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Sin duda eres tú

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Sylvia me despertó comiéndome la polla. Daba lametones en el tronco y me chupaba el glande y el prepucio. Se la metía luego toda en la boca con glotonería y cabeceaba. Así durante más de diez minutos. "Sylvia, me voy a correr", avisé en voz baja; "Córrete", dijo ella sacándose mi polla de su boca unos segundos, y continuó. Me corrí muy a gusto en su boca húmeda y cálida. Fue el segundo polvo con el que ella me obsequiaba: el primero tuvo lugar antes de dormirnos: después de besarla profusamente y acariciar su coño, pulsando su clítoris para tenerla a punto, me subí sobre Sylvia y le metí la polla profundamente: Sylvia gemía y suspiraba por cada uno de mis embistes: "Ah, sí, ah, sí, ah, sí"; hasta que se corrió dando un grito: "Aahh"; y yo me fui después.

Fuimos a Tejeringos a tomar café y comer churros para desayunar. Sylvia vestía un mono corto a rayas azules y blancas con escote y calzaba unas sandalias con correa y hebilla en el tobillo de las que sobresalían por la puntera unos dedos finísimos con las uñas pintadas de rojo. La piel de Sylvia era muy blanca, en contraste con la mía, tan morena. "¿Te he gustado?", me preguntó Sylvia; "Mucho", le respondí, "¿cuánto tiempo te quedarás?", pregunté; "No sé, depende del trabajo", dijo; "Te llevará tiempo pintar ese retrato", aseguré; "No creas, cuando me llamó hace unas semanas para que se lo hiciese me planteó hacérselo en un par de días..., luego, claro está, vendrán los retoques, el acabado, calculo que en una semana lo tendré listo y volveré a mi país". Sylvia era una pintora a la que se le daban bien los retratos y había sido reclamada por una señora de la ciudad para que la inmortalizase, según me había contado ella la noche anterior en el Lemmy, el bar en que nos conocimos. Sylvia era un talento joven y se la rifaban. No era su afán el ganar dinero, pero si le pagaban, y le pagaban bien, pues... "Espero no enamorarme de ti", le dije en tono alegre; "No seas tonto", me reprochó ella también alegremente, "bueno, me tengo que ir, me espera la señora..., tengo tu teléfono, te llamaré". Nos dimos un ligero beso en los labios y nos despedimos.

Yo no trabajaba en esos días, así que fui a la playa a relajarme. Llegué a La Caleta y me quité la ropa. Remedios me esperaba impaciente en la orilla. Remedios rozaba la cincuentena, sin embargo lucía un físico espectacular: unas tetas redondas y firmes, un culo sabroso y un coño enorme. "Hombre, ¿dónde te metes?", me inquirió nada más verme; "Chica, ando muy ocupado últimamente", sonreí; "Ya, claro", me soltó, a la vez que acariciaba la tela del bañador sobre la polla. Me empalmé. Nos bañamos juntos. Remedios era una mujer separada que no había renunciado a disfrutar de sus orgasmos. Remedios era una mujer caliente y activa con la que, si me lo proponía, podía tener sexo en cualquier momento; y ese momento se dio en la playa. Aprovechando la poca afluencia de gente, tumbada a mi lado de costado sobre una toalla, abrió sus muslos, sacó mi polla del bañador y se la metió en el coño apartando la telita. "Vamos, hombretón, mueve las caderas", me susurró al oído, tan cerca de mi su cara. Y yo las moví. Follamos así durante casi media hora. Yo iba despacio para que los que por allí pasaban no sospecharan, aunque Remedios me tuviese tapado con uno de sus muslos. Remedios daba suaves grititos ahogados mientras yo la follaba, y me besaba la cara y el cuello. "Uff, Remedios, oohh, me voy"; "Sí, ah, vente, ah, córrete dentro, acabo de tener la regla"; "Uff, oougg".

"Tengo que irme, hombretón", me dijo Remedios, "tengo una cita..., he encargado que me hagan un retrato..., seguramente la pintora ya esté esperándome..., en fin, llego tarde..., debo hacerme la interesante", informó Remedios indolente mientras se componía el bañador y se levantaba de la toalla. "Un retrato", pensé. "¿Quién te pinta?", pregunté; "Una tal Sylvia..., no es de aquí, se anuncia en internet y tiene cierta fama..., de hecho, algunas de mis amigas se han hecho retratar por ella y a mí no me han disgustado los resultados..., la verdad, la chica pinta bien". "Sylvia", pensé, "también es casualidad...".

Vi a Sylvia de nuevo esa noche. Otra vez en el Lemnny: a ambos nos gustaba ese bar con esa música tan rockera. Sylvia rompió el hielo: "Mi clienta me ha contado lo de este mediodía en la playa"; "¡Qué!"; "Sin duda eres tú"; "¡Qué!". No, lo estaba soñando. Me había quedado dormido por la tarde. Era de noche cuando desperté. Tenía una llamada perdida. Era la de un posible trabajo. Pero no estaba interesado en trabajar, no todavía. Sonó el timbre. Abrí la puerta: era Sylvia. "Perdona por no haberte llamado antes..., pensarás que tengo mucha cara..., pero he pensado en quedarme contigo a vivir mientras completo mi trabajo..., me da pereza buscar alojamiento"; "¿Y tu equipaje?"; "Nunca llevo...". Me quedé pensativo un momento, luego la dejé entrar. Sylvia se acomodó en el sofá. Llevaba una carpeta. Supuse que serían unos bocetos. "¿Me lo enseñas?", le pedí cuando andaba hacia el sofá. Ella asintió y abrió la carpeta. Me senté junto a Sylvia. Me mostró sus dibujos. Era tan bello el retrato... "¿Quién es ella?", pregunté; "Bah, una señorona, se llama Remedios, pienso que se quiere enrollar conmigo, que el retrato es una excusa..., ha debido ver mis fotos en internet y le he gustado..., bueno, mientras me pague...".

De noche me acosté con Sylvia y la follé. Su cuerpo tan fino y pálido se movía con soltura cuando se subió sobre mí. Se alzaba y descendía su coño ensartado por mi polla y mi placer aumentaba por momentos oyendo sus quejidos de satisfacción. Sus tetas colgaban y recibía entre mis labios sus oscuros pezones y los lamía. "Ah, sí, bésame las tetas", me pedía. Y yo alzaba un poco más la cabeza y mordía su carne tibia. "Ah, aahh, aaahhh", se corría Sylvia. Aumenté el ritmo y se corrió del todo; luego me corrí yo.

Insistió tanto Sylvia, que accedí. La mañana siguiente fui con ella a casa de Remedios. "Vaya, hombretón", me saludó Remedios nada más verme junto a Sylvia, "así que tú y la pintora sois amantes, qué bien, me encanta..., venid, sentaos..., he preparado café y bollos". Nos sentamos alrededor de una mesa redonda de madera con un mantel a cuadros rojos que había en el estudio donde Remedios estaba siendo retratada. Había un diván en la habitación y una estantería con libros, además de los utensilios de Sylvia, que andaban por ahí desperdigados. "Os he citado juntos por una simple cuestión", dijo Remedios, "ojo, no soy celosa", dijo mirando fijamente a ambos amantes, "es más, yo misma me acuesto con quien quiero desde que me separé de la birria de marido que me tocó..., sólo quiero que sepáis algo, creo..., sinceramente, que estáis hechos el uno para el otro..., en fin..., y me gustaría..., me gustaría casaros... aquí, en este estudio, me hace ilusión". Sylvia y yo nos miramos confundidos. "A ver, no soy ministra de la Iglesia, ni jueza ni nada de eso, pero..., os quiero casar"; "No entendemos", dije mirando a Sylvia, que tenía los ojos muy abiertos, y a Remedios alternativamente. "Quiero", dijo Remedios, "que os desnudéis y folléis en ese diván..., esperad, avisad en el instante del orgasmo y yo me acercaré a vosotros y os convertiré en esposos".

El chorro de semen cayó sobre los labios de Remedios, húmedos del flujo de Sylvia. El sabor de ambos se había mezclado en una sola boca, en un solo cuerpo, testigo de nuestra unión.

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