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¿Soy un mal amigo?

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Mi amigo Víctor estaba en pareja hacía ya más de un año con Candela (más conocida como Candy), una mujer preciosa: morena, como de 1,65 m de estatura, buenas tetas, unas piernas hermosas y carnosas que iban perfectas con un culo grande y redondo, que resaltaba más gracias a su pequeña cintura y sus amplias caderas. Además, llevaba un look muy sensual de chica gótica, con tatuajes en los brazos y la parte posterior de los muslos.

Ella se había integrado bastante bien al grupo y nos caía muy bien a todos, aunque era indudable que su sensualidad nos llamaba demasiado la atención.

Ninguno de nosotros pensaba realmente avanzar, por respeto a nuestro amigo, pero un buen día recibo una respuesta de ella a una historia en Instagram. Algo que realmente tomé como simplemente una inocentada, que derivó en una conversación que fue subiendo de tono de forma orgánica. Me sentía raro, pero no quería parar.

Unos días después ocurrió el primer acercamiento: en una fiesta, por un momento nos perdimos de todos y nos besamos por varios minutos. Mis manos recorrían su cuerpo mientras nuestras lenguas danzaban juntas y ella tocaba mi erección a través de mi ropa.

Pensamos que eso sería un hecho aislado, pero llegó la semana siguiente, en el departamento de mi amigo. Éramos él, su novia, otro amigo más y yo. Llegado cierto momento, ella sugirió que debíamos comprar más cigarrillos. Víctor y el otro amigo terminaron yendo, ante la insistencia de ella. Nos habíamos quedado solos.

No necesitamos muchas palabras, ni bien sentimos que ellos se fueron, me abalancé sobre ella y la empecé a besar, a manosear y a sacarle la ropa. Cuando quise darme cuenta, la tenía desnuda en el sofá, la masturbaba con mis dedos estimulando su ponto G mientras le lamía el clítoris; ella se deshacía en gemidos de placer. Luego saqué mi verga (19 cm) y se la ofrecí, ella asombrada por el tamaño, comenzó a chuparla. Me decía que era mucho más grande que la de mi amigo, que le encantaba chupármela.

Pasados unos minutos, ella me dijo casi con tono de súplica "métemela. Por favor, métemela". Estaba demasiado excitado, así que la puse en cuatro y justo cuando estaba por penetrarla, escuchamos que los chicos volvían. Rápidamente ella huyó al cuarto de Víctor y yo entré al baño. Nos habíamos quedado con las ganas.

Esa noche continuó con más besos rápidos en momentos en los que los otros dos se distraían o conmigo tocando sus piernas y su culo sin que el resto se dé cuenta, pero ambos sentíamos la necesidad de coger.

A la mañana siguiente, me despierto con un mensaje de ella, pidiéndome encontrarnos en mi casa para terminar lo que empezamos. Ella llegó cuando caía la tarde. De vuelta no necesitamos mediar demasiadas palabras: repetimos prácticamente la escena de la noche anterior, sólo que está vez en mi cuarto y sin prisas.

Cuando llegó el momento de penetrarla, busqué un condón; me sorprendió muchísimo que ella me diga "no hace falta, quiero sentirte todo". La pija se me endureció aún más. Segundos después, ya la tenía en posición para por fin metérsela.

No tengo palabras para describir todo lo que hicimos esa tarde hasta bien entrada la noche. La pasión, el sexo, la traición; todo era más leña al fuego. Probamos varias posiciones, ella siempre me pedía más.

La penetré con fuerza, hasta que el sonido de nuestros cuerpos chocando retumbó en toda la habitación. El sudor de ambos y los fluidos que chorreaban de su vaina le daban humedad a un festival de ahorcadas, cachetadas, nalgadas, palabras sucias y denigrantes, penetraciones muy pero muy fuertes. Ella nunca se quejó de mí brutalidad, al contrario, siempre me pidió más.

El rebote de sus tetas ante mis embestidas, sentir su enorme culo pegando contra mis muslos, agarrar esa cinturita hermosa; todo se sentía perfecto. A ninguno de los dos nos importó que eso podía ser un antes y un después en el grupo de amigos.

Ella experimentó varios orgasmos, me empapó la cama con sus fluidos hasta que finalmente no pude más y sucumbí ante el clímax, llenando su matriz con mi semen espeso y caliente, que fue disparado en grandes cantidades.

El silencio posterior al acto debía ser incómodo, pero terminó siendo satisfactorio. Ni ella ni yo nos sentíamos mal por lo que hicimos, era la respuesta de nuestros cuerpos a un deseo inesperado que nadie podía explicar.

Besos, caricias y charlas hasta que llegó la hora de que ella se vaya. Dejamos atrás ese momento mágico con la promesa de volverlo a repetir, y así fue.

De esa noche han pasado 3 años. Víctor y Candy llevan 6 meses casados y ella y yo continuamos nuestra aventura, manteniendo todo en el mejor guardado de los secretos.

Todo esto me lleva a preguntarme: ¿soy un mal amigo?

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