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Sin bragas en una aldea perdida

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Hola a todos, me llamo Daniela, soy una chica española de la zona de la Mancha de 23 años cumplidos en enero. Estoy soltera desde hace unos meses, tras pasarlo muy mal intentando reflotar lo que se debería haber ido a pique hace años y tras varios intentos de imbéciles de aprovecharse de la situación para “cazarme”. Volví con mis padres para poder permitirme salir adelante.

Respecto a relaciones y sexo. Me he propuesto ser yo la que lleve las riendas, por lo que estoy realizando mis fantasías más ocultas o simplemente dejarme llevar por el momento. Quizás siente la cabeza, pero por ahora… a disfrutar.

Comprendo que querréis conocerme un poco físicamente, aunque solo sea para imaginarme. Me describo como una mujer de piel blanca, cabello corto tintado rojo fuego, lo que hace destacar aún más mis pecas. 1.55 metros de altura, peso 50 kilos, culo generoso, pero sin ser gordo, buena cintura y busto pequeño pero bien formado. Junto a ojos azules, manos pequeñas, voz dulce y labios suaves… Y muchos tatuajes de mis videojuegos o sagas literarias favoritas, junto a ropa un poco punk. Siempre me echan menos edad de la que tengo y soy algo tomboy jajaja, aunque como veréis eso no cambia mis apetitos para nada.

Tras esta pequeña presentación, voy a hablaros de una de mis experiencias dentro de una de mis escapadas. Espero que os guste.

Había pasado un mes desde mi cumpleaños y me sentía bastante choff. Era mi primer cumpleaños sin mi novio, ya sabéis, novios desde el colegio, mi primera vez, el chico de mi vida… bla bla bla. Todo muy Disney, vaya. Había dejado prácticamente de lado a mis amigas a partir de los 20 años y me relacionaba más con sus amigos… que se aprovecharon cuando acabe con él, aunque esa es otra historia. En fin, de haber sido una persona social a quedarme prácticamente sola, solo saliendo con la gente del trabajo y con los amigos de hobbies. Al principio lo lleve mal, pero luego, pues me dio por hacer escapadas.

O sea, irme al quinto coño, sin que nadie me conociera y hacer lo que me diera la gana sin presiones de ninguna parte. Y como me gusta hacer senderismo y perderme por la montaña, pues decidí ir a una pequeña aldea de Castilla y León pegada a Madrid, Torre Val de San Pedro. Era económico y no había mucho barullo, por lo que encantada.

Durante unos diez días tras las fiestas de navidad (las cuales pase currando), pues alquile una pequeña casita a un precio bastante moderado. Es un sitio bonito, casas antiguas de piedra (junto a horrores más modernos, por desgracia), muy pocos habitantes que van prácticamente a su bola. El pueblo se encuentra entre montes, rodeado de espesura en la que perderse, campos para las vacas y un pequeño riachuelo que baja desde las montañas que cruza el pueblo. Y lo mejor muchas rutas para caminar o montar en bicicleta, desconectando de todo. Nada demasiado llamativo, pero con encanto. Eso si, agradecí que la nevera fuera grande y pudiera comprar todo lo que necesitaba… no hay ni un supermercado y doy gracias que al menos venía el panadero. Eso si, había un bar... donde tuve una aventurilla. Un lugar que a pesar de contar con Internet era como estar en una estampa del S.XX

Y yo destacaba un montón. Aunque era normal, la edad media pasaba los 50 y estaba claro que este lugar es más para volver en verano para escapar del calor y visitar a los abuelos que otra cosa. Un poco triste. Y al darme un poco igual el que dirán, pues iba con ropa de deporte bastante repegada para poder moverme mejor durante mis paseos andando o en bici (leggins, ropa para montar en bici etc.) o con mi ropa de guerra, con chupa, tops y pantalones cortos (suerte que no soy friolera), fuese por el pueblo o por los alrededores.

No era gilipollas, y ya sabía que las mujeres me ponían de vuelta y media, mientras que los hombres… digamos que me calibraban. Para que voy a mentir, eso me ponía bastante caliente. Sentirme observada e imaginar lo que podrían hacerme si se diera el caso.

A algunos ya los tenía calados, especialmente a un padre e hijo (el hijo debía ser cuarentón y el padre en los sesenta), que llamaré Víctor y Mario, para mantener su anonimato, que son los protagonistas de esta historia. Mario, el hijo, se había divorciado hacía 10 años y tenía a su hijo solo los findes de semana, un adolescente que había salido a los hombres de la casa (como descubrí el finde que estuve en la aldea.

Mario me sacaba dos cabezas, de hombros anchos, algo de barriga, sonrisa avispada, fuerte aunque sin ir al gimnasio y… bueno, llegaremos a eso), tiene un chalet a las afueras del pueblo e iba y venía a Segovia cada día por trabajo. En tanto el padre, Víctor, vivía en una de las casas antiguas, se había quedado viudo hace más de 5 años, era algo más bajo que su hijo pero más alto que yo, completamente calvo, con arrugas en la cara y una pequeña cicatriz en la mejilla, manos callosas de trabajar, más barrigón que el hijo y siempre le pillaba con ropa de trabajar, iba y venía en una pequeña furgoneta para cuidar a los animales y me lo cruzaba varias veces al día.

La cosa es que desde el primer día, pues hubo buen rollo con ellos. Yo les veía al salir en mis paseos y saludaba, el padre me dedicaba algún piropo subido de tono, yo se lo agradecía sacándole la lengua o meneando más el culo y a la vuelta para la comida me paraba a hablar un rato con él con bastantes indirectas y a la cena eran los dos hombres quienes me daban la charla, muchas veces con salidas de tono, que aceptaba y reía. Como he dicho, era un pueblo que no pensaba volver en un principio, por lo que me daba bastante igual lo que pensasen.

Así pasaron los tres primeros días, conmigo de paseos, algo de relax en la casa desconectada del mundo, jugando alguna partida a la consola y preparándome la comida. Una monotonía que agradecía. El cuarto fue más accidentado (para bien). Tras ducharme y ponerme unos leggins rojos bastante llamativos y un top deportivo (estaba haciendo un calor impropio de esa época del año), no me había puesto ropa interior abajo, en parte por comodidad en parte porque quería dar que hablar a los lugareños. Había decidido seguir el riachuelo andando y me había preparado algo de comer por si no podía volver a la casa.

Eran ya las 12 de la mañana, me había ido a dormir muy tarde y me había levantado ídem, por lo que el sol pegaba bien fuerte y no había viento, por lo que ignore la tentación de llevar una chaqueta. Salí de la casa y baje por la calle de adoquines hacia uno de los caminos que salían del pueblo, en este caso siguiendo el río hacía el exterior. El pueblo estaba vacío, la gente que tenía que trabajar se había ido ya hace tiempo y los que quedaban andaban en el bar o dentro de sus casas. Por lo que la primera parte fue solitaria, mientras que dejaba las casas atrás y caminaba a buena velocidad por el camino.

Llevaba un buen trecho por el camino, como había llovido hace unos días y con el paso de los coches había parte que solo quedaban piedras y gravilla. En una zona me dio por acercarme al río y tuve un despiste, por lo que di un mal paso. Pronto me encontré sentada en una piedra del camino, viendo el pueblo a lo lejos y dándome un masaje para ver si se me pasaba el dolor. En tanto que veo la furgoneta de Víctor viniendo hacia el pueblo y al verme se para. Recuerdo la cara que me puso, salió del coche y ni me miro a los ojos, sino a mis leggins, mirando mis piernas, sin disimular ni nada. Eso si no falto el paripé: –Daniela ¿Estás bien, chiquilla? ¿Qué te ha pasado?

Sonriendo le dije y me abrí un poco de piernas para ver hacía donde se dirigía su mirada: –Un mal paso, me he doblado un poco el pie, pero en cuanto se me pase un poco vuelvo al pueblo. No te preocupes.

Víctor negó con la cabeza, mirándome está vez preocupado de verdad y me ofreció la mano: –Anda, sube a la furgoneta y te llevo para allá.

Me apoye en su mano y me levanto como si nada, un poco a la pata coja me puse a su lado y él me ofreció muy amablemente acompañarme a la puerta del copiloto… Eso si, descaradamente tocando mi culo, por como me miraba creía que iba a gritarle o algo, pero yo solamente sonreí y le di las gracias.

Lo que hizo que se quedara meditabundo cuando se sentó a mi lado y me dijo sin rodeos: –¿Tú me estás buscando las cosquillas, no? Puede que pase los 70 años, pero sigo pudiendo domar bien a las potras.

A eso me reí con ganas y le sonreí mientras ponía una voz de zorra que le dejo boquiabierto.: –Si que eres directo Víctor ¿Te vas a aprovechar de mi en este estado? –Francamente apostaba que todo era de boquilla, y quería burlarme un poquito. Pero entonces sin aviso metió su mano bajo mis leggins y sorprendida ni cerré las piernas. –Pero si vas sin bragas… joder, eres toda una putita. –Sus manos callosas empezaron a darme placer con unas caricias cuanto menos descuidadas pero la situación me ponía tanto que ya había empezado a mojarme en cuanto entré en el coche.

Pasaron unos minutos con él jodiéndome el coño con dos dedos y nosotros dos en silencio mirándonos uno a otro, roto de vez en cuando por un gemido mío. Cuando me llego el orgasmo arquee mi espalda por el placer y grite un “que gusto, joder” y el retiro los dedos de mi coño para preguntarme con sorna: –¿Ya no te duele tanto el pie? –La verdad es que tras el rato dándome placer el pie fue a mejor.

Riéndome le comente: –Tus dedos que me han aliviado… Aunque mira que eres … Voy a mear, que no me atrevía a decírtelo por si parabas… –Abrí la puerta y apoye el pie, seguía doliéndome un poco, por lo que cojee hacía fuera del camino, cuando escuche como Víctor salía y le pregunte: –¿Qué quieres?

Se puso a mi lado y dijo con seriedad sin dejar de observarme con ojos ardientes: –A ver si te van a meter el hocico algún jabalí mientras meas, me voy a quedar a tu lado para que no te pase nada.

Contoneando el culo, me retire unos pasos y me baje los leggins para que pudiera vérmelo por completo, y sin decir más me puse en posición para mear sin mirarle. La situación me estaba poniendo muy perra, aunque quise pincharle un poco: –Sabes que podrías ser mi abuelo… ya tienes una edad para estar con jovencitas. –Escuche como se desabrochaba los pantalones y se acercaba a mí. Cuando me gire tenía sus calzoncillos a la vista y sus piernas fuertes y peludas. Mire hacia arriba con vicio y baje lo único que protegía su polla de mí. –Te estas aprovechando de que llevo una semana sin tener sexo…

Callé al ver la polla, no es que fuese muy larga, más bien en la media, pero era muy gruesa, dude por un momento que pudiera entrarme en la boca, olía a sudor por el trabajo, aunque su olor penetrante me estaba poniendo aún más guarra. Por lo que empecé a acariciarla en esa incómoda posición, sin dejar de mirarle a la cara.

Víctor se río, mientras acariciaba mi pelo: –Sabía que eras una zorra desde el mismo momento que te vi. Ese pelo tan rojo y los tatuajes… –Empecé a lamer su punta, para luego girar mi lengua acariciándola. Me centré en darle placer mientras que me decía guarrerías que me ponían aún más cachonda, tanto que tuve que empezar a masturbarme, allí en medio del camino.

Tras un rato, fue el quien empezó a dirigir, cogió mi cabeza y la presiono contra su sexo, por lo que feliz empecé a tragarme su polla, aunque con cierta dificultad por su grosor, todo hay que decir que acallo mis gemidos –Como mamás… tienes experiencia. Zorra. –le mire y le guiñe un ojo– Joder, que malo me estás poniendo, niña. –eso último lo dijo entre gemidos. Sin aviso, presiono mi cabeza para descargar su leche en mi garganta, la note caliente deslizándose en mi interior y cuando me soltó, le pedí la mano para poder levantarme– ¿Te ha gustado? –Él asintió sin dejar de mirarme, mientras me quitaba los leggins, aunque me enfrío diciendo mientras se ponía rojo de vergüenza: –Daniela, a no ser que pase un rato no voy a poder… ya sabes. En mi casa tengo viagra, pero aquí, pues eso…

Pero me moví hacía la furgoneta y me apoye en el capo, me abrí de piernas para que pudiera ver bien lo que se perdía y le dije: –Tienes lengua o manos ¿No? Ya tendremos momentos para eso. –Se río y me dio un fuerte azote en el culo: –Joder, que guarra eres… –Pero se arrodillo y empezó a lamer mi coño, acariciando mi clítoris para que lo sintiera más. Su lengua sabía donde estimular y empecé a gemir como loca, ya que no había nadie alrededor y francamente en ese momento me importaba una mierda. Su nombre se escapaba de mis labios mientras no paraba de darme placer, especialmente cuando dos de sus dedos empezaron a penetrarme alternando sus lengua con ellos. Tuve varios orgasmos, pero el final fue especialmente brutal, tuve que quedarme ahí tumbada en el capo para recuperar un poco el aliento.

Víctor se levantó y me acaricio el culo: –Anda, te llevo a casa… Tengo cosas que hacer después de comer, pero tras la cena, no vas a dormir mucho, zorrita.

Girándome mordiendo mis labios coincidí: –Eso espero. –Desde ese momento supe que los días que me quedaban en el pequeño pueblo, iban a ser entretenidos, como poco.

Es una experiencia personal y ya ha pasado un tiempo. Espero que os haya resultado excitante y que pidáis más. En cualquier caso, gracias por leerme, muchos besos.

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