preocupado por ella, que se mostraba inconsciente de lo que estaba por ocurrir. José pareció no oír y repuso:

-¿Querés participar muchacho? ¿Querés venir y ver?-. No sabía qué decirle, pero el morbo me provocaba ver como tremendo macho iba a desvirgar mi mujer. Se pusieron de pie y enfilaron hacia el dormitorio, así desnuda Silvana se veía como una virgencita, delgada, pequeña, de la mano de la bestia que iba a culearla. Ya en el dormitorio, la echo de bruces en la cama, mientras yo me quedaba parado, cerca de los pies de la cama. Allí volvió a acariciarle la espalda, para luego concentrarse en el culito de mi mujer, que se veía chiquito y delicado; José lo abrió bien, separando las nalgas, dejando a la vista un ojetito rosado, que acarició lentamente, luego echó mano a un pote de vaselina y la lubricó bien, por fuera y por dentro, metiéndole dos dedos. Cuando la tuvo bien lubricada, se sacó el short y apuntó su pija, bien parada, pero antes preguntó:

-¿La querés por el culo m’hijita? ¿decime si querés que te rompa el culo?-. Silvana respondió sin levantar la cabeza:

-Si, José. Dame por el culo. Rompémelo para que sea tuya para siempre. Rompeme el culo, dale, hacelo despacio, con cuidado-.

José juntó las piernas de ella y abrió las suyas, colocándose sobre el cuerpito de mi mujer; desde mi ubicación se veía bien el zorrito y el ojetito, expuestos, y el pijón de José, meneándose para entrar. Se ayudó con la mano y colocó la cabeza en el ojo del culo, apretó un poco y el ojete se abrió para dejarlo entrar, con un sobresalto de mi mujer, que se puso tensa y se removió:

-Quietita, tranquila m’hijita-, le dijo José al tiempo que la acariciaba y ella se relajaba, pero apenas la vio que se aflojaba un poquito, le zampó la cabeza adentro. Yo no podía creer ¡Cómo se había estirado ese culito! Pero no se rompió, ni sangró, al menos por fuera, eso si se estiró brutalmente. Silvana no gritó, pero soltó un par de sollozos, que solo sirvieron para que la Pija de José entrara un poco más. Yo pregunté:

-¿Estás bien amor?-. Sin levantarse de su posición, afirmó con su cabeza, sin decir una palabra. José le dijo entonces:

-Relajate, ya está entrando, disfrutala. ¿Te duele? ¿La sentís bien?-. Ahora ella contestó:

-Me duele mucho José, me rompe, me estás partiendo, la siento muchísimo. Algo se me ha roto, lo he sentido, sentí cómo se rajaba, pero seguí, dame más-. José no necesitó más, y con un golpe de cadera se la metió toda, y se quedó quieto ahí, echado sobre su espalda y mordisqueándole la nuca, aplastándola. Ella estiró una mano y comenzó a sacudirla, llamándome; me arrimé y me la tomó fuertemente, entonces me habló:

-Me ha roto el culo, mi amor, no sabés cómo me lo ha roto. No me puedo mover, me tiene ensartada hasta el fondo. Me parece que no podré sentarme, ni caminar nunca más. ¡Qué bestia! Me ha partido entera. Pero qué bueno, ahora estoy comenzando a disfrutarlo, quiero que estés conmigo, es un momento importante de mi vida, me siento sometida. Un macho me ha desvirgado el culo y me va a gozar apoderándose de mi, que antes era tuya. Quiero que lo compartamos, que veas cómo me toma y apodera. Me siento tan sometida, con esa pija en el culo…

José comenzó los movimientos, sacudiéndola entera cada vez que se la metía a fondo, en tanto ella solamente lanzaba unos mbff, mbff, y me parecía que levantaba la colita para que le entre más a fondo, hasta que José dio unos gruñidos y apretándose fuertemente a ella se quedó quieto, mientras la llenaba de leche. Silvana tenía cara de satisfacción pese al dolor y cuando sintió que él se serenaba, sin sacársela, le preguntó:

-¿Estuve bien José?-, tenía lágrimas en los ojos; respondí yo en su lugar:

-Excelente-, lo que hizo que José se riera. Y echado como estaba, sobre ella, comenzó a moverse nuevamente:

-Vamos por otro m’hijita- y comenzó su mete y saca, culeándola, bien culeada, mientras Silvana suspiraba, complaciente.

Los días de nuestras vacaciones de festejo por mi nombramiento, pasaron así pacíficamente, hasta que volvimos a casa. Cada mañana, tomaba mi libro y me iba a leer a la sombra, donde pasaba el día, mientras Silvana y José quedaban en la cabaña, dándose el lote sin parar, al fin de las vacaciones, la pija de José entraba cómodamente en el culo de Silvana, definitivamente roto y abierto. La vuelta a Córdoba, significó algunos ajustes, pero José siguió disponiendo.

Por María M

(9,40)